Relato erótico

Amigas del pasado

Charo
2 de octubre del 2019

Se había separado y se trasladó de domicilio. Su trabajo le ocupaba mucho tiempo y decidió ir a una tienda de muebles para que la ayudaran a montarla. La decoradora le era familiar y al hablar descubrieron que habian estudiado juntas en el internado.

Sandra – Madrid
Fui caminando por la Gran Vía hacia la tienda de decoración que me habían recomendado. Ya hacía dos meses que me había trasladado a mi nueva casa y aún no la había decorado, pues mi trabajo no me lo permitía y tampoco tenía mucha mano. Legué a la tienda y entré con la predisposición de acabar aquella misma tarde con aquello. Solo había una chica atendiendo a una pareja joven, mostrándoles las diferentes telas con la que podían forrar un sofá. Como vi que tendría que esperar un rato, me entretuve mirando.
Ofrecía un sentimiento de calidez la forma de colocar los diferentes objetos: las sillas, mesas, cortinas, lámparas, etc. Todo estaba dispuesto para que lo conjuntaras y crearas un hogar, tu propio hogar. Mientras lo miraba todo con una sorprendente curiosidad, miraba también de reojo a la decoradora.
Rondaría los treinta y tantos, como yo. Su pelo negro, corto, la hacía parecer más joven, pero las pequeñas arrugas que brotaban mejillas al reír, denotaban su edad. No era muy alta, pero sus piernas estaban bien moldeadas, así como su culo, respingón bajo la falda. Su pecho era poderoso y su cintura, de avispa. Era muy atractiva. Además, había algo en ella que me resultaba familiar, pero no sabía exactamente el que. Por fin, la pareja decidió la tela y la decoradora se despedía de ellos. Los acompañó a la puerta y colgó el cartel de cerrado. Se acercó hacia mí. Su perfume era embriagador y por un momento me despisté mirando sus ojos azules.
– Mira, resulta que acabo de comprar un apartamento y me gustaría que me dierais alguna ideas para decorarlo.
– De acuerdo. Aquí podemos decorártelo íntegramente, si lo deseas. O solo algunas habitaciones, lo que quieras. ¿Tienes alguna idea de cómo lo quieres?
– Pues no, la verdad. Soy un poco desastre, jajaja.
– Antes de nada, tendría que ir a tu apartamento para verlo y hacerme una idea, medirlo….todas esas cosas.
Al cogerme los datos y decirle mi nombre, puso una cara de sorpresa.
– Una cosa, ¿estudiaste en las clarisas?- me preguntó con los ojos muy abiertos.
Afirmé con la cabeza y entonces dijo:
– ¡Joder, Soy Eva! ¡Estaba en tu clase!
– La verdad es que me sonaba tu cara….¡Qué casualidad!
Estuvimos conversando un buen rato de nuestras vidas, le expliqué que llevaba separada unos meses y ella dijo que seguía soltera. Quedamos que se pasaría por mí apartamento al día siguiente para medirlo, y así luego ir juntas a cenar.

Un rato más tarde, tras darnos los números de teléfono y todo eso, nos despedimos. Había sido todo una sorpresa el volvernos a ver. Eva había sido una de mis mejores amigas en el internado, donde estudié BUP antes de la universidad. Pero después de que expulsaran a Eva, perdimos poco a poco el contacto y así habían pasado casi veinte años, pero ahora volveríamos a tenerlo. Cuando llegué a casa, estaba rendida. Me metí en la ducha directamente, tomé una cena ligera y me acosté, ya que tenía que madrugar al día siguiente. Ya en la cama, a oscuras, empecé a recordar los días del internado. Los juegos con las chicas, los primeros pitillos, los primeros chicos y todas esas cosas. Eva era la más atrevida, la que hacía todas las trastadas. Era como una de las líderes de las chicas.
Me reía en silencio de las cosas que hacíamos, y así recordé el día de su expulsión. Yo era una de las pocas personas, contadas con los dedos de la mano, que sabían la razón. Todo ocurrió una noche de verano del último curso. Lidia, otra compañera y yo, salimos a fumar un cigarrillo a la ventana del descansillo de la escalera. Hablábamos de las cosas que haríamos ese verano. Después de acabar el cigarro, Lidia volvió a su habitación, pero yo tenía que ir al baño. El del piso de las chicas estaba estropeado, así que subí al del piso de arriba. Estaba más o menos a la mitad del piso, así que fui de puntillas, intentando no hacer ruido. Cuando ya casi llegaba, vi una luz que salía de una habitación, que tenía la puerta entreabierta. Yo era un poco curiosa así que me asomé un poco. Lo que vi me dejó petrificada. Allí estaba Eva y Julia, besándose, en pijama. Julia, una compañera, era muy guapa y con muy buen tipo. Casi todas las chicas la envidiábamos por eso.
Julia amasaba el culo de Eva por dentro del pantalón, se besaban con pasión. Le quitó la parte de arriba y le tocó las tetas, se agachó un poquito y empezó a besarle los pezones a Eva. Después la tumbó en la cama y le quito el pantalón, quedando el coño de Eva al descubierto. Julia se quitó el camisón que llevaba, mientras Eva la acariciaba las piernas y el culo. Se acostó junto a ella y empezó a acariciar las tetas de Eva. Pasaba sus dedos por sus pezones, pellizcándolos mientras Eva se estremecía de placer. Después, los dedos de Julia bajaron hasta el coño de Eva. Lo tocaba con sus dedos, suavemente, separándole los labios. Eva le tocaba las tetas, pero casi no podía, estremeciéndose de placer, cuando le metió un dedo por el coño.
Yo estaba alucinando, no podía creer lo que veía. La hermana le metía primero un dedo y después dos, metiéndolos y sacándolos como si fueran una polla. Los gemidos de Eva cada vez eran más fuertes. En ese momento, Julia puso su boca a la altura del coño de Eva y empezó a comérselo.

Entonces, los gemidos de Eva eran ya gritos de placer, que se escuchaban por el pasillo. Yo oí como se abría la puerta de otra habitación y salí corriendo hacia mi habitación. Al día siguiente, no vimos a Eva ni a Julia. Yo tenía la dirección de Eva y nos escribimos cartas, pero poco después ella se fue a estudiar al extranjero y dejamos de escribirnos.
Eva y yo habíamos quedado a las nueve en casa. Tras llegar de trabajar, me di una ducha. Al salir de la bañera vi mi cuerpo en el espejo, no estaba mal para mi edad. Piel tersa, bronceada, pechos firmes, piernas largas y torneadas. Me di la vuelta y miré mi culo, redondo pero pequeño. Me vestí con un top blanco que resaltaba mi color de piel y unos pantalones negros anchos, muy cómodos. Preparé la cena y me serví un vino, esperando a Eva. Poco tuve que esperar, ya que fue muy puntual y a las nueve en punto estaba llamando al timbre de mi casa. Entró y me plantó dos besos en la mejilla. Estaba espectacular, con un vestido granate, ceñido y con un gran escote.
Nos sentamos y empezamos a comer y a hablar de lo que habíamos hecho estos años. Yo le conté que me había casado con un compañero de carrera, habíamos pasado siete años buenos y dos malos, justo cuando me enteré que se estaba tirando a su secretaria. Que mi trabajo me iba muy bien, aunque ahora estaba un poco superada con todo, porque era como empezar de cero.
Ella me contó que había estudiado en Milán decoración y había recorrido medio mundo con su trabajo. Entre copa y copa de vino, me contaba lo maravilloso que era Ámsterdam, San Francisco, París…
Yo estaba extasiada ante todo lo que me contaba y parecía que la última vez que habíamos hablado así había sido hace unos días. Me contó que había tenido un montón de amantes, pero que no había encontrado a nadie con quien sentar la cabeza, y que ahora había montado la tienda con una compañera suya que había conocido en Lisboa. Sin darnos cuenta, nos habíamos bebido una botella de vino y ya íbamos por la segunda. Mientras ella hablaba, me iba fijando en los rasgos de su cara, en los bonitos que eran sus ojos, tan profundos que parecía que no se acababan nunca. Y más de una vez me quedé mirando su canalillo a través de su escote. También noté que ella me miraba las tetas (no me había puesto sujetador). Acabamos de cenar, recogimos y seguimos charlando animadamente.
– ¿No echas de menos a tu marido?
– No, para nada. Estoy mucho mejor sin él.
– Hombre, Sandra. No me digas que no echas de menos el dormir con alguien. Es de lo mejor que hay.
– Bueno, ahora tengo toda la cama para mí sola.
– Jajaja. Sí, claro. Pero en invierno no hay nada como el calor humano. ¿Y no echas de menos el sexo con él?

– Mmm… quizás sea lo único que echo de menos -nos reímos las dos. Estaba un poco borrachilla.
– ¿Hace cuánto que no echas un polvo?
– Buff, ni me acuerdo, un año más o menos.
– ¡Madre mía! Estarás que trinas, ¿no?
– Pues no sé, no es lo que más echo de menos.
– ¿Y qué es lo que más echas de menos?
– Pues tener a alguien que me abrace y esas cosas. Bueno, también echo de menos el sexo, claro.
– Vamos, no te preocupes- se levantó, se puso detrás de mí y empezó a darme un masaje en los hombros. – Estas un poco tensa, Sandra.
Estaba un poco ida por el alcohol, pero sentía el cuerpo de Eva detrás de mí, muy junto. Notaba sus dedos en mi espalda, acariciándola. Lo más extraño era que no me disgustaba.
– ¿Te gusta que alguien cercano te acaricie el cuello con sus dedos?- me dijo mientras pasaba las yemas de sus dedos por mi cuello. Conseguí asentir.- ¿Y qué pasen sus manos por tus caderas?
Eva deslizó sus manos por mi espalda hasta ponerlas en mi cintura, acariciándola. La rodeó y colocó sus manos en mi vientre, abrazándome mientras rozaba mi cuello con sus labios. Lo beso suavemente, con delicadeza, mientras se pegaba más a mí. Subió con sus manos por mi cuerpo hasta llegar a mis pechos, los acarició con fuerza, al mismo tiempo que besaba mi cuello con pasión. Yo me dejaba llevar.
Nunca había tenido una experiencia con una mujer, pero aquello me gustaba. Cada vez me besaba con más fuerza, cada vez me acariciaba los pechos con más fuerza, entreteniéndose con pezones, rozándolos con la palma de la mano contra la tela. En ese momento me dio la vuelta y me quedé frente a ella. Sus ojos me penetraban y me hipnotizaban. Pasó su mano por mi cara, acariciándome, me cogió por la nuca y me dio un beso en la boca.
Metió su lengua en mi boca y buscó la mía. Mi lengua no se estuvo quieta y jugó con la suya, mis escasas reticencias habían volado y solo quería disfrutar. Yo también la agarré por la nuca y la atraje hacia mí. Quería sentir su cuerpo frente al mío. Eva puso sus manos en mi culo y lo apretó con fuerza, moviendo mis glúteos.
– Vamos a tu habitación- dijo Eva.
Asentí y la cogí de la mano, directa hacia mi habitación. Ya en ella, me volví hacia a ella y la volví a besar en la boca. Estaba desatada, quería sentir su aliento en mi boca, sus manos en mi cuerpo. Ella me devolvió el beso. Pero después se apartó y me dijo:
– Déjame hacer a mí.
Se quedó de pie enfrente, se quitó los zapatos de tacón y deslizó las tiras de su vestido. Fue bajándolo poco a poco, mirándome a los ojos. Me la estaba comiendo con los ojos. Dejó sus tetas al aire, mostrándome sus pezones, grandes. Después lo bajó un poquito más, hasta bajarlo tras las caderas. No sé porque, pero no me sorprendió que no llevara bragas. Pude ver su pubis rasurado y me faltó muy poco para no tirarme a comérmelo. Allí tenía frente a mí a Eva, una mujer bellísima, desnuda, solo para mí. Se acercó y me abrazó, sentí sus tetas frente a las mías y su coño frente al mío. Me besó en el cuello y me susurró al oído:
– Voy a hacer que disfrutes como nunca lo has hecho. Voy a hacer que no dejes de correrte.

Un escalofrío recorrió mi espalda al oír esas palabras. Eva empezó a juguetear con la parte de debajo de mi top, recorriendo con los dedos las costuras y mi vientre. Empezó a quitármelo y dejó mis tetas al aire. Se coloco detrás y empezó a manoseármelas. Después hizo lo mismo con la cintura de mi pantalón, fue bajándolo hasta dejarlo a la altura de mis tobillos.
Se levantó, chupándome con su lengua, desde las pantorrillas hasta el culo. Pasó sus manos por delante de mí, poniendo sus duros pezones en mi espalda, los sentía como espadas que me traspasaban. Metió su mano derecha en mis bragas y acarició mi sexo. Mientras, metía la otra en mi culo. Era maravilloso, empezaba a gemir. Bajó mis bragas y se quedó a la altura de mi culo, que besó y mordió. Yo creía estar en la gloria. Eva me cogió de la mano y me invitó a tumbarme en la cama, boca abajo. Ella se puso de rodillas y cogió mi pierna derecha, doblándola por la rodilla. Acarició la planta de mi pie derecho, después con su lengua. Chupó mis dedos, metiendo su lengua entre ellos, después subió mi pie izquierdo, y los juntó, los besó, los chupó…
Nunca me habían hecho y me encantaba la mezcla de cosquillas y placer. Después se tumbó un poco, lo justo para que su boca besara mi culo. Lo empezó a besar por abajo, para ir subiendo, pasó su lengua por la raja de mi culo. Yo gemía de placer, Eva me estaba transportando a cotas de placer que yo desconocía. ¿Cómo era posible que me hubiera perdido aquello? Eva separó mis glúteos y metió su lengua entre ellos hasta llegar a mi agujero, que besó y lamió. Unos segundos después, sentí que algo lo oprimía, era un dedo de Eva.
Mi ex había intentado alguna vez metérmela por detrás, pero siempre me había negado. En ese momento, no sé por qué, sentí que no me podía negar, que iba a disfrutar como nunca. El dedo corazón derecho de Eva entró en mi culo, al principio con resistencia, pero gracias a la saliva y lo despacio que lo estaba metiendo, mi culo se acostumbró a su dedo. Eva empezó meterlo un poco más y a penetrarme, me moría de gusto. Mis gemidos se ahogaban en la almohada. Al ratito, Eva sacó su dedo.
Pensaba que ya había acabado, pero volvió a besarme el agujero del culo y a meter su lengua. Después, metió dos dedos, el placer era el doble. Metió sus dos dedos más rápido, más rápido, más rápido. Me estaba corriendo. Eva se dio cuenta y paró. Me besó el culo y subió sus labios hasta mi cuello. Me mordió en los hombros y me dio la vuelta. Lamió mis labios, yo saqué mi lengua y lamí la suya. Eva se deslizó hacia abajo y chupo mis tetas, hizo círculos con su lengua alrededor de mis pezones, me ponía a mil.
Yo estaba tan excitada que no acertaba a hacer nada, solo podía disfrutar. Eva mordió mis pezones, después bajó a mi vientre y metió su lengua en mi ombligo. Cerré los ojos, Eva puso su cara entre mis piernas, primero lamió la cara interna de mis muslos delicadamente. A continuación, pasó la punta de su lengua por mi coño repetidas veces, yo estaba impaciente, quería su lengua dentro mi coño ya. Pero ella seguía jugando a retener el momento, pasaba su lengua alrededor de mis labios, chupaba mi chocho, lo besaba.
Yo no podía más, ¡necesitaba su lengua dentro de mí! Eva por fin metió su lengua en mi coño, abrió mis piernas e introdujo su lengua en mí. Los latigazos de placer eran infinitos, no cesaban. Jugaba con mi clítoris, sacaba la lengua y la metía, se agarraba a mis piernas y hacia fuerza con la cabeza, como si quisiera meter aun más adentro su lengua.
No sé cuánto tiempo estuvo, pero me corrí varias veces. Eva paró y se acostó a mi lado, me dio un beso en la boca, sentí el sabor de mis fluidos dentro de su boca. Eva parecía incansable, su lengua no paraba de moverse. Me encantaba que fuera una amante tan activa y con tanto aguante. Me balanceé hacia ella para besarla, Eva puso su mano entre mis muslos y poco a poco la fue subiendo y me di cuenta de lo que pretendía. Subí un poco mi pierna izquierda, lo suficiente para que la mano de Eva pudiera maniobrar sin dificultad.

Eva acarició mi coño aun húmedo y metió con facilidad dos dedos dentro de él. Dejé de besarla. Metía sus dedos en mí como si su mano fuera una polla. Me volví loca. Eva jadeaba a mi oído. Cogí su mano y la ayudaba a follarme, a meterme sus dedos en mi chocho. Me estaba masturbando maravillosamente. Era el mayor placer de mi vida. Eva me dio un beso en la boca y me dijo:
– Ya no echarás de menos que alguien te abrace, cariño.
Un beso

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