Relato erótico
Amo los cuernos
Es un cornudo consentido y disfruta siéndolo. Su mujer folla en casa con su amante y él, cuando puede, intenta mirar. Sabe que está dominado por ella y le gusta.
Eduardo – PAMPLONA
En todas las esposas existe una tendencia hacia los contactos más íntimos, que en los maridos nunca se evidencia tanto, ¿cierto? Yo ya he tenido ocasión de observar como Alicia y Ramón, en varias ocasiones, se han acostado juntos, compartiendo catre mientras exhibían libremente sus cuerpos completamente desnudos.
Yo sabía que eso era algo que hacían con frecuencia, incluso en nuestra casa. En una ocasión, escuchando tras del tabique de la habitación contigua, oí su dulce y trivial follada, todas sus risas y murmullos de placer. ¿Acaso las mujeres casadas no están hechas de tal manera que, al menos ocasionalmente, puedan extender sus manos para jugar con las pelotas y verga, redondas y lustrosas, o incluso, de forma más atrevida, sumergir sus deditos, de uñas lacadas de rojo, dentro del húmedo y cálido canal que ella ocultaba aún entre sus muslos?
Con frecuencia, eso ocurre entre ellos y esos pensamientos me excitan y hacen que se me empine la polla, porque mi intención es, en alguna que otra ocasión, extraer de mi mujer cada detalle de las travesuras sexuales que realiza con Ramón.
Por entonces, ella estaba punto de cumplir los cincuenta años, la piel de su ovalada cara era y sigue siendo, perfecta, y aunque es algo bajita, pues solo mide 1,54 m, sus grandes ojos castaños llaman la atención, adornados con fascinantes y largas pestañas negras y naturales, que transmiten pasión y al mismo tiempo un marcado sentido de lo más sensual. Menudita pues, tiene una figura esbelta, pero maravillosamente redondeada, que su cintura, delgada, no hace más que resaltar sus cincuenta kilos justos, de hembrita joven todavía y en sazón. ¡A punto de cumplir los 50!
Habiendo dicho esto a modo de presentación, vuelvo a posar mis ojos en ella, como si me desafiara a mí mismo, a negar el pedazo de culo que tiene.
El pensamiento de que lo de Ramón pudiera tratarse solo de una aventura pasajera o incluso de un “ligue superficial”, pasó por mi cabeza, pero lo he descartado. La decisión y de Alicia es innegable.
– Prefiero nuestro dormitorio – me dijo ella – Allí nuestros polvos tienden a ser más tranquilos y prolongados, y el aislamiento es más reservado. ¿Lo crees así, marido mío?
El acento que puso Alicia sobre la palabra “aislamiento” llamó poderosamente mi atención. Además me había puesto la verga como un poste, nada más mirándome a la bragueta.
– Debes disculparme, pero no haberte “espabilado” esta mañana – comenzó a decirme con calculada premeditación, aunque tratando de no ser descortés conmigo.
Ante mi total perplejidad, inmediatamente alzó con languidez una de sus manos, señalando el bulto de mis pantalones. Me resultaba imposible disimularlo y Alicia se echó a reír.
– Tal vez es a mí – me dijo – a quien deberías perdonar por haberme encontrado “in fraganti” con Ramón en la cama.
Entonces me desabroché el pantalón desesperado y sacándome la polla, la miré como pidiéndole disculpas y le dije:
– Por favor, tócame Alicia, por favor, te lo ruego… no puedo aguantar ni un segundo más… ¡Te deseo tanto!
Ella estiró una mano perezosamente y como si tuviese reparos, con sus finos dedos me retiró el prepucio y me rodeó el glande diciéndome:
– Estoy segura que esto está muy mal y por supuesto no te voy a hacer eyacular.
Me acarició nada más un poco. Mi sexo estaba hinchado a más no poder y a punto de estallar. Ella me miró a los ojos fijamente y con dureza, absorbiendo toda mi expresión de entrega total, mientras movía la mano con desprecio, arriba y abajo. Pronto se detuvo en la cabeza abultada como un champiñón, encerrándola en su mano y luego siguió frotándome el rígido tubo de carne. Me lo ordeñó literalmente hasta que sintió el primer temblor orgásmico y entonces retiró su mano con una exclamación de asco. Yo lancé un gemido y mi semen se derramó, al saltar de mi polla, al vacío y luego al suelo.
– ¿Cómo puedes ser tan cabrón, marido? ¡No tienes decencia! ¿No me suplicaste, cuando te dije que me había enamorado de Ramón, que no te dejase por él… jurándome que lo consentirías todo? ¿Entonces como me haces semejante espectáculo cada vez que se te pone la lombriz igual que un palo? ¡Desconoces la seriedad!
Avergonzado, agaché la cabeza como siempre y entonces hizo que me despojara de los pantalones y la camiseta y me obligó también a quitarme el slip y limpiar con él las baldosas del terrazo. Luego me hizo acostar, así completamente desnudo, en el suelo diciéndome:
– Ahora quiero que me pases la lengua por el coño…
Cuando cedió mi atención en su hendidura, después de dejársela limpia, hube de atender su ojete. Debí hacer lo de otras veces, con ella colocada encima y mirándome la verga, blanda como un higo, me puso con firmeza su trasero desnudo en mi cara y me cogió por las pelotas para asegurarse de la buena marcha del negocio y de mi sumisión a sus antojos.
Mis jadeos y suspiros de placer, así como mi dificultad para respirar, le calentaron el ojal y consiguió sofocar su necesidad de ensuciarme la cara para reírse bien a gusto de la sensación. Entonces me apretó los cojones y me hizo correr otra vez mientras le lamía todo el ano dejándoselo como los propios chorros del oro.
– La mujer tiene que hacer eso con el marido cuando está enamorada de otro y el consorte “gastado” no la respeta – me dijo.
Disfrutó de mi servil lengua de marido bien domado, le lamí y relamí, con delicadeza, el ano, exploré dentro hasta mi extenuación y en una semana la dejé tranquila de mis “ataques”. Además de producirle a ella un delicioso orgasmo, reforcé la consentida entrega de voluntad marital comiéndole el chocho relleno del tuétano de Ramón y metiéndole mi lengua por el tenso anillo y lo recorrí por completo mientras me apretaba su sabroso culo contra mi boca.
Mi órgano se había hinchado, peo no como el de Ramón que, a decir verdad, es el doble de largo y gordo… ¡Una barbaridad! Alicia me lo volvió a rodear con sus dedos y empezó a acariciármelo con delicadeza otra vez, pero ahora sin respuesta. Con mi prepucio retirado hasta debajo de la raíz de mis propios cojones, la cabeza de mi polla, baja y resignada por la consternación, lejos de volver a estallar.
Pero soy tan servicial, grosero y vicioso del culo y coño de Alicia, que mi lengua complaciente y fácilmente adiestrada, ha sustituido completamente a mi polla en el coño de mi mujer, ahora poseída únicamente por mi sustituto, que es el dulce y adorado dueño del corazón, boca y coño de mi Alicia querida.
Hasta la próxima y saludos de un marido más que enamorado.