Relato erótico
Amistades “peligrosas”
La conoció por internet, hablaron mucho y de todo, hasta que decidieron conocerse. Ambos estaban casados pero se lo arreglaron bien para verse en un día festivo en el que los respectivos cónyuges estaban fuera. Lo que ocurrió fue mucho mejor que hablar por internet.
David – BARCELONA
Querida Charo, hace cosa de un año conocí en internet a una chica que, como yo, también vive en Barcelona, aunque es azafata de una compañía aérea y viaja con frecuencia. Está casada, se conecta al chat para conocer gente y pasar un rato divertido de vez en cuando. No había un trasfondo sexual tras nuestras conversaciones. Solo nos fuimos haciendo cada vez más amigos y empezó a haber mucha confianza. Ella me explicó alguna historieta que había tenido, porque según me dijo, le encanta el sexo y su marido no le da lo suficiente. Necesita más. Y yo también le conté experiencias que había tenido.
Una noche llegué de entrenar y me conecté para mirar el correo. Ella estaba chateando y empezamos a hablar, encendiéndose la conversación hasta que me dijo que estaba mojadita, que la ponía a mil con las cosas que le decía. En ese momento, decidimos desconectar porque al día siguiente había que trabajar. Pero antes de acostarme, me decidí a enviarle un mensaje al móvil en un tono calentito. Le dije que me encantaría probar el sabor de su sexo y que me encantaría que se corriera en mi boca. Y alguna cosa más. Al ratito me respondió diciéndome que se había masturbado con mi mensaje y que ya me compensaría.
Le dije que me lo apuntaba y que tendríamos que quedar para que me compensara. Al día siguiente hablamos como otras muchas veces y no quisimos ni comentar el tema, pero quedamos para vernos al cabo de un par de semanas. Aunque los dos vivimos en Barcelona, por nuestros trabajos y porque hay parejas de por medio, no podíamos quedar cualquier día y a cualquier hora.
Al final quedamos un domingo por la noche. El martes era festivo en Catalunya y su marido tenía puente y se había quedado con otros amigos en una casa de campo, mientras que ella volvió a Barcelona para trabajar el lunes. La recogí hacia las 9:30 de la noche, fuimos a echar un bocadito por ahí y estuvimos hablando y hablando muchas horas. Después fuimos de copas y tal y como habíamos hablado muchas veces por internet, nos pasamos por varios garitos de ambiente de la ciudad. Había mucha lesbiana y mucho gay por allí, que nos daban unos repasos de impresión. Eso nos daba más morbo. A mí me ponía a cien ver como todo el mundo se magreaba, se daba piquitos o se morreaba, chicos con chicos, chicas con chicas y también había alguna que otra pareja heterosexual.
Por otro lado, mi amiga, cuyo nombre es Silvia, me preguntó si sería capaz de besar a un hombre. Y yo, riéndome, le pregunté que a la única persona que era capaz de besar en ese momento era a ella. Silvia empezó a reírse y, provocándome, dijo que no me veía capaz de besarla. Seguimos bailando, mirándonos, mientras yo me fijaba en el cuerpo de mi amiga. Le miraba el escote. Tenía unos pechos bastante grandes y muy bien puestos. Era delgadita, tenía un trasero precioso y llevaba un pantalón muy ajustado que marcaba un poquito la rajita de su sexo.
Empecé a pensar en como sería hacer el amor con ella, en como sería el sabor de su sexo, en como sería un orgasmo suyo, en como utilizaría su boquita con mi polla al tiempo que miraba su cuerpo y me empecé a excitar. Ella me miraba fijamente y bailaba de forma sensual. A veces, se daba la vuelta y me rozaba con su culito. Yo cogía sus manos, me acercaba y me separaba al ritmo de la música.
Llegó un momento en que me moría de deseo y no resistí más. Me acerqué a su oído y le pregunté si se había dado cuenta de como nos miraban los demás, que casi nos habían hecho un círculo en mitad de la pista de baile y me contestó que sí se había fijado y al momento acerqué mis labios a los suyos y nos besamos. Fue un beso largo, profundo, húmedo, muy húmedo. Nuestros labios y nuestras bocas estaban muy pegados, mientras nuestras lenguas jugueteaban entre sí, se entrelazaban, hacían circulitos, una perseguía a la otra.
Nos pusimos a mil y nos rozábamos continuamente mientras éramos el centro de atracción, pero no dejamos de bailar mientras nos mirábamos, nos besábamos y nos tocábamos. En un pequeño descanso, fuimos a por una copa y mientras nos servían en la barra le dije que me había puesto a mil y ella me contestó diciendo que no sabía que le daba que estaba mojada desde que nos habíamos conocido.
Le respondí que era una exagerada, que ya sería menos. Entonces cogió una de mis manos, se bajó la cremallera de su ajustado pantalón, disimuladamente bajó un poquito sus braguitas y puso mis dedos en su sexo. Esa situación terminó de acelerarme. Nos sirvieron las dos copas y mientras yo pagaba, ella estaba a mi lado y disimuladamente, pasó su mano por encima de mi pene, que cada vez abultaba más. Nos tomamos la copa en un abrir y cerrar de ojos y nos fuimos. Se hacía tarde. Ella se levantaba a las 7 de la mañana porque trabajaba. Llegamos al coche y sin mediar palabra empezamos a besarnos y a sobarnos mutuamente. El calentón era mutuo y tremendo. Yo estaba como hacía tiempo no me había puesto y ella me decía:
– ¿Qué me das, cabrón, que me tienes a mil?
Decidimos parar porque eran ya más de las 4 de la madrugada. Silvia iba a flipar cuando le sonara el despertador. No iba a dormir nada, así que arranqué el coche y empecé a llevarla a casa, aunque ella me iba sobando todo el rato. Cada vez que un semáforo me hacía frenar, nos besábamos y yo rozaba sus pechos, buscaba sus pezones, que se marcaban en su ajustada camiseta hasta que le bajé la cremallera de su pantalón, buscando de nuevo sentir su humedad.
Al final, no pudimos más. Ella me pidió que parara y le obedecí. Paré en un chaflán en pleno eixample barcelonés y allí los besos se multiplicaron. Y el roce de su piel. Y sus dedos en mi cuerpo. Mientras la besaba, le desabroché el sujetador y por debajo del jersey empecé a sobar sus poderosas tetas. Tocaba sus pezones, cada vez más excitados, más gorditos, más tiesitos, hasta que levanté su jersey y los busqué con mi boca. Ella estaba cada vez más excitada, respiraba agitadamente y nos daba igual estar en mitad de la calle, en pleno centro de Barcelona.
Después de besar sus labios primero, sus pezones y sus pechos al completo, con una mano busqué su sexo, los introduje por entre sus braguitas y busqué su rajita. Estaba mojada, muy mojada y mis dedos se deslizaron fenomenal entre sus labios vaginales. Rápidamente encontré su clítoris y ella lanzó un gemido seco, empezando a decirme que no parara, que estaba a mil. Me pedía que la masturbara despacito y empecé a masturbarla mientras sentía su agitada respiración y sus gemidos en mi oído.
Al mismo tiempo, ella me fue bajando la cremallera de mi pantalón, buscó la forma de zafarse de mis calzoncillos y extrajo mi polla, que estaba loca por salir, empezando a masturbarme despacito. Yo iba loco por sentir sus dedos, su boca y su sexo en el mío.
Seguí masturbándola mientras echaba su asiento para atrás. Cuando estaba bastante tumbada, le bajé su pantalón y también sus braguitas. Se los quité de una pierna para que pudiera abrirlas un poquito más y a partir de ahí me sumergí en su entrepierna. Después de lamer sus pechos, sus pezones, su abdomen, fui bajando hasta su sexo, sin detenerme y fui hasta sus muslos que también chupé lentamente, pero sin parar. Ella notaba mi lengua caliente en su piel, mientras uno de mis dedos hurgaba en su agujerito y tocaban su clítoris.
Yo andaba caliente, caliente, por su olor, por el olor a sexo húmedo y por su perfume, que me había puesto a mil toda la noche. Le dije que le iba a hacer la mayor de las mamadas que le hubieran hecho jamás y me contestó que empezara, que se moría de deseo. Y fui con mi boca hasta su sexo, empezando a lamerlo como si fuera un perrito.
Ella notó mi lengua en su coñito húmedo y tuvo varios espasmos en su abdomen. Cogió mi cabeza con sus manos y me apretó contra ella, mientras con los dedos de una mano rozaba sus pechos, sus pezones y con un dedo de la otra mano, la iba penetrando despacito.
Silvia estaba mojada, muy mojada y al cabo de un momento se corrió. Aunque me pidió que parara, no lo hice. Seguí lamiendo mientras notaba las contracciones de su abdomen. Me dijo que la estaba matando y cuando noté que estaba de nuevo a punto de correrse, le pregunté que si quería, paraba. Entonces me respondió que si paraba, me mataba. Y no paré. Seguí lamiendo su coñito mientras sobaba sus tetas y con un dedo penetraba su chochito y con otro buscaba su culo.
Al notar el dedo en su orificio trasero lanzó un gemido enorme y me dijo:
– ¡Cabrón, cuanto sabes!
Yo estaba a mil y también notaba que solo con el roce de sus dedos en mi pene estaba a punto de estallar, así que me deshice de su mano mientras seguía mamando su cálido chocho. A los pocos minutos empezó a soltar varios gemidos. Eran unos gemidos tremendos. Se estaba corriendo como una loca y apretaba mi cabeza contra su sexo mientras su abdomen se movía a un ritmo frenético.
Yo ya no podía más. Me moría por entrar dentro de ella. Pero no me dejó.
Me tumbó entonces a mí y con su boca buscó mi pene. Estaba tieso como un palo, deseoso por sentir su sexo, su culo o su boca. Daba igual. Quería sentir el calor del interior del cuerpo de Silvia. Ella se lo metió rápidamente en su boca y empezó a saborearlo despacito. Luego fue subiendo y bajando, mientras me llenaba de saliva. Cada vez resbalaba su boquita mejor, más rápido.
Ella se relamía de gusto y a mí me mataba de placer. Notaba toda su boca en mi polla, cada vez más erecta y cada vez más cerca de alcanzar el orgasmo. Ella lamía mi sexo mientras sobaba mis testículos con sus manos y de vez en cuando introducía uno de mis huevos en su boca, sin dejar de menear mi polla con una de sus manos. Con la otra, tocaba mi pecho, mis labios, buscaba también la entrada de mi culo y a veces me decía cosas que apenas podía entender porque yo estaba pendiente del momento en que me iba a correr.
Ya estaba a punto de hacerlo, cuando bajó el ritmo un momento y me dijo que ahora quería sentir el sabor de mi jugo, que quería mamar toda mi leche, que iba a hacer que me corriera en su boca, mientras me miraba con una cara de vicio que me mataba aún más de deseo. Entonces introdujo mi pene en su boca y empezó a chupar y chupar a un ritmo frenético, arriba y abajo. Yo notaba su boca, su calor, su humedad en toda mi polla y empecé a notar que me venía. Ella también lo notó. Apretó mi polla para retrasar un poquito la eyaculación y de golpe, sin dejar de mamar, soltó su mano y se produjo el estallido de leche en su garganta. Ella siguió moviendo mi pene con una de sus manos, mientras con su boca seguía relamiendo toda la leche que iba saliendo. Yo me movía excitadísimo mientras notaba como iba saliendo todo mi líquido y ella lo iba recogiendo con su boca.
Cuando terminó de tragárselo, dándome un beso en los labios me dijo que esa noche era el comienzo de una larga amistad.
Besos Charo y espero que efectivamente esta amistad dure por mucho tiempo.