Relato erótico

Auto Stop calentito

Charo
19 de noviembre del 2018

Iba camino de la playa a pasar unos días y descansar. Cuando faltaba poco para llegar vio a un hombre que le hacía señales para que parara el coche. Había tenido una avería y se ofreció a llevarlo a él, a su mujer y a su hijo. Como no conocían la zona, les recomendó el hotel donde iba él.

Abel – Zaragoza
Soy un abogado de 32 años que ha tenido suerte con las mujeres ya entradas en años y quiero contaros esa especie de química que tengo con ellas.
Estábamos en pleno verano por lo cual tuve la buena idea de ir a pasar un fin de semana de descanso a un hotelito situado en la costa catalana, y que en esta época está llena de turistas. Cogí mi coche y salí un viernes al caer la tarde. Conducía fumando un cigarrillo por la carretera cuando, a mitad de camino, me encontré con un coche detenido en el arcén. Imaginé que era alguien con algún problema por lo que me detuve para poder ayudar en algo. Me encontré con un señor de aproximadamente 50 años diciéndome que su coche se le había recalentado y no podía seguir su viaje, pidiéndome si yo podía acercarlos a su destino. Al invitarle a subir a mi coche me dijo que estaba con su familia, mujer e hijo, y yo le dije que no había problema pues yo estaba solo. Sacaron su equipaje y cerraron el coche mientras yo le decía que en mi lugar de destino podían llamar a su aseguradora y pedir que le entregaran otro coche en esa ciudad.
Agradeciéndolo me presentó a su mujer e hijo, el chico tenía 18 ó 19 años y cara de pocos amigos, en cuanto a su mujer tendría 40 años aproximadamente y llevaba unos short hasta medio muslo pero apretados como una segunda piel a sus piernas y sobre todo a un espléndido trasero. En su cara me pareció ver una expresión de calentura como si fuera habitual en ella.
Llegando a mi destino les pregunté donde se hospedarían y al pedirme que les aconsejara algún hotel, se me ocurrió la brillante idea de llevarlos donde me alojaba yo durantes mis estancias en esa población. Nos registramos y me despedí de ellos para ir a mi habitación. Después de descansar un rato me duché disponiéndome a pasar un buen fin de semana, pero estaba secándome cuando llamaron a la puerta. Con la toalla anudada a la cintura abrí la puerta y me encontré con Macarena, que así se llamaba la mujer.
– Disculpa que te moleste – dijo- pero quisiera que me aconsejaras donde podemos salir mi marido y yo esta noche.
La invité a pasar pero no cerré la puerta y me dijo que su marido e hijo habían bajado a buscar alguna información para ver donde divertirse. Se había duchado y llevaba un vestido ajustado que hacían resaltar sus más que grandes pechos y sus gordos pezones que se marcaban como dos granos de uva a través de la tela. Le recomendé un par de lugares donde pensé que se divertirían, también le hablé del casino y ella, mirándome con esos ojos calientes que tenía, me preguntó:
– ¿Tú sabes divertirte? – sonreí y le respondí que pocas veces me aburría pero ella entonces recorrió mi cuerpo con su mirada y repitió – ¿Pero sabes realmente divertirte? – y rozó sus pezones en mi brazo como por casualidad.

La miré directamente a los ojos y me devolvió una mirada que demostraba decisión cuando quería algo y deseaba realmente tomarlo. Con sus pezones presionando mi brazo y me disponía a cogerla de la cintura para restregarme contra ella cuando oímos que volvían su esposo e hijo por lo que se separó rápidamente y despidiéndose salió de mi cuarto antes que ellos la vieran. Por mi parte la calentura se había concentrado en mi polla que sobresalía como un mástil bajo mi toalla. Tratando de sacármela de mi cabeza me vestí rápidamente y salí a ver que me deparaba la noche.
La juerga con unos amigos de todos los años fue para recordarlo mucho tiempo y terminé en mi cama, con una antigua amiga que resultó una experta en el arte del Kamasutra. Estuvimos lo que quedaba de noche y hasta bien entrada la mañana, fornicando desaforadamente pero como el hotel no es 5 estrellas, las paredes no tienen el grosor que debería esperarse, por lo que los gemidos y jadeos debían de haberse escuchado por todo el pasillo.
Después de dormir un par de horas, desayunar y almorzar, me puse mi traje de baño y bajé a la playa a recrear la vista durante la tarde. Cuando volví al hotel encontré a la familia disfrutando de la piscina, el marido dormía bajo una sombrilla y el hijo había entrado en conversación con un par de chicas y se encontraba de lo más entretenido. Cuando me dirigía a las escaleras Macarena se giró y me vio, la saludé con un movimiento de cabeza y seguí mi camino. Al comenzar a subir vi que ella se levantaba de la toalla donde se encontraba, le decía a su hijo algo que no pude oír y se encaminaba hacia dentro del edificio. Cuando yo abría la puerta de mi cuarto ella doblaba el pasillo y se encaminaba al suyo. Un presentimiento vino a mi cabeza y no cerré la puerta. Cuando ella pasaba se detuvo y giró hacia mí, la saludé y pregunté como estaba, pregunta idiota pues estaba con un bikini que hacía resaltar todos sus atributos y cuyas grandes tetas luchaban por escapar de debajo de la diminuta tela. Rió y dijo que tenía sueño pues el ruido que le llegaba desde mi habitación la noche anterior no la había dejado dormir y acercándose un poco añadió:
– Que afortunada la chica que estuvo aquí anoche.
Mi polla comenzó a cobrar vida y ella lo notó de inmediato, fijó ahí su vista y me dijo que su marido también había escuchado la jarana pero que se había dado vuelta y siguió durmiendo como si nada mientras ella imaginaba lo que estaba pasando en mi cuarto. Noté que sus pezones crecían a través del sujetador de su bikini y no despegaba la vista de mi paquete que seguía creciendo y endureciéndose rápidamente. Su mirada de deseo fue decisiva para que yo la cogiera de un brazo y atrajera hacia mí. Su abandono fue total y su boca se entreabrió ofreciéndome sus carnosos labios que no tardé en tapar con los míos y meter mi lengua hasta su garganta. Su respuesta fue inmediata y su lengua se enroscó en la mía batiéndose furiosamente, su mano bajó hasta mi entrepierna y metiéndola por dentro de mi traje de baño agarró mi pene y lo sacó de inmediato de su celda.

Mientras, yo bajaba con mi boca hasta sus pechos, que ya había liberado de su sujetador y atrapaba con mis labios sus pezones. Al parecer ese era su punto débil pues sus gemidos aumentaron de volumen y su mano se aferró a mi tranca fuertemente. Seguí chupando sus tetorras mientras ella me pajeaba, pronto le bajé el tanga y cogiéndola por las nalgas la levanté y la senté en una mesita adosada a la pared.
Ella me bajó el traje de baño mientras yo ensalivaba mi mano y se la pasaba por su coño, ya encharcado completamente por lo que Macarena, sin perder tiempo, enfiló mi polla directamente a ella y la enterró de un solo envite en su ardiente chocho, luego abrió sus muslos y mirándome salvajemente, engarfió sus piernas en mi cintura y me apretó contra ella. Sentada como la tenía, con su espalda pegada al espejo que había sobre la mesita, no era mucho el movimiento que ella podía hacer, por lo que empecé a embestirla sin cansancio hasta que sus gemidos se convirtieron en jadeos y sus labios vaginales estrujaron mi polla anunciando un orgasmo que la dejó con sus piernas tiritando convulsivamente alrededor de mi cintura.
Seguí con mi metisaca dándole duro hasta hacerla correrse dos veces más pero cuando mi eyaculación fue inminente ella me pidió que lo hiciera en su boca así que, bajándola de la mesita, la arrodillé frente a mí y metí mi nabo en toda su extensión entre sus labios vaciando todo el semen acumulado en mis testículos. Lo tragó todo, sin desperdiciar una gota, y siguió chupando hasta dejarlo reluciente y listo nuevamente para el combate, entonces la enderecé, besé sus inmensas tetas y sus labios mientras mis manos amasaban sus nalgas y las suyas mi polla.
Después de un rato, la giré y apoyando sus manos en el espejo sobre la mesita, la incliné un poco, le restregué mi pene contra su clítoris hasta ponerla en marcha nuevamente y ella reclinó más su cuerpo para ofrecerme su trasero en todo su esplendor y yo, ni lento ni perezoso, se la clavé en el ano hasta que mis testículos chocaron con su cuerpo. La sinfonía de jadeos, gemidos y pequeños grititos se confundían con el tap-tap que producían nuestros cuerpos y aprovechando otro cúmulo de orgasmos que le sacaba a ella, me vacié nuevamente, ahora dentro de su culo, mientras miraba a través del espejo como su cara se contraía de placer al recibir mis chorros.

Besándonos y magreándonos, descansamos un par de minutos y luego ella se vistió y se despidió antes que notaran demasiado su ausencia, diciéndome.
– Espero que esta noche no llegues muy tarde y llegues solo, pues estaré esperándote.
Lo que pasó esa noche lo contaré en una próxima carta.
Besos y hasta pronto.

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