Relato erótico
Bronca y reconciliación
Eran compañeros en la facultad y aquel día tuvo una pequeña bronca con él, por culpa de otras chicas. Hablaron, se disculpo y quedaron para ir al cine al día siguiente. Hicieron las paces y más…
Tere – Zaragoza
Estaba cursando mi primer año de carrera, un par de amigas y casi siempre íbamos las tres juntas, comentábamos de todo incluso de hombres, siendo nuestro preferido Martín. Era un chico un par de años más avanzado que nosotras.
Un día, al ir a recoger las notas, yo llevaba una cortísima falda, que tapaba solamente lo necesario. Llegué, me dirigí al segundo piso y recogí mis notas. Al bajar me encontré con él y con un grupo de amigas del semestre, riéndose. Me dio la impresión de que se reían de mí.
En ese preciso instante él se puso serio, me dirigió una mirada que me estremeció toda y se dirigió hacia mí. Llevaba de la mano a una de las compañeras.
– Cuando subías al segundo piso, no pudimos evitar ver tu ropa interior – me dijo y al ver mi cara de estupor, añadió – Sí, así como lo oyes… Llevas unas bragas blancas con florecitas rosadas y de esas tipo tanga que se te meten por todas partes ¿Cierto?
– ¡Estúpido! – dije alejándome de él.
Pero era cierto, esas eran mis braguitas. Estaba furiosa pero al llegar a mi coche, lo pensé con la cabeza más fría y me dije que si me había mirado era que quizá le gustaba.
– Espera, Tere – oí su voz.
-¿Qué pasa… es que ahora me has visto el sujetador? – respondí.
– No, solo quería pedirte disculpas, no era mi intención ofenderte, solo que me molesta la gente hipócrita que no es capaz de decir las cosas de frente y se la pasan hablando mal de los demás…
– ¿Y…?.
– Nada más, solo quería disculparme.
Al ver que daba media vuelta para alejarse, exclamé:
– Espera, estaba muy molesta.
-Para disculparme te invito al cine mañana, ¿qué dices?
– Perfecto, llámame a este teléfono y quedamos.
Le di mi número y quedó en llamarme al día siguiente por la tarde. Al irse pude ver su trasero. Era un chico bien formado. Realmente era un hombre sexy, unos bellos ojos color café y cara atractiva. Era el hombre con que toda mujer soñó alguna vez.
Llegué a mi casa, llamé a mis amigas y les conté todo para que tuvieran un poco envidia. Me acosté pensando en él y me preguntaba qué pensaría él de mí. Así me empecé a excitar. Me sentía nerviosa, una corriente eléctrica recorría todo mi cuerpo pero ya sabía cómo calmarla.
Encendí la tele.
Daban “Atracción fatal” y estaban en la escena en que el protagonista, Michael Douglas, toma a su amante, en un lavabo y le hace el amor de manera ruda y salvaje. No me pude contener más. Pensaba en él, en su cuerpo, en sus brazos, en todo, me tocaba los pechos, apretaba mis pezones, me calentaba más y más, sentía enrojecerse mi cara y pensé que estallaría. Sentía la sangre fluir por cada uno de mis poros, los cachetes se me calentaban, mi cara estaba caliente como en mucho tiempo. Llevaba tres meses sin sexo y seis sin masturbarme. Mi mano izquierda se dirigió en busca de mi chocho, me acaricié los labios y noté que empezaba a humedecerme. Sentí que mis líquidos fluían dentro de mí, no me podía detener. Mi mano derecha cambió de seno. Me lo apretaba muy fuerte, me mordía el labio inferior de la boca, estaba deseosa, ansiosa. ¿Qué se sentiría tener a ese tío dentro de mí? Debía tener una polla de tal tamaño, que me haría gritar de dolor. Mis dedos empezaron a meterse, uno de detrás de otro, dentro de mi.
Lentamente comencé a buscar mi clítoris, lo acaricié y empecé el balanceo y el movimiento de mis manos. Me estaba dando el mayor placer de mi vida. Masturbándome pensaba en él, repetía su nombre y me agitaba. Sentí que mis pechos se calentaban también. Mis líquidos cálidos, estaban llegando a la sábana, toda mi mano estaba mojada. Me levanté, me dirigí al baño, me senté en la taza del wáter, me podía tocar mejor. Sentía que el clímax llegaría en cualquier momento y así fue. Apreté mis senos con toda la fuerza que tenía en mi mano derecha pero mi mano izquierda no detuvo sus movimientos, antes se agitó más fuerte. Tuve, al menos, cuatro orgasmos, y tal vez más. Al acabar, me lavé y me fui a dormir. ¡Que bien estaba ahora! Dormí como un bebé.
El jueves a las cinco de la tarde, sonó el teléfono. Era Martín que me decía que, si me parecía bien, me recogía las siete para irnos al cine. Corrí a bañarme para después vestirme. Sabía lo que iba a ponerme. Otra mini que tenía separada especialmente para él, tal vez quería yo que hoy también pudiera verme las braguitas. Llevaba una blusa de esas que dejan ver el ombligo y tienen un profundo escote, mis bragas eran grises con puntitos blancos, tangas por su puesto, y mi sujetador era de los normales. No necesitaba Wonderbra, porque me había hecho operar y modestia aparte, me quedaron unas tetas hermosísimas, tiesas, redondas, duras y muy sexys. Eran la admiración de todos los hombres que los veían. A las siete de la noche oí llegar un coche, me asomé por la ventana del segundo piso y lo vi bajarse del coche. Le grité que se esperase un momento que ya bajaba.
Cuando llegamos al cine, había una cola larguísima. Mejor, pensé yo, así nos podríamos ir a otro sitio. El debió pensar lo mismo porque me propuso que fuéramos a un mirador muy famoso en la ciudad. Acepté. Ya sabía cuáles eran sus intenciones y no me importaban.
Me moría de ganas por sentir su polla dentro de mi. Estaba ansiosa. Yo ya había ido allí con otros chicos, pero nunca había pasado nada. Me parecía que el mirador tenía más fama que nada. Llegamos, nos pusimos hablar de varias cosas, de la universidad y otros temas. Me contó que no tenía novia, que ella se había ido a Inglaterra. Yo le confesé que llevaba seis meses sin novio. Me dejó porque no quise probar el sexo anal y prefirió irse. Martín no se lo podía creer y se interesó por el tema. Empezó a preguntarme acerca de mi vida sexual, a qué edad lo perdí, qué me gustaba, que odiaba, en fin, todo eso.
Su interés despertó mi excitación. Vi que se retorcía en el asiento. Su erección no se podía ocultar. Me calenté más, hice un cambio de posición de las piernas lentamente y me fijé muy detalladamente en su reacción. Sus ojos se abrieron, se le querían salir de las órbitas. De pronto llevó su mano derecha a su polla y se lo colocó mejor. Mis pechos se endurecieron. Miré por el espejo retrovisor. Mis pezones sobresalían, se notaba que estaba excitada.
– ¿Qué pensaste de mi al verme el otro día las bragas? – le pregunté.
– ¿Qué pensé? Que estabas muy sexy, que tal vez te habías depilado muy bien y no tenías pelillos en esa parte… ¿Tienes?
– No, ¿como lo sabes?
– Para ponerse esas cosas tan pequeñas no se debe tener pelos.
– ¿Y tú tienes pelos en tu cosa? – pregunté cada vez más excitada.
– Yo no.
– ¿Tú no? – dije sorprendida – Los hombres nunca se depilan ahí, eres el
primero que conozco que sea “calvito”.
– Ya ves.
– ¿Y qué más pensaste?
– Nada, que me calentaste mucho… desde que se fue mi novia hace una semana, no me excitaba tanto… pensé en ti y apenas llegué a mi casa me hice una paja de campeonato – confesó mirándome fijamente a los ojos.
– ¿Por qué? – pregunté tontamente.
– Estaba muy caliente y tú… ¿Te masturbas?
– ¿Yo?
– Sí, tú – insistió.
– A veces.
– ¿Cuando fue tu última vez?
– Anoche.
– ¿Por qué?
– Estaba excitaba viendo una película – mentí.
– ¿Cual?
– No recuerdo.
– ¿Y hoy también llevas una braguitas pequeñitas?
– Sí, ¿por qué?
– No sé.
– Te las dejo ver si tú me dejas ver tu cosita calva.
No podía creer lo que estaba diciendo y haciendo. Era la primera vez en mi vida que tomaba la iniciativa. Se bajó la cremallera y bajándose el pantalón, sacó su cosa. ¡Guauuu…!. Como lo imaginaba. El Toro estaba igual que un toro. Una cosa roja, tiesa, dura y larga. La tomó con sus manos y la movió hacia un lado.
– ¿Ves…?. Ni un pelo – dijo.
– Ya veo, pero podrías taparte, por favor, alguien podría venir y quien sabe qué pensaría.
-Tu turno -dijo mientras quitaba las manos de su verga que era grande, enorme. De solo pensar tenerla dentro de mi sentí dolor.
– Pero primero tápate.
– No, hasta que tú no me muestres lo que me prometiste.
Con mis manos tomé los costados de mi mini y la levanté de forma tal que él pudiera ver todas mis braguitas.
– Hermosas, pero ahora date una vuelta para verte el traserito.
– ¿Aquí?
– Sí y ya.
Como pude, me di la vuelta y le mostré mi culo.
– Esta noche me haré otra paja – dijo mientras se abrochaba el pantalón.
Al terminar de subir su cremallera, se acerco a mí y me dio un beso tomándome en sus brazos. Me acarició la cabeza. Besaba muy bien y mientras lo hacía, con una de sus manos, me cogió un pecho y lo apretó. Bajo su otra mano, la metió entre mis piernas, las separó un poco y apartó mis braguitas. Notó que estaba húmeda y me susurró:
– ¿Quieres?
– ¡Sí, hazlo duro y salvaje, como un toro a una vaca, pero no aquí!
Me agarró fuertemente, me dio la vuelta, dejándome de espaldas a él, soltó el botón que sujetaba mi minifalda, que arrojó al asiento de atrás. Cuando sentí su verga hirviendo en medio de mis nalgas gemí. Me asió por las tetas y me llevó hacia él. Me encontraba de espaldas a Martín con su verga en mí trasero. Bajó el asiento del pasajero de forma tal que quedaba como una cama, y allí me lanzó bruscamente sobre ella.
Se quitó la camisa, se bajó los tejanos hasta la rodilla, rompió mis braguitas, que arrojó al asiento de atrás, desabrochó mi blusa, pero no pudo desabrochar mi sujetador por lo que tuve que prestarle ayuda. Cogió mis pechos con sus dos manos, los besaba, los mordía, los lamía. Me estaba matando de ganas por sentirla dentro. Estaba muy caliente para no esperar más y le dije:
– ¡Házmelo ya… dame duro… fóllame de una vez!
No tuve que decirlo dos veces. Empezó a meter su gruesa y larga verga dentro de mi. Como me imaginé, sentía placer y dolor a la vez. Me la metió poco a poco al principio. Yo había tenido mi primer orgasmo solo con sentir su cabeza dentro de mi. Gemí, pero insistí en que fuera rápido. Me la metía más y más. Mis labios no podían coger todo eso. No lo podía creer. Todo eso estaba dentro de mí.
Me la metió y durante de diez minutos. Gemíamos, gritábamos, me apretaba las tetas salvajemente. Notaba sus huevos chocar contra mi piel. Estaban duros y fuertes. Oía el golpeteo de mis nalgas contra su zona genital. Tenía mis piernas al rededor de su trasero y lo empujaba. Esto lo excitaba y así lanzó todo su semen dentro de mi. Lo sentí en lo más profundo de mis entrañas. El hacía gestos de placer cuando alcanzó el orgasmo que, para mí sería mi tercero y cuarto. Pero no estaba saciada, quería más. Cuando me la sacó, procedí inmediatamente a metérmela a mi boca. Toda no me cabía pero le exprimí las últimas gotas de semen y me las tragué. Se la chupé, se la mordisqueé y se la besé, hasta que sentí que ya recuperaba su dureza inicial. En este momento, procedí a chupar sus calvos huevos, que eran hermosos, cabían en mi boca y lo hacían gritar de placer. Así tuve mi quinto orgasmo.
– ¡Quiero hacerlo en tus tetas! – exclamó de pronto.
Con sus manos juntaba mis pechos y metía su verga entre ellas. Cuando la empujaba, yo la alcanzaba con mi boca y lamía su punta. Martín estaba excitado, su verga caliente sabía a mí, a mis jugos, mis babas. Era yo y deseaba sentirla de nuevo dentro de mi. Entonces me giró y trató de metérmela por el culo. Grité y le dije que la tenía muy grande para hacerlo por allí. Me hizo caso y me tomó de espaldas, metiéndomela por el chocho que estaba muy húmedo y jugoso esperando todo el armamento Martín dentro de mi para poder saciarme. Me dio tan duro que no resistí y me corrí en el preciso instante en que él la sacó y me dijo:
– ¡Chúpamela, cómetelo todo!
Le hice caso, su semen sabía a miel y no desperdicié ni una gota. Me la metí lo que pude y me lo comí todo.
Estábamos cansados, él de follarme tan fuerte y yo de resistir sus embates que casi me matan. Descansamos, nos vestimos y me llevo a mi casa. Fue una noche nunca olvidaré, fue muy especial, fue la mejor y más salvaje follada de mi vida.
Un abrazo para todos.