Relato erótico
Anfitriones muy especiales
Tenía que estar una semana en Barcelona y su amigo le dijo que podía quedarse en su casa. Habían trabajado juntos y se llevaban bien. Por eso le sorprendió la proposición que le hizo.
Carlos – Barcelona
Salva me había insistido que de ninguna manera buscara hotel en Barcelona cuando tuviera que ir por cuestiones de trabajo. Se había casado, tenía una hija de pocos meses y una hermosa casa cerca del centro. Nos conocíamos desde hacía diez años, estuvimos trabajando en la misma empresa una temporada y siempre me pareció un buen tipo, abierto, jovial y trabajador. Solo una cosa, siempre me había escamado su interés por mi vida sexual, era de ese tipo de tíos que parece disfrutar más oyendo y viendo que haciendo.
Tenía una semana para cerrar una serie de asuntos y allí estaba llamando al timbre de su casa. Me abrió Salva efusivo, me dio un fuerte abrazo y me presentó a su mujer Miriam, más joven que él, bajita y con unos hermosos ojos color miel.
Eran por ahí las 8 de la tarde, sentados en el salón me invitó a una cerveza y con ella en la mano recorrí la casa mientras Salva me la mostraba, en su habitación había una cuna y Miriam estaba sentada al borde de la cama dándole teta a su pequeña, atisbé unos pechos pequeños pero hinchados por la lactancia, por educación deje las formalidades y los saludos para más tarde.
Dejé la maleta en la habitación de invitados y me fui a dar una ducha mientras Salva y Miriam cocinaban y cuchicheaban en la cocina. La cena transcurrió como transcurren las cenas de viejos amigos cuando hace tiempo que no se ven, con Miriam atenta y sonriente pero poco habladora y Salva ensalzándome ante su mujer, hablándole de algunas de mis aventuras que él conocía. Tuve que hacer un ejercicio de modestia ante su mujer:
– ¡Tu marido exagera! Como ves, no soy Tarzán y mis atributos son más bien normalitos.
– ¿Y cual es el truco?- preguntó ella.
– No hay ningún truco, al menos que yo sepa. Todo es una mezcla de morbo, ternura y desenfreno, ofrezco complicidad.
– Quizás eso sea lo que queremos muchas mujeres – me contestó y dicho esto se despidió- me vais a disculpar, tengo que darle la cena a la niña y además estoy rendida.
Alrededor de una botella de whisky de malta, Salva y yo proseguimos la charla, le iba bien en el trabajo, en la vida y su mujer era maravillosa:
– Miriam es muy sumisa- me dijo guiñándome el ojo- somos felices, solo falta LA GUINDA porque….
– ¿Por qué?
– Tú me conoces sabes que siempre me ha gustado que me cuenten cosas y verlas, no soy muy activo que se diga… Bueno, la verdad es que yo también soy bastante sumiso.
– ¡Venga ya Salva!
– Si es la verdad, sueño con verla en brazos de otro hombre pero una cosa tengo clara, paso de intercambios y de entrar en una vorágine que destroce mi matrimonio, por eso pensé en ti…
– ¿Que has pensado en mí?
– Si, no te preocupes, ya he hablado con Miriam, ella hará todo lo que a mi me complazca porque eso es lo que le complace a ella, cuando me anunciaste tu visita, comenzamos a contar los minutos. Tú eres un tío discreto, limpio y sobre todo buena gente, te conozco bien, se que jamás le harías daño a un amigo.
– ¿Qué quieres decir?
– Que quiero que folles con mi mujer, primero sin que yo esté para que cojáis confianza, y luego conmigo delante, ya lo tenemos claro, mañana estaré toda la tarde fuera, es tu momento, además tienes toda la ventaja del mundo.
– ¿Y eso?
– Porque sabes que ella aceptará todo lo que le propongas.
Me quedé estupefacto pero intenté disimularlo. Eran las dos de la mañana cuando me fui a la cama. A la mañana siguiente desayunamos juntos, Miriam sostenía la mirada cuando yo la miraba, en sus ojos había excitación, morbo, sumisión. Ahora la miraba sin cortarme, sabiendo que eso ponía bien caliente a mi amigo; era hermosa, pelo castaño tirando a rubio, no más de 1’60m, guapa, de piel clara y muy proporcionada, con unas sugerentes y pequeñas tetitas hinchadas por la lactancia. Mi polla se revolvía dentro de mis pantalones mientras la miraba. Después de una serie de reuniones de trabajo, nos vimos en un restaurante para comer, bebimos buen vino y Salva se retiró de nuevo a su trabajo. Miriam y yo nos fuimos en un taxi a su casa, en el camino puse mi mano extendida sobre su rodilla y ella me miró sonriente. En la casa me vino una inspiración, estaba con una mujer maravillosa pero el proceso de seducción estaba de más, era sumisa, ya estaba todo hablado, el tono debía de ser imperativo:
– Desnúdate- le solté a bocajarro en cuanto cerró la puerta.
Agachó la cabeza y obediente comenzó a hacerlo, lentamente, sensual, se desabrochó la camisa, puse música:
– Hazlo al ritmo de la música.
Su cuerpo se bamboleaba al ritmo de la música, desabrochándose lentamente el sujetador, dejándome ver sus dulces tetitas, pequeñitas, con el pezón hinchado. No pude contenerme, mientras ella se quitaba los pantalones, mis labios se apropiaron de sus pezones que me obsequiaron con ese néctar glorioso que es la leche de madre.
Mi polla se puso a reventar nada más saborear la primera gota mientras ella con los ojos cerrados moviéndose al ritmo de la música se quedaba con unas minúsculas braguitas transparentes como única vestimenta. Seguí chupando como un ávido lactante mientras acariciaba su suave piel, me despojé de mis pantalones y mis slips dejando asomar mi polla dura y desafiante, dejé de mamarle las tetas, no dije nada, bastó una mirada para que Miriam se arrodillara ante mí y comenzara a chupármela como una chica traviesa chupa una piruleta, lamiéndome la punta, metiéndosela hasta la mitad en la boca y sacándosela mientras hacía una suave succión, todo ello mirándome dulcemente a los ojos.
Una mirada maravillosa que hablaba sola, que me decía soy tuya, te pertenezco, úsame para tu placer porque eso es lo que me da placer, acaricié su melena mientras comenzaba suaves movimientos de cadera, follándole la boca, ella recibiendo mi polla, complaciente y sumisa, entre sus cálidos labios. Se la saqué de la boca, tenía el capullo descubierto y brillante y comencé a darle pollazos en la cara mientras le ordené que se masturbara, sacaba la lengua y recorría mis huevos con ella mientras yo jugueteaba y rozaba la punta de mi capullo por sus labios, su cara y su frente. Me senté en una silla y le ordené:
– ¡Móntame!
Moviéndose sinuosamente como una dulce y tímida gatita, mirándome a los ojos, relamiendo sus labios con la lengua se puso sobre mí, sitúo mi polla entre los labios de su coño y descendiendo suavemente hasta que se la metió hasta las pelotas en su mojadísimo coño, comenzó el sube y baja, deslizando su coño en mi polla, hechizado por el suave y apretado tacto (a pesar de su reciente maternidad) de las paredes internas de su coño. Le di una fuerte chupada en un pezón y sentí como la leche manaba de él inundando mi boca, Miriam gimió y se clavó la polla hasta la raíz. Fue inevitable, me corrí abruptamente en su maravilloso coñito mientras ella me besaba y compartía su leche conmigo; a veces me pasa y esta era una de esas, no pude controlar ni retener mi eyaculación, apenas llevaba tres minutos con la polla clavada en su coñito, pero su experta mamada previa, el morbo de follarme a la mujer de mi amigo con su consentimiento y el sabor de su exquisita leche, fueron un explosivo cóctel superior a mis fuerzas, a mi poder de concentración.
Nos quedamos abrazados y unidos mientras mi polla disminuía de tamaño dentro de su coño donde sus jugos y mi leche se fundían. Pidiendo mi aprobación con la mirada, me descabalgó, se puso de nuevo de rodillas y comenzó a limpiar mi polla a lengüetazos. Con mi corrida tan reciente y el roce de su lengua en la punta de mi capullo, me dejaba próximo al desvanecimiento y me daban escalofríos. Unos diez minutos estuvo Miriam lamiéndome el capullo, golpeándose los labios con mi polla y mirándome a los ojos hasta que la insté a que se levantara, se sentara en el sofá, me tomara en brazos y me diera de mamar como a su bebe. Con los ojos cerrados mamando de sus tetitas, saboreando sus pezones hinchados mientras ella me acariciaba, me musitaba, casi ronroneando:
– Mi niño, toma teta, chúpamelas, tómate la leche.
De nuevo sentí el dulce calor de la leche materna en mi boca y que mi polla se pusiera para estallar de dura fue todo uno. Miriam se dio cuenta y comenzó a moneármela suavemente, subiendo y bajando la piel de mi polla al mismo suave ritmo que mis chupadas en sus pezones me alimentaban. Disfrutando de este sublime momento pasé un rato hasta que le ordené que se pusiera de rodillas en el sofá, mirando a la pared y con el culito bien levantado. Su hermoso coñito asomaba entre sus nalguitas brillantes por el flujo derramado, mi polla ya estaba entre sus labios y entrando en ella, comencé a follarla dulcemente primero, aumentando el ritmo del mete y saca después, dejándosela enterrada en el coño hasta la raíz, levantándola casi en peso mientras apretaba sus pechos y podía ver como los chorritos de leche brotaban de sus tetas. Nuevamente me corrí copiosamente y mucho antes de lo que hubiese querido, pero no había posibilidad de controlar el placer de follar a Miriam y toda la situación que rodeaba a nuestra follada.
– Me vas a disculpar que no me lave, Salva esta al llegar y se que se pondrá loco de contento si puede follarme sabiendo que tu semen aun esta dentro de mí.
Dicho esto, nos vestimos y esperamos sentados viendo la tele y acariciándonos la llegada de mi amigo. Cuando llegó, la situación era alucinante, Salva me miraba expectante, yo le respondía guiñándole el ojo como afirmación, todo eran miradas cómplices. Cenamos pronto y Salva y Miriam se disculparon y se retiraron pronto a su habitación, me quedé mirando la televisión, entre excitado e incómodo, me levanté y pegué la oreja a la puerta cerrada, podía oír los murmullos de Miriam, estaba contándole a mi amigo como me había amamantado, chupado la polla y follado. En cuestión de minutos los quejidos y gemidos de placer eran audibles en toda la casa, estaban follando como locos, me puse una copa y me senté en el sofá a ver la tele. Eran casi las doce de la noche y estaba a punto de irme a la cama cuando Salva entró en el salón desnudo, sonriente y feliz, se acercó a mí y me dio un fuerte abrazo:
– ¡Soy el más feliz de los cornudos! Nunca me había dado tanto gusto follar a Miriam como hoy, sabiendo que tu leche todavía estaba en su coño. Me he corrido dos veces, la segunda ha sido follando pero la primera ha sido mientras Miriam me contaba todo lo que habéis hecho, por favor Carlos, desnúdate y ven conmigo a la habitación, quiero ser un cornudo dichoso, quiero ver como te follas a mi mujer por todos sus agujeritos delante mía.
Miriam estaba tumbada en la cama con las piernas abiertas y con una morbosa sonrisa esbozada en su rostro, Salva me pidió que me sentara al borde de la cama, cogió mi pie con las manos y comenzó a lamerme los dedos como un perrito mientras Miriam nos miraba y se masturbaba.
– Ya has visto como le he lamido los pies a nuestro amo y amigo, querida Miriam, Carlos te va a follar se va a correr en tu coño y en tu culo y yo voy a ser el más feliz fe los cornudos viendo como te lo hace.
Ver a Miriam masturbándose y recordar el sabor de la leche que manaba de sus pechos me puso de nuevo en una situación de absoluta excitación, a la que acompañaba una polla bien dura y empalmada. Miriam seguía ofreciéndome su coñito con las piernas abiertas, Salva expectante me alentaba:
– ¡Fóllatela! ¡Folla a la putita de mi mujer y lleva a la gloria al cabrón de su marido!
Situado entre sus piernas se la clave de nuevo, Miriam levantaba su culo para recibir mi polla mientras yo chupaba y lamía sus tetitas alternativamente, Salva a nuestro lado se acariciaba la polla sin perder un detalle.
– ¡Abre bien el coño! ¡Fóllala, fóllala! Soy un cornudo que se está corriendo mientras follas a su mujer.
Efectivamente los chorros de semen brotaban de la polla de mi amigo.
– Ahora, por favor, quiero que le folles el culo. ¡Encúlala! Serás el primero que se corra en su culito, llevamos una semana practicando con un vibrador para que se le dilate el culo y le gusta, cada vez que se lo ha metido se ha corrido como una perra, ¿verdad Miriam?
– Si cabroncito mío, estoy loca por que me folle el culo y tú lo veas y me limpies con la lengua la leche de nuestro amo Carlos.
Desmonté a Miriam y se puso a cuatro patas al borde de la cama, ofreciéndome su culito virgen.
Yo de pie tras de ella, enfilé la polla en la entrada. Se la clavé entera, lo hice empujando sin pausa pero sin violencia, se la clave hasta la raíz. La polla de Salva estaba empalmada de nuevo y Miriam gemía, efectivamente se estaba corriendo. Comencé a culearla, a encularla sin piedad, sacándole la polla casi entera para volver a enterrársela mientras Salva me alentaba.
– ¡Encula a mi putita, dale duro! ¡Hazme más cabrón! ¡Soy un cornudo que se corre viendo como enculan a su mujer!
Estaba listo para correrme otra vez cuando sentí los dedos de Salva abriendo mis nalgas y su lengua lamiendo mi culo; fue automático, solté una andanada de leche caliente en el culito estrecho y angosto de Miriam, la vista se me nubló, mareado de placer y morbo con la polla bien metida en su culito me dejé caer sobre ella mientras Salva ansioso seguía lamiéndome el culo. Justo cuando le saqué la polla, Miriam volvió a ponerse a cuatro patas y la lengua de mi amigo pasó de mi culo al culo de su mujer, bebiendo ansioso mi leche en el receptáculo trasero de ella, mientras que los labios y la lengua de esta se apropiaban de mi polla y limpiaba los restos de leche. Salva solicitó mi aprobación con la mirada y acto seguido imitó a su mujer, los dos me lamían los restos de semen de la polla y se besaban como locos, la leche estaba brotando de nuevo de la polla de mi amigo.
Mi semana de trabajo en Barcelona acabaron siendo dos semanas, con Salva y Miriam a mi absoluta disposición en una de las situaciones más maravillosas y excitantes que he vivido nunca.
Por solicitud de ellos, cuando estábamos en casa siempre íbamos desnudos, nuestros nombres cambiaron, cuando me dirigía a Miriam siempre lo hacia llamándole puta o zorra y cuando lo hacía a su marido, cabrón y cornudo, ellos me llamaban amo o Don Carlos.
A veces decidía follarme a la puta sin la presencia del cabrón, que esperaba pajeándose en el salón y cuando me corría en su boca, su culo o su coñito requería su presencia, que se bebía mi leche en cualquiera de estos receptáculos, corriéndose vivo mientras lo hacía y la puta le contaba como la había follado.
Si vuelvo a ir a de viaje, haré una parada en su casa y si repetimos las sesiones de sexo, os las contará.
Besos.