Relato erótico
Buen despertar
Abrió la puerta pensando que era una amiga y se encontró con dos “yogurines” que hacían una encuesta. La pillaron durmiendo ya que era sábado y no trabajaba. Primero pensó en no dejarlos entrar, pero…
Pilar – MADRID
Amiga Charo, un sábado, cuando sonó el timbre aún estaba en la cama a pesar de que eran más de las once. Creí que sería mi amiga Tere y salí a abrir en camisón, medio dormida, dispuesta a reprocharle su intempestiva visita, pero en el umbral aparecieron dos jovencitos con carpetas que al parecer iban haciendo encuestas. Adormilada y sorprendida no acerté a inventar una excusa con que negarme y los hice pasar al salón para contestarles la maldita encuesta.
Me despabilé un poco y los observé mejor. Tendrían unos veinte años, muy apuestos los dos y debían ser universitarios que se ganaban algo de dinero con ese trabajo los fines de semana. Iniciaron las preguntas del cuestionario desplegando sobre la mesita un montón de tarjetas y muestras de productos de limpieza del hogar. No soy nada fanática de la limpieza pero empecé a responder lo mejor que pude a sus exhaustivas preguntas sobre mis experiencias y pautas de consumo con detergentes, lavavajillas y otros productos de ese tipo.
En el capítulo de los limpia-cristales me pareció que me miraban de una forma extraña, con insólito interés. Enseguida reparé en que solo llevaba encima las zapatillas y un cortísimo camisón blanco que apenas me cubría la parte superior del muslo. Además, la tela era tan sutil que, con la luz del sol de la mañana, se clareaba dejando entrever el contorno de mis pechos. Mis oscuros pezones se transparentaban y una oscura sombra se evidenciaba a la altura de mi vello púbico.
La situación me divertía y me halagaba profundamente. Aunque estaban bastante cortados demostraban una gran educación intentando no mirarme con descaro, sobre todo Alberto, el más bajito. Pero la tentación era demasiado fuerte y cada vez que levantaban la vista del papel me lanzaban unas breves pero intensas miradas furtivas. Yo sabía que no podían evitarlo y cada poco les facilitaba la maniobra desviando la vista al techo como si pensara la respuesta unos instantes que ellos aprovechaban para clavar con ansia sus ojos en mi cuerpo que se insinuaba desnudo bajo el vaporoso camisón semitransparente.
Aquellas miradas escrutadoras parecían traspasar el etéreo tejido y me hacían sentirme como si estuviera totalmente desnuda y pronto noté un intenso cosquilleo en el vientre y un extraño afán exhibicionista que se apoderó de mí. La peripecia me encantaba y en mi casa me sentía segura. El desafío ante esos dos jovencitos azorados era tan tentador que decidí que podía permitirme llevar la provocación un poco más lejos. Les ofrecí café y cuando aceptaron crucé todo el salón contoneándome insinuantemente con un escandaloso movimiento de caderas. Estaba segura de que el tenue camisón clareaba la redondez de mis nalgas y al alejarme sentí sus miradas recorriéndome las piernas para clavarse con fuerza en mi trasero. Luego, al colocar y servir las tazas, me incliné sobre la mesita sin ninguna precaución con aparente descuido. Mi generoso escote les ofreció una completa y provocativa visión de mis pechos desnudos.
No podían ocultar su azoramiento y nerviosismo. Intentaban desviar la mirada y pretendían simular que no se daban cuenta. Yo estaba disfrutando tanto de la situación que decidí llevar aún más lejos mi maquinación. Me senté en el sofá frente a ellos y, fingiendo distracción, dejé las piernas ligeramente abiertas. Lo suficiente para que mi cortísimo camisón les permitiera vislumbrar levemente la oscura mata del rizado vello de mi sexo desnudo.
Su turbación se convirtió en verdadero desasosiego. No conseguían leer una pregunta completa sin que sus ojos se evadieran del cuestionario para concentrarse unos segundos en mi entrepierna La escena me enardecía por momentos y el cosquilleo que sentía en el vientre se hizo más intenso y profundo. No podía dominar el extraño deseo de exhibirme ante ellos que me invadía. Mis rodillas se fueron separando muy lentamente por sí mismas, forzando a mi escueto camisón a deslizarse hacia arriba por mis muslos.
Terminé con el bajo de la prenda arrugado casi en las caderas y con las piernas convenientemente abiertas para que pudieran disfrutar una completa panorámica del oscuro vello de mi pubis desnudo. Aunque yo intentase simularlo manteniendo una actitud aparentemente despreocupada, era evidente que esa obscena postura no era fruto del descuido. La persistente e impúdica exhibición de mi sexo representaba una clara y deliberada provocación por mi parte que acabó por motivar un radical cambio de actitud en ellos.
Dejaron de preguntarme e interrumpieron la encuesta. En un completo y desafiante silencio, ambos mantuvieron sus ojos clavados en mí con atrevimiento, como devorándome con sus miradas penetrantes. Me mantuve inmóvil con una cándida e inocente sonrisa pintada en mi cara. Aquella forma de contemplarme intensificó mi excitación y agudizó el capricho de exhibirme. Una creciente humedad se iba formando en mi entrepierna, principal objeto de su atención. No pude evitar mirarles a los ojos con insinuante descaro sin que ellos desviasen sus miradas desafiantes. Si esperaban que me intimidase se equivocaron porque, en lugar de retraerme, decidí abrirme definitiva y completamente de piernas ante ellos. Cuando divisaron los rosados labios de mi sexo que destacaban palpitantes entre la tupida y rizada mata de moreno vello púbico, sus corazones se aceleraron y el ambiente se cargó de una lujuriosa sensualidad. Transcurrieron unos momentos de indecisión. Cruzaron miradas dubitativas entre ellos. Dibujé una sonrisa de pícara satisfacción y me humedecí los labios con la lengua lo más sugerentemente que pude, en un gesto lleno de lascivia y voluptuosidad. Y aquello fue el detonante final que les hizo vencer cualquier atisbo de duda.
Carlos, el más alto, vino junto al sofá. De pie a mi lado se abrió la bragueta para liberar una enorme verga rígida que saltó como un resorte y quedó apuntándome enhiesta y desafiante a escasos centímetros de la cara. La miré con gula y nada más propinarle el primer lengüetazo de arriba abajo, Alberto se sentó junto a mí y comenzó a acariciarme ansiosamente los pechos sobre el camisón. Me introduje con glotonería el formidable miembro en la boca y empecé a lamerlo y a chuparlo con fruición, metiéndolo y sacándolo y propinándole enérgicas caricias con la lengua. Alberto me estaba deleitando con un hábil magreo en las tetas y me pellizcaba suavemente los pezones hasta que me agarró las piernas y me fue desplazando para dejarme tumbada sobre el sofá. Acabé echada boca arriba con el camisón arrugado a la altura del sobaco, las piernas totalmente abiertas y aferrada a la formidable polla de Carlos que palpitaba entre mis labios.
Alberto inició una serie de variadas y suaves caricias de su lengua por mis pechos mordisqueándome los pezones para bajar luego hacia mi sexo.
Aquellas deliciosas lamidas recorriendo mi raja me volvieron loca de deseo. Carlos, que jadeaba enardecido, hundía su verga hasta mi garganta mientras la lengua de Alberto se esmeraba en sus insuperables lamidas incidiendo con destreza en el clítoris causándome verdaderos espasmos de placer.
Sentí en mi boca como la polla de Carlos vibraba y se estremecía con los estertores previos al orgasmo e intensifiqué la succión sobre el glande con el máximo ardor. Los lengüetazos sobre mi clítoris se habían vuelto irresistibles y su lengua penetraba dulcemente en mi chocho provocándome una deliciosa sensación de goce que me hacía temblar de placer. Jadeando entre espasmos, tras dos fuertes convulsiones, Carlos llegó al orgasmo. Estaba tan concentrada en mi propio goce que el primer disparo de semen me pilló desprevenida. La potente ráfaga impactó con fuerza en mi mejilla formando un cálido reguero de leche pastosa que resbalaba como un torrente goteando sobre mis tetas. Conseguí atrapar el miembro con los labios y metérmelo en la boca justo a tiempo para que la segunda erupción se estrellase contra mi paladar. Succioné con fuerza la palpitante verga mientras vomitaba con profusión una inmensa cantidad de esperma que me llenó toda la boca, inundándola de deliciosa crema. Me encontraba al borde éxtasis temblando y sudorosa. El hábil chupeteo de la lengua de Alberto en mi clítoris se convirtió en una fricción tan enérgica que sin poder evitarlo me hizo correrme convulsionándome y vibrando de gusto en un orgasmo fortísimo e interminable. Las potentes oleadas de intenso placer que me invadían, me impulsaban a emitir exagerados gemidos de satisfacción. Pero el enorme miembro que vibraba en mis labios no cesaba un instante de vomitar riadas de semen. Al no poder reprimir los agudos gemidos que pugnaban por salir de mi garganta, con toda la boca anegada de esperma, casi me atraganto.
Aún estaba alterada por los estertores finales de mi intenso y largo orgasmo. Sorbía con fuerza la debilitada polla de Carlos para extraer golosamente las últimas gotas de su eyaculación cuando, inesperadamente, de un violento tirón, Alberto me arrastró y me dejó arrodillada en el suelo con el pecho apoyado en el asiento del sofá. Quedé tan sorprendida que no me dio tiempo a reaccionar cuando se arrodilló entre mis piernas y sentí por detrás su verga durísima abriéndose paso entre los labios de mi sexo. Me asió con fuerza por las caderas y, de un único y enérgico empellón, me insertó toda la longitud de su pene hasta lo más profundo de mi sexo.
Al sentirme totalmente penetrada dejé escapar un gritito de satisfacción. Si la verga de Carlos que acababa de mamar me había parecido enorme, ésta que tenía embutida hasta las entrañas debía tener un tamaño descomunal. Me notaba dulcemente empalada hasta zonas de mi sexo donde creía que era imposible que una polla pudiera llegar. Hacía escaso rato que acababa de correrme en un éxtasis increíblemente largo y virulento pero Alberto empezó a penetrarme desde atrás con un ansia furiosa, agarrado a mis caderas y con acometidas tan enérgicas que casi me sentí desvanecer de placer. Con cada impetuoso y acompasado embate de su dura polla en mi interior sentía que me fallaban las fuerzas y respondía tensando todos los músculos de mi cuerpo y profiriendo un fuerte gemido de gozo para resistir el inmenso placer que me estaban proporcionando sus despiadadas embestidas.
Enardecido por mis desesperados gemidos de gozo y con el movimiento oscilante de mis caderas que se ondulaban siguiendo el ritmo de sus embates, Alberto aumentó la velocidad y profundidad de las penetraciones. Me estaba follando con lujuriosa vehemencia, de una manera inhumana, bárbara, implacable, salvaje… justo como yo ansiaba que lo hiciera.
Sentía, a cada embestida, como su ariete, robusto y durísimo, me taladraba despiadadamente hasta las entrañas y como sus pelotas se aplastaban con fuerza contra mis nalgas. El inmenso placer que me estaba provocando se hacía insoportable. Lanzando grititos de satisfacción casi llegué a creer que iba a perder el sentido de gusto. Enseguida volví a correrme. Con el cuerpo sudando y vibrando, experimenté un vehemente segundo orgasmo que parecía que no iba a acabarse nunca. Cada vez que la fascinante sensación disminuía y creía que la deliciosa tortura iba a terminar, Alberto volvía a penetrarme con un ansia brutal sin apiadarse de mí. Y entonces, arrancándome espasmos y aullidos de placer, volvía a elevar el clímax a sus cimas más altas, una y otra vez, sin detenerse ni un instante.
Tras una eternidad, finalmente cedió la interminable conmoción de mi orgasmo. El chico debía estar agotado pero no se había corrido porque extrajo su miembro del interior de mi sexo aún rígido y enorme. Quedé derrengada de rodillas en el suelo con la cara vencida sobre el asiento del sofá con una increíble impresión de vacío entre las piernas.
Cuando dejé de jadear y recobré la respiración, levanté la vista y descubrí que ambos me miraban con sus instrumentos empalmadísimos y un rictus de deseo malévolo dibujado en sus caras. Cuando se acercaron, accedí sumisamente a levantar los brazos para permitir que me despojasen del arrugado y empapado camisón y me quedé desnuda. Estaba totalmente rendida, exhausta y sin fuerzas. Sus cuatro manos aterrizaron sobre mí. Empezaron a sobarme todo el cuerpo, especialmente los pechos y el trasero con intensos magreos. Alberto me restregaba por las tetas su enorme verga caliente y palpitante aún empapada con mis jugos provocándome una agradable sensación que, al friccionarme los pezones con el glande, me transmitía un delicioso hormigueo por todos los rincones de mi piel.
Tras los dos prolongados y violentos orgasmos que acababa de disfrutar, había caído en una agradable sensación placentera de distensión relajada. Mi cara debía tener una expresión beatífica de infinita dicha, de absoluta placidez, mientras me acariciaban dulcemente todo el cuerpo con sus manos y me restregaban sus miembros durísimos. Hubiera deseado permanecer eternamente en ese estado deleitándome en la agradable sensación de sublime felicidad. Pero sus ardorosas miradas y el increíble tamaño que habían vuelto a alcanzar sus vergas demostraban sin lugar a dudas que estaban sobreexcitados y que aquello no podía durar mucho más. Un inquietante presentimiento asaltó mi mente:
– ¡Oh, no, quieren volver a follarme otra vez!
Pero pienso que me he alargado demasiado y ya continuaré con mi experiencia en una próxima carta.
Besos y hasta muy pronto.