Relato erótico

Arreglaba mi casa, y…

Charo
14 de octubre del 2018

Su empresa lo trasladó a Bilbao por una larga temporada. Vivía solo y necesito la ayuda de alguien que le ordenara la casa y le hiciera la comida. Le recomendaron una chica, la entrevistó y la contrató. Vivía en la casa, y ya sabéis, el roce hace el “cariño”.

Carlos – Bilbao
Hace años, mi empresa me propuso trasladarme a Bilbao por una temporada. Lo cierto es que yo era joven, 30 años, y sin compromiso. Me ofrecieron ascender a un buen puesto y acepté. Como era uno de los directivos de la sucursal me concedieron una casa para que no tuviera que vivir en hoteles. Durante un tiempo mi vida se dedico al trabajo y… a las mujeres. Lo cierto es que no tenía ningún problema para conseguir compañía. Las chicas eran amables y yo un buen partido desde el punto de vista económico.
En el primer año de mi estancia, tuve relaciones con seis chicas. Las había grandes y pequeñas, hasta una casada pero ninguna solucionaba mi problema con el servicio. Las criadas pasaron por mi casa con rapidez ya que ninguna aguantaba más de uno o dos meses. Juro que no intenté nada con ellas, tenía comida de sobra para mi polla en coñitos jóvenes y no tan jóvenes, deseosos de tenerme dentro.
Como tenía que solucionar el problema del servicio lo comenté con mi secretaria y le pedí que encontrase una chica para mi casa. Me habló de una hermana de su criada, una chica de 18 años que vivía con sus padres en una aldea cercana. Les propuso a sus padres traerla a la ciudad y estuvieron de acuerdo. Cuando llegamos a mi casa le indiqué donde estaba su cuarto y le enseñé el resto de la casa. Como no tenía ropa adecuada, le compramos algo en unos almacenes y la vestimos de forma que no desentonase entre el vecindario. Volví a mi rutina diaria, regresando a casa muy tarde. Siempre me la encontraba esperándome. Me preparaba la cena y se acostaba.
Un día, al regresar, la encontré con mala cara.
– ¿Qué te pasa? – pregunté.
– No me encuentro demasiado bien, me duele la tripa.
Comprendí cual era el problema. En la casa no había compresas ni nada parecido de forma que llamé a la farmacia para que las trajeran. Le di una aspirina y se fue a acostar. Así seguimos varios meses. Ella engordó y se redondearon sus formas. No era alta, pero su culo se puso grande y sus tetas apuntaron bajo su uniforme.
Una noche regresé muy tarde y me la encontré dormida en la cocina. No quise despertarla y la llevé a su cuarto en brazos. Su cara se apoyaba en mi pecho. Al entrar, me llevé una gran sorpresa. En todas las paredes había fotos mías. Eran copias de las que había en mi cuarto. Entonces ella se despertó entonces. Me miró con cara sorprendida y solo atinó a decir:

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– Me dormí.
-¿Qué son todas estas fotos? – pregunté, dándome cuenta en ese momento de que tenía en casa una admiradora.
Bueno, ¿por qué no hacer que me admirase más? Estábamos sentados en su cama y puse mi mano por encima de su hombro. Ella se estremeció pero me dejo hacer.
– ¿Por qué tienes fotos mías en tu cuarto?
No contestó. Yo comencé a desabrocharle el uniforme de manera que pude ver sus pechos. Y me quedé maravillado. Eran de tamaño medio y terminaban en un pezón como una tetina de biberón, de color muy oscuro.
Como no se movía, seguí desabrochando todo el uniforme, que se abotonaba por delante, y la dejé con las bragas y las medias. Tomé uno de los pezones con mis dedos y comencé a darle un masaje. Volví a preguntar:
– ¿Por qué tienes mis fotos?
– Yo sabía que era para usted – me contestó.
No entendí la respuesta y le pedí que me la explicara.
– El día que vine aquí, mi hermana me dijo que yo debía hacer cuanto usted me pidiera y atenderle cuando viniera a mi cuarto.
¡Atiza! Resultaba que yo era el atrapado. Cuando me recuperé, pensé que si ella esperaba esto, pues que lo tuviera. La puse de pie frente a mí. Acercándola con mis brazos, dejé sus pezones a mi alcance y comencé a chupárselos. Ella tembló y decidí quitarle las bragas y las medias. Así lo hice y se quedó frente a mí, con una buena mata de pelo negro cubriendo su coñito. Mi polla ya no aguantaba más dentro del pantalón. Me desnudé rápidamente. Ella miró mi miembro inflamado y lo tomó con sus manos, comenzando a masajearlo.
– ¿Donde aprendiste esto? – pregunté.
– Se lo veía hacer a una amiga – contestó tan seria.

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La tumbé en la cama y apunté mi polla hacia su vagina, y se la metí toda dentro. Dio un pequeño grito pero pronto empezó a moverse a mi ritmo. Eso era joder. Era como una serpiente, se retorcía y hacía unos movimientos con su coñito, como masajeando mi polla. Me corrí dentro de ella como hacía tiempo no lo hacía. Ella había tenido cinco orgasmos desde que la penetré. Descansamos un rato y la llevé a mi habitación. Cuando me recuperé, me senté en una silla y la hice sentarse sobre mis piernas, con su coño abierto, mirando hacia mí. Puse mi polla frente a su entrada y se la metí dentro. Como estaba muy excitado comencé a moverla, entrenado y saliendo de su coño. Se volvió a correr dos veces y yo, no aguantando más, me corrí de nuevo dentro de ella. Pusimos la silla muy sucia con nuestros jugos.
Desde ese día, todas las noches ella dormía en mi cama. Me la follaba dos e incluso tres veces, en una noche. Ella era cada vez más experta.
Cinco años después me trasladaron al extranjero y como os podéis imaginar María, que así se llamaba, vino conmigo. Ahora no es mi criada, es mi mujer y estamos de maravilla.
Un beso para todos.

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