Relato erótico

Aproveché la ocasión

Charo
4 de diciembre del 2019

Le gustaba el amigo de su padre. Ahora ya era mayor de edad y no quería esperar para disfrutar con aquel hombre. Vino a cenar a nuestra casa y aproveche la ocasión.

Ana – Mallorca
Querida Charo: me llamo Ana, tengo 19 años y quiero contarte la experiencia que viví durante fiestas de mi pueblo y cuando mi padre invitó a uno de sus amigos a comer a nuestra casa. Son amigos desde hace muchos años pese a la diferencia de edad. Mi padre tiene 48 y su amigo Matías 42. Éste vino a comer acompañado de su mujer y su hija.
Cuando yo era más adolescente, eran muchas las veces que me despertaba mojada, con la mano en mi rajita y soñando que la verga de Matías estaba entre mis piernas. Hacía casi un año que no le había visto y cuando llegó y le vi me puse muy caliente. Todavía no me había dicho “hola” y yo ya estaba mojada. Así que decidí que no iba a pasar más tiempo sin follármelo.
Mi madre, la esposa y la niña se quedaron en el salón, mientras mi padre y Matías subieron a la terraza para encender el fuego pues iban a hacer una barbacoa. Al cabo de un rato, mi padre me llamó pidiéndome que le subiera más carbón. En ese momento vi lo que podía ser mi oportunidad.
El cuarto de los trastos está al final del pasillo, justo al lado de mi habitación, así que en lugar de ir a por el carbón al trastero, me metí en mi habitación, me quité la blusa, dejé la puerta abierta de par en par y esperé. No tardé mucho en oír como alguien bajaba las escaleras y como, al pasar ese alguien por el salón, mi madre preguntaba:
– ¿Dónde vas, Matías?
– Es que Ana tenía que subir un poco más de carbón, pero parece que se le ha olvidado. Voy a subirlo yo – le contestó.
Cuando pasó por delante de mi habitación, se quedó petrificado. Allí estaba yo, con un sujetador dos tallas más pequeño y mis enormes pechos casi desnudos. Me di la vuelta, como si fuese lo más normal del mundo y le dije:
– ¿Vas a por el carbón? Iba a subirlo yo, pero se me ha manchado la blusa, no tardo nada.
Sus ojos no se apartaron de mis pechos ni un segundo pero, sin decirme nada, se marchó.

Después de comer, mi padre subió a limpiar las cenizas. Matías se levantó y dijo que había traído unas cintas de vídeo y unas cosas para mi padre, pero que se las había dejado en la furgoneta. Muy amablemente me ofrecí a acompañarlo. Había aparcado la furgoneta lejos de mi casa porque al ser fiesta no había sitio para aparcar. Caminamos sin decir nada y cuando llegamos él se metió en la parte trasera del vehículo para buscar las cintas. Entonces yo aproveché para desabrocharme los tres primeros botones de mi blusa de manera que mis pechos, que insisto son enormes, se veían perfectamente, entré tras él y cerré la puerta. Al sentir el ruido se dio la vuelta, me miró sorprendido y exclamó:
– ¿Qué…?
No pudo acabar la frase: le besé y acerqué mi mano a su polla sobre su pantalón acariciando su polla.
– ¿Qué haces? – preguntó con voz nerviosa.
– Estoy comprobando si tienes tantas ganas de follarme como yo a ti – dije con mi mejor sonrisa.
No podía negar su deseo porque su polla estaba dura como una piedra.

Empezó a decirme que no podíamos, que era amigo de mi padre, que yo era muy joven y cosas de este estilo pero yo, para hacerle callar, cogí su mano y se la puse entre mis piernas mientras le bajaba la bragueta y le cogía el cipote.
Yo, previsora que soy, antes de salir de casa me había quitado las braguitas, por lo que sus dedos se toparon directamente con mi coño, que a esas alturas estaba húmedo y resbaladizo como el fondo de un lago. Me acerqué más a él y volví a besarlo. Sus dedos comenzaron a explorar mi coño mientras yo le bajaba los pantalones. Tenía una polla enorme. Le hice parar, me arrodillé y me la metí en la boca. Era dulce y caliente. Olía a hombre. La chupé como si fuese un caramelo, pasando mi lengua por la puntita y luego me la tragaba toda. Hasta la garganta. Se volvió loco.
-¡Muy bien puta… así, así… trágatela toda…!. ¿Te gusta chupar pollas verdad? – gritaba ahora él.
Nunca le había oído hablar así, pero que me llamara puta me puso a mil. Mientras yo se la mamaba, él me había quitado ya la blusa y pellizcaba mis pezones. Al poco rato me levanté, saqué su polla de mi boca y me la metí en el coño.
– ¡Quiero que me revientes el chocho! – le dije muy cachonda – ¡Métemela hasta el fondo… sí… siií… no pares…!.
Empezamos a movernos rítmicamente, mientras me chupaba y me mordía los pezones sin dejar de decirme guarrerías.
– ¿Ves putita… ves como te los chupo? ¡Sigue moviéndote zorra… te voy a follar como nadie lo ha hecho nunca!
Me bombeaba con fuerza y al poco rato tuve un orgasmo genial. El tardó en correrse un rato más y al acabar de hacerlo le limpié la verga con mis labios, sorprendiéndome al notar que, dentro de mi boca, comenzaba a crecer de nuevo.
– ¡Ábrete de piernas puta, porque te la voy a clavar toda otra vez! – me ordenó.
Comenzó a follarme violentamente. Con sus manos retorcía mis pechos, me hacía daño y me embestía con tal fuerza que creí que me partiría en dos. Pero pronto el dolor dio paso a un genial orgasmo.
– ¡Ooooh… sí… siiiií… no pares… no pares… que me corrooo…! – gritaba yo agitándome como presa de un ataque.

Matías, entonces, sacó su polla y se corrió en mi cara y en mis labios. Yo tragué toda la leche que pude y le limpié la verga con mi lengua. Luego nos vestimos y nos arreglamos un poco para volver a casa. Cuando llegamos al portal, me arrinconó contra la pared, metió su mano por debajo de mi falda y me susurró:
– Nena, creo que a partir de ahora, me van a encantar las barbacoas en tu casa.
La verdad es que así ha sido pues muy a menudo viene a casa o nos encontramos en su despacho donde echamos unos polvos o le hago unas mamadas de cine. Me pone cachonda a morir.
Un beso para todos.

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