Relato erótico
Ayudando a la vecina
Sus nuevos vecinos eran simpáticos y él y su mujer decidieron invitarlos a cenar. Durante la cena, el vecino les comentó que todavía les faltaban muchas cosas por colocar y nuestro amigo, se ofreció para ayudarlos en lo que necesitaran.
Paco – Ibiza
Hace algún tiempo se mudaron al piso de enfrente una pareja de unos cuarenta años, Jorge y Manuela. Son personas agradables y buenos vecinos. Él tiene negocio propio por lo que pasa la mayor parte del día en él, ella está algo entradita en carnes, sus pechos tienen un buen tamaño, aunque algo caídos, natural después de haber criado a dos hijos.
Al poco de haberse instalado los invitamos a cenar una noche, comimos, bebimos y charlamos hasta ya bien entrada la madrugada. Él comentó los detalles que aún le quedaban por colocar en la casa y el poco tiempo que disponía para ello y yo, como buen vecino, me ofrecí a echar una mano, tenía las tardes libres y como mi mujer trabaja a jornada completa me aburría un poco.
La tarde siguiente me dispuse a cumplir mi ofrecimiento, llamé a su puerta y abrió Manuela.
– Hola Paco – dijo sonriente,
– Aquí me tienes a tu servicio – contesté yo.
Me explicó que lo que más falta le hacía era montar una librería para empezar a vaciar cajas y yo presto me dispuse a la tarea. Mientras colocaba tornillos y tablas ella se puso a quitar del suelo unas marcas que habían dejado los de la mudanza, se colocó a cuatro patas y con un barreño lleno de agua comenzó a frotarlas. Llevaba puesta unas mallas ajustadas y una camiseta vieja con el cuello muy cedido por el paso del tiempo, no tenía el sujetador puesto, supongo que por comodidad, y por la abertura dejaba entrever sus pechos colgando y meneándose violentamente. No pude evitar fijarme en ellos y mi polla se endurecía con cada vaivén. Cuando se volvió ahora su gran culo se meneaba frente a mí y mi imaginación se disparó pensando en mi polla entrando entre aquellas nalgas acolchadas. Mi bulto iba a reventar, tenía que salir de allí como fuera,
– Perdona Manuela – dije – tengo que ir al baño.
– Claro, ya sabes donde está, ¿no?
De espaldas a ella me dirigí rápidamente hasta el baño y al cerrar la puerta, algo cayó al suelo. Era su sujetador. Lo recogí, olí su aroma y aquel olor me terminó de poner a cien, saqué mi polla y comencé a masturbarme mientras con mi otra mano refregaba su íntimo olor por mi cara, y al momento, instintivamente bajé mi otra mano hasta mi polla intentando evitar que mi semen se esparciera por todo el baño, pero lo único que conseguí es llenar su sujetador además de la pared y el suelo.
– ¿Paco, estás bien?
– Sí, sí – respondí nervioso,
Cogí papel higiénico y limpié como pude su prenda y las manchas de la pared y el suelo, volví al salón terminé el trabajo y me fui a casa.
Por la noche vino Jorge a casa a darme las gracias y a pedirme que si podía hacerle otro favorcito más. La verdad es que es un poco carota el tío. El grifo del fregadero no se lo habían instalado y el no tenía ni idea de cómo hacerlo.
Al día siguiente cogí mis herramientas y me dispuse a realizar el favorcito, llamé a la puerta y pareció Manuela, hoy estaba más arreglada, llevaba un vestido corto de florecitas muy vaporoso,
– Pasa vecino – dijo ella, sonriendo de nuevo,
Pasamos a la cocina y me eché en el suelo para poder trabajar bajo el fregadero, ella cogió una escalera pequeña y se puso a limpiar los mueble frente a mi, cuando levanté la cabeza un nuevo espectáculo se presentó ante mis ojos, su corto vestido dejaba al aire sus piernas y sus bragas de color visón, tan ajustadas que se distinguían perfectamente los labios de su gordo coño. De nuevo mi imaginación y mi polla empezaban a dispararse pero ella se dio la vuelta, se agachó y dijo:
– ¿Qué mirabas tan atentamente?
– ¿Qué? – intenté hacerme el despistado.
– ¿Quieres mis braguitas para hacerte otra paja o prefieres mi sujetador?
– ¿De qué estás hablando? – repliqué mientras me levantaba.
– Deberías ser más cuidadoso chico, no solo manchaste mi sujetador sino que además dejaste parte de tu leche sobre el lavabo.
No sabía que decir, estaba paralizado y mudo, sentía como me salían los colores y el calor inundaba mi cuerpo y entonces ocurrió lo que menos podía imaginarme, ella cogió mi mano, la acercó a uno de sus pechos y dijo:
– ¿No prefieres la carne a la tela? – su otra mano se acercó hasta mi polla y la apretó con fuerza – porque yo sí la prefiero – apostilló.
No dudé ni un segundo más, desabroché su vestido mientras pellizcaba sus pezones, lo dejé caer al suelo y su figura, como recién sacada de un cuadro de Velázquez se presentó ante mí. Sus pezones eran grandes y negros, acerqué mi boca hacia ellos y los lamí con suavidad, ella agarró mi cabeza y pasé a mordisquearlos mientras mi mano se introducía bajo sus bragas y buscaba su raja. Mi dedo indagó entre aquella maraña de pelos y por fin se introdujo en aquel lecho calentito, notando como se había humedecido ya. Bajé sus bragas hasta las rodillas y proseguí mi tarea metiendo un segundo, tercero, cuarto dedo. Aquello no era una raja, era una cueva. La palma de mi mano entraba y salía de él con suma facilidad ayudada por sus fluidos que aumentaban cada vez más. Sus gemidos llenaban la cocina y hábilmente desabrochó mi pantalón y magreaba mi pene erecto deseoso de penetrar su maduro coño cuando llegó al orgasmo.
Se agachó, sacó mi polla y comenzó a mamarla succionando con fuerza durante unos segundos, cuando se la sacó chorreaba de su saliva, se inclinó un poco sobre mi, la metió entre sus grandes y colgantes pechos e inició un masajeo entre ellos. Mi polla iba a reventar.
– ¡Ven aquí! – dije.
La levanté, coloqué una de sus piernas sobre la escalera, agarré mi porra y con una dura embestida, se la introduje en su coño mientras ella volvía a gemir. Yo empujaba con fuerza, dentro, fuera, dentro, fuera, Era como meterla en un inmenso túnel, pero la postura no me convencía, chocaba contra sus grandes muslos en cada embestida.
– ¡Date la vuelta! – ordené.
Como había imaginado su culo era grande y acolchado, ahora si mi polla entraba hasta el fondo. En cada empujón sus nalgas vibraban como si de gelatina se tratara y así tuvo un segundo orgasmo. Estaba lanzada y yo aún no me había calentado.
Seguí empujando con fuerza, pero pensé que la falta de presión de su inmenso coño sobre mi polla iba a alargar la cosa demasiado. Separé un poco sus nalgas y aprecié su ojete que extrañamente parecía bastante pequeño, ella estaba excitadísima por lo que me decidí a actuar sobre él, chupé mi dedo índice y comencé a acariciar su ano suavemente, puse mi mano sobre su espalda y la empujé hacia abajo para que su culo sobresaliera un poco más, sus pechos se posaron sobre la fría piedra de la encimera. Entonces me decidí a pasar a la acción.
– Quiero darte por el culo – dije, pues me enseñaron a pedir permiso siempre antes de hacer algo.
– Sí, sí, hazme lo que quieras pero no pares – contestó.
Saqué mi chorreante polla e intenté introducirla en su ano. Ella se quejó. Aquella tarea se presentaba complicada. Cogí una botella de aceite de oliva que estaba sobre la encimera, separé un poco su ojete y deje caer un chorrito sobre él, lo mismo hice sobre mi polla y la froté, volví a intentarlo y esta vez si, despacio y con fuerza, mi rabo poco a poco se introdujo en su interior, Esto era otra cosa, aquel agujerito casi estrangulaba mi polla, que entraba y salía con cierta fluidez gracias a aquel maravilloso líquido. Ella comenzó de nuevo a gemir.
– ¡Dame, dame más! – exclamaba.
Estaba resultando una excelente anfitriona, aquellas palabras me estaban poniendo a cien y notaba como mis huevos se inflamaban más y más y así, de repente, mi leche explosionó en su interior, cayendo yo sobre ella exhausto.
Al sacar mi pegajosa polla de su culo, brotó de su interior mi leche junto a algo de aceite, cogí sus bragas y tras limpiar mi enrojecido pene, limpié su trasero. Por la noche bajé a tirar la basura y en la escalera me encontré a Jorge y le dije:
– ¿Qué tal vecino?, hoy no he podido terminar de instalarte el grifo, pero no te preocupes que mañana ya he quedado con tu mujer en terminar el trabajito – el iluso me dio las gracias – No hay de que vecino, no hay de que.
Saludos a todos y besos para ti, Charo