Relato erótico
Bonitos cuernos
Desde hacía un tiempo estaban pensando en hacer un intercambio de pareja. Pusieron un contacto y conocieron a una pareja. Quedaron para cenar en casa de ellos y lo pasaron bien, tan bien que su mujer se encapricho de aquel hombre.
Ramón – Salamanca
Me llamo Ramón y soy de Salamanca, casado y con unos más que hermosos cuernos. Lo que voy a contar empezó cuando decidí, a ruegos de mi mujer, poner un contacto para iniciarnos en el cambio de pareja. Lo que no esperaba es que ella se encaprichara del nuevo amigo y me ignorara, desde entonces, a mí. Ella se llamaba Susana y él Alfonso. Nos reunimos en su casa y después de cenar, cada uno se fue a una habitación con la mujer del otro. A la mañana siguiente, me intrigó que, mi mujer y su nuevo amante, se hubieran levantado tan pronto, pero resultó que aún no se habían acostado.
Me acerqué sin hacer ruido a su habitación. La puerta estaba entornada pero no cerrada bien del todo, de forma que pude mirar dentro de la gran habitación. Y mis ojos dieron con la más asombrosa visión. Una cama muy ancha y repleta de almohadas y colchas revueltas, como si antes hubiese sido el escenario de una batalla campal.
Alfonso, al parecer arrinconado contra el montón de almohadones, como si se hubiese retirado después de una serie de ataques, recostado como un pachá en su harén, muy tranquilo y satisfecho, desnudo y con las piernas cruzadas. Y mi mujer también desnuda, a quien yo solo veía la espalda y el redondo culo, retorciéndose delante de este pachá, ondulándose y obteniendo tal placer en lo que estuviese haciendo con la cabeza entre las piernas del tío en cuestión, que sus nalgas temblaban trémulas y las piernas se tensaban como si estuviera a punto de saltar. De vez en cuando Alfonso le ponía la mano sobre la cabeza, como para contener su frenesí y trataba de alejarse. Luego, ella saltó con gran agilidad, colocándose encima con destreza, arrodillada sobre su cara. El hombre no se movió. Tenía la cara debajo justamente del chochete de mi mujer y esta, provocativamente, se lo ofrecía.
Al quedar él tan encajado debajo, era mi esposa la que se movía al alcance de la boca masculina, que aún no la había tocado. Vi el enorme rabo endurecido de Alfonso, más empinado y agrandado que nunca, y al tiarrón tratando de ponerse a mi mujer encima, mediante un abrazo. Pero ella se mantuvo a cierta distancia, mirando complacida el espectáculo de su vello rizado y su chocho tan cerca de la boca de su amante. Después, poco a poco, se acercó lentamente y doblando la cabeza, observó la humedad de la boca del hombre entre sus piernas sudorosas. Durante largo rato se mantuvieron en esta posición contemplativa. Yo estaba tan excitado que me aparté de la puerta. Ni siquiera recordé que Susana, la esposa de Alfonso, me esperaba roncando a pierna suelta en el otro cuarto.
Tuve que recostarme en la pared, mientras me sacaba la polla fuera del pantalón del pijama y satisfacía mi ardiente deseo como pude, mientras Alfonso apretaba el cuerpo de Susana contra el suyo y ella percibía la dureza de su pene.
El hombre colocó su verga entre las piernas de ella. Ella se la tocó. Las manos de Alfonso también la registraban y acariciaban por todas partes. La apretó con más fuerza y trató locamente de penetrarla. El calor de su raja volvió a encenderlo. Entonces mi mujer se dejó caer en la cama y él se colocó encima de ella que yacía esperándolo, más suplicante que nunca, sonriente y húmeda. Su deseo se estaba haciendo más imperioso. Igualmente Alfonso daba claras muestras de querer tomar a Susana una vez más. Yo me sentía profundamente humillado al tener tan desatendida a Susana, pero me conformaba ya que ella misma me había rechazado.
– Hay mucho tiempo en todo el fin de semana, déjame dormir – me había dicho con una voz llena de rechazo aunque tierna.
Los cuerpos de Susana y Alfonso yacían juntos, vientre contra vientre, los pechos de ella clavándole las puntas de su oscuros pezones en su pecho y sus bocas pegadas dándose un repaso con lengua de antología.
Al fin se soltó Alfonso para mirarla. Las piernas esbeltas y lustrosas, bien depiladas, el abundante bosque púbico, la encantadora piel pálida que tanto resplandecía, los pechos abundantes y muy erguidos, las axilas enteras, la amplia y devoradora sonrisa en la boca… Volvió a sentarse el hombrón como Buda. Susana se le aproximó y cogió con la boca el gran pollón, ahora morcillón y alicaído. Se lo lamió suave, con ternura y pasión, demorándose alrededor de la punta del glande. El miembro, más que agradecido, se endureció. Tendríais que haber contemplado como yo, cuando Alfonso bajó los ojos para contemplar como la boca, ancha y roja, de Susana, se redondeaba con mimo alrededor de su polla. Una manecita, femenina y adúltera, le acariciaba los testículos mientras la otra removía la cabezota del pene, cubriéndola y sacudiéndola muy despacio. Luego, sentándose apoyada contra él, se la cogió y se la metió entre las piernas, frotándola suavemente contra el hinchado clítoris una y otra vez, sin dejar de gemir.
Yo miraba lo hermosa que era la mano de mi mujer con aquella polla cogida como si fuera una flor. El pollón se estiró y no tardó en ponerse lo bastante duro para volver a penetrarla.
Al abrirse el coño de Susana, vi brotar la humedad de su deseo, brillante a la luz del sol matinal y de su última corrida. Ella seguía frotando y frotando. Los dos cuerpos, fundidos e igualmente hermosos, se doblegaban a la frotación. El gran ariete sentía el contacto de la mucosa de mi esposa, su carne cálida y abierta, y la gozaba con el contacto.
– ¡Dame la lengua, cariño! – le dijo ella, acercándose – Voy a correrme de nuevo.
Sin dejar de frotarle la verga, le cogió la lengua con la boca y le tocó la punta con su propia lengua. Cada vez que el cipote le rozaba el clítoris, la lengua de Susana rozaba la punta de la lengua de Alfonso sintiendo éste el calor que descendía de su lengua hasta su polla, recorriéndole la columna vertebral de pies a cabeza.
Nunca como entonces me sentía como un marido sin esposa, sexualmente tentado en todo momento tanto por ella como por Susana y casi nunca satisfecho. Esperaba en aquel momento algo excepcional como, por ejemplo, la visión del polvo que le estaba echando Alfonso a Susana, pero no imaginé que tendría que soportar la gran reprimenda que me organizó Susana cuando me sorprendió en el pasillo cascándomela de forma tan activa y secretamente a la salud de su marido y de mi esposa. Me vi de nuevo devuelto al papel de marido repudiado, excluido tal vez para todo el fin de semana del placer de la vida conyugal pues en plena y lujuriosa escena, gracias al temperamento de Susana y a sus intrépidas reprimendas con tanto ruido, estaba a punto de pedirle excusas, cuando también Susana y Alfonso se unieron a Susana para añadir mi esposa, sin delicadeza:
– Has hecho bien abroncándole mientras se pajeaba viéndonos. Conmigo lo que es pocos roces va a tener este marrano, onanista asqueroso, solo piensa en darle leña al gazapo. Por mi puede seguir meneándosela que a mí no me toca más – y dirigiéndose directamente a mí, añadió – ¿Sabes lo que podrías hacer?
– Ser el esclavo y sirviente cabrón que os limpia y os sirve – dije
– ¡Exacto, marido, verás cómo es necesario que lo arregles todo, la casa está hecha unos zorros después de tanto ajetreo! Tienes todo el tiempo que quieras ya que esta noche dormiré con Susana y Alfonso y tú estás castigado al cuarto de la criada.
– ¡Gracias Susana! – dije sumisamente – ¿Algo más, señora?
– Pues sí, además de ocuparte de la casa, por favor, ocúpate de éste – dijo ella muy seria señalando a su amante.
– Pero, ¿qué estás buscando, cariño mío? – pregunté – ¡Te quiero Susana!
– Bueno, bueno, pedazo de cabrón. Yo no ando por ahí rascándome por los pasillos como te la pelas tú. Yo ya tengo quien me da placer, pero de todas formas siempre me acordaré de ti en los casos extraordinarios. Madera de lameculos tienes un rato, y aparte de mi limpieza íntima ahora también podrás limpiar íntimamente a Alfonso.
De esta manera acabé por tener una relación morbosa con el pollón de Alfonso, mientras ellas retozaban, como dos tortolitas, en el nido. Susana dio un portazo y yo me encontré con el aroma del sexo de Susana todavía latente y presente en la polla de Alfonso.
Ese extasiante perfume a pólvora del último combate, mezcla de bacalao y marisco como si el chocho de Susana y el cipote de Alfonso procediesen del mar y que yo estaba aspirando una y otra vez. De rodillas ante Alfonso yo abría la boca todo lo que podía para ofrecerme a su de nuevo endurecida verga.
Metió la polla hasta el fondo de mi boca y me masajeó la nuca con su mano, mientras el cipote, desde la punta del glande hasta la raíz, recorría mis distendidos labios cada vez más aprisa, como si estuviese dentro del más hermoso coño femenino. Apenas tuve tiempo de degustar el semen, abundante y agrio, que manaba con fuerza por la punta de su glande. Así me he convertido en el limpia pollas y coños de mi mujer y su amante sin tener, a cambio, ningún contacto sexual ni con ella ni con Susana.
Un abrazo de un cornudo y consentidor marido.