Relato erótico

Buena anfitriona

Charo
3 de noviembre del 2019

Su marido la llamó y le dijo que había invitado a cenar a dos ejecutivos de una empresa con la que tiene negocios y que, por favor, preparara un buen aperitivo y una buena cena. Por supuesto que fui una buena anfitriona.

Rosana – Marbella
Mi marido es un hombre de negocios, siempre hace viajes y cuando está en la ciudad, por lo general invita a clientes a nuestra casa a cenar. Tenemos sexo, del llamado común, sin muchas exigencias y bastante aburrido. Soy una mujer de 45 años, muy bonita, muy bien conservada para mi edad y suelo masturbarme muchas veces, ya que él, mi marido, no satisface mi vida sexual.
Mi marido me llamó un mediodía y me dijo que había invitado a dos ejecutivos de una multinacional, que debía preparar una cena espectacular y ser la mejor anfitriona. A eso de las nueve de la noche ya estaba preparada y vestida para la ocasión. Me puse un vestido negro, liso, apretado, pero no mucho, aunque lo que sí tenía era un escote generoso, ya que tengo pechos grandes y quería lucirlos, también disfruto de las miradas de deseo de los hombres. Eso me da mucho morbo y hasta me excita.
Cuando abrí la puerta y allí estaba mi marido y los dos ejecutivos, los tres charlando muy amenamente. Los invité a pasar, mi marido me los presentó y ambos besaron mi mano, como dos caballeros, pero uno de ellos, me pasó la lengua disimuladamente, cosa que me hizo estremecer y excitarme más de la cuenta.
Los hice a pasar a la sala para tomar un aperitivo, mi marido se sentó a mi lado izquierdo, otro frente a mí y el que me besó la mano “con lengua”, a mi lado derecho. Me sentía muy cómoda teniéndolo a mi lado y pensaba que era una lástima que no estuviéramos solos los dos y creo que él intuía lo que pensaba, ya que con mucho disimulo, extendió su brazo por el sillón y haciéndose el distraído apoyaba sus dedos en mi hombro, o sin querer me rozaba las piernas. Yo estaba en las nubes con ese jugueteo cómplice.
Pasamos al comedor a cenar, mi marido iba adelante, detrás iba yo, con este señor que me acariciaba cuando nadie lo veía. Mi marido se sentó en la punta de la mesa, yo a su lado derecho y los dos hombres al izquierdo, cenamos, bebimos cava, charlamos, nos reímos, realmente la pasábamos muy bien, se había hecho bastante tarde y se desató una tormenta muy fuerte, así que mi marido dijo:
– Teresa, no podemos dejar que nuestros amigos se vayan con la que está cayendo. ¿No crees que podrían quedarse a dormir?
– Claro que si, por suerte tenemos una habitación para cada uno y además están preparadas para ocuparlas.
– Entonces no se hable más, amigos os quedáis a dormir aquí, mañana, después del almuerzo, os llevaré personalmente al aeropuerto.
En ese momento fue cuando tomé la decisión de hacer dormir a mi marido y ya no había quién me echara atrás, así que me levanté y dije:
-Voy a preparar un café irlandés que es mi especialidad, nadie se resiste a ese café.
Fui a la cocina, pero antes pasé por el baño y cogí dos pastillas del herbolario que utiliza mi marido para relajarse y para dormir. Las pondría en el café y tendría el camino libre. Mientras preparaba el café oí que Jaime, que así se llamaba el más atrevido, le decía mi marido:
– Voy a ayudar a tu señora a traer el café.

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Yo estaba en la cocina esperando que viniera, que me tocara, y eso se hizo realidad. Se acercó por detrás, me acarició la espalda y apoyando todo su cuerpo en el mío me dijo:
– No puedo soportar las ganas de tenerte en mis brazos, de lamerte de punta a punta, ¿podrás en algún momento sacarte a tu marido de encima?
Me di la vuelta, le di un beso en plena boca, jugué con mi lengua en sus labios, retrocedí un poco y le mostré las pastillas que llevaba en mi mano.
– Eres una golfa – exclamó riendo
Mi marido se tomó el café, pero al poco rato nos dijo que estaba cansado. Entre el trabajo, el cava y las pastillas, decidió acostarse. Por fin mi momento tan ansiado había llegado. Llevé a los invitados a sus habitaciones, que se comunican entre si por una puerta interna. Yo esperaba que Alfonso, que así se llamaba el otro se fuera a su habitación, pero Jaime me tomó en sus brazos y entonces dijo:
– ¿Quieres acción? Pues los dos estamos dispuestos a darte lo que quieras, ¿qué es lo que más quieres?
– Quiero mucho sexo, y mucha lengua, lo que más me gusta es la lengua – repliqué.
– Eso tendrás, dos lenguas, para darte felicidad y lo que quieras de los dos.
Entre los dos me desnudaron y yo desnudé primero a uno, luego a otro. Uno empezó a lamerme la espalda, el otro los pechos, los pezones, que chupaba y mordía, mientras yo acariciaba a los dos juntos. Estaba muy caliente, muy salvaje, lo único que quería era tener sexo y del bueno, y para gloria mía, tenía a dos hombres a mi disposición.
– ¡Quiero esas dos lenguas en mi coño! – dije de pronto.
Rápidamente me tiraron sobre la cama, abrieron mis piernas y uno empezó a chuparme suavemente el chocho, pasó su lengua por mi clítoris, suave, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, en círculos, mientras yo, que me moría de placer, tomé la verga del otro y comencé a mamarla como una loca, aunque su tamaño era descomunal, nunca me imaginé que la tuviera tan grande y gruesa. Y el otro seguía chupándome y yo pidiendo que no parara, que me gustaba mucho, que siguiera.
– ¡Aaah… aaah, más, más… sigue así… aaaah… quiero más…!
Así tuve mi primer orgasmo y mis líquidos vaginales salían al por mayor. La mitad de mi cuerpo estaba sobre la cama, una de mis piernas sobre el hombro de uno, que me seguía chupando el coño, mientras el otro comenzó a acariciarme los pechos y puesto en cuclillas detrás de mi cabeza, me decía:
– ¿Quieres lengua?, aquí la tienes
Empezó a lamerme el cuello, los pechos, los pezones, mientras el otro seguía con mi clítoris. Así tuve un nuevo orgasmo. Lo que más me calentaban eran esas lenguas, pero aún más saber que mi marido dormía en la habitación de enfrente.

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Eso me hacía tener un placer hasta ahora desconocido para mí. Cuando terminé mi tercer orgasmo, ellos aún no habían tenido ninguno porque lo único que hicieron fue darme placer con sus lenguas.
Entonces Alfonso se recostó en la cama con la polla grande, gorda, erecta como un mástil, y yo de rodillas, empecé a chuparla con desesperada locura, mientras el otro introducía su lengua en mi ano. Me metía su lengua, la quitaba, metía uno de sus dedos, luego dos, y nuevamente su lengua, y así no sé cuanto tiempo, ya que perdí la noción.
En un momento que yo esperaba nuevamente sus dedos en mi ano ya dilatado, me metió su verga tiesa. Este la tenía más pequeña, pero muy dura, por lo que cuando introdujo la cabeza, sentí un pequeño dolor, pero era tan grande el placer que le pedí que la metiera del todo y que me follara como nunca nadie lo había hecho. Jaime, al oír lo que decía yo, se excitó tanto que me metió la polla en la boca, y se la mamé como nunca. Mientras uno me follaba por el culo yo se la chupaba al otro. Me sentía la puta más grande, y eso me calentaba más, y mi marido durmiendo.
Los tres explotamos en un orgasmo simultáneo, uno se corrió en la boca llenándome de leche y el otro me llenó el culo.
Para mi sorpresa, pude ver que los dos seguían con la polla tiesa y luego me confesaron que ambos habían tomado una pastilla en el baño de mi casa porque tenían planeado tener sexo varias horas conmigo. Eso fue después que me conocieron y vieron lo aburrido que era mi marido. Se dieron cuenta que yo era una mujer necesitada de sexo, y les agradecí ese gesto.
Entonces fui a buscar una botella de cava, pero antes pasé por la habitación y vi al pobre cornudo de mi marido durmiendo como un angelito. Nos sentamos en un sillón de la misma habitación de huéspedes, a tomar unas copas, yo en medio, y siguieron los besos de a tres. Mientras se la chupaba a uno, el otro me lamía la espalda, los muslos, los pies y al rato se la chupaba al otro y el otro me metía sus dedos en mi coño. De pronto Alfonso me preguntó si de verdad quería mucha lengua y yo les dije que si, que adoraba el sexo oral, entonces uno se recostó en la cama, yo me puse en cuclillas y le puse mi sexo en su boca mientras el otro me chupaba el ano, así estuvimos hasta que me corrí nuevamente. Ellos parecían estar dispuestos a darme mucho placer y eso era lo que quería.
– Ahora – les dije – quiero que me jodáis los dos a la vez, uno por delante, otro por atrás, pero antes quiero chupároslas un rato a cada uno.
Eso hice, una buena mamada a uno mientras masturbaba al otro, y viceversa, y en un momento dado, no sé como lo hice, pero me metí las dos vergas en la boca. Me encantaba hacer eso. Luego me puse a cuatro patas, uno me penetró por atrás, el otro lo hizo por delante y el que lo hizo por delante no paró de chuparme los pezones y las tetas, y el de atrás me tocaba el clítoris.

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Todo eso daba más placer y no se las veces que me corrí, lo que sí sé es que fue una noche llena de sexo y buena onda entre los tres, no parábamos de follar, de chuparnos y ser felices.
Los tres después nos bañamos juntos, ellos me enjabonaban y me acariciaban y seguían dándome lengua como yo les pedí, no pararon de chuparme, los dos a la vez, y eso fue encantador.
Cerca del mediodía, mi marido se despertó y me dijo que había tomado demasiado cava, que era un papelón y se enojó conmigo porque yo no lo había despertado para llevar a los hombres al aeropuerto.
– Cariño, no seas injusto conmigo, te vi tan dormido que decidí dejarte descansar, sé que el día de ayer fue de mucho trajín para ti, y los llevé al aeropuerto en mi coche, después de darles el desayuno y almuerzo.
– Querida, mi cielo, discúlpame, eres tan buena anfitriona, gracias por ser así.
Lo que él ignora, es que no solo fui una buena anfitriona por la noche, también lo fui en el desayuno y ni os cuento lo del almuerzo.
Pero eso lo haré en otro momento, ahora estoy agotada de tanto sexo de a tres. Y desde ya os digo que creo que es el único sexo que haré a partir de hoy, lógicamente sin que mi querido maridito se entere.
Besitos, querida amiga.

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