Relato erótico

“Amigos” para siempre

Charo
2 de septiembre del 2020

Eran novios, estudiaban la misma carrera y Vivian juntos. Cuando faltaba menos de un año para terminar decidieron cambiarse de piso. Era algo más caro, pero más grande y más tranquilo para poder estudiar. Tenían una vecina, algo mayor que ellos y les ayudaba en muchas tareas.

Ana – Salamanca
Hola Charo, somos Ana y Ernesto, llevamos casados tres años y juntos mas de cinco, en ese trayecto conocimos a muchas personas, pero antes de continuar describiremos como somos físicamente, yo soy de mediana estatura, cabello oscuro, piel canela, contextura media, algo entradito en carnes. Ana tiene unas caderas que resaltan su figura, pechos pequeños y una carita de niña que me hace parecer su padre.
Estábamos terminando la carrera cuando nos mudamos a un apartamento menos costoso, más pequeño pero más tranquilo, un lugar ideal para estudiar sin ser molestados, Allí conocimos a Rosa, una chica atractiva y muy simpática que vivía frente a nuestro apartamento. Era mayor que nosotros, tenía unos 30 años. Sus tetas son más voluminosas que las de Ana y ella fue nuestra salvación en muchos momentos de nuestra estada en ese lugar, cuidaba de nosotros, procuraba que comiéramos bien, cuidaba el departamento y a veces aparecía con algún aperitivo.
Pero una tarde nos sorprendió con un favor que nos pedía a ambos, y mirándome a los ojos, me dijo:
– Me gustaría que Ernesto me hiciera el amor, como lo hace contigo. Es un favor que os pido de corazón, ya que soy virgen y me gustaría conocer las delicias del sexo que solo conozco por televisión y lecturas. Ahora que os conozco y la forma como que me habéis tratado, me atrevo a pediros ese favor, aunque con esto no quiero interponerme en vuestra relación y menos perder vuestra amistad.
Bajó la mirada esperando una respuesta, me acerqué a ella, levanté su cara con una mano y vi sus ojos llorosos y avergonzados. Entonces tomé a Ernesto de las manos y lo llevé a la habitación para conversar y acordamos, aunque yo un poco indecisa, aceptar siempre y cuando yo estuviera presente.
Volvimos a la sala y le dijimos que sí. Rosa, al oírlo, una sonrisa se dibujó en su rostro, lo cual también me llenó de alegría, que solo ella podía transmitir y entonces acordamos donde y cuando.
Por decisión de ella, el lugar sería nuestra habitación, que la decoró en color blanco, sábanas, cubrecama, cortinas e incluso el suelo era blanco. Rosa, que tenía las llaves del apartamento, se había encargado de todo.
El día acordado llegamos al apartamento del trabajo y encontramos una nota junto a una ropa de dormir bastante sugerente por cierto, en color blanco, que sería nuestro atuendo.
Nos duchamos y una hora después, Rosa llamó a la puerta y entró. Llevaba puesta una ropa de dormir, blanca, que la cubría toda, pero se notaba que debajo no llevaba más que un diminuto tanga que cubría su intimidad.

Ernesto, entonces, la tomó de la mano, la acompañó a la habitación, mientras yo preparaba una fuente de fresas, que es la fruta que le encanta a Rosa. Ernesto hizo sentar a Rosa en la cama, le quitó las agujas del cabello para soltarlo, llegándole más allá de los hombros, se arrodilló en la cama detrás de ella y empezó a besar su cabello, buscando su cuello y ya ese momento se le notaba una respiración entrecortada. Él le bajó la ropa de dormir desde atrás, sin descuidar los besos que le regalaba, explorando su espalda a medida que bajaba la ropa. Luego la hizo reclinar en la cama mirándose frente a frente, descubriéndose el uno al otro. Se reclinó sobre ella y empezó a explorar cada centímetro de su piel desde el cuello, la barbilla, los pechos, bastante más voluminosos que los míos, y su vientre. Rosa a estas alturas jadeaba en aspiraciones profundas y entrecortadas. La estaba disfrutando en todos los niveles.
Cuando Ernesto llegó a su vientre se notaba lo agitada de su respiración, que particularmente le enciende a mi marido más que otra reacción de la mujer. Admiré ese cuerpo macizo cubierto solo por el tanga blanco, tomé sus pechos, jugué con ellos, pellizcando, succionándolos, dejando rastros de deseo sobre su piel caliente y húmeda. A medida que él avanzaba hacia su intimidad tan bien cuidada, oía casi imperceptiblemente un:
– Sigue, sigue, sigue…
Ernesto tiró de la braga de Rosa, encontrando una mata de pelitos que cubrían la entrada de su sexo, húmedo por la excitación. Hasta mi venía el olor a hembra en celo. Entonces me acerqué a ellos, puse una fresa en boca de Rosa y otras a lo largo de su vientre, mientras Ernesto se desnudaba.
Al fijarme, vi que Ernesto tenía una erección bastante pronunciada y le salía ese lubricante natural de la punta de su instrumento que tantas veces yo había disfrutado y ahora vería en acción en otra hembra. Tomé una fresa, la froté sobre la erección de Ernesto y se la ofrecí a Rosa, que sabiendo lo que se venía la aceptó, como reconociendo a su invitado.
Lo mismo hice con Ernesto. Tomé otra fresa, la pasé por el sexo de Rosa, que serpenteó en la cama al sentir a ese frío invasor de su intimidad y se la ofrecí a mi amor que estaba a mil.
Al sentir el sabor y olor de Rosa en sus sentidos, él tomó dos fresas de la fuente que yo sostenía y se las metió dentro de la aun inexplorada intimidad de Rosa, que a estas alturas gemía y al parecer tenía su primer orgasmo y yo pasé mi lengua, buscando ese aroma a hembra en su máximo esplendor. En ese momento oí a Rosa gemir diciendo:
– ¡Ahora… ahora… ahoraaaa…!.
Como ella era la reina de la noche Ernesto se recostó sobre ella y empezó a penetrarla despacio. Rosa gritaba, se retorcía, pero su invasor seguía su camino sin importarle lo que viniera, hizo un poco más de fuerza y terminó por desflorarla junto a un grito ahogado de dolor, que se fue apaciguando conforme entraba el resto del pedazo de carne que ya no era exclusividad mía.

Con un poco de celos vi como Ernesto disfrutaba al tener una virgen para él solito, empezando el juego del metisaca, rápido y violento como a mi me gusta. A estas alturas yo estaba muy húmeda y se notaba en la ropa que llevaba. Tras un rato de bombeo cambiaron de posición y la hizo poner a cuatro patas sobre la cama y le empezó a penetrar el coño por detrás despacio, disfrutando cada milímetro de su estrecha intimidad que abrazaba su miembro.
Al poco rato él eyaculó dentro de Rosa que cayó destrozada sobre la blancura de las sabanas. Verla era un espectáculo fascinante, tanto que me desnudé por completo y me estuve masturbando a un lado de la cama.
Con Rosa recostada boca arriba, Ernesto y yo nos acostamos junto a ella, ella en medio, ya que esta noche era la reina.
Mientras descansaba, nos comentó el placer que había sentido al notar el miembro de Ernesto entrar en su interior, como sus labios abrazaban a ese excitante invasor y de como había sido desflorada.
– Sentí un dolor y como se desgarraba la carne dentro de mí y como el dolor se desvanecía, notando como mi excitación y el orgasmo contenido llegando a su clímax.
Ana, entonces y en un gesto de integración y claro de explorar nuevas sensaciones, ya que éramos trío, empezó a besar mis voluminosos pechos, que respondía a los labios hechiceros de mi nueva amante, luego bajó por mi vientre hasta llegar al recientemente descubierto paraíso sexual, que compartiría conmigo. Abrió un poco más las piernas y la visión que nos brindaba era preciosa, una mata de vellos que cubría su entrada, de la cual resumía sus jugos mezclado con los de mi esposo. Unos labios vaginales rosados abiertos por la faena. Mi marido me acompañó a limpiar con nuestras lenguas y bocas, besándonos, la estrenada intimidad de Rosa, hasta encontrar las dos fresas que hicieran posible que alcanzará mas de un orgasmo continuo.
Estábamos los tres recostados cuando Rosa se incorporó, arrodillándose frente a nosotros, tomó el aún dormido miembro de Ernesto, se lo meneó de un lado a otro pues quería hacerlo despertar pero yo, mirándola, le dije:
– ¿No te apetece chuparlo? Es otra experiencia, disfrútalo.
Rosa empezó a besarlo, luego se lo metía todo en su boca y lo volvía a sacar y así, poco a poco se fue endureciendo el miembro de Ernesto acabando por acompañarla yo en su labor, compartiendo ambas esa golosina que llamaba nuestra atención. En eso ella me miró y dijo:
– ¿Todo esto me ha entrado? Es grande. No puedo creer que todo eso haya soportado mi cuerpo, con razón sentí el desgarro dentro de mí.
Ya con polla bien tiesa, Rosa se sentó sobre ella colocándosela en la entrada de su coño y poco a poco fue bajando hasta metérselo entero y luego cabalgarlo como una experta. Paró un rato, me miró de frente y dijo: – Quiero que complete la faena, lo quiero también por atrás.

La miré y le pregunte si estaba segura, a lo que Ana añadió:
– Ya sé que duele, la primera vez duele, pero lo quiero.
– ¿Estás segura? – repetí.
Ella asintió con la cabeza y entonces, tal y como estaba ensartada por Ernesto, le metí un dedo en el coño, junto con la estaca que lo llenaba, lo saqué todo húmedo y se la metí por detrás, por ese agujerito que quería ser ensartado. Empecé a meter y sacar, luego metí dos y el resto se lo dejé a Ernesto, que tenía el brillo de lujuria en sus ojos. Pero no le dio tiempo, fue ella quien se separó de Ernesto y trató de clavarse ella misma la polla en el culo sujetándose de los hombros de Ernesto pero sin lograrlo. Yo, viendo lo que quería hacer, la ayude, cogí la dura herramienta de mi amado y la guié, cogiendo las caderas de Rosa, hacia su destino. Ernesto no podía hacer mucho, Rosa tenía el control de esa especial situación.
Ella hacía esfuerzos para hacer entrar la verga en su pequeño agujero y dio un grito cuando entró la cabeza como un corcho en ese estrecho orificio. Ernesto también gritaba y en ese momento, cuando Rosa quiso escapar de su captor, perdió el equilibrio y de un solo tirón su culo quedó atravesado por ese pedazo de carne que le reventó los intestinos, por así decirlo.
Dio un grito fuerte de dolor, acompañado de una lágrima que corría por su mejilla, la cual sequé con mis labios, haciéndola calmar. Tenía una expresión de dolor que fue pasando a medida que su cuerpo aceptaba al invasor, cediéndole paso a la dilatación. Mi marido la tomó de la cintura y la levantó un poco para tener mayor movilidad, sacó despacio su miembro, no todo, dejando la cabeza dentro, y volvió a metérsela. Ella se quejaba pero ya no era tanto mientras él seguía con el metisaca en esa posición hasta correrse dentro con fuerza.
Rosa quedó rendida, se quitó esa daga que la tenía presionada, salió una hilera del néctar de Ernesto, se echó boca abajo, yo tomé una fresa, la mas grande que encontré, abrí las nalgas de Rosa y se la incrusté en el dilatado trasero, donde encajó perfectamente, mientras Ernesto me daba una sesión de sexo oral que tanto me gusta.

Después de eso hemos seguido los tres con nuestras sesiones. Rosa retomó sus estudios de leyes y ahora es nuestra abogada, se casó son un compañero de su clase y se ven felices.
Besos de los tres.

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