Relato erótico
Aqui te pillo, aqui te mato
Nunca se le hubiera ocurrido que tendría una aventura con ella. Era la secretaria del gerente, 40 años y estaba buenísima.
Javier – Valencia
Mi historia con Eugenia se inicio en la oficina donde trabajábamos.
Ella era la secretaria del gerente. Tenía unos 40 años. Muy atractiva, con un cuerpo voluptuoso digno de admirarlo. Se vestía con faldas y unas blusas transparentes, pero siempre con mucha elegancia.
Me gustaba su piel blanca aterciopelada, su boca carnosa y esa mirada sensual detrás de las gafas, que te hacían imaginar muchas cosas.
Con el pasar de los días, supe que era viuda hacía varios años, tenía hijos adolescentes y no se le conocía ninguna relación. Me sentía muy atraído por ella, pero tenía que ir con cuidado. Diariamente me acercaba a saludarle, y charlábamos de temas sin importancia.
No perdía la ocasión de mostrarle mi admiración y hacerle sentir sutilmente que me gustaba. Así fue como una tarde, en que la mayoría se habían ido, ella se quedo sola, terminando algunos papeles, aproveché la ocasión me acerqué con un café y rocé su mano levemente, no lo evito, al contrario me miro a los ojos, se acerco a mi cara y me dio un beso en la mejilla, muy cerca de la boca, agradeciendo mi gesto. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, tenía ganas de tomarla entre mis brazos y besarla. No pude reaccionar. Estaba enloquecido pensando en sus labios tan cerca de mi boca.
Le dije que si necesitaba algo estaría en mi mesa, y me pidió que la ayudara a llevar unas carpetas al cuarto de archivo. Me dio la llave, tome las cajas y fui hacia el lugar. Cuando iba a salir, ella entro, estaba oscuro, sentí su cuerpo apoyarse en el mío y sus manos en mi pecho.
La tome de la cintura y la besé. Estaba jugado. La deseaba demasiado para seguir reprimiéndome, pasó sus brazos alrededor de mi cuello y me dijo:
– Este será nuestro secreto
Me volvió a besar, jugando con la lengua en mi boca. Mi miembro estaba como un palo, quería follármela ya. Abrí su blusa y aparte el sujetador de encaje blanco que tenía para deleitarme con sus hermosas tetas. Mis labios comenzaron a succionar sus pezones, ella gemía como una gata en celo, clavando las uñas en mis nalgas.
Mis manos bajaron y levantaron la falda, encontrando la sorpresa de que no tenía nada debajo solo las ligas de las medias negras que tenía puestas. Eso me enloqueció más. Mis dedos se sumergieron en ese tesoro mojado, ardiente, quise chupárselo todo. Ella acariciaba mi polla y yo quería penetrarla.
La senté sobre unas cajas, abrió las piernas dirigí mi boca directamente a su húmedo chocho, con mi lengua jugueteaba con sus labios rosados, su clítoris pequeño y duro estallaba. Me gustaba verla así, gimiendo desesperada, entregada. Sentí como su cuerpo convulsionaba de gozo llegando al orgasmo.
Se relajó, se volvió hacía mí y me dijo:
– Ahora te toca ti.
Bajo mi pantalón, mi bóxer y se quedo mirándome con mirada lujuriosa
detrás de sus gafas, que me calentaban más. Se acerco, abrió mi camisa y empezó acariciarme con sus uñas, pasando por mi pecho, jugueteo en mis tetillas, y continuo bajando lentamente.
Con sus finas y suaves manos cogió mi polla y jugaba con la lengua alrededor de la boca, como saboreando lo que se iba a comer.
Era una mujer hermosa. Se agacho y humedeció mi glande con saliva, mientras lo acariciaba con las yemas de los dedos. Puso más saliva y empezó a dar pequeños mordiscos, como si estuviera comiéndosela de a trozos, dolía, pero ver como sus labios rojos y húmedos se devoraban mi polla era una gozada. Entraba y salía hasta su garganta, sintiendo como clavaba sus dientes y su lengua me acariciaba con movimientos que me enloquecían. Chupaba mi polla con pasión, estaba disfrutando con lo que me hacía. Se merecía ser bien follada.
Así que la tomé de la mano y la lleve contra la pared, estaba esperando eso, lo vi en sus ojos. Apoyo sus manos y abrió las piernas, doblo la cintura y yo levante su falda, separe sus glúteos, estaba completamente lubricada, la penetré con fuerza, entró toda a la primera, estábamos tan calientes. No podía parar. Oírla gemir me volvió más loco, quería seguir, pero mis huevos me pedían estallar.
Sus gemidos se volvieron más intensos, estábamos al límite, la abracé apretando sus tetas y mi corrida llegó al mismo tiempo que su orgasmo.
Vinieron más encuentros y más secretos, pero os los contaré en otra ocasión.
Muchos besos para todos.