Relato erótico

Amantes del nudismo

Charo
26 de febrero del 2019

Se conocieron en un chat de internet de personas aficionadas al nudismo y se hicieron amigos. Se habían visto para comer o cenar pero nunca habían practicado el nudismo juntos. Aquel fin de semana los habían invitado a su casa y todo fue diferente.

Germán – Gerona
Amiga Charo, Irene y Enrique son amigos nuestros. Nos conocimos por internet y puede decirse que los iniciamos en el nudismo, un año después de que nosotros empezáramos. Nos reunimos de vez en cuando para comer y hablar, pero nunca habíamos hecho nudismo juntos, siempre nos habíamos visto vestidos. Pero el sábado pasado las cosas cambiaron. Nos invitaron a su casa para una comida en el jardín. El clima era tibio, el sol radiante y tal vez eso hizo que Irene sugiriera hacer una jornada nudista, por primera vez juntos los cuatro amigos.
– Es el colmo – dijo – que habiéndonos conocido por el nudismo, nunca lo hayamos practicado juntos.
– Por nosotros, con mucho gusto – respondí.
Cinco minutos más tarde estábamos de vuelta en el jardín con nada más que la piel por vestimenta. Debo confesar que Irene siempre me atrajo. Es una mujer joven, de la misma edad que Julia, mi mujer, con una mata de cabello impresionante y un cuerpo en el que destacan sus pechos, grandes y firmes. Enrique, por su parte, luce mejor desnudo que vestido, ya que a sus cuarenta y tantos mantiene un cuerpo fuerte, con barriga moderada y bastante bien dotado. Julia es delgada con un cuerpo muy atractivo, de pechos pequeños, nalgas redonditas y piernas firmes y deliciosas. A mí me ayuda mi estatura y aunque hago poco ejercicio tengo una estética aceptable a la vista.
Antes que nada Irene nos proveyó de loción bronceadora para protegernos del sol, que de inmediato procedí a untar en la espalda de Julia, mientras Irene hacía lo mismo con Enrique. Al cambiar los papeles, mientras mi esposa me aplicaba la loción y Enrique hacía lo propio con su pareja, Irene me comentó con la mayor naturalidad:
– No sabía que estabas completamente rasurado en tus genitales… se te ven muy bien. Siempre he querido que Enrique se rasure, pero él se resiste, dice que tal vez sea incómodo. ¿Cómo te sientes así?
Sentí un calorcito en todo el cuerpo y no pude evitar una erección parcial que traté de ocultar girándome hacia Julia, que me comenzó a aplicar la loción en el pecho y vientre, para constatar mi estado de excitación, que se incrementó cuando me aplicó el bronceador en la polla y testículos, mientras, contestaba pícaramente:
– A Germán le gusta, pero me gusta más a mí, tiene sus ventajas, es higiénico, fresco y no corro el riesgo de tragarme un pelo, ¿verdad, vida? – y cogiéndome de los hombros me giró hacia Enrique y Irene, para continuar – Además, hace que se vea más grande, mirad.

Como tenía la polla tiesa, no tuve otra solución que tomarlo a broma y la tensión desapareció tan rápidamente como vino, pero Irene retomó el tema:
– ¿Desde cuanto vas así? Bueno, vais, porque esa franjita de Julia no deja casi nada cubierto.
– Unos dos años -dijo Julia- Al principio yo se lo recortaba con unas tijeras, pero un día me sorprendió al salir del baño completamente afeitado y desde entonces le he pedido que no se vuelva a dejar pelos en esa zona – y volviéndose a Enrique le dijo – Te deberías afeitar también, no te arrepentirás y menos Irene cuando te tenga así contra ella.
– Si tú me ayudas, lo hago – dijo Enrique- a mí me da miedo meterme una navaja aquí abajo.
– Después de comer yo te lo hago, siempre y cuando a Irene no le moleste – respondió Julia.
– En absoluto, y menos con Germán presente -concluyó Irene.
Comimos y terminado el postre, Irene se volvió hacia Julia.
-¿Qué necesitamos para el salón de belleza?-preguntó.
– Unas tijeras, agua tibia, dos toallas, espuma y maquinilla de afeitar, con eso tenemos – dijo Julia.
Julia le pidió a Enrique que se recostara en una cama, dejando sus pies en el suelo y las piernas entreabiertas. Luego, con movimientos certeros y profesionales, comenzó a recortar los pelos hasta dejarlos de menos de un centímetro de longitud. De vez en cuando, maniobraba con precisión los genitales de Enrique, cuya polla ganaba rápidamente tamaño y dureza.
– Ayúdame un poco, Irene, moja esta toallita con agua tibia y aplícasela a Enrique para suavizar sus pelos, que ahora vuelvo.
Julia se fue hacia el baño y discretamente me pidió que la siguiera y ya adentro, cerró la puerta y me preguntó en voz baja:
– ¿Hasta dónde quieres que lleguemos? Lo último que deseo es que te molestes, pero si he de serte sincera, me estoy excitando. ¡Mira, tócame! – dijo mientras llevaba mi mano a su coño, cuya humedad confirmaba su excitación.
-Tú sabrás – le contesté – Lo único que me gustaría es que tú y yo nos mantuviéramos como hasta ahora, exclusivos el uno para el otro, pero por lo demás, tú márcate los límites y yo, llegado el caso, te ofrezco lo mismo.
Regresamos al jardín hallando a Irene concentrada en humedecer pubis y genitales de su esposo.
– ¿Cómo lo ves, ya está listo? – preguntó Julia.
– Aún no -bromeó ésta, mostrando el rabo semi erecto de Enrique.
– Veamos, ¿me permites?
Las mujeres intercambiaron lugares y mi esposa comenzó a untar la zona con la espuma de afeitar con movimientos delicados que de inmediato excitaron a Enrique.
– ¿Ves? – dijo -Así está mejor.

Tomando la maquinilla comenzó el afeitado mezclando el proceso con caricias casuales y bromas que nos tenían a los cuatro expectantes y divertidos. Juro que Enrique casi no hablaba por no poder articular palabra, solo reía nervioso y contestaba con monosílabos o suspiros.
– ¡Has quedado guapísimo, amor, gracias Julia! – dijo Irene.
Entonces Julia le preguntó a Enrique si tenía algún licor.
– Claro, ¿lo prefieres en un vaso con hielos o en una copa, solo – contestó
él.
– No te apures, no vamos a necesitar vasos, pero me agrada la idea de los hielos.
Enrique entró a la casa y volvió con la botella y unos hielos, acompañado por Irene, que con su piel aún húmeda se veía muy sensual.
-¿Os parece si brindamos por vuestros nuevos looks? – propuso Julia, y
sin esperar respuesta preguntó – ¿Primero tú, Irene?
– De acuerdo, ¿qué tengo que hacer?
– Recuéstate en la hierba, abre las piernas y relájate que Enrique y yo haremos lo necesario – y dirigiéndose a mí añadió -Amor, ¿me ayudas con los hielos? Tú, Enrique, arrodíllate de modo que no vayas a desperdiciar el licor.
Arrodillada comenzó a verter un finísimo hilo del licor sobre el vientre de Irene, que lentamente escurría hacia su coño, en donde Enrique lamía con suavidad la bebida, poniendo a su esposa en un estado de excitación que me calentó de inmediato. Con gestos, Julia me indicó que tomara un par de hielos y los aplicara sobre los pechos de Irene quien, con los ojos cerrados disfrutaba del momento respirando agitadamente. Me arrodillé junto a ella, del lado opuesto al que estaba Julia y comencé a frotar los helados cubitos en movimientos espirales desde fuera hacia dentro, culminando en sus pezones. Cuando sintió el frío contra su piel, la excitación de Irene aumentó aún más y comenzó a acariciarse a sí misma, luego se le ocurrió buscar algo donde cogerse y encontró mi polla totalmente tiesa y dura. No se lo pensó, la cogió con firmeza pero sin atreverse a masturbarla, solo la agarraba con su mano.
Julia, dirigiendo magistralmente la escena, me hizo la seña de retirar los hielos, luego vertió pequeñas cantidades de licor en cada uno de los pezones, y lo extendió con su mano por ambos senos.
– ¿Invitas a un traguito a Germán, Irene?
Sin esperar respuesta se levantó y me situó inclinado a la cabeza de ésta.
Comencé primero a lamer y luego a mamar ese par de portentos que durante tanto tiempo ansié ver desnudos y hoy no solo los había visto, sino que los tenía en mi boca con el consentimiento de mi esposa.

Irene estalló en un orgasmo intenso y breve, tras el cual Julia y yo nos retiramos discretamente para permitirle a Enrique beber los fluidos corporales de su pareja.
Pasado el trance, nos sentamos en la hierba y la pregunta generalizada fue, ¿quién sigue? Más, por cortesía, sugerí que fuera Enrique quien tomara el turno, aunque yo estaba ávido de recibir una buena mamada. Así que nuestro anfitrión se recostó y cerró los ojos pero para asegurarme que no vería nada, le coloqué en la cara una toalla y le pedí que no se la retirara. Comencé a verter el líquido en su vientre con el objeto de que Irene lo bebiera, pero las mujeres tenían su propio plan, pues fue Julia quien se colocó entre las piernas de nuestro amigo y empezó a lamer el licor que escurría por las ingles. Enrique, creo, estaba convencido que era su esposa quien estaba en esa posición, hasta que, su mujer, se arrodilló, tomó su polla y llevándosela a la boca, la chupó con fruición. Yo, aprovechando la posición que me presentaba Julia, me coloqué tras sus nalgas y con mi miembro acaricié su clítoris y vulva mientras ella seguía en su labor de beber del cuerpo de Enrique. Este intentaba levantar su cabeza para enterarse de qué estaba sucediendo, pero yo le decía:
– Mantente quieto, solo disfruta amigo.
Cuando las mujeres calcularon que era suficiente se retiraron a un tiempo, quitaron la toalla que cubría el rostro de Enrique y le preguntaron retadoras:
– ¿A ver, quién hacía qué?
Enrique se quedó sin palabras, a lo que Julia siguió:
– Nunca lo vas a saber, siempre será una incógnita para ti. ¿Puedo tomar una ducha rápida, Irene?
– Claro, con confianza – invitó nuestra anfitriona.
Julia volvió pronto del baño, radiante, con las mejillas encendidas y una sonrisa invitante en el rostro.
– ¿Quién va a querer más licor? – preguntó retadora.
Enrique y yo nos miramos a los ojos, dudando, hasta que él se atrevió:
– ¿De veras no hay enfado, Germán?
– De veras.
– Entonces sírveme a mí primero, Julia, si no tienes inconveniente.
Mi esposa se colocó frente a la pared, con las piernas bien abiertas, el torso inclinado hacia delante y las palmas de las manos apoyadas en el muro. Su espalda arqueada hacia dentro terminaba en sus nalgas más prominentes por la posición forzada.
– Acuéstate entre mis pies, Enrique, boca arriba. Germán, ¿puedes verter el licor en la mitad de mi espalda, por favor? Y Irene, tú ya sabrás que hacer llegado el momento – fueron las indicaciones que no admitían discusión.

Enrique tenía ante sus ojos el mejor panorama imaginable: el coño abierto de mi esposa directamente sobre él. El líquido comenzó a fluir en su espalda, bajando justo hacia el centro y cayendo en un fino goteo que nuestro amigo buscaba con su boca, lo que logró después de unos segundos de vacilación en los que el licor caía sobre su rostro. Luego Julia llevó una mano hacia su coño y comenzó a masajear su clítoris.
La esposa de Enrique se montó en sus piernas y comenzó a mamarle la tranca dura, turgente, mientras, Julia flexionaba sus piernas para colocar su coño directamente sobre la boca de Enrique quien, sin desaprovechar la oportunidad, lamía labios y clítoris con pasión. Yo dejé de lado la botella y me fui a situar entre la pared y mi esposa, ofreciéndole mi polla, que parecía estallar. Julia lo tomó en sus manos y boca, chupando, besando, lamiendo y gritando como pocas veces la había visto en mi vida. De pronto, Julia estalló en un orgasmo salvaje que la obligó a sacarse mi polla de la boca. Cuando nuestros corazones recuperaron el ritmo normal nos acercamos a los dueños de la casa.
– ¿Faltó algo? – preguntó Irene.
– No sé si será mucho pedir, amiga, pero tengo muchas ganas de lamerte el clítoris, ¿me dejas? – pregunté.
– Por supuesto, creo que tú eres quien se ha quedado más al margen en todo esto, es todo tuyo, ¿cómo me pongo?
Me tendí de espaldas y le dije:
– Aquí… pónmelo aquí – y la invité con mi lengua.
Se puso a horcajadas sobre mi cara y bajó su coñito, húmedo después de tanta excitación. Comencé a besarlo suavemente, luego a lamer los labios mayores que yo mismo había dejado tersos. Con delicadeza los abrí y con largos y lentos lengüetazos fui acercándome al clítoris, que respondió al instante poniéndose duro y saltando de su capuchón. No necesité mirar para saber que la tibieza y humedad que envolvían mi cipote erecto provenían de la vagina de Julia que cabalgaba a paso lento sobre mí, justo antes de dispararse tres orgasmos simultáneos: los de dos hermosas y ardientes mujeres y el del afortunado que esto narra.
Nos tiramos exhaustos sobre el césped. Julia y yo abrazados y nos quedamos dormidos. Al despertarnos, una hora más tarde vimos venir a Enrique desde la casa. No me había percatado de su ausencia durante nuestro “menage a trois” y mucho menos durante la siesta.
– El baño está listo – nos informó.

Fuimos al baño de su habitación y nos metimos los cuatro un poco apretujados, en el jacuzzi lleno de agua tibia. Cada uno frotó, acarició y besó a su pareja, ya sin la lujuria y la pasión de momentos antes, más bien con ternura y paciencia. Besos y hasta otra.

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