Relato erótico

Buenos inquilinos

Charo
6 de julio del 2020

Solía alquilar unas habitaciones de su piso y normalmente prefería hacerlo a matrimonios. Llegó a un acuerdo con una pareja alemana. A él lo habían trasladado a España y ella hacia un máster en la Universidad.

Sergio – Santiago de Compostela
Deseo contar lo que me está ocurriendo desde el pasado mes de octubre. Tengo un piso en el que vivo solo. Consta de cuatro dormitorios, salón, comedor, cocina y cuarto de baño completo. Parte del piso, es decir, dos habitaciones, con derecho a cocina y cuarto de baño, suelo alquilarlo por temporadas. Aquel día vinieron a verme una pareja alemana que dominaban el español perfectamente. Después de enseñarles lo que alquilaba y de hablar de las condiciones, cerramos el trato para un año, incluyendo, a petición suya, los gastos del agua y el teléfono.
Contrariamente a lo que habían hecho mis anteriores inquilinos, estos me abonaron el año entero por adelantado. Eran matrimonio, según me dijeron, desde hacía seis meses ya que, por haberle trasladado a él, por motivos de trabajo, a España, se habían casado para estar juntos. Él tiene 32 años y ella 28, es rubia, con mucho pelo y muy espeso, piel muy blanca y adornada con alguna peca. Él también es rubio pero más oscuro. Los dos muy simpáticos y atentos. Desde que están en mi piso, pude comprobar que eran también muy liberales ya que muchas veces les sorprendí haciendo el amor pues no tienen por costumbre cerrar la puerta de su habitación.
Así pude darme cuenta de lo buena que estaba ella. Muslos largos, culo gordo y de nalgas salidas y unos pechos grandes, con pezones salidos de un intenso color rojo. Así estábamos hasta que me comunicaron que el marido tenía que irse a Alemania por su trabajo. Eso, añadieron, ocurriría varias veces al año. Por la tarde del día indicado, el marido, tras despedirse de su esposa y de mí, se marchó para su país. Cuando nos quedamos solos, ella se fue a su habitación y al no cerrar la puerta, como siempre, observé al poco rato que estaba llorando. Entré y le pregunté qué le pasaba.
– Se ha marchado y no volverá hasta Navidad – me dijo con voz rota- y yo aquí sola.
– No te preocupes mujer – intenté consolarla – que yo estoy aquí para hacerte compañía.
– Si, de día – contestó – Pero… ¿y de noche, con lo miedosa que soy, qué voy a hacer hasta que me duerma?
Me quedé muy sorprendido pues no esperaba una respuesta así de una mujer hecha y derecha como ella.
– Si quieres – le dije al fin tras pensármelo un momento – me siento en una silla a tu lado y te hago compañía hasta que te duermas
– Te lo agradecería mucho – dijo con cara sonriente.
Así lo hicimos aquella misma noche. Después de cenar, ella se fue a su habitación y al poco rato, tras ponerme el pijama, entré y me senté en la silla, al lado de su cabecera. Aunque estaba cubierta por la sábana, intuí por lo que se dibujaba debajo de la fina tela, que estaba, como siempre hacía con su marido, desnuda por completo.

Sus pechos marcaban la redondez de sus abultadas aureolas y lo puntiagudo de los pezones, la curva suave de su vientre y la forma exquisita de sus bien torneados muslos. Estaba así más atractiva, su imagen era más morbosa que si estuviera desnuda. Mi polla acusaba la impresión que ella me estaba produciendo y se me endurecía lentamente, pegando leves golpes bajo el pantalón de mi pijama. Estábamos los dos en silencio. Yo esperaba que se durmiera para irme a mi habitación donde, si mi excitación no bajaba, quizá me aliviaría con una buena pelada.
– Oye – me dijo de pronto – Tú no estás nada cómodo aquí, sentado y yo no me puedo dormir, ¿por qué no te metes en la cama conmigo?
Uniendo la acción a la palabra, separó la sábana. Efectivamente estaba desnuda. Su cuerpo era una tentación pero, sobre todo, su coño lleno de una mata de pelos rizados y de un dorado color. Nunca había visto un chocho rubio y aquello acabó de convencerme. Olvidándome de que era una mujer casada, sólo pensé que a una dama no hay que hacerla esperar. Me levanté de la silla, me quité el pijama y desnudo como ella, me tendí a su lado.
Ella, girándose, me cubrió con la sábana al mismo tiempo que me dejaba sentir la finura de su piel y el calor de su cuerpo. Una de mis manos acarició aquellos pechos duros y firmes, luego bajé una hasta su culo que acaricié y apreté contra mí para sentir, contra mi polla, la caricia de sus pelos y por último, trasladé esta mano entre sus muslos para cogerle por completo la cueva del amor. Cuando le metí un dedo en la raja, que por cierto estaba muy mojada, bajé mi boca a uno de sus pechos y tras lamerle el duro pezón, me lo introduje en la boca para empezar a chuparlo con auténticas ganas. Ella no paraba de gemir mientras me acariciaba el cabello y murmuraba palabras que yo no entendía. Sin dejar de mamarle los pechos, metí dos dedos en aquel coño chorreante y comencé a masturbarla. No tardó nada en correrse suspirando como si le faltara el aire. Mientras se contorsionaba a impulsos del placer que recorría su hermoso cuerpo, yo fui bajando mi boca por su estómago y su vientre hasta llegarle al coño.
De un manotazo, tiré la sábana al suelo, le separé las piernas y pegué mi boca en aquel coño de oro. Lamí con ganas todos sus jugos y luego continué hasta agarrarle el clítoris entre mis labios. Lo chupé, succioné, lamí una y otra vez hasta que ella, esta vez con un fuerte grito, se corrió de nuevo dejándome toda la boca y parte de la cara pringada con sus jugos, realmente muy abundantes. Sin dejarle cerrar las piernas, me deslicé por encima de su cuerpo hasta hacer coincidir mi polla en este lago que ahora era su chocho. Mi verga, sin esfuerzo, halló el camino y entró en ella hasta los huevos. De inmediato juntó sus piernas en mi espalda, me agarró del culo con fuerza para hacer más profunda la penetración y empezamos a follar como locos. Escuchando sus gemidos y viendo como se movía, uno podía pensar que aquella chica llevaba meses sin follar. No era así ya que yo fui testigo muchas veces de las diarias folladas que se pegaba con su marido. La chica era, simplemente, una calentorra de tomo y lomo. Dos veces más se corrió antes de que yo le llenara las entrañas con la descarga de mi semen.

Permanecimos un rato así, abrazados y manteniendo yo mi polla dentro de su acogedor chocho. Luego caímos de lado y mientras nos besábamos, con lengua incluida, mi verga fue saliendo por si mima de tan mojado y caliente lugar. Los dos quedamos dormidos así, abrazados y satisfechos. A media noche desperté. La luz aún estaba encendida y tuve que hacer un esfuerzo mental para situarme. Al poco rato pasó por mi mente toda la película de lo que había ocurrido. Ella estaba de espaldas a mí. Contemplé su cuerpo, su culo redondo, acaricié dulcemente sus salidas nalgas y las separé, contemplando su ano de un suave color marrón. Allí llevé un dedo y se lo acaricié. Me sorprendió oírla ronronear como un gatito mientras levantaba la pierna como para facilitarme aquella caricia tan íntima. Animado, la penetré con el dedo. Entraba con suma facilidad. Mi polla estaba tiesa de nuevo. Apoyé el glande en aquel agujero y apreté. Con muy poco esfuerzo, el culo se tragó mi polla y, de dos nuevos empujones, entró hasta los huevos.
Evidentemente aquel agujero no tenía nada de virgen. Bien metido dentro de ella, la abracé para cogerle con una mano los pechos y con la otra acariciarle el coño. Ella misma movía el culo de delante a atrás para que la enculada fuera más efectiva al mismo tiempo que gemía por la masturbación que yo le hacía en el coño y los pellizcos que propinaba en sus erectos pezones. Cuando se corrió pensé que se iba a tragar mi polla, tanta era la presión que su ano, al contraerse, hacía en mi verga. Pero esto sirvió también para que mi orgasmo fuera tan brutal como el de ella.
Eyaculé una tonelada de leche dentro de aquel recto la cual, al sacarle yo mi rabo, empezó a desbordarse, resbalando por sus mulos, hasta la sábana. Nos quedamos de nuevo dormidos hasta que yo, a las siete, desperté. Era hora de levantarme, ducharme e irme al trabajo. Al oírme, ella también despertó. Me miró con una sonrisa de satisfacción y levantado los brazos para desperezarse, lo cual hizo subir aún más sus pechos, me dijo:
– No me he equivocado. Desde que te vi me dije, éste será para mí y así ha sido. Gracias por todo lo que me has dado y que espero sigas dándome. Ven, antes de irte échame un polvo.
– Me gustaría pero no tengo tiempo – le contesté.
Ella alargó la mano, me cogió la polla y metiéndosela entera en la boca, empezó una mamada que me la puso tiesa en el acto. Estuvo chupando hasta que yo, incapaz de soportar tanto placer, me corrí eyaculando en esa boca tan maravillosa como sus otros dos agujeros que yo ya había visitado y llenado con mi esperma. Desde este día, y mientras su marido estuvo ausente, dormimos juntos repitiendo estos gestos tan agradables y placenteros. Igual hacemos cada vez que él se marcha a causa de su trabajo. Ella disfruta como una condenada y me dice que jamás ha pasado noches tan buenas como las que pasa conmigo.
– Mi marido me folla todas las noches, como ya habrás comprobado – me dijo – Pero sus polvos duran cinco o seis minutos y no me da tiempo a que me corra yo.

Tengo que decir que esta mujer es una diosa que me vuelve loco y pienso que va a acabar conmigo ya que, noche a noche, me deja totalmente seco. ¡Y yo que, con mucha suerte, echaba un polvo al mes como máximo! Ahora estoy recuperando todo el tiempo perdido y ojalá que dure mucho, aunque me mate a polvos.
Saludos para todos.

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