Relato erótico
Atracción mutua
Habían sido compañeros de trabajo y a él le gustaba. Nunca le dijo nada, pero le parecía que a ella, también le gustaba. Pasaron unos meses y de pronto apareció en el trabajo pero, como cliente.
Jorge – Alicante
Querida Charo: te escribo para ver si es posible que me publiques una aventura que me ocurrió no hace mucho tiempo y así poder excitarme al leerla recordando todo lo que pasó. Maribel hace tiempo que dejó de trabajar en la hamburguesería donde yo también trabajo. Ella dijo que había encontrado otro trabajo mejor y que por eso se iba.
Al cabo de unos meses y para sorpresa de todos, pero sobre todo para mi, volvió por la hamburguesería pero ahora como cliente. Se había mudado con su novio a un apartamento cercano y no sé cuál de las dos caras se iluminaron más al vernos. Después de ciertas confidencias mutuas, se despidió con un:
– Volveré por aquí.
Desde aquel día, sus visitas fueron cada vez más continuadas y las confidencias también. Su novio parecía ser el típico macho celoso que pretendía controlarla las veinticuatro horas del día, y eso parecía agobiarla bastante. Un día vino con aspecto triste. No había pasado buena noche y las ojeras se le notaban a pesar del maquillaje que pretendía ocultar las señales.
– No sé, creo que tal vez me haya vuelto a equivocar con un hombre – me confesó.
Apoyada en la barra, bajó la cabeza. Nuestra confianza mutua no era suficiente para que yo la viera llorar. Le cogí una mano, se la apreté suavemente, aunque más bien fue una acaricia, pero no le dije nada. No hacía falta consolarla. Un momento después levantó su cabeza, me apretó la mano ella a mí y me dijo:
– Gracias, sé que puedo confiar en ti.
Días después de eso, me encontraba ordenando las estanterías. Afuera llovía con fuerza y no había clientes cuando, de pronto, la puerta se abrió. Era ella de nuevo, empapada completamente. Se quitó la gabardina y se puso delante de la estufa para calentarse. Empezó a hablar como si todo fuera perfecto en su vida, lo contenta que estaba y el futuro que tenía por delante hasta que pasando rápidamente detrás de la barra, me dio un beso en los labios. Me quedé sorprendido.
– Cierra la hamburguesería y vamos al almacén – me sugirió mientras ella ya se iba en el almacén sin esperar mi respuesta.
Cerré todo lo rápido que pude la tienda, apagué las luces quedando únicamente la bombilla del cuarto donde tenía el economato. Nervioso y excitado me acerqué a la entrada de la habitación. Allí estaba, sonriéndome. Encima de los manteles doblados de las mesas, estaba ella. Su ropa interior blanca de encaje lo único que la vestía. Miré su cuerpo. Sus pechos no eran muy grandes, pero se veían turgentes y a través de sus braguitas podía observar su vello oscuro y denso. Me puse sobre ella, me bajó los pantalones y agarrando mi más que creciente polla erecta, empezó a moverla rítmicamente. Yo solo acertaba a acariciar sus muslos, que ella me aprisionaba con su entrepierna. Su sexo, ya bastante humedecido, despedía un olor excitante.
– ¡Aprieta más fuerte cabrón… ¡Méteme las bragas hasta el fondo! – ordenaba – ¡Muérdeme! – ordenó de nuevo – ¡Más fuerte, más fuerte! ¡El clítoris, búscame el clítoris y chúpamelo hasta reventar… venga cabrón, haz algo bien!
Succioné con todas mis fuerzas el clítoris. Empezó a levantar su cadera contra mi cara, buscando más placer. Intenté llevar la delantera. Sin previo aviso, le introduje el dedo en su culito, con lo estrecho que estaba, seguramente no había sido muchas veces introducido.
– Te quiero ver las tetas – dije.
Por toda respuesta me dio un golpe con su rodilla izquierda en mi polla erecta. Caí en redondo a sus pies.
– Pues prepárate, cabrón – dijo con voz excitada.
Yo apenas podía respirar y mi polla estaba volviendo a su estado de flacidez.
– Con que se te pone floja… – exclamó riendo mientras me la miraba y entonces me ordenó – ¡Menéatela!
No sé por qué pero le hice caso y comencé a manearme la verga hasta que, poco a poco, volvió a su dureza. Entonces Maribel empezó a masturbarse delante de mí, separándose los labios del coño mientras me miraba, una mirada que ya no era la de esa chica que trabajó conmigo, ni la que me daba sus pequeñas confidencias. Su mirada era algo distinto, viciosa, maligna.
– No sabes hacerme gozar y tengo que hacérmelo yo
Sin duda, se estaba poniendo un pelín borde.
– ¡Chúpamelo! – me dijo entonces abriendo sus piernas y ofreciéndome su coño.
Me agaché volviendo a succionar de forma desaforada todo su sexo. Su humedad se pegaba por mi rostro lo cual acrecentaba mi excitación. Sus jadeos volvían a ser ruidosos.
– No te muevas – me decía – Sigue… no saques la boca de mi coño…
Parecía que llegaba al orgasmo. Un grito y el apresamiento de mi cabeza con sus piernas al cerrarlas me lo confirmó.
– Espera, espera… – repetía entre jadeos mientras se corría lanzando cantidad enorme de jugos contra mi boca.
– Espera – su voz era de nuevo la de la Maribel de antes – ¿No deseas correrte? Sin duda te lo mereces.
Me cogió, bajó mis calzoncillos y comenzó a succionarme la polla. Desde luego lo hacía bien.
– Quiero que cuando te corras, me avises, quiero tragármela toda – decía entre vaivén y vaivén.
Le cogí de la cabeza, para acompañar su ritmo a mi gusto. Ella me cogió de los testículos, acariciándolos con sus uñas. Estaba llegando al límite.
– ¡Me corro, Maribel, me corro…! – gemí de placer.
Ayer vino a verme Maribel. Acompañada de su novio que se quedó fuera. Me sonrió. Se acercó a mi oído y con un “gracias, sé que puedo confiar en ti”, se marchó. Nunca más la he vuelto a ver.
Un saludo para todos vosotros.