Relato erótico
Caliente, caliente
Está divorciada y reconoce que es una mujer muy caliente y el sexo es una de las cosas que más le gustan. No recuerda cómo pero, llego a sus oídos que el propietario de la librería del barrio era un hombre muy caliente y vicioso.
Victoria – BARCELONA
Soy una mujer de 48 años, empresaria, divorciada desde hace 14 años y de apariencia muy seria. Físicamente no me considero muy atractiva ya que no me encuentro dentro de los estándares actuales, no soy muy alta y estoy gordita. Fuera de eso, puedo decir que tengo un rostro bonito, mi cabello es lacio y castaño, ojos verdes, piel sin ningún defecto, y con una virtud que los hombres aprecian: tengo 110 de pecho.
Debe ser que me acompleja lo de ser gordita, ya que me visto sobriamente y no ando por ahí mostrando mis atributos.
Pero a pesar de mi apariencia seria y a veces fría, en la intimidad soy un volcán. Me gusta terriblemente el sexo y lo disfruto muchísimo.
Claro que, con mi manera de ser y lo selectiva que soy con los hombres, me obliga a pasar largos períodos de abstinencia de carne masculina
y para saciar mis calenturas, habitualmente me masturbo, lo que empecé a hacer antes de divorciarme, casi sin darme cuenta, nunca lo había hecho antes.
Los dos últimos años de mi matrimonio no tuvimos sexo y tonta de mí no le metía los cuernos de lo deprimida que estaba. Una tarde me encontré sola en mi cama, desesperadamente caliente, tocándome las tetas y frotándome contra la almohada hasta llegar a un orgasmo de terremoto. Como seguramente dejé todo mi olor en la almohada, al llegar a casa esa noche mi casi ex marido, excitado por el olor, empezó acariciarme el culo, bajándome la braga lentamente mientras yo me hacía la dormida, y el muy cerdo empezó a meterme un par de dedos en mi coño mientras empezaba a pajearse y ponérsela dura. Yo estaba tan necesitada de polla, que olvidándome del divorcio, levanté mi culo mostrándole mi almeja mojada y gimiendo.
– Dime que quieres polla – me decía mientras me pajeaba con los dedos y con la otra mano seguía tocándosela y yo, con la boca llena de saliva de la calentura, le rogué que me la metiera – ¡Por fin me dejas follarte, puta!
Entonces me levantó las caderas dejándome a cuatro patas y me la ensartó con fuerza.
– Fóllame como cuando nos conocimos – le rogué.
– ¡Tetona, cuando te haces la puta me vuelves loco! – me contestó.
Como le pedí, sacó sus manos de las caderas, me agarró las tetas y empezó a amasármelas, a tirarme de los pezones
– ¡Te gusta que te ordeñen, puta tetuda! – decía.
Al hablarme así y al tirarme de los pezones, empecé a correrme como una bestia, le saqué toda la leche en dos movidas y quedó destrozada boca arriba en la cama. Pero yo quería más, estaba enloquecida, así que empecé a chupársela para ponérsela dura otra vez. El desgraciado me miraba lascivo, caliente y me empujaba la cabeza con las manos
Yo sabía que era lo que más le gustaba al muy cerdo. ¡Si me habrá hecho chupar esa polla hasta cuando no tenía ganas! Se ponía a ver películas porno mientras yo lavaba los platos y cuando la tenía dura me llamaba para que yo me arrodillara delante de él en el sillón y se la chupara hasta sacarle la última gota de leche, y me dejaba recaliente y se iba a dormir.
Pero esta vez se la estaba chupando porque me lo quería montar, y así hice cuando la tuvo bien dura, me senté encima, me metí la polla hasta lo más hondo y empecé a cabalgarlo.
– Por fin me estás follando, cabrón, ahora chúpame las tetas como me gusta…
Empezó a mamármelas bien y cuando más fuerte me las chupaba, más intensos eran los espasmos de mis orgasmos. Yo me relamía, le sacaba la lengua. Pero el muy burro dejó de chupármelas, pero como yo quería más, empecé a manoseármelas y tirarme de los pezones porque quería correrme otra vez.
– Ahora que te has corrido – me dijo – chúpame la polla que quiero correrme yo.
– Me vas a hacer lo de siempre, cabrón, siempre chupándotela y yo me quedo caliente. Hoy me toca a mí.
Le agarré las manos y se las puse en mis tetas para que me hiciera correr.
El sabía bien como hacerlo y me hizo orgasmar con un grito, mojándolo todo. Pero él seguía teniéndola dura, así que tuve que darle el gusto.
Esa fue la última vez que follamos.
Pero como dije al principio, en la actualidad, para saciarme me masturbo diariamente, y cuando necesito a un hombre tengo alguna aventura con alguno con los que no tendré una relación seria, porque normalmente son casos perdidos. Cuando estoy en esos momentos, empiezo a vestirme un poco más provocativa. Es verdad que no soy una top modelo, pero siempre hay hombres a los que les gustan las gorditas tetonas.
Hace tiempo que había llegado a mis oídos que el librero del barrio se había separado, y el comentario era que la mujer lo dejó porque era un hombre insaciable. A la gente le gustan los chismes, y además yo lo veía un hombre tranquilo, de perfil bajo, pero si el río suena, y me llamó la curiosidad. Además su ex era de mi tipo, ¿qué perdía yo en sondear un poco?
Empecé a frecuentar más la librería, claro que vestida adecuadamente, con ropa más ajustada y escotes cada vez más profundos. Sus miradas de indiferencia se transformaron en miradas obsesivas a mis pechos y supe que ese era el momento justo. Una tarde fui cuando estaba por cerrar a pedirle un libro que yo sabía que seguramente no tendría.
– Tendría que buscar en el depósito – me dijo – ¿Me quiere acompañar?
– Pero deja el negocio abierto… – dije.
– Tiene razón, con los robos que hay ¿no le molesta que cierre y buscamos tranquilos?
Así fue, cerró el local, fuimos atrás, donde tenía la vivienda, y me hizo sentar en el sillón a esperarlo. Por supuesto, no encontró el libro y nos pusimos a charlar de todo un poco, hasta que llevó la conversación al terreno de lo íntimo. Se veía un hombre solo, y terminó confesándome que era verdad lo que se decía, que él era bastante insaciable y su mujer muy apática, así que terminaron separándose. A pesar de eso, siempre le había sido fiel y para desahogarse iba con putas que trataba de que se parecieran a su mujer, a él le gustaban las gorditas con mucho pecho.
– ¿No le ofende que le cuente estas cosas? – me dijo.
– No, me parece muy sexy que me cuente sus secretos – contesté.
– No diga eso, que acá la única sexy es usted, que si no la incomoda, quería decirle que tiene unos pechos bárbaros.
Yo haciéndome la tímida, me llevé las manos a los pechos como para taparlos, pero él me cogió las manos para bajarlas y mientras las bajaba aprovechó para tocármelos. Yo ya tenía los pezones duros y la boca entreabierta de la calentura y al verme así, empezó a desabrocharme la blusa, dejando el sujetador a la vista, que a duras penas contenía mis tetas ya duras. Me masajeaba los pezones a través de la tela y yo empezaba a jadear, así que me bajó el sujetador y dejó mis enormes tetas al aire, y sin dejar de manosearme, me sonrió lascivo y empezó a sobarse el bulto. Yo lo miraba embelesada, con las piernas abiertas, y no veía la hora de verle la polla. Cuando la tuvo dura, se abrió el pantalón y sacó esa verga hermosa, con la cabeza afuera, brillante, que se me hacía agua la boca. La cara de hombre tímido se le transformó en la de un hombre lujurioso, me levantó la falda, metió su mano dentro de mi braga y exclamó:
– ¡Que mojado y abierto tienes el coño….! ¿No te molesta que te hable así? Es que cuando me caliento me pongo hecho un bestia.
– Me excita mucho – le dije, y traté de dirigir sus manos dentro de mi coño para que empezara a pajearme.
– No, cariño, ahora paja no, que me muero por metértela… ven, ponte a cuatro patas.
Me bajé del sillón y le obedecí, pues no podía más de la calentura. Mientras yo estaba así, él se desnudaba y me acariciaba el culo, pasándome los dedos por el coño mojada y me hablaba. Yo me movía muy excitada.
– Ya te dije que me gustan las gordas tetonas, y tú encima eres bien puta, te voy a montar hasta sacarme todas las ganas.
Se arrodilló por detrás mientras, primero me inspeccionaba el coño con los dedos diciendo:
– Encima tienes un coño bien grande, se ve que estuviste bien follada, te la voy a poder meter de un golpe sin problemas.
Era un asqueroso, y a mi me enloquecía. Y así hizo, me la ensartó de una vez y me hizo bramar con esa polla gorda y dura, empezando a pedirle:
– ¡Las tetas, tócame las tetas!
– ¿Te gusta que te toquen las tetas? Vamos a ordeñarla bien a esta puta tetona – y me ordeñó como nadie nunca lo había hecho, haciéndome correr sin parar – Voy a ser tu macho, ¿has entendido? – y me tiraba de los pezones – Contigo me voy a ahorrar un montón de plata en putas, te quiero aquí todos los días – y empujaba, empujaba bien fuerte, hasta que se sacó toda la leche, dejándome exhausta.
El también estaba cansado, pero pobrecito, tenía tantas ganas acumuladas, que empezó a acariciarme de nuevo, a excitarme tanto que cuando estaba a punto de montármelo, me dijo:
– No, putita, me montas mañana, ahora quiero ver si sabes chupar una polla.
Yo lo miré sonriendo, si hay algo que aprendí con mi ex es chuparla. Así que sentadito en el sillón, empecé a mamársela de la mejor manera posible. No sé si lo dije antes, pero chupar una polla me excita mucho, y es un problema, porque una vez que el hombre acaba yo me quedo como loca, pero esta vez no estaba dispuesta a que me pasase lo mismo, así que mientras se la mamaba, empecé a restregarme el coño contra su pierna peluda, y con la boca llena de su verga me hice una paja fabulosa.
– ¡Que puta eres, mira la paja que te estás haciendo, eres todo un espectáculo, tetuda! Y que bien que chupas mi polla…
Cuando empezó a gemir que se corría, me saqué la polla de la boca y me tiró toda la leche en las tetas, me salpicó el pelo y yo tuve un orgasmo bárbaro.
Después de ese día, yo volví a ser la señora seria y él, el librero con cara de aburrido, pero todas las tardes, a la hora de cerrar, nos desatábamos como locos en su trastienda.
Saludos de los dos.