Relato erótico

Apasionada

Charo
21 de julio del 2019

Era su secretaria y su amiga. Le comentó que un departamento de la empresa daba una fiesta y la invitó para que fuera. Le contestó que no podía acudir, se había comprometido a cuidar del perro de una amiga.

Silvia – Zaragoza
Después de oír el polvazo de Isabel con el becario, poco pude hacer ese día en el trabajo, cada vez que levantaba la vista del ordenador y la veía, no podía dejar de imaginármela follando como una posesa con ese chico. La veía engullendo con placer trancas enormes hasta que estas se corrían en su cara y ella iba tragando su semen con lujuria.
Esos pensamientos tenía en mi mente cuando Isabel entró en mi despacho, mis ojos recorrían su cuerpo; no era muy alta, unos 1’60cm, pero tenía unas curvas de vértigo, no era de extrañar que media oficina suspirase por su cuerpo y más de un hombre ya lo había disfrutado, si eran ciertos los rumores.
Ella estaba archivando unos expedientes en el fichero de mi despacho, su faldita a media pierna dejaba ver unas piernas bien torneadas, cuando se agachaba la falda subía un poco más y se veían unos muslos fuertes que terminaban entre las formas de un culo al que no podía dejar de mirar.
¡Pero que estaba haciendo! Estaba mirando a mi secretaria y mi amiga, yo, una mujer, nunca había pensado que podía acabar así. Todo esto tenía que ser culpa de los relatos que leía en mi intimidad, que se metían en mi mente despertando mi lujuria y deseos que no eran los míos. Todo eso podría ser cierto, pero no era menos cierto que en esos momentos tenía el coño húmedo de excitación y mis labios ardieron cuando dije:
– Isabel, este jueves la sección de contabilidad da una de sus fiestas, ¿vas a ir?
Isabel se giró, entre sus brazos aún llevaba unas carpetas, estas le protegían de mis miradas que iban directas hacia sus pechos.
– No podré asistir, pues tengo que pasar este fin de semana en la casa de una amiga, ya que ella tiene que ir a una convención a Madrid y no quiere dejar al perro solo.
– Vaya, una pena, entonces no se si iré yo a la fiesta- le contesté.
– Si no tienes nada mejor que hacer, puedes acompañarme, no me apetece estar sola en esa casa y hace mucho que no cotilleamos juntas…
Fantástico, una noche con Isabel, nunca se me había pasado por la cabeza el estar con una mujer y menos con Isabel, pero estaba lanzada.
– De acuerdo, el viernes cuando salgamos del trabajo nos vamos en mi coche a casa de tu amiga.
El resto de la semana la pasé envuelta en la indecisión; hacía lo mejor y le decía que no iba o me dejaba llevar. Dependería de mi estado de ánimo, la decisión sería una u otra. Llegó el viernes, casi no me enteré de que pasaban las horas y cuando llegó el momento estuve a punto de decirle que no, pero al final decidí ir convencida de que no iba a pasar nada.

La finca estaba muy cerca de la ciudad, era unifamiliar, vallada con setos y una piscina. El perro era un boxer el cual enseguida acudió a la puerta recibiéndonos con saltos de alegría.
– Julia ya no está, pero me ha dejado su llave – dijo Isabel mientras abría la puerta.
El perro se echaba sobre Isabel dando saltos, reconociéndola y a mí no dejaba de olerme acercando su morro.
– No tengas miedo, es muy tranquilo, solo está conociéndote.
Isabel me acompañó enseñándome toda la casa, la que iba a ser mi habitación, mientras el perro iba siguiéndonos deseoso de que jugásemos con él.
– Esta es tu habitación, tiene un baño que comunica con mi habitación, esta al lado. Cámbiate mientras voy a sacar a pasear a Mico.
Isabel se llevó al perro y fui sacando mis cosas de la maleta. Cuando terminé, decidí ver como era la casa sin la compañía de Isabel. El salón era inmenso, con una chimenea cerca de un gran sofá, tenía una cocina muy bien equipada, el frigorífico estaba lleno, me serví una copa de vino mientras esperaba en el porche a que llegase Isabel. Después de un rato apareció Mico corriendo como loco por el jardín, no parecía cansado por el paseo. Detrás llegó Isabel, llevaba un pantalón de chándal ajustado y una chaqueta para protegerse del viento.
– Me gusta correr con Mico, parece que te cansas menos si vas detrás de él. El que parece que no se cansa es Mico- decía con voz cansada.
Entramos a la casa y se fue a dar una ducha, mientras decidí ir preparando la cena, algo ligero y sencillo. En ello estaba cuando apareció Isabel, llevaba puesta una camiseta ajustada y una falda larga, con abertura hasta media pierna, sentía como mis pezones se endurecían al verla.
– Fantástico, una buena ducha y al salir la cena ya está lista, debería buscarme un novio.
– Esto ya está, ¿dónde cenamos?
– Vamos al salón, estaremos mejor, voy encendiendo la chimenea así podremos hablar más a gusto.
Cenamos hablando del trabajo, de la gente con la que compartíamos tantas horas. Hablábamos sin tener en cuenta que una era la jefa de la otra, como las amigas que habíamos sido siempre. La cena fue ligera pero acabamos con una botella de vino blanco, sobre todo Isabel que parecía apreciarlo de veras. Pasamos al sofá, el salón ya estaba caldeado y nos sentamos con las dos últimas copas.
– Háblame de tu novio -me dijo Isabel- ¿Cómo que no estás con él este fin de semana?
– Bueno, no es mi novio, es un amigo con derecho a roce, de vez en cuando nos vemos pero trabajando en ciudades diferentes y con estos trabajos pocas veces llegamos a coincidir.
– Si, una pena, pero cuando estéis juntos después de tanto tiempo tienen que saltar chispas.
Sonreí como una tonta y me pareció ver una mirada pícara en la cara de Isabel, que me parecía un poco colocada por el alcohol.
– No te creas, si que lo hacemos pero el es algo cerrado para el sexo.

– Vaya, puede que seas tú la que es demasiado abierta para él -me dijo sonriendo- Dime, ¿eres muy abierta?
Los colores se me subieron a la cara, ahí estaba con Isabel en un sofá al lado de la chimenea, tomando vino, hablando de sexo mientras ella me miraba con esos ojos. Yo no quería equivocarme, dar un mal paso con mi secretaria, podía meterme en muchos problemas, pero el alcohol estaba haciendo su efecto.
– Bueno, te podría sorprender- le dije.
Estaba muy caliente y quería llegar a más. Me acerqué a ella y cogiendo la copa que tenía entre sus labios la llevé sensualmente a los míos. Isabel acercó su mano a mi copa, la retiró lentamente de mi boca y acercó poco a poco sus labios a los míos. Cerré los ojos mientras sentía como mis labios húmedos eran recorridos por los suyos, abría lentamente la boca mientras dejaba que su lengua entrase jugueteando.
– No me digas que no habías besado nunca a una mujer, porque no me lo voy a creer…
Sonreí ante esa frase pero ni tan siquiera respondí, mi mano se había posado en su pierna que dejaba ver su falda. El contacto con sus piernas era electrificarte, sus manos recorrían mi cuello, mi espalda era sacudida por escalofríos de placer. Me despegué de ella y me quité la blusa dejando ver mis pechos encerrados en el sujetador.
Isabel sonriendo se levantó del sofá, acercándose a la chimenea se quitó la camiseta, yo veía su figura enmarcada por el fuego de la chimenea, veía como iba quitándose el sujetador, sus pechos se mostraron a mi vista, era magnífica, sabía como moverse, sinuosamente iba quitándose la falda hasta quedarse sin ropa, delicadamente desnuda. Se acercó a mí, ella estaba de pie, frente a mí, me acerqué a ella y sentada iba besando su vientre mientras mis manos recorrían sus piernas, subiendo hasta su culo, no podía creer que estuviese pasando.
Mis manos jugaban entre sus muslos mientras ella ronroneaba y jugaba con mi cabello. Al inclinarse notaba la calidez de sus pechos junto a mi cabeza, al levantar la vista mi boca se encontró con ellos y fui besándolos lentamente al principio, recorría con la lengua sus grandes pezones, tenía una aureola muy grande, mayor que la mía y sus pezones duros por las sensaciones parecían pequeños penes.
Mi boca no podía parar de jugar con esos pechos, me estaba doliendo la boca intentando recorrer toda esa hermosura con ella, mientras mis manos alcanzaron su sexo, estaba húmeda y escuché su gemido cuando mis dedos recorrieron su coño. Notaba sus jugos entre mis dedos, Isabel levantó una pierna poniéndola encima del sofá, dejándome ver mejor su coño mojado.

No deje pasar esa clara invitación, quería ir más lento pero mi cuerpo no podía aguantar más, mi boca se aprisionó de su sexo. Isabel reculó al notar la presión de mi lengua, mis manos, agarradas a su culo la retuvieron acercándole un poco más. Mi lengua jugueteaba entre sus pliegues, estaba entregada a ella, recorría de arriba abajo toda su dulzura, notaba entre mis labios ese pequeñito botón. Muchas veces había jugado con el mío, pero ahora estaba disfrutando como nunca. Oía como disfrutaba Isabel, como su cuerpo recibía mis caricias, degustaba sus jugos mientras notaba como mi excitación iba en aumento.
Mis manos recorrían sus piernas, sus pechos, su culo, no sabía que hacer con ellas, también me tocaba, notaba como mis pechos palpitaban y mi sexo se humedecía más y más. Isabel se apartó de mí, vio mi excitación y se arrodilló, me quitó las zapatillas, me desabrochó el pantalón, yo me tumbé en el sofá mientras ella me quitaba los pantalones y volvía a besarme.
Su lengua se adentraba en mi boca, quería sentir el sabor de sus propios jugos, sus manos me desabrochaban el sujetador, mis pezones, liberados de esa prenda apuntaban hacia el cielo pidiendo placer. Isabel no dejó que fuese por mucho rato, sus labios recorrieron mi cuello hasta llegar a mis pechos, su lengua jugueteo con mis pezones, sus labios los aprisionaban y su boca los succionaba mientras gemía de placer. Mi cuerpo se arqueaba mientras sus manos me quitaban el tanguita. Ahora estábamos ambas desnudas, hermosas ante la luz de la chimenea. Nuestros ojos ardían de deseo.
– Ayúdame – me dijo.
Cogimos la mesita que separaba el sofá de la chimenea y la retiramos a una esquina, tiramos todos los cojines al suelo y nos tumbamos en la alfombra. Nos besábamos con pasión recorriendo nuestros cuerpos, para mí era una verdadera exploración, un mundo conocido pero misterioso a la vez ya que no era mi cuerpo. Iba haciendo todo lo que me gustaba a mí y parecía ir acertando por la respuesta de Isabel.
Ella se giró, cuando vi lo que iba a hacer mi boca se secó, estaba colocándose para hacer un 69. Mi boca se encontró de nuevo con su almeja, yo estaba tumbada entre los cojines sintiendo como su lengua se adentraba en mi sexo, casi no podía moverme del placer que iba sintiendo. Notaba como ese placer recorría mi cuerpo, sus manos se aferraban a mi culo y su lengua me iba derritiendo, notaba como pasaba lentamente, por todos mis pliegues, luego se centraba en mi clítoris.
Notaba como se movía rápidamente, en círculos alrededor de él. Yo no podía más que imitar sus movimientos mientras iba notando como llegaba mi orgasmo. Mis manos se apretaban a sus muslos y mi cuerpo se arqueaba de placer al notar los primeros espasmos. No se lo que hizo, pero fue fantástico, aceleró los movimientos de su lengua mientras introducía un dedo en mi culo. Fue una sensación increíble, noté como su dedo pulsaba mi clítoris por dentro mientras su lengua seguía acelerando. Empecé a gemir con ferocidad, no pude seguir dándole placer con mi lengua, todo mi cuerpo estaba en tensión sintiendo como el orgasmo recorría mi cuerpo.

Duré varios segundos hasta acabar en una explosión de placer que llenó mi cabeza. Mi cuerpo se aflojó como un trapo, notaba como palpitaba mi cabeza, mis pechos, mi clítoris, mientras ella me acariciaba con dulzura.
¡Que me había hecho esta mujer! había conseguido llevarme a un placer brutal e inigualable…
Cuando regresamos del fin de semana, como os podéis imaginar, seguimos viéndonos y somos amantes, eso sí, con mucha discreción sobre todo en el trabajo.
Besos.

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