Relato erótico

Buena asesora

Charo
4 de agosto del 2020

Era el cumpleaños de su mujer y no sabía que comprarle. Su cuñada se ofreció para ayudarle a escoger algo. Quedaron en su casa y…

Ángel – TARRAGONA
Querida Charo, todo ocurrió hace unos años en verano, sobre julio, cuando más apretaba el calor. Lo cierto es que lo que pasó y con quien fue es algo que ni a ella ni a mi hemos querido comentar jamás.
Mi mujer tiene una hermana más pequeña que ella, se llevan cuatro años. Cuando empecé a salir con mi mujer, que esta buenísima por cierto y además es maravillosa, yo tenía unos 19 y ella 17, así que su hermana pues solo era la niña pequeña. Luego con el tiempo hicimos una enorme amistad, pero ya digo, siempre la vi como la niña que era.
Sobre mediados de julio de aquel año, un día como tantos otros, quedé con Julia, que así se llama la hermana, para ir a comprarle un regalo a mi mujer. La chica estaba recién salida de la ducha cuando llegué a su casa y como teníamos tantísima confianza nos pusimos charlar sobre el regalo y tal, pero sin poder evitar excitarme por el hecho de que ella solo llevaba una minúscula toalla que la cubría desde justo debajo del coño y apenas le tapaba las tetas. La verdad es que yo jamás me había fijado pero ahora veía que la chica tenía unas tetas casi tan grandes como mi mujer. A pesar de todo, intenté disimular y seguimos hablando sobre el regalo.
Ella, por aquel entonces, tenía ya 20 años y yo 29. Pues bien, como digo charlamos sobre el regalo, me ofreció café y nos fuimos a la cocina. Julia estaba tan pancha con su toallita y dándole a la lengua, pero yo solo pensaba en otra cosa.
Me sentía violento, no paraba de mirarla hasta que, como es natural, ella se dio cuenta que mi atención hacia ella no era como siempre. Bromeó y me ofreció una ducha, también en broma, para enfriarme pero yo me hice el gallito y le dije que era una cría y que yo estaba loco por mi mujer. Ella añadió que también la quería mucho y que lo nuestro era amistad muy “profunda”, y nada más.
Así quedó la cosa pero luego yo la invité a comer a casa al mediodía. Para mi era fácil pues yo trabajaba de vendedor y no tenía horarios fijos y También hay que decir que, con lo cachondo que me puse, solo pensaba irme ya a casa y follarme a esa mujer. Lo siento pero eso pensaba, aunque me sentía culpable. Pero me dije que más vale arrepentirse que no hacerlo.

Así que quedamos a la una en mi casa y mientras mi mujer llegaba del trabajo, nos pusimos de nuevo a bromear, ahora sobre las tetazas que ella tenía. Una de las veces Julia se las cogió con las dos manos y me dijo, mientras se las sobaba en cachondeo:
– ¿Te gustan, cielo?
– Naturalmente – le contesté – deben ser preciosas.
Ni corta ni perezosa, se sacó una, para que la viera y entonces yo, ya ciego perdido, le dije:
– Eso hay que catarlo, pues sino, quien sabe como son en realidad – le dije.
Ahí la noté un poco viciosilla, pero seguimos bromeando hasta le agarré la que aún estaba tapada y le dije:
– Esta también parece grande.
En ese momento, lanzó un gemido como de placer por lo que yo se las cogí, le empecé a chupar los pezones como un energúmeno y le cogía el culo con las dos manos. Julia es una preciosidad, es rubia natural y sus medidas 90.56.85, lo sé porque otra vez en que nos vimos me entretuve en medirla, e incluso le medí el coño por dentro. Cada vez que pienso en ella me crece la polla y eso que ahora hace años que no folló con ella. Era lo más, dulce, fuerte, guapa y fogosa. Me volvía loco, solo siento haber perdido su amistad, pues yo estoy loco por mi mujer, que jamás se ha enterado de lo que pasó. Julia y yo así lo decidimos, por el amor que le tenemos.
Bueno, después de sobarnos y besarnos como locos, nos pusimos a cocinar sin rematar la faena, pues mi mujer estaba al llegar. La tarde eso sí que fue un pasote. Con motivo del calor que hacía, después de comer me duché y me puse un pantaloncillo de esos de verano, tope fino y muy corto, pues yo iba a por todas. La muy puta convenció a mi mujer de dormir la siesta y con las bromas, mi mujer se duchó, se quedó solo en tanga, con el rollo que son hermanas, y yo con el rollo de la confianza, pues me metí entre las dos, a cual más buena. Empecé a comerle la boca a Raquel, mi mujer, y ella me decía:
– ¡Cariño, que está mi hermana!

– Es igual, es de confianza – le contestaba yo riendo.
Pero eso sí, mi mujer enseguida se quedó frita. En ese momento, María que sí que llevaba su camisón de verano, estaba a dos dedos de mi, como olvidando el tema. La cogí del culo, se lo sobé a gusto como a mi me gusta y le meti primero un dedo en el agujero de su culito y con la otra mano, sin mirarla a la cara pues tenía a Raquel delante, empecé a sobarle los labios del coño, hasta que me preguntó:
– ¿Qué duerme Raquel?
No le contesté y ella, cuando empezó a gemir, me dijo que yo era un putero, a lo que le contesté que no, pues no lo soy. Solo con ella he sido infiel a mi mujer. Y porque me vuelve loco. Luego la atraje hacía mi sin soltarle la raja, que estaba totalmente mojada. Nunca mi mujer ha tenido tanto líquido en el chocho como esa hembra que es mi cuñada.
Cuando yo tenía la polla de acero y ella el coño empapado en agua de deseo y los pezones duros, menudos pezones que tiene la puta, recuerdo que casi la cogí en volandas por las piernas, toda abierta, y me la llevé al salón mientras ella me decía:
– Esto no está bien, cielo, no está bien – pero me apretaba contra su cuerpo me besaba, me abrazaba.
Echamos dos polvazos seguidos, los mejores de mi vida, y para relajarnos nos acostamos de nuevo al lado de Raquel, y en ese momento, ya sin teatros, le metí el dedo en todo el coño, que digo el dedo, la mano entera a mi a mi mujer y le hice una paja tan exagerada que se despertó del placer.

Esa fue la primera vez que me tiré a mi cuñadita, y ya te digo, cada vez que me acuerdo de ella, tengo que follarme a mi mujer o pajearme. Es algo muy caliente y fabuloso que ojalá suceda más veces.
Saludos y hasta otra.

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