Relato erótico
Caliente mañana de invierno
No se encontraba muy bien, hacia un día gris y decidió que no iría a la facultad. Se vistió y de pronto llamaron a la puerta. Era la vecina de abajo que le pregunto si podría ver que le pasaba al ordenador.
Fernando – Sevilla
Mi nombre es Fernando, tengo 20 años y vivo en un pequeño pueblo de Andalucía. Mis amigas me llaman “morenazo” y dicen que soy atractivo, pero yo considero que soy un chico normalito. Vivo en un barrio de pequeñas casas, de un par de plantas y en un entorno bastante acogedor. De mi vida sexual puedo decir que he tenido varias novias, todas morenas, pero soy virgen, bueno, lo era hasta hacia apenas unas horas.
Estoy estudiando ingeniería informática, pero aquel día no iba a la facultad, no me encontraba demasiado bien, y el día no acompañaba para nada. Rozábamos el invierno, y aunque la temperatura era algo agradable, hacía un poco de rasca matinal. Tenía escalofríos, pero me levanté.
Me vestí con un pantalón ligero y cómodo de andar por casa, pues no tenía planeado salir, y una camiseta de manga larga y unas zapatillas de deporte. Estaba desayunando cuando sonó el timbre.
Al abrir la puerta, me llevé una sorpresa, era una mujer que debía tener unos treinta y tantos, Cara guapa, tetas enormes y llevaba una camisetas que dejaba ver un poco de su vientre plano y tonificado. Nos miramos y ninguno decía hada hasta que ella se decidió:
– Hola -le dije-
– ¡Buenas! Me llamo Eva, y soy la nueva vecina de abajo, verás, mi marido está trabajando y he tenido un problema con el ordenador. Me han dicho que eres informático, ¿verdad? – preguntó ella
– Sí, estudio informática y en mi tiempo libre hago alguna chapucilla.
¿Podrías venir a mi casa un momento y mirarlo, por favor? Me harías un gran favor, y puedo pagarte si lo deseas.
– ¡Claro que puedo! – Dije- Espera a que coja las llaves.
Eva se fue a su casa y yo fui a por las llaves de la mía. Estaba bastante nervioso ya que no sabía cómo actuar, lo que sí intentaba hacer era concentrarme para que al verla no se me fuese la vista a… sus encantos.
Golpeé brevemente la puerta:
– ¿Se puede?
– Sí, pasa – dijo Eva con rapidez.
La casa era bastante parecida a la mía en cuanto a organización de las habitaciones. Llegué al salón, y pude admirar su culo mientras se agachaba sobre el ordenador. Su culo era grande, muy bonito.
Eva comenzó a hablar pero se cortó cuando, al girarse, me vio con mis ojos puestos en su trasero. Cuando me di cuenta me estaba mirando con indiferencia y me ruboricé prácticamente al instante, de la vergüenza que acababa de sentir.
– Tranquilo, no pasa nada – dijo ella con tono ligeramente sonriente – Mira a ver si tú ves qué le pasa al ordenador, que me parece que se ha soltado algo.
En aquel momento, intercambiamos posiciones, ahora era yo el que se había inclinado y ella estaba detrás observando mi trabajo.
– Creo que ya lo tengo.
– ¿Ah sí? – dijo Eva con entusiasmo.
Entonces noté cómo se apoyaba encima de mí para poder ver mejor lo que estaba haciendo. Notaba sus tetas en mi espalda y mi polla empezó a levantarse.
– Eh… sí, ya funciona – dije muy nervioso.
– ¡Genial, gracias!
Tras esta frase, me dio un abrazo inesperado en el cual me apretó contra ella. Notaba sus pechos y, lógicamente pudo comprobar mi erección
– Si necesito algo más puedo contar contigo, ¿no?
– Sí, supongo – dije yo.
– Y ¿cómo te llamas? – dijo cogiéndome la mano.
– Fernando.
– Gracias Fernando, una vez más – y me dio un beso en la mejilla, cercano al labio.
Lo sentí muy profundo, y supongo que era su intención. Nos despedimos y salí de la casa, con una extraña sensación. ¿Por qué ha sido tan cariñosa conmigo? me preguntaba, ¿habrá notado mi polla levantada? ¡Qué vergüenza! Pero no había caminado más de veinte metros cuando oí que me llamaba:
– ¡Fernando! ¿Puedes venir otra vez?
Casi me asusto, pero respondí y fui caminando con ligera rapidez.
– ¿Qué pasa? – pregunté-
Me cogió de la mano y me llevó al salón, se apoyó en el sofá y dijo:
– Mira, mi marido casi siempre está fuera, y yo me encuentro muy sola. Sé que vives solo – me soltó las manos – y creo que un poco de diversión no nos hará daño a ninguno.
– ¿Qué quieres decir? – repuse con timidez y tuteándola.
Acto seguido me agarró las manos y se las llevó a sus pechos, apretándolas con fuerza.
– Está claro, ¿no? – dijo riéndose levemente.
Seguía apretando mis manos contra sus pechos mientras ponía cara de vicio. Empecé a notar una erección bastante potente y ya era yo el que masajeaba sus duros y bonitos pechos a través de la camiseta que pronto desapareció, dejando ver un sujetador blanco apretado.
– Solo un poco – dijo Eva complaciente y sin esperar respuesta añadió – Llévame a la cama.
Fuimos al dormitorio y la dejé caer sobre la cama, me tumbé sobre ella y pasé mis manos por debajo del sujetador. Era una sensación increíble, tenía mis manos entre sus pechos y el sujetador, tenía tales ganas de explotar, que si me tocaba la polla eyacularía al instante.
– ¡Quítame el sujetador, quítamelo todo… quiero más! – dijo Eva con excitación que resaltaba hasta por la voz.
Le quité como pude el sujetador y fue entonces cuando vi una imagen que tardará tiempo en olvidarse. Sus pechos quedaron liberados, y pude contemplar sus pezones, ligeramente pequeños pero que eran una gozada para la vista. Tal fue mi expectación que no pude contener un pequeño grito:
– ¡Vaya tetas!
– Son naturales, pero tú aún me debes dar alguna que otra sorpresa. ¿A qué esperas? ¡Cómetelas!
Estuve más de cinco minutos liado con sus pechos, los cuales tocaba, lamía, mordía ligeramente, como si de un experto se tratase. Estaba tan concentrado que no me di cuenta de que Eva pasó de unos gemidos leves a unas convulsiones que dejaban notar que había tenido un orgasmo. Tenía sus manos en su sexo, por debajo del pantalón que llevaba puesto.
– Déjame ya las tetas y ve más abajo, cielo, que ahora me encargo de lo tuyo – me dijo.
Le quité el pantalón como pude, yo ya no podía aguantar más y deseaba darle frescura a mi miembro, pero tenía que esperar. Mi sorpresa fue al ver que no llevaba ropa interior abajo, por lo que pude ver su conejo, el cual estaba depilado y tenía el mejor olor que he percibido en mi vida. Ahora estaba completamente desnuda, su figura era casi perfecta, con ciertos pliegues de grasa pero nada importante, sus pechos resaltaban de tal forma que no podía dejar de mirarlos.
– ¿Te vas a quedar todo el rato mirando? – dijo – Túmbate, que ahora me toca a mí.
Miró mi erección, parecía que en cualquiera momento iba a romper el pantalón, así que apresuré a quitarme la camiseta y me quité el pantalón, dejando a la luz unos calzoncillos con un enorme bulto.
– Creo que nos lo vamos a pasar muy bien – dijo Eva con la mirada clavada en mi miembro.
Empezó a tocarlo a través de la ropa interior, con ligeros masajes que me hacían ver las estrellas del placer que sentía, algo totalmente nuevo. Cuando me quitó los calzoncillos, no se sorprendió mucho, pero miraba complaciente.
– Bonita polla, no es excesivamente grande, pero está muy bien.
Mide unos dieciocho centímetros, tenía el glande al descubierto y es algo cabezona. Cuando la cogió, noté una sensación que me volvía loco e iba en aumento según tocaba más y más. Me estaba masturbando suavemente, pero mi sorpresa fue cuando de repente y sin apenas darme cuenta empezó a lamerla. Una explosión de sensaciones empezó a recorrer todo mi cuerpo, la chupaba divinamente y me acariciaba los huevos. Al cabo de un rato, dejo de chupar y empezó la que se convertiría en la mejor paja de mi vida.
Una mano en la polla y otra en los huevos, todo esto lleno de saliva, lo cual producía un ligero chapoteo que me volvía loco. No sé cómo, pero lo hacía de alguna forma que me retenía la eyaculación, pasaron dos minutos y ya apenas podía abrir los ojos de placer que estaba sintiendo. Cada vez iba más rápido, pero se detuvo y lanzó una pregunta:
– ¿Lo hago bien? Voy a darle el relevo a mis tetas, que sé que te gustan.
Fue entonces cuando colocó mi rabo entre sus pechos y empezó a hacerme una cubana. ¡Impresionante! Yo tenía mis manos en sus pechos como podía, pero el placer era demasiado intenso. Intenté avisarla de que iba a correrme, pero se volvió a detener, comenzando un juego de manos en el que con una me masturbaba, la otra la apoyaba en los huevos y su lengua rozaba el glande. El chapoteo comenzó otra vez a sonar, el sonido húmedo de los huevos chocando contra su mano me volvía loco, y es cuando entonces cuando pude decir unas palabras.
– ¡Voy a explotar! – dije intentando gritar pero entonces se detuvo, dejándome con unas ganas tremendas – Por favor, no pares – supliqué.
Ella se quedó pensativa durante unos segundos, yo pensaba en que si me corría ahora tal vez no podría estar disponible, pero volví a decirle a Eva que siguiese y empezó el final del trabajo.
– Avísame cuando vayas a correrte.
– Vale – dije como pude.
Era inminente, solo de escuchar el chapoteo y de notar sus manos además de su lengua sabía que apenas iba a durar, y así fue.
– ¡Que voy! – grité.
Entonces ella se detuvo instantáneamente y puso mi miembro entre sus pechos, apretándolos tan fuerte como podía. La primera corrida le dio en la cara, pero el resto, ya con menos fuerza, le dio en las tetas. Yo me había sumergido en un mar de placeres y aún no me lo creía.
Saludos y ya te contaré más cosas que he vivido de esa vecina.