Relato erótico
Caliente y viciosa
Su amigo lo invito a pasar unos días en el pueblo. Eran las fiestas de verano y las perspectivas de divertirse eran buenas. Lo paso divinamente, pero con la persona que menos se pensaba.
José – VALENCIA
Fue en un verano y como por aquel entonces los veranos eran de tres meses no podías irte a la playa tanto tiempo, por lo que alternabas las vacaciones un mes en la playa otro en el pueblo y lo demás lo acoplabas donde podías, pero en aquel verano uno de mis mejores amigos me invitó a su pueblo a pasar unas semanas, eran las fiestas de la localidad, y como no conocía su pueblo acepté.
La familia de mi amigo la componían sus padres, su hermana y él. Los primeros días los pasamos de un lado para otro, como era de esperar con 19 años y sin nada que hacer, además por aquel entonces yo lo aprobaba todo. Uno de los días, el padre de mi amigo tenía que ir a echar un vistazo a los olivos que tenía en una finca a unos veinte kilómetros del pueblo, por lo que decidió que le acompañara mi amigo para que así aprendiera. Como yo había hecho ya amistades en el pueblo mi amigo me dijo que me quedara, ya que iban a trabajar durante todo el fin de semana y me iba a aburrir. Un poco reticente me quedé, porque aún cuando conocía a sus amigos, no tenía la suficiente confianza, pero aún así me quedé.
Pasé la mañana jugando al baloncesto con los chico del pueblo y a la hora de la comida llegué a casa, encontrándome que estábamos solos la madre de mi amigo y yo, pues la hermana de él se había ido a comer a casa de una de sus amigas.
Comimos solos la madre y yo aunque aquella situación me inquietaba un poco, por no decir que me excitaba, ya que la madre de mi amigo a sus 42 años estaba como un tren, por lo que estuve inquieto durante toda la comida, sobre todo por aquel vestido que llevaba para estar por casa, al cual le faltaban los botones de arriba, era muy abierto por debajo, y cuando se sentaba se le abría mucho dejando ver aquellas gordas aunque bien delineadas piernas llegando casi a entreverse las bragas y aquellos más que generosos pechos se descubrían en cada movimiento que hacía cuando se inclinaba para llevarse a la boca la cuchara con la sopa que había preparado de comida.
Después de aquella caliente comida y después de sudar la gota gorda, no por lo caliente que estaba la comida sino por lo caliente que estaba yo, decidí darme una ducha para enfriarme un poco. Me metí en el cuarto de baño y me desnudé, abrí el grifo y me metí en la bañera, pero de pronto entró la madre de mi amigo que traía las toallas que acaba de lavar por la mañana y que ya estaban secas.
En el acto me empezaron a subir los colores y el miembro a ponerse cachondo y firme de nuevo. Ella se dio cuenta y se acercó a bañera, pues como me acaba de meter el agua estaba cristalina y ella podía ver perfectamente la erección que yo tenía.
– ¡Mira que vais con prisa, se os olvida todo! – me dijo – Además de la toallas te has dejado el jabón – y cogiendo la pastilla de jabón, añadió que me diera la vuelta – ¡Si eres tan vago como mi hijo, no te lavas ni la espalda!
Como estaba muy avergonzado me di la vuelta dándole la espalda y ella me la empezó a frotar con la pastilla de jabón en la mano, comenzando por los hombros para después ir bajando haciendo círculos hacia la parte baja de la espalda, pero de pronto la pastillas de jabón se le cayó al agua.
– ¡Vaya, se ha caído la pastilla! – exclamó.
Yo hice por cogerla, pero en seguida dijo ella que la buscaba, así que metió la mano en el agua en busca de la pastilla caída y mientras buscaba la pastilla, mi nabo esta más tieso que un palo, y mira por donde lo encontró primero, me lo rozó con la mano y luego me lo agarró.
– ¡Que es esto! – volvió a exclamar mientras me la meneaba.
Me estaba haciendo una paja y yo empezaba a perder el sentido. Mientras ella no paraba de subir y bajar la mano, incliné la cabeza hacia atrás para dejarla reposar sobre el borde de la bañera y ella comenzó a incrementar cada vez más el ritmo. Nuestras miradas se cruzaron por un instante y aquella mirada me excitó aún más, puesto era una mirada de enorme deseo. Cuando estaba apunto de eyacular me dijo que me levantara y me diera la vuelta que ya sabía ella de donde sacar jabón líquido. Hice lo que me dijo y al darme la vuelta me la cogió y con la punta de la lengua empezó a acariciarme el glande hasta que por fin se la metió en la boca. Ahora me la estaba mamando
Entonces decidí agarrarle sus hermosos pechos y menearlos por lo que, de un tirón le quité el vestido, quedándose ella en bragas y sujetador, y mientras ella seguían mamándomela, le cogí la cabeza y acompañaba el movimiento de su boca con el de mi cadera. En realidad me la estaba follando por la boca pero cuando iba a correrme, se la sacó de la boca y como si de un bote de gel se tratase me cogió la polla y mientras escupía la leche, se la pasó entre los pechos y luego por la cara, para luego metérsela de nuevo en la boca para saborearla. Cuando terminó le dije que se levantara, que ahora me tocaba a mí llevar la iniciativa, y así lo hizo. Agarrándola por el culo la traje hacia a mí y comencé a pasar mi lengua por sus pechos. Al instante se metió en la bañera e hice que se diera la vuelta, de forma que me diera la espalda y le indiqué que se agarrara a la barra que había en la bañera para no caerse, le separé las piernas, empecé a acariciarle el culo y poco a poco fui acercando la mano a su coño deslizando uno de mis dedos dentro de su chocho, comenzando a frotar frenéticamente y seguí haciéndolo cuando le introduje el segundo. Ella dejó escapar un grito, y acto seguido me gritó que la follara.
– ¡Quiero que me metas tu polla! – pidió.
Haciendo caso omiso, comencé a pellizcarle los pezones y agarrarle las tetas, aunque ella seguía pidiendo que la follara, o que por lo menos la dejara que se masturbará, pero la hice esperar e incluso me acerqué a ella polla en ristre y empecé a pasársela primero por el culo y luego por la raja hasta que mi capullo acarició los labios de su coño, que por aquel entonces estaban muy húmedos. Ella dejó escapar un grito de placer al sentir mi gordo capullo, pidiéndome por enésima vez que la follara, por lo que poco a poco fui introduciendo mi instrumento en aquel confortable coño, notando cada centímetro que introducía en ella. Su coño se ajustaba como un guante a mi rabo. Era una gozada.
Pronto comencé a aumentar el ritmo de mis embestidas, mis cojones golpeaban en su trasero, lo que producían aún más placer, y ella no paraba de jadear. Mientras se la metía sujetaba sus hermosas tetas y la apretaba, al tiempo que pellizcaba sus duros pezones.
– ¡Sigue… sigue…cabrón… fóllame, soy toda tuya…! – gritaba.
Yo podía notar las contracciones de su vagina y cuando le dije que me iba a correr ella me pidió que me esperara, que seguía teniendo sed, así que se la saqué, se dio la vuelta, me agarró la polla y se la metió en la boca después de decirme:
– ¡Dispara ya, cariño, deja salir tu sabrosa leche!
De pronto, disparé mi carga al tiempo que ella se relamía saboreándola. Después de esta sesión nos duchamos y nos vestimos pues tenía que salir de compras.
Saludos y en una próxima carta ya contaré lo que pasó después.