Relato erótico

Amor y buen sexo

Charo
1 de abril del 2019

Desde la ventana de la habitación de sus padres vio a una mujer, del bloque de enfrente, que estaba haciendo ejercicio con las tetas al aire. La casualidad hizo que se la encontrara una noche que iba de marcha con sus amigos.

Iñaki – San Sebastián
Me llamo Iñaki, vivo con mis padres en el casco viejo de San Sebastián y lo que voy a contar ocurrió cierto día del mes de julio cuando fui a la habitación de mis padres con el fin de cerrar la ventana ya que había comenzado a desatarse una impresionante tormenta. En el momento en que procedía a cerrarla y entre el ruido de los truenos, los resplandores de los relámpagos y el agua que caía, me pareció observar a una mujer con las domingas al aire, justo en frente de nuestra ventana, por lo que nada más cerrarla, pasé la cortina y me oculté tras ella. Pude presenciar, con cierta dificultad por el tremendo aguacero, una mujer que estaba pedaleando sobre una bicicleta estática, pero única y exclusivamente pude verle la tetas, que no eran excesivamente voluminosas y que, pese al deporte que hacía, no se bamboleaban, por lo que pude imaginar que las tenía bastante firmes. Me excité mucho y tomé buena nota en la memoria de la hora en que la descubrí y que eran aproximadamente las nueve de la noche.
Los días en que me encontraba solo en casa a esa hora, echaba un vistazo por la ventana y la realidad es que me costó muchísimo coincidir con ella. Pero un día, mientras miraba hacia su ventana, vi que entraba una chica en aquella habitación, cerró la ventana, se desvistió del todo, quedándose en pelotas pero lo hizo a tal velocidad que apenas pude verle nada. A continuación empezó a darle caña a la bicicleta e imaginé que sería “ella” ya que los pechos, tal y como sucedió la vez anterior, estaban total y absolutamente inmóviles. No se meneaban pese al compás que ella imprimía al pedaleo. Una vez que terminó, se puso de pie y dio comienzo a unas tablas de gimnasia, por lo que ahora pude verla bien y reconocerla por haberla visto por el barrio.
De cara no es excesivamente agraciada, pero su físico es formidable, tiene un chocho súper peludo y unas nalgas muy bien torneadas. Yo, que estaba bien escondido tras la cortina, no pude resistir a sus encantos, me bajé lentamente el pantalón hasta quitármelo por completo, después me desprendí del slip y también de la camiseta playera que utilizo habitualmente por casa y ya en porretas, me hice una paja con mucha suavidad y lentitud pero, cuando se puso de espaldas y aprecié con suma claridad su trasero, aceleré el ritmo de mi mano y justo cuando me corría, la muchacha se largó de la habitación.
Cierto sábado por la noche, acudí con la cuadrilla a tomar algo a un bar del casco antiguo y allí coincidimos con ella y con una amiga. Me acerqué y le dije que la conocía de vista contestándome ella lo mismo. Después las invitamos a tomar unos cacharros en otros bares del barrio pero no tuve oportunidad de intimar a solas con ella que, por cierto se llamaba Ainara.

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El sábado, y como hago con mucha frecuencia, fui a la zona de la playa nudista situada en la localidad francesa de Hendaya, y una vez allí, lo que son las cosas, mientras daba una vuelta por la orilla, coincidí con Ainara, frente a frente y los dos desnuditos bajo los rayos del sol que lucía con fuerza, a pesar de ser uno de los últimos días del verano.
Estuvimos hablando de mil cosas hasta que me atreví a decirle:
– Mira, Ainara, cierto día de julio, justo cuando se desencadenó una tremenda tormenta y al disponerme a cerrar la ventana de la habitación de mis padres, por quedar tu piso frente al nuestro, pude verte con los pechos al aire.
– Tengo la manía de hacer un poco de deporte de esa manera tan natural, perdona, nunca imaginé que me podían observar los vecinos – me confesó.
– ¡No tienes nada que perdonar! – repliqué – La culpa es mía por preocuparme de las actividades de mi vecina Ainara y además, aunque me da vergüenza confesarlo, te diré que un día, mientras hacías unas tablas de gimnasia, me masturbé en tu honor y posteriormente me he hecho muchas pajas por la noche en la cama solo con recordar tu redondo y pequeño culo, tus firmes pechos y tu conejo tan peludo.
– ¿Y tú que deporte haces a parte de mover la mano para adelante y para atrás? – me preguntó entre risas.
-Tristemente ese es el deporte que tenemos que hacer muchos solteros sin compromiso, como yo – le dije sin cortarme un pelo.
– No me puedo creer que permanezcas en esta situación con lo bueno que estás – dijo.
Comenzaba a anochecer y nos fuimos de la playa quedando en llamarnos cualquier día.
A la semana siguiente la telefoneé y quedamos para tomar unas copas en un bar del centro de la ciudad. Llegué al lugar de la cita y esperé más de media hora hasta que ella apareció. Iba muy elegante y muy sexy a la vez. Nos saludamos y nos dimos dos besos en las mejillas. Hablamos de todo, tomamos varios pelotazos consecutivos y a esos de las tres de la madrugada y cuando ya “habíamos cerrado” todos los bares y pubs de la zona, nos desplazamos a una discoteca para continuar la juerga.
A medio camino me tomé la osadía de cogerle la mano y ella, lejos de molestarse, lo agradeció dándome un beso en los labios. Al llegar al establecimiento, pedimos unas cervezas, nos sentamos un poco apartados y tomando yo la iniciativa, le acaricié el pelo para darle, seguidamente, un beso con lengua incluida.
A continuación fue Ainara quien buscó mis labios y mi lengua fundiéndonos en un morreo lleno de pasión y después, aunque tengo que reconocer que no bailo muy bien, salimos a la pista.

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Hacia las seis de la mañana regresamos a casa cogiditos de la mano como dos enamorados, sin cesar de besarnos y acariciarnos durante el trayecto. Al llegar a nuestros respectivos portales nos dimos, como despedida, el beso más largo y yo, nada más meterme en el “sobre” no pude resistir la tentación de hacerme una bonita paja.
Al día siguiente, hacia las cuatro de la tarde, me llamó, me dijo que acababa de levantarse y tras decirle yo que la quería y la deseaba me confesó sin rodeos:
– ¡Siento lo mismo que tú, aunque nos acabamos de conocer, me encuentro enamorada de ti, cariño!
– Nada más meterme en la cama, me tuve que pajear con solo pensar en ti – le dije.
– ¿Y qué crees que hice yo? – preguntó.
Quedamos en vernos aquella misma tarde e irnos a Las Landas a pasear un poco por los bosques de pinos. A los diez minutos tocó el timbre y partimos hacia allí con mi vehículo monovolumen.
Unos minutos después de las cinco de la tarde llegábamos y mientras íbamos por los senderos, se comió el bocadillo que llevaba. Al terminárselo le pregunté:
– ¿No tomas postre?
– Mi postre es tu helado… ¡sácatelo! – me ordenó.
– Pero aquí nos pueden ver… – dije.
Me cogió de la mano y nos apartamos del estrecho camino. Al encontrar una mínima explanada, me tumbé en un montón de hojas secas y nada más echarme en él, me desabrochó el pantalón, me bajó la cremallera y sacó mi “helado” al exterior.
– ¡Vaya postre más apetitoso! – exclamó sorprendida por las dimensiones de mi verga.
Empezó a chuparme el capullo para bajar luego por todo el cuerpo de mi polla deteniéndose en los huevos, poniéndomelos duros en cuestión de segundos. Luego hizo el recorrido inversamente, haciendo un gran stop en mi nabo. Al poco tiempo noté los primeros síntomas de orgasmo y le dije que se apartase un poco. Nada más quitar la boca de mi polla, esta explotó, manchando algunas hojas secas. Como ya era casi de noche, regresamos al coche y nada más entrar en él desplazamos los asientos centrales y nos tumbamos en la parte trasera. Nos dimos un intenso morreo mientras la despojaba del pantalón deportivo que llevaba y sin quitarle las braguitas, empecé a tocarle el chochito por encima notando, en pocos segundos, una tremenda humedad.
– ¡Iñaki, por favor, quítamelas! – exclamó.

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Lo hice y ya sin ningún obstáculo, pasé la lengua repetidas veces por sus enormes labios vaginales. Después le introduje un dedo pero como observé cierta holgura, le metí dos y así hasta insertar cuatro en su ancha raja, restregándole al mismo tiempo el clítoris con el pulgar.
Al rato cambié, dejé tres dedos en la vagina, con el pulgar seguí frotando su hinchado botoncito y aproveché el meñique para metérselo por el esfínter anal.
– ¡Me corro… me corro… acelera el movimiento de los dedos…. aaah… así… yaaa…! – exclamó.
Su orgasmo fue realmente divino y cuando se le pasó, me dijo:
– Me has hecho enloquecer como ningún chico lo había hecho y eso que he tenido bastantes relaciones sexuales.
Al día siguiente, que era lunes, hablamos por teléfono durante un buen rato a la hora de comer y sobre las nueve de la noche, mirando por la ventana, me hizo gestos de que subiera a su piso. Pensando que me invitaba a cenar, le dije a mi hermana pequeña que no me esperara, que lo haría por ahí.
Toqué el timbre de su portal, me abrió, subí y me recibió con un body negro precioso. Me llevó de la mano a su habitación, se montó en la bici y pedaleó un poco, más para ponerme cachondo que para otra cosa. Al poco rato se dio la vuelta y se sentó al revés, apoyando su espalda sobre el manillar.
– ¡Soy toda tuya! – me dijo.
Me abalancé sobre ella, le di un besazo, le acaricié los pechos y luego, bajándole el body, se los lamí, poniendo especial énfasis en los pezones, duros como piedras. A continuación le desabroché los corchetes de la ropa interior y le comí, con mucha ternura y cariño, todo su húmedo sexo.
– ¡Estoy ardiendo de lujuria y de deseo! – me dijo – ¡Quiero que me penetres, que me destroces con tu estaca!
La tumbé en la cama, Ainara me bajó el pantalón y el slip y me hizo una perfecta felación.

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– ¡No sigas cariño, que me voy a correr! – la advertí por lo que ella paró en seco pero cuando se la iba a introducir en el coño, le pregunté – ¿No tienes miedo a quedarte preñada?
Al decirme que tranquilo, que lo tenía todo controlado, se la metí hasta el fondo. Ainara me mordía los pezones mientras sufría el castigo de mi descomunal verga.
– ¡Dame duro, rómpeme con tu poderosa polla! – exclamó entre dos gemidos.
– ¡Yo también estoy a punto de descargar mi munición! – le dije.
Pisé un poco más el acelerador, de tal forma que llegamos los dos casi al mismo tiempo a un orgasmo inenarrable. A partir de aquel día somos novios, cada vez más enamorados.
Un saludo para todos.

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