Relato erótico
Buscando soluciones
El sueño de muchos hombres es tener a una mujer caliente a su lado. Nuestro amigo está de acuerdo con esto aunque, a veces, le da la sensación que no la deja satisfecha. Intentó buscar una solución y la encontró.
Manuel – Córdoba
Soy un hombre casado, me llamo Manuel, tengo 35 años y voy a contar la primera experiencia que tuvo mi mujer, a instancias mías, con otro hombre, un viejo, por más señas. Ana, mi mujer, 30 años, es muy caliente. Siempre que estábamos follando, normalmente como locos, me contaba historias de soltera, reales o inventadas, que me ponían a cien. Me relataba juergas con otros hombres, escenas muy detalladas de ella con dos, tres o más tíos a la vez, y cosas así, que me excitaban a tope.
Incluso a veces, sin que estuviéramos en la cama y ella me relataba aventura de estas, yo no tenía más remedio que cogerme la polla, ya que en casa, por lo normal, estábamos los dos desnudos completamente, y hacerme una paja delante de ella. Era algo que le gustaba y la excitaba a tope el verme cascándomela como un mono ante sus ojos.
Un día, después de follar, yo estaba en la calle para irme al trabajo, me llamó desde el balcón y me tiró sus bragas, que olían a putilla caliente, cosa que me puso a cien, como ya era costumbre con sus calientes ideas. Mientras, tras olerlas y meterme sus bragas en el bolsillo, pensé que a toda aquella enorme sexualidad de mi mujer, tenía que darle salida de alguna manera. Yo, aunque hacía lo posible, no estaba seguro de que la dejara satisfecha como ella deseaba y aunque nunca me había dicho nada sospechaba que no despreciaría si, con mi aceptación, le ofrecía alguna que otra polla, de vez en cuando, que no fuera la mía.
Tras meditarlo un buen rato, decidí dos cosas, primero que aquel día haría fiesta en el trabajo y segunda que el hombre que le iba a ofrecer sería un viejo para ver cómo se las arreglaría con él. Llamé a la oficina con el móvil, dándoles una excusa y a continuación me fui a un bar donde yo sabía que se reunían un grupo de viejos para jugar al ajedrez. Seguramente por la hora que era, muy temprano, solo había uno pero ya tenía bastante. Era un hombre alto y fuerte, de unos 65 años, pelo blanco, bastante barriga pero nada desagradable de aspecto. Me acerqué a él y mostrándole las bragas, le pregunté si quería olerlas. Con cierta desconfianza, las cogió, las empezó a oler y enseguida vi como se le subía toda la polla dentro del pantalón. Pensé que, contrariamente a lo que yo creía de los viejos, a aquel aún se le levantaba y encima debía tener un tamaño más que respetable.
– ¿Quieres oler este coño al natural? – le pregunté.
– ¡Dime donde está esta gatita ardiente! – contestó muy excitado.
Sin pensármelo dos veces, cogí del brazo al viejo y me lo llevé al coche. Al llegar al portal de mi casa, bajé, dejando al invitado en el coche, llamé a mi mujer por el interfono y le dije que bajara, que estaba con un compañero y que íbamos a tomar unas cervezas.
Ella bajó enseguida, los presenté y aunque el viejo no dijo nada, me fijé como no quitaba los ojos del escote que mi mujer llevaba y que mostraba casi la mitad de sus grandes y duros pechos. Ella también se dio cuenta de esas miradas y lo mismo del bulto que se le había formado al viejo en la entrepierna.
Un vez en el bar donde fuimos, la muy guarra no paraba de inclinarse para que el viejo pudiera mirarle sin trabas todo el contenido de su escote ya que, por no llevar sujetador, estoy seguro de que el hombre podía contemplar sin problemas todas sus mamas y con ellas los rosados y tiesos pezones. El viejo estaba muy excitado y yo también para poder ver como se lo montarían los dos. Por eso les invité a irnos a otro lugar más tranquilo, subimos al coche, yo delante para conducir y ellos dos detrás. Por el camino pude ver por el retrovisor como ella, sin perder el tiempo y sin importarle evidentemente la edad del invitado, le echaba mano a la polla, sacándosela del pantalón. Yo no podía ver el tamaño pero si como mi mujer movía la mano, masturbándole lentamente. Me hice el loco pues, insisto, solo deseaba ver como acababan follando los dos.
Entonces decidí ir a casa para montarme el espectáculo. En el ascensor él no aguantó más y echándose sobre ella empezó a comérsela a besos mientras le metía mano bajo la falda y como ella, la muy guarra, tampoco llevaba bragas, en el acto comenzó a sobarle el coño desnudo. Ella mantenía los ojos cerrados, besando al hombre, chupándole la lengua, toda espatarrada y algo encogida, para permitir que el sobeo en su chocho fuera lo más completo posible. Yo estaba que me iba a reventar la polla, sobre todo al notar, por el movimiento de su brazo, como él le estaba metiendo, al menos, dos dedos en la raja masturbándola con furia. Al final el ascensor paró. El hombre sacó la mano del coño de mi mujer y cogidos de la cintura me siguieron hasta la puerta de casa. Ya en el piso, el hombre arrancó prácticamente la poca ropa que llevaba mi mujer, cosa que le fue muy fácil ya que, como digo, solamente llevaba el vestido sin nada debajo.
Al tenerla completamente desnuda, ella se lo llevó a nuestra habitación donde él la echó sobre la cama de un empujón, se desnudó rápidamente y mostrándole una polla larga y gorda, bastante mayor que la mía, y dura como una barra de hierro, se colocó entre sus muslos. Instalado sobre su cuerpo, se agarró aquella monstruosidad de verga que yo, estúpido de mí, había creído que no podía existir en un viejo, y se la clavó de un solo golpe en el coño de mi mujer, que yo supuse estaría lleno de licores y extraordinariamente lubricado. Ya con todo aquel manubrio en sus entrañas y con los gordos huevos apretados contra su culo, el viejo empezó a follársela a gran velocidad, resoplando como un loco, hasta que ella tuvo un orgasmo. Entonces él se la sacó del coño rápidamente y se la metió en la boca, tragándosela ella casi por entero. Enseguida vi como al viejo le daban unos espasmos tremendos.
El muy cabrón se estaba corriendo en la boca de mi mujer, sin que ella hiciera la menor demostración de asco. Mientras todo esto ocurría yo, vestido pero con la polla fuera de mi pantalón y bien agarrada con mi mano, me había estado haciendo una paja y justo cuando comprendí que mi mujer se estaba tragando la leche de aquel viejo, me corrí con un largo y profundo gemido, lanzando varios chorros de leche al aire. Una vez el hombre, satisfecho y feliz, vestido de nuevo, se marchó, le pregunté a ella como había sido capaz de hacérselo con un viejo y ella me contestó sonriendo:
– No me vengas con disimulos pues sé muy bien que eso es lo que tú querías, me imaginé que le habías enseñado mis bragas al viejo para que se calentara y que por eso lo habías traído a casa, para que me follara, además, por la manera con que me miraba, estaba muy claro lo que esperaba de mí.
La verdad es que tenía razón. Ahora soy un cornudo pero muy feliz ya que mi mujer sigue siendo muy ardiente conmigo, como antes, pero al mismo tiempo apaga su exceso de ardor con otros amigos que, con mi aceptación, ella misma se busca.
Un beso para todos de nuestra parte.