Relato erótico

Baile sensual y sexual

Charo
5 de diciembre del 2019

Esta felizmente casada, pero insatisfecha. El sexo no es como antes y tiene ganas de follar. Fue de compras con una amiga, merendaron y a su amiga se le ocurrió ir a un baile de “carrozas” a pasar la tarde, allí tuvo una agradable sorpresa.

Lola – Valladolid

Mi nombre es Lola y tengo 38 años. Me conservo bastante bien, pues aunque he tenido tres hijos, lo único en que ha cambiado mi cuerpo, ha sido en que las caderas se me han hecho más voluminosas. Tengo unas buenas tetas y unas buenas nalgas, y me consta que despiertan el interés de los hombres. Mi pelo es moreno y no soy muy alta.
Lo que quiero contar empezó hace un par de meses ya que mi marido a pesar de que al casarnos era un amante perfecto, y follábamos casi a diario, se fue apagando y en la actualidad solo lo hacemos una vez a la semana.
Además aunque lo provoque con vestidos y lencería atrevida, si que se anima, pero se corre como un conejo. Me deja a medias y al final decido fingir un orgasmo. Cuando voy al baño, me masturbo y así consigo apagar el ardor de mi chocho. Jamás había pensado en tener relaciones con otro hombre. Estaba segura de que no conocería otra polla que no fuera la de mi marido.
A veces me reunía con antiguas amigas del trabajo y siempre acabábamos hablando de lo mismo. Cuando pasaba algún chico guapo, surgía el comentario de que si parece que la tiene gorda, etc. Yo sabía que el marido de Ana la tenía gorda y larga. Ella siempre nos lo recordaba, haciendo comentarios de que le dolía el coño porque acababa de follar, etc. Según contaba Ana, el cipote de su marido medía 21 x18. Yo fantaseaba con ellas diciéndoles que lo importante era saber moverla. En el fondo sentía una envidia sana y reconocía que mi marido lo único que sabía hacer bien, era trabajar.

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Aquella tarde había quedado con una amiga para comprar unos zapatos, y después iríamos a tomar algo. Me arreglé bien, como hacía siempre, me puse una falda negra que combinaba con un jersey rojo de cuello alto. La ropa interior era de color negro y estrené un conjunto que me había regalado mi cuñada. Cogí el abrigo y fui a buscar el autobús.
Después de un buen rato de ir sentada, me di cuenta que el chico que iba al fondo se estaba poniendo las botas mirando mis piernas. El abrigo se me había abierto y estaba enseñando el liguero. Me tapé y lo miré, se puso colorado como un tomate. Pensé en la paja que se haría a mi salud. Aquel incidente me había puesto cachonda. Me encontré con mi amiga y fuimos de compras, pero, como no encontraba lo que quería decidimos irnos a merendar. Maite, mi amiga, es muy lanzada y me dijo:
– Oye, ¿sabes de lo que tengo ganas?, me apetecería ir a un baile de carrozas. ¿Nos damos una vuelta por allí, tomamos algo y después nos vamos a casa?
Primero me negué, pero después me hizo cierta gracia y acepté, con la condición de que sería un secreto entre las dos. Cerca de allí, había un hotel y debajo la boîte. Entramos y nos sentamos. Estaba lleno de gente de todas las edades. Desde chicos y chicas de 18 a 20 años, hasta algún señor o señora de 50 a 60 años.
Nos hacía gracia ver como los hombres se acercaban para pedirnos un baile. Pasaron unos cuantos por nuestra mesa y al final Maite, toda decidida, me dijo que le guardara el bolso, que se iba a bailar. Cuando regresó, le dije que iba a llamar a mi madre para que preparara la cena para mis hijos y que volvía enseguida. Cuando salía de la cabina del teléfono, oí una voz que me llamaba:
– ¿Lola, eres tú? ¿No te acuerdas de mí?

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Me puse colorada. Era un antiguo amigo de mi marido. Después de las preguntas de rigor, quiso saber que hacía yo por allí. Le dije que estaba con una amiga y que ella estaba esperándome dentro. Me dijo que dejará el bolso y fuimos a hablar un poco a la barra. Maite seguía bailando. De pronto pusieron un precioso bolero y Juan, que así se llamaba me pregunto si quería bailar. Acepté rápidamente.
Mientras bailábamos, le dije, que por favor no le dijera a nadie que me había encontrado allí. Él me lo prometió y en ese mismo momento, noté como sus manos bajaron un poco más de lo normal por mi espalda, hasta llegar a mis nalgas.
Una vez allí, me apretó hacía él, con mi culo bien cogido. Yo quise apartarme, pero en el mismo momento en que sentí el bulto de su entrepierna. Quedé paralizada, era enorme. Mi cuerpo se sentía atraído por aquel palo como si fuera un imán. Juan se restregaba contra mí y sus manos no paraban de acariciar todo mi cuerpo. Estaba excitadísima y note como se me mojaban las bragas. Busqué a Maite con la mirada y la vi detrás de un macetero, morreándose con un tío. Parecía que se estaban comiendo. Quise apartarme, pero Juan me preguntó si tenía prisa. Yo le dije que no y lentamente levanté mis brazos y coloqué las manos sobre los hombros de Juan.
Creo que él ni se lo esperaba, aunque no tardó en reaccionar. Ahora sentía bien su polla. Debía ser preciosa y gorda. Su respiración se aceleraba. Noté sus labios en mi cuello y me estremecí. Era yo la que me apretaba contra él, para sentir a tope su cipote rozándome el coño. Discretamente paso sus manos por debajo de mi jersey y me aprisiono una teta. La acariciaba mientras nuestras lenguas se buscaban desesperadamente. De pronto me di cuenta que Maite se acercaba y me deshice del abrazo de Juan. Maite sonriendo me dijo que se marchaba y que aquel chico la llevaría a su casa, puesto que le iba de camino. Dicho esto, me hizo un guiño y se marchó. Juan y yo, nos dimos la mano y nos dirigimos hacia la mesa que había ocupado antes con Maite. Acabamos nuestras bebidas y entonces Juan me dijo:
– Son las 9’30, ¿qué te parece si recogemos las cosas y te llevo a casa?
Le dije que iría en autobús, pero insistió y quedamos que me dejara a una esquina de casa por si había algún conocido por allí.

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Puso el motor en marcha y colocando el coche en fila para pagar el aparcamiento, me miró y me dijo metiéndose una mano entre sus rodillas:
– Lola, me has puesto a tope, ¿cómo iba a pensar que te encontraría aquí y que acabaría besándote?, con las veces que te he deseado, dime, ¿tú has sentido algo?
Mientras decía esto, había metido su mano por entre mis piernas y estaba tocando mis bragas. Intentó separarlas para tocarme el chocho, pero apreté las piernas y no le dejé. De todas formas, le quedó claro que estaba mojada por él, y dijo:
– ¡Mira como estoy!
¡Dios mío! era enorme. Tiró de la cremallera y se la sacó fuera tapándola posteriormente con la chaqueta. Decidimos ir a un sitio tranquilo.
Aparcó el coche, no se veía a nadie. Quería que todo acabase. Se la cogí y empecé a masturbarlo, mientras levantaba mi jersey y sacaba mis pechos del sostén. Me los apretaba, los chupaba…
Yo dejé de acariciársela y pasaba mis dedos por sus huevos, pasaba las yemas de mis dedos por el gordo capullo, cuando me dijo:
– Lola, dale un besito, chúpamela un poco cariño.
Lo deseaba, por eso cuando me cogió suavemente del cuello, guiándome hasta aquel mástil de carne dura, cerré los ojos y lamí.
Juan gemía, estaba muy caliente. Había hundido sus dedos entre mis muslos buscando mi abertura, le facilité la entrada, yo también quería correrme. Separó la braga y al tocarme los labios exclamó:
– Estás empapada. Qué coño más vicioso tienes.
Metió uno de sus dedos intentando encontrar el clítoris. Lo localizó rápido y en ese momento me abandoné al gusto. Juan me levantó la falda hasta la cintura y me sacó la braga. Yo solo sabía en esos momentos que quería sentir su polla dentro de mí, y me dejé ir. Juan llevaba los pantalones bajados, la camisa por fuera y todo despeinado, y yo con la falda levantada. Estábamos tan calientes que Juan arrancó el coche para buscar algún sitio tranquilo para poder follar. A los pocos metros había una obra y dijo:
– Vamos, aquí no nos verá nadie.

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Me lamió por todos mis agujeros, sin dejar de masturbarme. Me corrí dos veces. Pero en el momento en que metió su cabeza entre mis muslos y empezó a comerme el chocho, le solté un orgasmo largo y abundante. Entonces me hizo apoyar con los codos en una especie de tablones y me dejó con el chocho y el culo en pompa. Tenía tantas ganas de que me la metiera, que mi culo empezó a moverse. Apuntó el capullo en mi chocho y de pronto lo clavó hasta el fondo. Creí que me rompía, nunca había sentido tanto gusto solo con metérmela. Cuando empezó a bombear, me corrí al menos dos veces. Juan no paraba de follarme, y de pronto me dijo que se iba a correr. La sacó con rapidez y me dio la vuelta metiéndomela en la boca.
Solo se la pude succionar un par de veces y se corrió, soltando una gran cantidad de leche. Quedamos agotados durante un buen rato. Cuando me acompañó a casa, me explicó que su mujer era una persona muy fría y que el sexo no funcionaba. Yo le expliqué el problema que tenía con mi marido y dándonos un beso, decidimos hacernos amantes. Por fin había descubierto lo que puede llegar a sentir un cuerpo, si la persona que está contigo es experta en la materia.
Un beso para todos de una mujer infiel.

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