Relato erótico

Buenas vibraciones

Charo
1 de mayo del 2020

Su empresa abría una nueva sucursal en Tenerife y la enviaron allí para que la pusiera en marcha. No le hacía gracia alejarse de sus amigos y de su familia pero, no tuvo más remedio que aceptar. Le habían buscado una casa cerca de la playa y nada más cruzar la puerta tuvo buenas vibraciones

Amelia – Tenerife
Cuando mi empresa me trasladó a Tenerife protesté hasta que vi la casa que tendría que ocupar durante esos cuatro meses. La empresa había puesto a mi disposición un chalet adosado con varias plantas y garaje. Tenía un amplio salón pero lo que más me gustó fue que desde mi habitación se podía acceder al trastero por una escalera. Era un trastero en forma abuhardillada. Estaba vacío y solo lo usaba para tender a secar la ropa húmeda. En el techo tenía un tragaluz enorme y mi sueño romántico era hacer el amor viendo por él las estrellas.
La escalera se bajaba tirando de un gancho. Era de madera y caía con una leve inclinación, casi verticalmente. Allí era donde mi amante me ató desde el primer día, el día que nos conocimos y que me propuso un juego un tanto especial.
Para no hacerme daño, forró los peldaños con toallas y allí me ató las manos por encima de mi cabeza, de forma que mis brazos quedaron estirados. Para ese juego, me quitó los pantalones y me dejó solo con una amplia camiseta y la ropa interior. Luego soltó los corchetes del sujetador y mis pechos se precipitaron sobre el escalón golpeándome con suavidad. En esa postura, hizo reposar mis grandes tetas entre dos peldaños. Atada con los brazos hacia arriba, pude sentir cómo sus manos me recorrían entera. Primero mis curvas, luego mis partes femeninas siempre por encima de la ropa. Las caricias eran súper excitantes. Me gustó sentir cómo me sobaba los pechos por encima de la tela, cómo bajaban las manos hasta mis nalgas y se recreaban en mis glúteos.
Aunque estaba a mi espalda, me daba cuenta que las manos, al tocarme por encima de las bragas, iban descubriendo mis nalgas. Sus ojos se clavarían en ellas mientras sus dedos recorrían y exploraban ese nuevo territorio. Su mirada descubriría esos pequeños hoyitos en mi piel, esa celulitis que poco a poco iba creciendo en mis muslos.
Atada, medio desnuda, sin poder moverme, disfrutaba mientras las manos se introducían bajo la camiseta y subían por la espalda hasta volver a apoderarse de los pechos y jugar con los pezones. Me estremecía esa extraña sensación de no responder a las caricias que recibía, me encantaba sentir como, sin levantarme la camiseta, me sacaba las tetas de las copas del sujetador, como me las masajeaba, me las estrujaba con fuerza o acariciaba con dulzura haciendo levantar los pezones. Luego, cuando menos lo esperaba, volvía a metérmelas en el sujetador y volvía a sentir las manos perdidas por todo mi cuerpo.
Pronto vino lo de la venda en mis ojos. Él podría contemplar todo mi cuerpo y yo no, podría verme desnuda, mirándome obscenamente y yo no sabría nada de sus gestos, de sus miradas. Primero me levantó la camiseta y liberó completamente mis pechos, que quedaron así desnudos, caídos ante sus ojos. Me tuvo así unos momentos, inmóvil, sin tocarme. Sabía que estaba frente a mí mirándome fijamente, observando cada detalle de la forma de mis mamas. Las tengo grandes y ya un poco caídas por el tamaño y la edad pero, a pesar de eso, sentía cómo los hombres me miraban con deseo por la calle.

El saber que me miraba hizo que mis pezones se levantaran aun más y e sa turbación me hizo sentirme completamente desnuda. Me dejó así hasta que la tela fue cayendo suavemente hasta volver a cubrir mis pechos y luego vinieron los juegos.
Un suave pañuelo de seda fue subiendo por mis piernas, por dentro de mis muslos, me sacó de nuevo los pechos y me los acarició con el pañuelo, mientras mimaba miss pezones y mordisqueaba el lóbulo de mi oreja haciéndome estremecer. Un plumero con sus miles de hilos rozando mis pechos me puso la carne de gallina y cuando se internó entre mis pierna rozando el sexo, aun oculto tras mis braguitas, miles de cosquillas hicieron temblar mis carnes. Creí no poder resistirlo. Me fue tocando con diferentes objetos por todo mi cuerpo hasta que por fin, las manos me bajaron muy despacio las bragas hasta detenerse debajo de mis rodillas. Fui sintiendo la presión del elástico de las braguitas casi centímetro a centímetro sobre mi piel. Fui sintiendo centímetro a centímetro mi desnudez, hasta que se detuvo del todo. Con mi coño expuesto me sentí doblegada a sus caprichos.
Escuché el ruido de un encendedor, noté una fuerte calada y el humo estrellándose en mis pechos.
Sus miradas juzgarían mis formidables pechos, examinarían con detalle mi cuerpo, estudiarían mis secretas vergüenzas de mujer. Ahora sí presumiría de haberme visto absolutamente desnuda, podría describirme delante de cualquier hombre.
Me incomodó un poco su silencio. Era indudable que me estaba mirando, seguramente sus ojos estuvieran clavados en mi coño pero, de repente, la aspereza del cepillo redondo de púas recorrió mi cuerpo, bajó rodando por mi espalda, se movió atrevido sobre mis nalgas para bajar y subir mil veces por mis piernas, se internó audaz en el interior de mis muslos, sus púas metálicas se clavaron ligeramente en la base de mis pechos y sus tenues arañazos me sobrecogieron, sobre todo cuando peinaron el vello de mi pubis. Luego fue el frío metal del abre cartas el que tensó aun más mis sensibles pezones y la esponjilla del maquillaje acarició mi rostro.
Todos los objetos que caían en sus manos servían para deslizarse sobre mi piel causándome mil sensaciones placenteras, haciéndome desear que me desnudara del todo, que no le estorbara nada mientras jugaba con mi cuerpo. Aguardaba impaciente que me quitara las ataduras y así poder liberarme de la escasa ropa que tenía encima. Me hubiera gustado estar completamente desnuda para él, que no encontrara ningún obstáculo a sus caricias.
Disfruté hasta el último segundo cuando su varonil pecho, ya desnudo, se apoyó en mis desnudas nalgas y subió restregándose por mi trasero hasta sentir la punta de su verga dura rozarme. ¿Cuando se había desnudado? De repente volvió a subirme las bragas. Yo estaba muy húmeda y deseaba ardientemente que al menos con sus dedos me tocase el sexo y me quedé unos segundos pensando qué nuevo juego me esperaba mientras sus manos me recogían aun más la camiseta y me sacaba los pechos al aire.

Me imaginé qué aspecto tendría así, atada en una escalera, con la camiseta recogida entorno al cuello y los pechos asomando entre los peldaños. Me sentí un poco ridícula.
Noté su lengua lamer con suavidad uno de mis pezones, luego sus labios se apoderaron de él y comenzaron a succionar con fuerza. Sin utilizar las manos, su boca recorrió mis tetas excitándome aun más. Mis pezones estaban erguidos, tiesos, duros como guisantes, casi hasta me dolían de la excitación. Sin que sus labios descansaran ni un segundo, las manos se metieron entre los peldaños, tiraron de mi cuerpo, sentí el calor de su polla al lado del ombligo y gemí de gusto.
Una de sus manos se apoderó de mis glúteos y me acercó todo lo que pudo aunque los peldaños me aprisionaban impidiendo mi avance. Con la otra mano, dirigía su pene haciendo extraños dibujos sobre mi estómago. Sentía el sofoco de su sexo y cada vez deseaba más y más que ese pene se perdiese dentro de mí.
Lentamente, rozándome mientras me rodeaba, volvió a colocarse a mi espalda, sus manos fueron retirando un lateral de las braguitas hasta descubrir completamente mi coño. El elástico de las bragas me apretaba y me molestaba. Iba a decírselo y a pedirle que me las quitara, que me las arrancara si era necesario, cuando sentí un leve roce que me hizo callar. Sin ayudarse con las manos su polla recorrió todo mi sexo, resbaló dócilmente entre mis mojados labios, llegando en varias ocasiones a tocar mi botón más íntimo. Me ruboricé al notarse tan húmeda, al exhibirme tan empapada delante de un hombre.
Dueño ya de mi coño, empezó a meter y a sacar su polla sin concederme un segundo de respiro. El follarme con la ropa puesta, sin desnudarme del todo, era parte del juego.
Casi sin darme cuenta fui bajando y arqueando mi cuerpo todo lo que las ataduras me permitían. Buscaba que me penetrase más y más, ansiaba que me la incrustase profundamente, que me llegara hasta lo más íntimo de mi persona. Me sentía transportada y rendida por el place, me estaba entregando completamente a ese miembro que no podía ver y que perezosamente se fue hinchando más y más dentro de mí y la fuerza de los empujones fue creciendo al mismo tiempo. Con cada arremetida, mis gemidos aumentaban de intensidad hasta convertirse en jadeos. Sin tocarme para nada con las manos, estaba próxima a alcanzar mi primer orgasmo y lejos de avergonzarme de mis suspiros me sentía repleta.
Mi cuerpo solo reaccionaba al placer, mi sexo se entregaba como nunca y mi única preocupación era que no parara, que nunca se acabara. Y parecía no tener fin. La polla entraba en mí sin parar dándome más y más placer, empujando mi cuerpo, a veces con dulzura y otras con tanta fuerza que hacía que mis pechos se disparasen y al caer golpeasen suavemente contra el peldaño.
Pero no pude aguantar más y el orgasmo se apoderó de mí de forma brutal. Esa polla me dominaba por completo, me hacía gemir escandalosamente sin mostrar ninguna vergüenza.
El clímax de mi sexo me hacía temblar y él no paraba de metérmela una y otra vez hasta que mis espasmos hicieron que se le saliera. Apenas pude relajarme unos segundos pues volví a sentir su miembro cerca de las nalgas, su mano volvió a separar las bragas, oí el típico sonido del rasgar de la tela y no me importó, es más ojalá se las hubiera arrancado.

La presión de las bragas en mi cadera cedió un poco, me moví y sin buscarlo, hice que el pene rozase mi segundo agujero. El calor era delicioso. Fue accidental, pero pensé que si él lo quería, también por ahí sería suya. Mis jadeos insinuaron que si lo deseaba podía tomarme. No necesitaba ofrecérselo.
Un leve empujón fue suficiente y un tenue quejido mi respuesta, sorprendiéndome de la facilidad con la que entró en mí. No fue mucho, supuse que la mitad. Con ella dentro de mí, sin moverse, me abrió las nalgas con las manos y esperó unos segundos a que mi esfínter se acomodase a su presencia. Luego volvió a empujar y ahora si fue un poco más doloroso, pero no me importó. Se retiró despacio para inmediatamente volver a embestirme. Esta vez la noté toda dentro de mí. Sentí como me traspasaba el recto por entero y el placer me hizo gritar. Y siguió gritando con cada viaje. Gritaba como una loca incontrolada mientras mi amante me daba por el culo. No podía dominarme. No lo entendía. Le había conocido esa misma tarde. Ni tan siquiera le había visto desnudo y se estaba entregando como nunca lo había hecho con ningún hombre. Le estaba permitiendo cosas que no le permitiría ni a mi pareja. Incomprensiblemente había perdido el control y por primera vez en mi vida gozaba sin dominar mis sensaciones. Cuando la sacó, instintivamente intenté acercar mi cuerpo ofreciéndole mis dos agujeros. Que escogiera, toda yo le pertenecía. Podía tomarme como quisiera.
Esta vez fue mi coño quien recibió ese saludo tan especial. De nuevo volví a gemir y casi al instante un nuevo orgasmo, más fuerte que el anterior, se apoderó de mí dejándome sin fuerzas. Sus empujones cada vez eran más y más violentos, distinguía perfectamente cómo los testículos se detenían en mi entrada y además, según me iba dando, mis tetas iban dando golpes y él parecía disfrutar con ello. Para penetrarme con más fuerza, me agarraba las nalgas y tiraba de mí hacia atrás, las ligaduras me molestaban, pero no me quejaba, no podía, mi boca estaba ocupada gimiendo y era incapaz de articular otro sonido que no fuera el del placer.
Luego fueron mis tetas las que cayeron prisioneras de unos dedos salvajes que las estrujaban con fuerza. El cuerpo de él se tensó y con un rabioso empujón se introdujo por completo en mí. Fueron cuatro o cinco sacudidas, como cuatro o cinco latigazos y cada uno iba seguido de un fluido caliente que salía disparado contra mis paredes más íntimas y no pude evitar jadear mientras regaba el interior de mi coño, recibiendo con gusto su semen. Cuando se vació por completo dentro de mí, siguió dándome pequeños empujones y sus movimientos continuaron hasta que el pene, ya flácido, no pudo continuar. Aun así, permaneció unos instantes en mi interior acariciándome los pechos y besando mi cuello.

Luego, dulcemente se retiró de mí. Mientras fue al baño, yo me recosté como pudo en las escaleras buscando algo de reposo. Me sentía extenuada. Todo mi cuerpo me temblaba, era como si aun le notase dentro y al juntar un poco los muslos, sentí resbalar su semen entre las piernas.
Estas son las experiencias que viví en aquella casa de Tenerife, y que tan buenos recuerdos me proporciona ahora.
Besos para ti, Charo.

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