Relato erótico
Autosatisfacción y más
Le gusta masturbarse y su mejor amiga lo sabe. Un fin de semana la invitó a ir a casa de unos amigos porque organizaban una velada de masturbación. Fue increíblemente divina.
Beatriz – cÓRDOBA
Conociendo mi amiga Norma, mi afición a hacerme pajas, me propuso asistir a una reunión onanista. Me excitaron los comentarios que hizo sobre este tipo de reuniones y me dio mucho morbo, por lo que acabé aceptando. La reunión fue un sábado, en una torre. Los anfitriones eran un matrimonio de mediana edad en el que ella, Adela, vestía una bata que poco ocultaba de su cuerpo exuberante. Estábamos los tres matrimonios, el anfitrión, el marido de Norma y el mío, pero faltaba por llegar una mujer
que, al hacerlo a los pocos minutos, se presentó como Sara.
Tras los saludos y tomar unas copas, decidimos que participarían solo las mujeres, así que Adela propuso que nos fuéramos a preparar. Desnudas las cuatro, nos pusimos unos picardías a cual más sexy, volvimos con los hombres y en ese momento comenzó la sesión.
De las cuatro, la única novata era yo y aún que alguna idea tenía, dejé que ellas comenzaran. Con diferentes posturas, ellas empezaron a mostrar, con descaro, los coños, acariciándoselos al tiempo que comentaban en qué estado los tenían, lo calentorro, a las ganas que sentían. De Sara, que es una mujer de cincuenta y tantos, me llamó la atención lo peludo que tenía el coño así como el bollo que le hacían los gruesos labios, los pechos de tamaño súper, con unos pezones negros del tamaño de un dátil y que por la manera de acariciarse y mostrarse, se la notaba muy sensual. Otro detalle especial en el que me fijé fue en la pepita de Adela. Nunca había visto un clítoris tan desarrollado. Tanto Sara como Adela no se cortaron al pedirme que les enseñara el chocho de la misma manera que ellas me enseñaban el suyo, preguntándome además que si me gustaban.
Cada una se acariciaba y se tocaba a su gusto. Nos abríamos el coño y nos lo cerrábamos, nos solazábamos con los dedos y nos acariciábamos los pechos mientras cada una hablaba y comentaba las sensaciones y el estado en que se encontraba, hasta que, viendo lo animadas que nos estábamos poniendo, Adela propuso irnos a la buhardilla. Me extrañó el lugar a donde nos dirigíamos pero al verlo me pareció súper confortable, con moqueta y almohadones por todo el suelo para que cada una se acomodara a su gusto. En corro para vernos unas a otras, cada una en la postura que eligió, comenzamos la sesión “masturbatoria”. Empezamos a masturbarnos, mirando como cada una lo hacía, gimiendo y suspirando según el placer de cada cual hasta que Norma fue la primera en correrse y así una tras otra pero continuamos, sin descanso acariciándonos, comentando con lujuria el placer que estábamos sintiendo y de esta manera sin tregua, cada una a su manera, nos fuimos masturbando cada vez con más vicio.
Hasta el cuarto o quinto orgasmo, nos lo habíamos hecho sin tocarnos pero a partir de ahí, Norma y Sara empezaron a darse la lengua sin dejar de acariciarse el coño, y Adela me tocó el pecho intercambiándonos caricias pero sin dejar también de sobarnos la raja. Después de dos nuevos orgasmos, la cosa volvió a cambiar y comenzamos a masturbarnos unas a las otras, cambiando de compañera cada vez que nos corríamos. El movimiento era continuo y las posturas diferentes.
Por delante, por detrás, hasta cerrar un corro y tocarnos las cuatro a un tiempo. Cuando terminamos, Norma y yo hablamos de unos quince orgasmos, pero Adela y Sara disfrutaron de unos cuantos más. Los hombres habían estado presenciando la sesión habían disfrutado, según dijeron, viéndonos.
Al marcharnos, nos ofrecimos para llevar a Sara a casa y durante el viaje, decidimos ir primero a cenar. Durante la cena nos conocimos mejor coincidiendo en muchos aspectos y formas de pensar. Al final, como está soltera y no tenía ningún compromiso, salió espontáneo el que viniera a acostarse con nosotros. En la cama volvió a demostrar lo sensual y ardiente que era. Nos contó la preferencia que tenía por mamar el sexo a los hombres y lo demostró haciéndole una comida de verga y culo súper especial a mi marido hasta que nos enganchamos a joder como locos. Al poco rato nos volvió a preparar y volvimos a darnos otra enorme follada. Todo lo que Sara nos hacía era súper excitante. Nunca había visto tanta
habilidad para tragarse pollas, ni hacerlo con tanta lujuria y efectividad. Cuando terminamos el segundo asalto, Sara nos habló de su vida mientras que sus manos continuaban acariciándonos sensualmente. Nosotros disfrutábamos de su conversación y de las mutuas caricias, pero como a mi marido y a mí nos atraían sus enormes pezones, les dábamos unas buenas mamadas.
Mientras ellos se morreaban y mi hombre le gozaba los pezones, yo me puse a mamarle la verga para que me follara. Se había corrido conmigo dos veces y la tenía morcillona pero todo era cuestión de tiempo. No teníamos prisa. A él le daba gusto y a mi también tenerla en mi boca.
A ratos le masturbaba la polla y me comía el coño de Sara, gozando del cambio al tener dos sexos a mi disposición. Llevaba más de media hora tragando y lamiendo, cuando Sara me pidió que la dejara y admiré entusiasmada como desaparecía dentro de su boca toda la morcilla de mi hombre y en pocos minutos ponérsela más dura que un palo. Era increíble. A continuación presencié como se lo montaba y se ponían a follar. Sara se menaba como una bailarina, se inclinaba y se ofrecía a mi hombre con una sensualidad y pasión increíbles. Ligaron bien y se compenetraron de tal forma que la enganchada parecía interminable. Era encantador ver a Sara como gozaba y hacía gozar a mi marido. Luego dormimos juntos hasta que Sara me despertó con sus sensuales caricias y a la que me notó calentorra, me dijo:
– Móntalo, te lo tengo preparado.
Cuando me uní a mi marido, lo encontré con la polla como un poste. Súper empalmado. Sentí tanta excitación que en cuanto comenzó a metérmela me corrí y meé de gusto. Me enganché con un celo exagerado. Me sentí la más perra del mundo. Lo hicimos con tanta pasión que me corrí varias veces antes de poder extraerle la leche a mi macho. Fue tan intenso que me quedé destrozada mirando absorta la comida tan frenética que le comenzó a hacer Sara y oyendo a mi marido berrear, como un toro, de placer. Agotada, me dormí pero al despertar pude ver como ella continuaba enchufada a la verga. Llevaba más de una hora ordeñando a mi hombre con la boca y continuó, infatigable, mucho tiempo más, mientras el cabrón se retorcía de gusto y se convulsionaba.
Era más de media mañana cuando nos levantamos para desayunar, parecíamos zombis, sin fuerzas, con unas ojeras enormes y cuando Sara se marchó y miré a mi marido, entendí lo dura que había sido la noche. Me contó que Sara le había ordeñado tantas veces que no le quedaba ni una gota de leche. Cuando lo vi allí de pie, con la polla colgando como un badajo, me llamó la atención el estado en que la tenía. Le pedí que se acercara y al mirársela y tocarla, comprobé que como cuatro dedos de la punta los tenía mucho más gorda de lo normal. El motivo era que estaba inflamado, tenía hinchado el capullo y todo el pellejo de tanto que había follado y en especial de las mamadas que le había hecho Sara. Nos fuimos a la cama y dormimos unas horas pero al despertar vimos que la hinchazón le había deformado la verga. La tenía gordísima, en especial el primer tercio le hacía una bola.
Aquello nos produjo un morbo tremendo y comencé a ponérsela dura. Le dolía pero lo aguantaba por la excitación y el morbo que nos causaba el tamaño y grosor que es le ponía. Nos divertimos y nos encelamos viendo el estado en que la había quedado por la deformación, comentando y comparándola con calabacines y trancas de caballo. Cuando me coloqué despatarrada para que el macho me la enchufara, me encontraba tan excitada y salida que el corazón me latía a mil por hora.
Con intención, me la fue metiendo lentamente en un acoplamiento lento y lujurioso por lo que sentíamos y decíamos. Cuando me la terminó de colocar, me sentí más llena que nunca y lo que vino después fue la muerte. Tan gorda, insensible para él como una maza, me hizo perder la razón de los orgasmos y placeres que me hizo disfrutar. ¡Me corrí más de ocho veces! Mi hombre parecía una máquina y su pollón un pistón de acero que entraba y salía haciendo ventosa una y mil veces. Disfrutaba como un energúmeno viendo como me corría las veces que le daba la gana, desmadejándome cada vez que me llegaba el placer.
Cuando, por fin, logré que se corriera se pasó mucho tiempo berreando entre largas convulsiones hasta que, al final, nos enganchamos como perros. Sin llegar a sacármela, nos quedamos dormidos, derrengados del palizón que nos habíamos pegado. Pasadas las cinco, nos pudo el hambre y nos levantamos a comer. Ver a mi marido con aquel enorme badajo colgando entre las piernas me ponía cachonda y él me lo mostraba orgulloso, gastándome bromas picantes y excitantes. A lo largo de la tarde se lo lamí en diferentes ocasiones, me golpeó el coño con él mientras me hacía una paja y hasta probó a metérmelo por el culo, me lo puso entre las tetas y se lo restregué, me golpeó como si fuera una porra por todo el cuerpo y a pesar de que lo tenía tan gordo que el capullo no me cabía en la boca, se lo lamí y relamí.
Lo tenía entre morcillón y blando y era un espectáculo ver cómo le colgaba con aquella gorda bola alargada en la punta. Nos fuimos poniendo cachondos y acabamos de nuevo en la cama. Nos solazamos y nos sobamos con lujuria a tope. Disfrutamos mientras le ponía la polla dura y a la que se le empalmó al máximo comenzamos a copular.
Comparamos aquella unión como cuando se engancha un perro a una perra metiéndole el nudo. La bola de mi hombre hacía el mismo efecto. En los últimos meses hemos estado muchas veces con Sara, hemos ligado muy bien los tres y le hemos tomado gusto a eso de ponérsela gorda a mi marido.
Un beso muy caliente de parte de los tres.