Relato erótico

Bellos recuerdos

Charo
9 de marzo del 2019

Aunque lo que nos cuenta ocurrió hace mucho tiempo, lo recuerda de una forma muy especial y con mucho morbo.

Ana – MADRID
Tenía 20 años, estaba cansada, de las presiones que pasaba en casa, de mi pasión por bailar. Y es que si algo se me daba bien, lo único en mi vida, era bailar. Había estado en algún grupo de baile, tenía algunos premios de varios concursos, pero no me llenaba. Acababa de pasar también por el peor momento de mi vida. Me enamoré de un chico, y durante un año sufrí mil lágrimas en silencio, sin respuesta por su parte. Finalmente cuando por fin dimos un paso más, tuvo que marcharse a vivir a otra ciudad lejana. Era realmente triste que el destino me la jugara de aquella manera. Entonces eran otros tiempos, no todos teníamos Internet, las cartas eran demasiado frías, y por aquel entonces el móvil era solo un invento a punto de introducirse en nuestras vidas. Hablo del año 1996.
Resumiendo, cuando cumplí 20 años, quise romper con todo. Me despedí una triste tarde gris de otoño de todos mis amigos. Dejaba tras de mi amistades verdaderamente maravillosas y un pasado que no volvería jamás. Uno de mis amigos, alguien que también fue especial para mí particularmente, me pidió que no lo hiciera. Yo por aquel entonces no tenia más ganas de amoríos y tampoco quise indagar en el por qué de su pena, así que solo sonreí y me marché. En el aeropuerto mi familia me decía adiós con la mano, mientras embarcaba rumbo a Londres a que el baile sacara lo mejor de mí.
Llegué al apartamento que habíamos alquilado. Económicamente a mis padres no les iba mal y me dieron algo de dinero para que empezara. De no ser por eso, casi creía imposible conseguir salir del pozo negro de mi vida. Rápidamente entré en un grupo de baile recomendada por mi profesora de Madrid. Nos dedicábamos a hacer coreografías sobre canciones del momento. Entre mi grupo, eran 4 chicas y 6 chicos, solo mencionare a Paolo, que era italiano pero hablaba perfectamente el español. Enseguida congenié con él y tras esos ojos verdes y la dulzura de sus labios, se escondía algo que no tardé en descubrir. Solíamos ensayar todos los días de 3 de la tarde a 11 de la noche. Por las mañanas empecé a trabajar en un gimnasio dando algunas clases de aeróbic. Y así pasaban mis días, colmada de tranquilidad, lejos de mi mundo anterior.
Una noche que llovía bastante, Paolo quería llevarme a casa. La verdad es que llevaba unos días observándole, cada día me atraía más y más, además hacia mucho tiempo que no tenía una buena sesión de sexo. Así que acepté que me llevara a casa.
Subimos corriendo prácticamente empapados por la lluvia. Le pedí que se acomodara mientras yo me daba una ducha. Entre risas me insinuó que el también necesitaba una ducha. No le hice caso y me metí en el baño. Encendí el grifo y me quité toda la ropa. Me miré en el espejo.

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Tenía una figura esbelta para mis 20 años. Tenía una 100 de pecho, bien levantado y con los pezones rosados, que ahora se veían duros. Tenía el monte de venus bien rasurado, con una línea muy fina, a la que le había medio dibujado una flecha apuntando hacia el clítoris a modo de marcar el camino.
Mientras me miraba en el espejo no oí el ruido de la puerta. Me di la vuelta y allí estaba Paolo, completamente desnudo, acariciándose el pene con la mano. No podía creer que lo tuviera tan grande. Estaba en su máximo esplendor. Paolo estaba buenísimo, tenía unos pectorales de horas y horas de gimnasio y un culo respingón que le hacía una forma espectacular. Se acerco a mí y me besó. No puedo explicar lo que sentí porque me recorría la sangre hirviendo por el cuerpo. Me cogió en volandas y entrelacé mis piernas a su cadera, sintiendo su enorme pene clavándose en mi, rozando mi clítoris a cada movimiento.
Nos metimos en la bañera y encendió el agua caliente. Me bajé de su cintura y agarré su polla con lujuria, y mientras el agua caía sobre mi cabeza, lamí de arriba a abajo todo, me lo metía en la boca con movimientos frenéticos y con una mano acariciaba sus huevos, completamente endurecidos. Con la suavidad de la lengua le chupé el glande, mientras con la mano le masturbaba. Quería que se corriera en mi boca, y empecé a lamer, a morder y a chupar con tanta velocidad que explotó en mi. Seguí lamiendo mientras el semen salía, sentía sus espasmos pero no quería parar, quería seguir chupando. Pero no me dejó. Se sentó en la bañera y me ordenó que me pusiera de pie encima de él. Abrió con su lengua mi coño y comenzó a chupar, a sorber de tal manera que me estaba volviendo cardíaca, no podía dejar de gemir y él cada vez hacia más movimientos circulares, succionaba todo, hasta que al final rompí en un tremendo orgasmo en su boca.
Nos duchamos después de aquella mezcla de sustancias y salimos. Me colocó encima de la cama y esta vez con la polla completamente erecta me penetró. Lancé un chillido de placer al sentirla dentro de mí, empezó a moverse rápidamente y yo me abría todo lo que podía de piernas hasta que le pedí que se levantara y me miró asombrado. Me puse a cuatro patas y le dije:
– Fóllame así, a cuatro patas, y no pares.
Me la metió hasta dentro y esta vez la rapidez era mayor hasta que tuve un fuerte orgasmo que me hizo enloquecer todavía más. Entonces él me cogió, me apoyó en la pared y me agarré con mis piernas a su cintura mientras me penetraba. Empezó a empujarme contra la pared mientras me la metía. Jamás lo había hecho así, era demasiado. Cuando noté que él se iba a ir, me empecé a tocar el clítoris y nos corrimos a la vez. Exhaustados, nos duchamos otra vez y nos metimos en la cama, abrazados.

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Desperté por la mañana y ya no estaba. Hoy era sábado y no tenía que ir al gimnasio, así que me senté al lado de la ventana, viendo como la lluvia mojaba la ciudad. Me acordé de mis padres y por un momento eché de menos todo aquello. Me acordé de aquel amigo que se quedó triste por mi despedida. Quería llamar pero no pude. Aquel día me levanté con la esperanza de vivir una vida que no era la mía.
Pasaron cuatro años. Durante dos años Paolo y yo disfrutamos de nuestros cuerpos, follando en cualquier parte, pero los dos sabíamos que solo era sexo, y nada más, hasta que Paolo se marchó a Italia a un nuevo trabajo como bailarín en una compañía teatral, y yo seguí como monitora de baile en la academia.
Un día que salía tarde me senté en un bar de españoles a tomar una cerveza. Cogí el periódico español y empecé a leer. Y entonces lo vi. Había un mensaje en contactos, que jamás hubiera leído si no fuera porque el destino me perseguía. Decía “Londres te apartó de mí, pero sé que volverás. Yo te I love you Ana”.
Supe que era él, era mi amigo, aquel que hacía 5 años no quiso decirme adiós. Me puse a rebuscar por todos los periódicos y el mensaje también estaba en el periódico de la semana anterior, y en la anterior. Le pedí al dueño que me sacara más anteriores y me sacó unos veinte más que guardaba para empaquetar cosas en una futura mudanza. En todos ponía lo mismo. No pude creer que durante 5 años me hubiera escrito esos mensajes, y jamás lo había descubierto. Algo cambio en mi aquella noche. Compré un cuaderno y empecé a echar números. Había tomado una decisión. Volvía a Madrid.
Mi avión llegó a las 17.30 de la tarde un sábado caluroso a Barajas. Mis padres me esperaban con lágrimas en los ojos. Me hicieron miles de preguntas que no supe contestar. Solo quería verle, quería saber si seguía donde le dejé, que en realidad los mensajes fueran de él. No solté el periódico que había comprado, tenía miedo de enseñárselo y que su cara me mostrara lo que temía.
Llamé a unas cuantas amigas, todas se alegraron de verme. Me reuní con ellas y les pedí que no dijeran que estaba en Madrid. Me comentaron que por la noche saldrían de copas, y que él estaría allí. Me dijeron que estaba bastante bien, hablaba menos pero sonreía. No quería estar presente cuando hablaban de mí. Yo quería recordarle tal como le dejé. No es que fuera guapísimo pero me atraía con todas mis fuerzas. Esa noche, si me correspondía, haríamos el amor como nunca.
Me duché, me peiné mi larga melena morena, me puse un vestido gris con volantes dejando entrever mis largas piernas, con un escote perfecto y me maquillé suavemente. Caminé lentamente hacia la puerta del bar. Miré a través de los cristales, intentando encontrarle con la mirada.

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Vi a todos mis amigos, juntos con mis amigas, estaban guapísimos, pero allí no estaba él. Seguí mirando a través del cristal con cara de desolación cuando alguien me dio en el hombro. Y allí estaba él. ¿Como había podido cambiar tanto en este tiempo? Estaba guapísimo, con una perilla morena, unos ojos marrones brillantes, más alto, más fuerte y con una expresión en la mirada que me descolocó los sentidos. No pude pronunciar ninguna palabra, saqué del bolso el recorte de periódico y se lo mostré.
– ¿Has vuelto por esto? – me dijo, yo asentí con la cabeza y añadió – No sabía como comunicarme contigo, pensé que nunca lo leerías.
Le abracé con todas mis fuerzas. Empezamos a besarnos, con pasión. Salimos de nuestros besos cuando nuestros amigos se agolpaban en el cristal del bar mirándonos y haciendo muecas. Me cogió de la mano y me dijo que nos iríamos a un lugar tranquilo. Tenía coche, así que me subí en él y me llevó a la parte más oscura de la ciudad. Me senté en la parte de atrás y comenzamos a desnudarnos, al principio con timidez, después el calor empezó a sofocarnos, la pasión de todos estos años nos desbordaba, me agarró los pechos y empezó a lamerlos, no podía aguantar más, estaba totalmente mojada.
Él, se dio cuenta y empezó a acariciarme el clítoris y a meterme un dedo. Con la mano que me quedaba libre le agarré la polla y empecé a masturbarle. Siguió metiéndome dos dedos hasta que ya no pude más y me corrí. Entonces se apartó y continué con la boca lo que había empezado con la mano. Me dije a mi misma que le haría la mejor mamada de su vida, aunque después vendrían muchas más.
Empecé a lamerle los huevos, subí despacio mientras le acariciaba suavemente con la mano los pezones. Se empezó a poner cada vez más dura, apenas me cabía en la boca, me imaginé que tenía un caramelo y me lo comí con ansia, con locura. Se corrió en mi boca y era la primera vez que me tragaba semen. Me supo a gloria. Me sorprendió porque nada más terminar con él me hizo tumbarme y empezó a comerme el coño como si en ello le fuera la vida. Lamía con toda la lengua, me metió tres dedos, hizo maravillas. Le vi que estaba otra vez preparado y le rogué que me la metiera hasta el fondo.

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Se puso encima, sin importarnos la incomodidad del coche, y empezó con suaves movimientos. Metía solo la punta pero luego de golpe toda entera, cada vez más rápido y luego lento. Estábamos los dos a punto de estallar y le pedí que se sentara. Me monté encima de él dándole la espalda, la introduje entera dentro de mí y empecé a votar como una loca. Nos corrimos los dos a la vez. Aquella noche follamos sin parar.
Me di cuenta de que mi viaje a Londres me había servido valorar lo que había dejado atrás.
Besos para todos.

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