Relato erótico

Benditas compras de Navidad

Charo
10 de diciembre del 2018

Odiaba ir de compras al hipermercado, pero se acercaba la Navidad y su madre le dijo si podía ayudarla. Fue a regañadientes y cuando ya había cargado su coche, vio que una mujer madura tenia verdaderos problemas para poder vaciar su carrito y meterlo en el coche. Le ofreció su ayuda y…

Rafael – Majadahonda
Me llamo Rafael, tengo 26 años y tengo novia. Soy alto, dicen que atractivo y estoy bien dotado. Lo que os voy a contar me ocurrió un día del mes de diciembre del pasado año, fui a hacer las compras de Navidad que me había encargado mi madre. De mala gana arranqué el coche y me fui al hipermercado de un conocido centro comercial, donde, por cierto, casi no pude aparcar debido al gentío allí concentrado. Rápidamente compré todo lo que tenía que comprar, con la intención de escapar de aquella muchedumbre cuanto antes. Pero al llegar al coche me encontré con la desagradable sorpresa, a primera vista, de una mujer de unos 50 años, no muy atractiva, pero con un intenso fuego en la mirada, que con su carro de la compra me impedía salir de allí y como aquella mujer quería cargar un excesivo numero de bolsas llenas de compra en su coche, se estaba haciendo un lío.
Yo, con toda la amabilidad posible, esperé y esperé, pero ella no podía con toda la compra. La comedia duró casi 10 minutos y en una de estas se le cayeron unas latas de refresco al suelo y yo, que estaba ya cansado de esperar, me llevé una muy agradable sorpresa, cuando pude ver a través del escote, demasiado abierto para esas fechas, un canalillo profundo y misterioso, la parte abultada de dos gordas tetas y también se podían distinguir esos dos pequeños montecitos que a mi me vuelven loco, dos rotundos pezones que se marcaban con fuerza en un jersey blanco muy estrecho. Por el canalillo se deslizó una gota de sudor y vi todo el recorrido de la gota, desde el comienzo al final y eso me puso increíblemente caliente. Sentía aquella intensa sensación por el cuerpo, esa maravillosa sensación de calor que me quema las entrañas.
– Hola, ¿la puedo ayudar? – le dije amablemente.
– Pues la verdad que sí, ya que me las estoy viendo y deseando para meter todas las bolsas en el coche – contestó.
Con mi ayuda, en un minuto, estaba toda la compra cargada, una parte en el maletero y otra parte en el asiento de atrás, ya que aunque parezca increíble, a aquella mujer ni se le había ocurrido usar aquellos asientos.
Ella, también muy amablemente me agradeció la ayuda prestada, diciendo:
– ¿Como te llamas, guapo? – me preguntó.

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– Rafael, y… ¿usted señora? – repliqué.
– Begoña, pero no me llames de usted, llámame de tú – dijo ella.
– Perdona, pero ahora por fin, podrás apartar tu coche, así yo podré sacar el mío y me podré ir a mi casita – dije con un tono que ya empezaba a ser una mezcla de curiosidad y hastío.
– Ay, que pena que te tengas que ir a casa, pues me podías ayudar con la compra, ya que si no he podido meterla en el coche, difícilmente la podré subir a casa – me dijo ella con una sonrisa seductora.
– Me encantaría ayudarte, pero es que me tengo que ir a casa a llevar mi compra – le contesté haciéndome de rogar.
– Por favor, si me ayudas te prometo que te lo agradeceré espléndidamente – añadió con cierto tono de misterio.
– No sé, no sé… ¿En que calle se encuentra tu casa?
Cuando me lo dijo, su casa estaba aproximadamente a mitad del recorrido que tenía que hacer yo para llegar a casa, por lo que realmente no me costaba mucho esfuerzo ayudarla y como me lo iba a agradecer “espléndidamente”, al final accedí.
– De acuerdo, pero, ¿como lo haremos? – le pregunté.
– Sígueme con el coche y aparcas cerca de mi casa, yo te esperaré en mi coche, y luego subimos todas las bolsas a mi casa – me dijo, como si lo tendría preparado todo de antemano.
Así lo hice, hasta que llegamos a una lujosa urbanización de chalets, no muy lejos de donde se encontraba el centro comercial. Aparqué el coche y fui hacía donde Begoña había aparcado. Ella me esperaba con todas las bolsas fuera del coche, lo que indicaba la prisa que tenía por subir a su casa. Cargamos todas las bolsas como pudimos y fuimos hacia el chalet donde Begoña vivía, un edificio realmente precioso, con un jardín muy grande y una piscina cubierta por una lona. En cuanto entré, me impresionó el lujo con que estaba decorada.
– Ayúdame, por favor a llevar la compra a la cocina – y añadió- ¿Cómo puedo pagarte el inmenso favor que me has hecho?
– No sé – dije haciéndome el despistado – ¿Se te ocurre algo?
– Por supuesto que se me ocurren muchas cosas – dijo ella acercándose a mí ronroneando como una gatita en celo.
Se acercó y comenzó a besarme lentamente el cuello, erizándome todos y cada uno de los vellos de mi piel. Fue bajando una de sus manos por mi pecho hasta llegar al, ya considerable, bulto que se marcaba notablemente entre mis piernas. Cuando su mano tocó mi paquete, un escalofrío recorrió mi cuerpo y entonces dijo:
– Ven, subamos a una de las habitaciones.

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Apenas cruzamos la puerta de la habitación, me abrazó fogosamente y le correspondí magreándole el culo y las tetas. Estábamos como locos. A los pocos minutos ya estaba tumbada, sin bragas y con mi cara entre sus muslos. Mi lengua recorría todos los rincones de aquel húmedo chocho. Agarré el clítoris con mis labios y noté como movía las caderas convulsivamente para acabar corriéndose en mi boca.
– Suéltame un momento, deja que me recupere un poco – me dijo – Quiero volver a correrme con tu pollón dentro de mí, quiero que me folles ¡Ven, ven rápido! – suplicó.
Cuatro manos se dirigieron al mismo tiempo, a mi pantalón. Con los botones medio arrancados, la prenda cayó hasta mis tobillos y surgió mi verga, poderosamente erguida. Begoña la agarró con avidez pero apenas tuvo tiempo de rozarla con su boca cuando yo me liberé y la penetré con tanta fuerza que se sintió descuartizada, clavada sobre la cama, casi le hacía daño…
– ¡Me haces daño, pero me gusta tanto que me hagas daño…! – exclamó Con algunos fuertes golpes de cintura la llevé al goce. Ella se retorcía, gritaba, aullaba y oírla, contribuyo a que quisiera correrme.
Begoña tuvo otro orgasmo, entonces le saqué la polla del chocho y se la metí en la boca. Le agarré la cabeza con las dos manos y le folle la boca con fuerza. Notaba que mi capullo le rozaba el fondo de la garganta. Cerré los ojos y le solté un largo y espeso chorro de leche. Se ahogaba y tuvo arcadas pero, la muy guarra, no permitió que se le escapara ni una gota.
Nos tumbamos mirando el techo y me dijo:
-Nunca le he permitido a ningún hombre que se corriera en mi boca, pero me has puesto tan caliente que me ha gustado.
Dicho esto, empezó a acariciar mi polla otra vez. Se acercó y la fue chupando despacito, como si saboreara un manjar delicado. Poco a poco se fue poniendo morcillona. Acariciaba mis cojones de tal forma que consiguió ponérmela dura rápidamente.

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De pronto, se coloco a cuatro patas y pegó su vientre contra la sábana. Parecía postrarse como para una adoración pagana. Sus piernas, dobladas bajo el vientre, hacían sobresalir los muslos. Su busto se aplastaba sobre la cama y giró la cabeza como para invitarme a tomarla mejor. Acaricié con la punta de los dedos esa grupa magnifica, resbalé hacia el profundo surco, separé los dos firmes globos y froté en ellos mi vientre. Acaricié ese otro orificio, lo barrené y hundí en él mis dedos como para notar su perfecta elasticidad. Sabía que ése era el lugar donde ella quería que yo me hundiera.
No me lo pensé ni un momento, chupé su ojete y poco a poco le fui metiendo el capullo hasta que sin darme cuenta, mis huevos chocaron con su coño. La poseí salvajemente, ella gritaba, gemía y decía que le dolía, pero si paraba un poco, me insultaba para que siguiera…En fin, fue una tarde loca y de sexo brutal y salvaje.
Después de este intenso polvazo que echamos, nos quedamos tumbados en la cama, completamente agotados. Begoña se quedó muy satisfecha con los servicios prestados, y yo bueno yo, ahora voy bastante más a menudo al centro comercial.
Saludos.

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