Relato erótico

Buen viaje

Charo
24 de julio del 2020

Por temas laborales estaba viajando. De pronto el coche se le averió y tuvo que dejarlo en el mecánico de un pueblecito maravilloso. Llamo a su mujer y le dijo que se quedaba hasta que se lo arreglaran. Pregunto si le podían recomendar alguna pensión para pasar la noche y vaya si “paso” la noche.

Pedro – Aviles
Bueno, amiga Charo, la verdad es que nunca pensé que enviaría un relato a una revista, sobre todo tratándose de un relato erótico, más bien pornográfico, sobre un caso que me sucedió en un viaje, pero el caso es que me puse a escribir como el que no quiere la cosa y al final cuento toda la historia.
Viajaba por el interior de Galicia en dirección a Asturias por motivos de trabajo cuando de pronto el coche dijo basta y me dejó tirado a la entrada de uno de esos pueblos singulares de Orense, que son idílicos por muchas cosas y para mí motivo de grandes recuerdos. Lo abandoné en la cuneta y me dirigí al pueblo para pedir ayuda, pues todavía no estaban tan extendidos los teléfonos móviles, con tan mala suerte que al ser viernes tarde-noche, los talleres ya estaban cerrados y sin posibilidad de reparar el coche hasta el lunes. Mi seguro tampoco cubría la retirada por la grúa y se me ponía todo en contra.
Llamé a mi mujer y le comuniqué la mala nueva y que pensaba quedarme a dormir en alguna pensión, para reparar el coche el lunes e intentar llegar a casa lo más rápido posible, eso suponiendo que se pudiera reparar in situ. Me senté en una terraza a tomar una cerveza y le pregunté a la camarera, después supe que era la dueña del local, si sabía de algún sitio para dormir. La señora era de mediana edad, de pueblo sin complejos, con grandes pechos y un culo de impresión, que me dio la sensación de que me miraba el paquete más de la cuenta, pero tampoco le di mucha importancia, aunque pensé que no me importaría hacerle un favor esa noche. Además, como hacía bastante calor, llevaba un escote que mostraba un canalillo muy apetecible que no se preocupaba de esconder y debajo del vestido no llevaba más que las bragas, por que se le transparentaban las piernas perfectamente. Me envió al kiosco de la plaza, pues la señora que lo regentaba sabía quien alquilaba habitaciones y me facilitaría la información necesaria.
Llegué al kiosco y me encontré con una rubia de unos cincuenta años, con un escote tan generoso como el de la posadera, con el pecho lleno de pecas, un culo generoso y firme, unas piernas bien formadas y muy bonitas y una cara que decía, cómeme, labios carnosos, pintados de rojo, cara bien maquillada, ojos perfilados de negro para darles una mirada más afilada, cejas perfectas y haciendo todo ello un conjunto que me puso la polla a cien en un momento. Si la kiosquera no buscaba guerra, no lo disimulada nada bien. Le pregunté si sabía de alguna casa que alquilara habitaciones y me dijo que una amiga suya, en las afueras del pueblo, justo en la dirección que me había dejado tirado el coche, alquilaba habitaciones, pero solo a señores distinguidos, pues vivía sola y no quería líos ni historias desagradables.

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Le pregunté si no le importaría llamarla para preguntarle si me aceptaba dos o tres noches en una habitación con baño y después de colgar el teléfono me indicó que me dirigiera a casa de su amiga, que me alojaría sin problemas, pues había dado buenos informes de mí.
Llamé al picaporte después de un paseo de diez minutos en una casa alejada cien metros de la carretera donde estaba mi coche y me abrió la puerta una hembra impresionante que me dejó con la boca abierta, más que nada por la impresión de encontrarme con algo que no esperaba, que otra cosa. Tenía unos cincuenta y cinco años mas o menos y llevaba un vestido corto, muy corto, que dejaba al descubierto unos muslos rotundos, bien torneados, rematados con unos pies delicados calzando unas sandalias de esparto, de tacón alto, con tiras de tela anudadas alrededor del pies, lo que le daba un aspecto de diosa griega, el talle perfecto, con una cintura de jovencita y un poco más arriba, el mejor par de tetas que había visto en mi vida, y ojo que mi mujer calza un 130 de talla de sujetador, altivas, enormes, tiesas y desafiando la ley de la gravedad, marcando los pezones sobre una tela que se rompería de un momento a otro por la presión de esos maravillosos pechos. Un cuello largo, sin una sola arruga, hermoso y con un colgante en forma de supositorio, que se le metía por el canalillo donde a mi me gustaría meter la lengua y lamer y chupar hasta la extenuación. Una cara preciosa, de mujer con experiencia, con una mirada profunda, muy dulce y unos labios de ensueño. El cabello negro azabache, largo y ondulado, bien peinado y muy brillante.
Me invito a pasar al salón y me hizo sentar para explicarme las condiciones, me cobraba 30 euros por noche, con el desayuno aparte y las comidas y cenas tenía que hacerlas en el pueblo. Baño caliente incluido y me lavaría la ropa que necesitara por un módico precio. Acepté de inmediato y le pedí que me enseñara la habitación. Desde que entré en la casa no le había quitado el ojo y ya me la imaginaba haciéndome una mamadita antes de clavársela en su extraordinario culo mientras le mordía los pezones y chillaba como una zorra. Fui al coche a buscar mis cosas y me dispuse a darme una ducha, momento en el que ella me dijo que como le había sobrado comida del medio día, me invitaba a cenar en casa. Acepté gustoso y le dije que después no saldría, que si me lo permitía, me gustaría ver un poco la televisión en su salón. No sé si lo esperaba, pero le gustó mucho mi proposición y cuando salí del baño, ya tenía la mesa del salón preparada enfrente de la televisión, con una botella de Ribeiro y un pan gallego de esos que no te cansas de comer.
Vimos el telediario y después nos aburríamos buscando un canal que tuviera algo decente que ver, sin mucho éxito. Hacía un calor tremendo y las dos botellas de Ribeiro que nos habíamos bebido hacían su efecto cuando Maruja, así se llama, se levantó disculpándose y diciéndome que como tenía mucho calor, se iba a cambiar el vestido por otro más vaporoso y que traería una botella de orujo para rematar la noche. Yo seguía zapeando y pensando lo bien que estaríamos en la cama follando cuando se presentó con la botella de orujo y un par de vasos y con un vestido tan vaporoso que se le escapaban las carnes por todos los sitios.

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No se le escapó mi mirada de satisfacción y me dijo que me pusiera cómodo, que el pantalón y la camisa que llevaba me iban a asar de calor y que me acomodara como si estuviera en mi propia casa. Me fijé en ella cuando servía el orujo y le vi las tetas en toda su plenitud, con los enormes pezones al alcance de mis ojos, agachada como estaba enfrente de mí para servir el aguardiente, con un vestido blanco de lino que cualquier puta utilizaría para conseguir clientes en un club. Me levante del sofá disculpándome para ir a la habitación a cambiarme la ropa por un bañador tipo slip, muy corto, que llevaba en la maleta, de color negro y que marcaba mucho el paquete, pues de perdidos al río, y una camiseta blanca, sin mangas que dejaba ver bien mis brazos y parte del pecho, que sin ser muy musculoso, sí era atractivo. Cuando me vio aparecer en el salón, silbó y me dijo:
– ¡Tío bueno!
Yo me lo tomé como un piropo sin más intenciones y me senté en el sofá otra vez. Maruja entonces me dijo:
– Como no hay nada en la televisión, buscaré un video, pues es temprano para irnos a dormir y el orujo entra solo.
Se puso de rodillas frente a mí, había retirado la mesita donde cenamos y me mostró el par de nalgas más cachondo que he visto en mi vida, con la tira de unas braguitas que apenas tapaban el pedazo de chocho que tenía la muy golfa y hasta se adivinaba el ojete. Se dio la vuelta de repente y me preguntó si me gustaban las pelis eróticas. Naturalmente asentí y me dijo que pondría una que le gustaba mucho. De erótica nada, me puso una peli de porno duro, con el argumento de una señora entrada en años que daba clase en un instituto y se follaba a todos los alumnos que le gustaban. Yo la miraba por el rabillo del ojo metiéndose la mano en la entrepierna y le pregunté, armándome de valor, si no le importaba que me pusiese más cómodo. Los lectores deben de entender que si bien las ganas de follar eran inaguantables y parecía que me lo ponía a huevo, yo temía que fuera una calientapollas y a la mínima me pusiera de patitas en la calle, eso si no llamaba a la guardia civil y me denunciaba por acoso o algo peor. Me contestó que me considerará como en casa y me quite la camiseta.
Ella, entonces, decidió cambiar la cinta de video, pues me dijo que la mejor escena era la primera y luego la peli carecía de interés y se dispuso a cambiarla por otra, con lo que se volvió a poner de rodillas para enseñarme el coño y ya no me pude aguantar más y me quité el bañador, sentándome en el centro del sofá, diciéndole alto y claro:
– Maruja, mira a ver si te gusta más el video que tengo entre las piernas.

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Ella se dio la vuelta, viéndome con la polla en la mano, completamente erecta, brillante y totalmente dispuesta para la guerra, diciéndome que ya era hora de que cogiera el toro por los cuernos, riéndonos los dos de la ocurrencia al contestar yo que cogería a la vaca por las tetas. Todavía arrodillada, se acercó a mí y comenzó a mamármela despacio, pasando la lengua de arriba abajo, metiéndose las bolas en la boca, pasándome la lengua por la punta del capullo sin prisa, provocándome el delirio. Cuando decidió que ya estaba bien engrasada, se sentó encima de un golpe, sin darme tiempo a meterla despacio, como a mi me gusta, y se dedicó a cabalgarme metiéndome las tetas en la cara para que le mordiera los pezones, de un centímetro de longitud, que no me cansaba de morder mientras me cabalgaba con un ímpetu digno de una mujer mucho más joven. Esta claro que me quedaba mucho que aprender de las mujeres maduras.
Me corrí como un loco, inundándole el coño de leche mientras que me gritaba que no parara, llamándome cabrón y metiéndome la lengua hasta la campanilla. En los pocos momentos que tenía la boca sin ocupar, yo la llamaba zorra, puta y todo lo que se me ocurría, lo que le provocaba más todavía. Después del primer polvo nos fuimos a la cama y me dediqué a comerle el chocho, sin olvidarme de pasarle la lengua por el culo, y por el canalillo que discurre entre los dos agujeros, pues sé por mi mujer y por otras mujeres que me follo, que les vuelve locas. Me subí encima de ella para montarla y en última estancia me decidí por el culo, lo que ella celebró comenzando a hacerse una paja mientras yo iba embocando el ojete y clavándosela poco a poco en el negro agujero, que estaba seguro de que no sería la primera vez que se la clavaban por allí, pues entraba con bastante facilidad.
Cuando empezó a correrse, me tiré sobre ella y comencé a meterle la lengua en la boca, para besarla con pasión mientras le estrujaba los pezones en los dedos, se los mordía a placer mientras me pedía más y me volvía loco metiendo la cara entre semejantes montañas de carne. La corrida fue sensacional y nos fuimos los dos a la vez, quedándonos dormidos, extenuados del placer. Cuando me desperté estaba solo en la cama y Maruja preparaba el desayuno para recuperar fuerzas y prepararnos para el que sería el fin de semana mas increíble de mi vida junto a una mujer que amaba el sexo por encima de todas las cosas.
En una próxima carta contaré como terminó todo y la relación que tengo todavía con ese pueblo orensano que me hace empalmar de gusto cuando me acuerdo de los buenos momentos que paso allí.
Un saludo para todos.

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