Relato erótico
Aprendiendo informática y …
Es informático y se interesó por un curso que daban en Córdoba. Se lo pensó y se apuntó. Cuando llegó, había pensado en ir a una pensión, pero unos compañeros del curso le comentaron que podían alquilar un piso entre los tres y estarían más cómodos.
Rubén – Zamora
Soy un chico de 22 años, estudiante de informática, de 1,80 de estatura, delgado, introvertido, no me gusta ir de discotecas de moda y tengo pocos amigos. Me gusta la naturaleza y el deporte, en especial el ciclismo que práctico con la asiduidad que me dejan los estudios. Vivo en una capital del centro de España y como este verano había en Córdoba unos estudios teórico-prácticos que me interesaban, con el permiso de mis padres, me desplacé a esta preciosa ciudad andaluza. El curso era de dos meses. En principio pensé en una pensión pero al encontrarme, el primer día justo al llegar, dos de mis compañeros, me dijeron que si me unía a ellos podríamos alquilar un piso o un apartamento. Me pareció buena la idea de compartir los gastos ya que no me sobraba el dinero. Revisamos la prensa y encontramos varios pero, sobre todo, uno reunía las características que deseábamos y estaba cerca del centro donde teníamos las clases. Tenía tres habitaciones y era un ático, situado en una zona alegre y bien comunicada. Mis dos compañeros eran de Huelva y los fines de semana se marchaban a sus casas. Ellos salían todas las noches pero yo me quedaba a estudiar y a escuchar música clásica, que me encanta y entretiene, leyendo o, en ocasiones, paseando.
Yo me encargaba de la compra. Lo hacía por las tardes, después de salir de clase compraba en un súper cercano y me entretenía mirando las señoras que hacían la compra. Me gustan las mujeres mayores que yo. Esas bellezas andaluzas, morenas y con buenos argumentos, buenas y torneadas piernas, con el calor ligeritas de ropa y mostrando el poderío de sus tetas en camisas semitransparentes. Todo eso me servía para que, cuando llegaba al piso, me pajeara desnudo en la cama soñando con esas espléndidas hembras, pronunciando nombres ficticios y deseando follarlas en la soledad de la habitación. Así iban transcurriendo los días. En la escalera conocía ya a casi todos los vecinos y me había fijado en una señora hermosa y de magnífico cuerpo.
Coincidiendo muchas veces en el súper, la seguía a distancia. Vivía en el mismo rellano que nosotros y nos habíamos cruzado y subido en el ascensor muchas veces. Es un monumento de mujer, hermosa y seductora. Siempre iba bien vestida, elegante, pero al mismo tiempo me turbaba con un halo de lujuria que me dejaba incapaz de articular palabra mientras subíamos en el ascensor.
Mis pajas se fueron convirtiendo en asiduas hacia esta preciosa hembra, a la que había ayudado a subir la compra. Es algo normal en mi forma de ser. Siempre lo hago con las vecinas y conocidas. Cuando descubrí que la ventana de mi dormitorio coincidía con el suyo, a cada momento espiaba sus movimientos.
Ella, cuando llegaba a su casa, se cambiaba de ropa, pero hasta el cabo de unos días no pude verla en bragas y sujetador. Estaba preciosa con los eróticos conjuntos de lencería que llevaba. Yo estaba desnudo y escondido detrás de la cortina, y me pajeaba como un mono salido. Ella no se daba cuenta, o eso era lo que yo pensaba. Actuaba con gran naturalidad pero mis ansias por ver más de lo que podía, fue el detonante para que Berta, que así se llamaba actuara.
El segundo fin de semana en que mis compañeros se marcharon, sobre las doce tocaron el timbre y en la puerta estaba ella con una bata de fino tejido, larga hasta los pies. Calzaba unas finas sandalias de tacón con los dedos al aire, las uñas de los pies pintadas de un rojo intenso, al igual que sus labios.
– Buenos días, vecino -me dijo- ¿Podrías ayudarme a mover los sillones? Estoy de limpieza y no puedo hacerlo sola.
– Sí señora, con mucho gusto… – casi no pude terminar la frase, me faltaba el aire y colorado como un tomate, las mejillas me ardían.
Cerré la puerta y la seguí hasta su casa admirando el lascivo movimiento de su encantador culo. Yo le separaba los sillones y ella limpiaba o pasaba el paño del polvo. En cada movimiento sus hermosas tetas se movían con lujuria, a veces enseñando parte de sus mamas a punto de salirse de la fina tela que los cubría. Pensaba que no llevaba sujetador por lo sueltas que se encontraban. Por la abertura de la bata se ofrecían a mi vista sus bien torneados muslos, morenos de haber tomado el sol, al igual que lo que veía de sus abultadas tetas, tostadas y sin una simple raya blanca. Parecía que tomaba el sol sin nada sobre ellas. ¿O lo tomaba desnuda por completo? Terminamos colocando los sillones y entonces me dijo:
– Acompáñame a la habitación, que tengo una lámpara que no va y quiero que veas si puedes solucionarlo.
La seguí de cerca, clavando los ojos en sus formidables nalgas. Me puse de rodillas para ver lo que ocurría y vi que ¡estaba desenchufada! Ella estaba junto a mí y alzando la vista, pude ver como sus gordas tetas al aire, se habían escapado de la bata. Se dio cuenta y al momento se las tapó sin decir nada. Me tumbé del todo porque no llegaba a la base del enchufe y al salir, ella estaba con las piernas abiertas ofreciéndome los muslos desnudos y en la entrepierna un delicado y pequeño tanga blanco con abertura en el centro de su coño poblado de negros pelos. Como pude me levanté. Estaba muy colorado y con una considerable erección. Sus ojos quedaron fijos en el bulto que mis pantalones le ofrecían por lo que yo me recoloqué la polla para que no se me notar, pero ella entonces me preguntó:
– ¿Qué te pasa… te ponen cachondo mis piernas?
-Señora, ya que hemos terminado, me marcho – dije- más sonrojado que antes.
– ¿Pero dónde vas? -me corto- Eres un guarro y te he visto hacerte pajas espiándome desde tu habitación.
– ¡No, señora yo… – dije deseando que la tierra se me tragara.
– ¡Sí, tú, espiando a una mujer que puede ser tu madre y hacerte pajas a
mi costa… no tienes vergüenza!
– Sí señora, no lo volveré a hacer nunca más.
– Bueno, te perdono, pero como castigo tendrás que lamerme el coño y si lo haces bien, en alguna otra ocasión te ofreceré mi cuerpo.
Se abrió la bata y como yo supuse, estaba sin sujetador. Los pechos eran grandes y perfectos, tersos y de una suavidad enervante. Me los ofreció y lamí sus sonrosados, erectos y duros pezones. Sabían a gloria. Estaban calientes y el perfume que llevaba en el cuerpo me hacía sentir sensaciones de difícil explicación. Se los fui chupando con fruición y delicadeza mientras ella suspiraba y jadeaba. Al final se sentó en la cama y yo, de rodillas entre sus preciosos y potentes muslos, me recreaba en chuparle los pezones como si fuese un chotillo. Al rato me retiró de los pezones diciéndome:
– Ahora lame y cómete mi coño, lo tengo caliente y muy mojado ya que has sabido mamar muy bien de mis pechos.
Se tumbó en la cama y abriendo los muslos todo lo que pudo, me ofreció una raja grande y sabrosa por cuyos pliegues y entre los labios rezumaban los caldos de ese caliente chocho. Me amorré, lamiendo por encima sin querer, de momento, perforar su coño. Quería recoger todos los caldos que manaban de él. Luego profundicé ya bien con la lengua llenándomela de jugos calientes y espesos. Estaban deliciosos, y de un sublime sabor agridulce, empapándome bien la lengua y degustando esos sabrosos caldos.
Tanto gozaba que tenía la polla tremendamente erecta y con dolor en los huevos. Me agarró la cabeza con las dos manos, presionaba o dejaba que fuese una ligera caricia de lengua. Aquello parecía una fuente de tantos jugos que lanzaba. Casi no podía recogerlos todos y tragarlos. Así estuvimos hasta que, cerrando los muslos sobre mi cara, explotó en un gran orgasmo, largo y muy potente. Suspiraba y bramaba como si le faltase el aire. Sus gordas tetas subían y bajaban al ritmo de la constante respiración. Con la presión de sus muslos me tenía la cara apretada, con la lengua metida toda ella en ese amplio y bien lubricado chocho. Me hacía daño y no me dejaba escapar hasta que se corrió dos veces más haciéndome tragar todos sus abundantes caldos.
Al tranquilizarse, me hizo incorporar y me llenó de besos, lo mismo que yo hacía, enlazando las lenguas y apretándome contra su cuerpo. Por la pernera del pantalón de deporte, se me salía la polla, enseñando la gorda cabezota pegada a mis muslos. Berta movía el cuerpo y eso hacía que mi calentura subiese al límite. Viendo que estaba a punto de correrme, se lo dije y ella me contestó:
– Hazte una paja y me echas la lechada por encima de las tetas y de la barriga.
Me quité el pantalón de deporte y dando un salto mi erecta polla me golpeó en la barriga. Me la cogí y me fui masturbando despacio, como siempre hago, mientras ella se acariciaba las tetas y pellizcaba los duros y erectos pezones. Frente a ella, me acariciaba lentamente con mi vista en las caricias que ella se hacía en las tetas y viendo como un reguero de flujos le salía del chocho. Tenía los labios abiertos, relucientes del jugo, y unas pequeñas gotas en el pelo brillaban con los reflejos que recibían de la luz. Cerca estaba ya de la corrida cuando Berta hizo que la montase. Cogiéndomela con la mano, se llevó mi polla a su babeante coño diciéndome:
– ¡Muévete con ritmo suave y lento… así, así… qué buena polla, que dura… como la siento, así, mi vida, así que me viene, córrete los dos al mismo tiempo… ya… siiií, que bueno… sigue que me llega otra vez… oooh…
Los dos al unísono nos vaciamos. Su chocho estaba lleno de jugos y lefa caliente. Era una delicia. Seguí moviéndome en la follada hasta que se me aflojó la polla, saliendo y derrumbándome en la cama, al lado de tan maravillosa mujer.
Pasamos un buen rato acariciándonos y besándonos, los dos desnudos y enlazados los cuerpos.
– Tienes que marcharte – me dijo al cabo de un rato – Vendrán unas amigas
y no quiero por nada del mundo que se enteren de lo nuestro.
Nos vestimos y en la puerta nos despedimos, no sin antes haberle mamado bien las tetas hasta que ella me separó porque volvía a estar caliente y no era justo que la dejase así.
El resto de la tarde-noche, no pude concentrarme en el estudio. Escuché música, leí y deambulé por el piso, luego salí a la calle a dar una vuelta y así poderme despejar. A la vuelta ya era tarde y pasé directamente a la habitación para dormir. La luz de la de Berta estaba encendida. Quedé un tiempo observando y a los pocos minutos apareció ella. Llevaba un ligero y transparente picardías de color azul claro. Me sonrió y me hizo un striptease, quedándose desnuda paseando por la habitación. Abrió la cama y con una señal, me la ofreció. Por medio de una nota en el cristal de la ventaba, me dijo que pasase, que ella me abriría la puerta.
Salí corriendo. Empujando su puerta, se abrió y detrás de ella estaba Berta desnuda. Nos abrazamos y besamos como locos. Pasamos al salón, sacó una botella de cava y brindamos por la incipiente amistad que nos había unido. Le regué el cuerpo de cava y se lo fui lamiendo todo hasta que la dejé limpia. Entonces ella mojó mi polla y, me la empezó a chupar como una posesa. No dejó ni una gota del dorado cava. Fuimos a la cama y lo que ocurrió será digno de otra caliente historia de seducción y placer.
Un saludo a todos.