Relato erótico

Año nuevo, sexo nuevo

Charo
11 de agosto del 2020

Fue en la fiesta de fin de año cuando se enteró de las infidelidades de su mujer. Se llevó un disgusto, pero en el fondo le entraron más ganas que nunca de follar con ella. Buscaba soluciones y, leyendo los relatos de la revista Clima, recibió algunos consejos.

Jaime – BARCELONA
Querida Charo, la fiesta para recibir el año nuevo, estaba muy concurrida y animada. Como es lógico me acompaña, mi mujer. Ella es una mujer atractiva, no muy alta, de piel morena y tersa, de carácter autoritario y dominante, su hermoso culo y ceñida cintura son sus rasgos preponderantes y eso que ya cumplió sus 43 años. Estamos casados desde hace 20 años y aunque aparentamos una relación estupenda, la verdad es que vamos en picado. Tal vez el desgaste por el tiempo que vivimos juntos nos está conduciendo al hastío.
En aquella fiesta de año nuevo, aprovechando un aparte, un amigo y compañero de trabajo llamado Vicente, me sorprendió al contarme que Raúl se estaba follando a mi mujer, quién sabe desde cuando. Y lo peor, no es que él la hubiese seducido, ella es la que lo acosaba para calmar su furor genital. Yo no encontraba la explicación. Raúl, que también es compañero de trabajo nuestro, es más o menos de mi edad y tiene características físicas similares a las mías, entonces no entendía, ¿por qué engañarme con él?
Antes de continuar, quiero presentarme a todos ustedes, me llamo Jaime, tengo 46 años, 1,78 m de estatura y no me considero ni guapo ni feo, sino de un atractivo promedio. Trabajo en una oficina bancaria y Eugenia también trabaja en el mismo lugar, aunque lo hace en otra área, desempeñando el Control Interno.
Siguiendo con el relato, diré que me encontraba atravesando una penosa situación. La mujer de mi vida me estaba traicionando con uno de nuestros compañeros de oficina. Por lo que me contó Vicente, el asunto era un secreto a voces, pues él no era el único enterado de esta situación. Aparentemente se había vulnerado la discreción debido a que cuando la calentura lo exige, el amancebamiento ocurre en la oficina a puerta cerrada.
Yo debí haber dejado a Eugenia inmediatamente, mi honor y dignidad así lo exigían, pero me sentía incapaz de tomar esa determinación. Además de sentirme algo culpable por no haber sido muy recto en mi vida privada, debo reconocer que amo a Eugenia de corazón. Y lo más preocupante es que después de enterarme de su apetito y desenfreno sexual, la estaba deseando con más pasión que nunca.
Aunque parezca absurdo, me encontraba prisionero de su adulterio, me sentía encerrado en una dualidad de sensaciones: mi orgullo pisoteado y mi aberrante lascivia inducida por el furor pasional de mi amada. Estaba irremediablemente cautivo entre dos fuerzas antagónicas que podían terminar por trastornarme.
Sabía perfectamente que mi situación era grave, me atormentaba reconocer que cuando Vicente mencionó los detalles más morbosos de la infidelidad, tuve que disimular mi erección y finalmente no pude contener la eyaculación. Pasé varios días como loco, sin saber que hacer, sin atinar con la forma de afrontar esta situación. Me resistía a enfrentarme a Eugenia para abordar el tema por temor a perderla.

Tenía miedo que decidiera sacarme de su vida para poder actuar con entera libertad y cada vez que pensaba en esto me hundía más en un pantano indescifrable. Cuando llevaba el asunto a mi mente en mi búsqueda de soluciones, solo lograba excitarme más y mis reflexiones terminaban siempre en una apoteósica masturbación.
Entonces recurrí a la revista Clima, intentando encontrar casos similares y tal vez posibles soluciones. Así fue que, revisando historias afines, nació en mí la idea de plasmar en blanco y negro lo que me venía ocurriendo. Tal vez sentí una necesidad inconsciente por encontrar compasión, cuando no aprobación pública por mi situación.
Lamentablemente carecía de la habilidad literaria para plasmar mi historia en palabras. Felizmente, leyendo diversos relatos, me gustó uno en particular y se me ocurrió que tal vez aquel autor podría escribirlo. Me gustó su estilo y la facilidad con que narraba los pasajes eróticos y pensé que no perdía nada solicitándole su apoyo. Así llegué al autor, a quien luego convencí para que escribiera este relato.
El 18 de enero le envié, contacté con él felicitándolo por aquel relato de mi agrado. Aproveché para elogiar su estilo y expresarle mi satisfacción. Luego le presenté mi caso a grandes rasgos y le pregunté si estaría dispuesto a ayudarme. Terminé la conversación, agradeciéndole por la atención que pudiese brindarme. El mismo día recibí su respuesta y me sentí emocionado, no esperaba tal prontitud. Me pidió más detalles, orientándome en el tipo de datos necesarios y ofreciéndome escribir el relato si la información alcanzada le parecía interesante.
Lo que me había pedido me obligó a indagar más acerca del comportamiento de Eugenia. Me tenía fastidiado la miradita burlona del muchacho encargado de la limpieza de las oficinas y mi intuición me llevó a interrogarlo. Luego de sondearlo indirectamente confirmé mis sospechas. El tipo sabía algo. Me vi tentado y le ofrecí un jugoso incentivo a cambio de información y discreción.
Terminada la jornada de ese día me lo llevé a un pub cercano y después de unas copas el muchacho me contó hasta detalles que hubiese preferido no escuchar. Llevábamos cerca de una hora en el bar y el interrogatorio no avanzaba, tenía que sacarle la información con cucharita. Era más lo que yo soltaba que los datos que recibía, hasta que por fin, las copas, la música y el ambiente hicieron su efecto y empezó a vomitar información hasta por las orejas.
Se trataba de un chaval de uno 20 años, que se “prostituía” para pagar sus estudios. El licor le hizo efecto rápidamente, seguramente por falta de costumbre.
– Señor Jaime, su mujer está muy buena… – me dijo entusiasmado.
– ¿Y tú como lo sabes? – le pregunté ansioso por la verdad.

– No se vaya a molestar, señor, pero esa mujer no le conviene. Está enferma por una buena polla y ya somos varios en la oficina los que la hemos pasado por las armas – me respondió para mi sorpresa.
– Un momento, con calma, vamos despacio ¿me quieres decir que tú también te la has follado? – indagué.
– Claro tío, si yo soy el que conoce todas sus andanzas. No vaya a creer que se la folla solo Raúl. No señor, también se la ha despachado el jefe de la oficina de control, que ya se ha tirado a más de una de la oficina y algunas señoras saben que, para mantenerme tranquilo, también debo recibir mi regalo. Además hay comentarios que me manejo una buena “pieza” porque algunas ya lo han comprobado.
Yo lo escuchaba aún incrédulo pero a la vez inquieto y excitado.
– ¿Pero como te has enterado de tanto detalle? – pregunté.
– Porque su mujer lo hace con Raúl en la oficina después que el personal se retira. Yo me he ingeniado para ver cuando Eugenia lo mete en la oficina y después no lo quiere dejar salir. La primera vez vi como Eugenia se la mamaba y me quedé admirado al ver el tremendo capullo de Raúl, que casi no le entraba en la boca a su mujer. Después venía todo el resto de polla y yo tenía que cerrar la puerta del piso para que no escucharan de las otras oficinas, porque su mujer parece una ambulancia cuando goza. Y como se engaña uno, en horas de oficina es una dictadora, soberbia y prepotente, nadie se imagina lo dulce y melosa que se pone cuando está cachonda – a estas alturas de la información ya tenía el miembro a punto de reventar – y Raúl no solo se la tira en la oficina. A la hora de salida ella lo sigue hasta el estacionamiento y se mete en su coche, espera que la gente se vaya y empieza primero a manosearlo y después a mamársela, hasta que él se anima y siempre termina follándosela. Y quién sabe en que otros sitios se la habrá tirado, porque ella lo persigue como una loca y paga con el culo a todo el que la ayude a conseguirlo. Por eso nos lo hemos ganado el jefe, yo y algunos otros más, hasta su gran amigo Vicente también le ha dado gusto sodomizando a su mujercita.
– ¿Sodomizando has dicho y también has mencionado que paga con el culo…?. ¿No me vas a decir que también le han dado por detrás? – pregunté morbosamente al borde de la eyaculación, suponiendo la respuesta.
– Claro, si le encanta por el culo. Si quiere compruébelo usted mismo, ella siempre lleva en su cartera un tubo de gel con cánula, para lubricarse el orificio de atrás – al escuchar ese comentario, la verdad no pude evitarlo y me venció un tremendo orgasmo.
La corrida me llenó la ropa interior y tuve que hacer grandes esfuerzos para disimularlo, pero sentía los genitales nadando en un charco de esperma. Terminé la reunión muy perturbado, cumplí con darle al muchacho lo ofrecido y le saqué un juramento para que mantuviera el asunto en secreto y especialmente para que Eugenia no supiera que yo estaba enterado de sus andanzas.
En los días siguientes intercambié e-mails con el que iba a escribir el relato, hasta completar la información requerida, aunque por vergüenza le oculté algunos detalles importantes.

Había omitido mencionar mi respuesta sexual ante el adulterio de mi mujer. Pero él, sin titubeos indagó al respecto, como si hubiese adivinado mí reacción ante tales hechos pues su correo decía lo siguiente:
– Estimado Jaime, está bien la información. Solo me restaría preguntarte si a ti te excita saber lo calentorra que es tu mujer y si ahora que sabes como goza con otros hombres, tienes más ganas de estar con ella. También sería bueno saber si haciendo un sacrificio de pudor, te animarías a participar activamente o por lo menos ver la follada de tu mujer con otro hombre. Con esa información, creo que estaríamos en condiciones de empezar a trabajar el relato. Un abrazo.
El 24 de enero, le contesté afirmativamente, reconociendo detalladamente que él estaba en lo cierto, que me encantaría participar en un triangulo amoroso con ella o por lo menos verla a escondidas gozando con otro hombre, pero que para pedírselo solo me faltaba vencer el temor de perderla o ser rechazado por ella. El “escritor” me había demostrado ser una persona inteligente y eso me animó a preguntarle si conocía casos similares al mío y terminé la comunicación agradeciéndole cualquier ayuda o consejo que pudiera brindarme. Al día siguiente me contestó lo siguiente:
– Estimado Jaime, el erotismo humano es sumamente complejo y sorprendente. Lo que te está ocurriendo no es raro ni anormal. Manifestaciones de esa naturaleza se mantienen ocultas debido a una conducta irracional impuesta por el machismo o los celos que obliga a ocultar tales inquietudes. Si esto no fuera convincente, habría que indagar el motivo por el que está de moda el intercambio de parejas o porque diversos matrimonios buscan miembros afines para conformar tríos de intimidad o la causa de tantos divorcios de parejas cerradas en la absoluta monogamia. La explicación se fundamenta en que la rutina marital acaba por desgastar el erotismo de la pareja y que el ser humano, sin distinción de género, es polígamo por naturaleza. La monogamia ha sido impuesta a nuestra sociedad como norma aprendida y obligada, pero dista mucho de ser la fuerza natural que impulsa los deseos sexuales del ser humano. En tu caso específico, estimado Jaime, creo que dejaste que la realidad se adelantara a tus posibles decisiones liberales al respecto. En primer lugar porque los hechos te tomaron por sorpresa, ya que ni tú mismo sabías que las calenturas de tu mujer con otros hombres te podrían estimular sexualmente con tanta intensidad. Y segundo por que seguramente tú, como muchos otros, creíste que tu mujer era una santa digna de un altar y que sus exquisiteces sexuales tú las debías practicar solo con otras mujeres pero nunca con ella.

En las actuales circunstancias, como os habéis quitado el antifaz que os impedía ver la realidad, creo que ha llegado el momento de introducir cambios radicales en la relación. No creas que solo a ti te produce morbo ver a tu mujer copulando con otro hombre. Estoy completamente seguro que a Eugenia le deleitará constatar la excitación de su marido mientras ella goza sus orgasmos con un tercero. Tales variables sexuales terminarán por enriquecer el erotismo de pareja y no te sorprenda que renazca la atracción sexual entre ambos, esta vez en una nueva dimensión. Te sugiero que no se de por enterado de las aventuras protagonizadas por tu mujer, hacerlo podría avergonzarla, inhibirla y crearle un complejo de culpa ante ti. Pienso que deberías empezar de cero y ensayar algunos diálogos con ella, graduando la audacia progresivamente, hasta que logres proponerle el asunto claramente. En su defecto, podrías tomar la iniciativa de crear las circunstancias propicias para montar un trío, como un hecho consumado. Una vez que esto ocurra, la relación entre vosotros tendrá un nuevo rostro, esta vez más sincero, abierto y liberal, sin necesidad de llegar al libertinaje. Las liberalidades de la intimidad deben ser manejadas con mucha discreción y mantenidas en absoluta reserva. Un afectuoso saludo.
Paralelamente contestó otro de mis mails, en el que le ofrecía información de tipo personal para sus lectores. Pero lo que me dijo ya lo contaré en una próxima carta
Saludos y hasta pronto.

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