Relato erótico

Ama complaciente

Charo
31 de agosto del 2018

En su larga experiencia como Ama, ha vivido situaciones muy curiosas. En esta ocasión un marido que quería hacerle un regalo a su mujer contrató a su esclavo. Sucedieron cosas que no se esperaban.

Virginia – Madrid
Me llamo Virginia, soy una Ama profesional de Madrid y quería hablarte del primer sumiso que, por fin, puedo prostituir. Sus utilidades son múltiples. Desde caballero de compañía, ya que es atractivo, elegante y educado en público, hasta gigoló para parejas bisexuales ya que tiene 25 años, un culo femenino y una lengua que maneja de maravilla. A él le gusta que lo humille, prostituyéndolo en mi beneficio y en mi presencia. Por fin las cosas son como las mujeres deseábamos hace tiempo y no creo que ninguna debiera perder la oportunidad de adelantarse en el tiempo para dispensarles el trato que hace algunos años ellos nos ofrecían. Ahora me gustaría relatar una de las experiencias que le he hecho padecer a mi perro y que me ha resultado de lo más gratificante.
Un día del mes de noviembre, recibí una llamada telefónica en la que un hombre solicitaba información acerca de un anuncio que había visto en una revista en la que se alquilaba un “hombre”. Yo le facilité cuanta información me pidió y le pregunté para qué tipo de servicio lo necesitaba. Él, nervioso y entre balbuceos, me contó que quería obsequiar a su mujer, en el día de su aniversario, con un buen polvo y que, desgraciadamente por un problema físico que él tenía, no podía ofrecerle. Pensé que era impotente. Hizo hincapié repetidamente en el tamaño de polla de mi perro. Que si eran realmente 25cm, que sí aguantaba mucho y le duraría lo suficiente, que si el perro tendría la boca y los ojos tapados, etc. El hombre, he de confesar, me pareció basto y burdo, aunque educado, por lo que pensé que sus intenciones eran reales y sinceras. Me contó sus planes con su mujer para ese día. Cena, copas, etc. El etc. era como le gustaría acabar aquella noche.
Yo le pedí que viniera a visitar al perro dos días antes de la cita para confirmar si era lo que le apetecía para su mujer. El día señalado yo ya tenía al perro preparado, desnudo, atado en cruz a la pared de manos y pies y con sus cojones sujetados por una cadena que llega hasta el collar y que se ancla en la pared de forma que sus nalgas permanecen inmóviles. Mordaza de bola y pasamontañas del revés. Y una cadenita en sus pezones por si debo hacerle llorar. Así estaba desde las diez de la noche, tapado por una sábana, cuando a la una de la madrugada sonó el timbre. Eran ellos. Él pasó primero y después de presentarse como Pepe, me presentó a su mujer como Carmen.
Nos dimos dos besos como si fuéramos amigas de toda la vida, pasamos al salón y ante la violenta situación que padecían, sobre todo ella que sabía a lo que venía, les serví una copa y nos sentamos a charlar. Eran una pareja cincuentona. Ella guapa, un metro sesenta, con tacones altos, pero con unos volúmenes indescriptibles. Su pecho sería de una talla 140 y sus caderas, aproximadamente, igual. Una vaca. Vestía una blusa blanca, que dejaba ver que no llevaba sujetador, y una falda tableada por debajo de la rodilla. Él de apariencia grosera, un metro setenta y vestido de domingo. Para romper el hielo, no tardó en contar que era taxista, que tenían un hijo y bla, bla, bla…

Cuando la situación se relajó y Carmen se sentía más cómoda, él entró en materia y comenzó a justificar el motivo de su visita. Me contó que Carmen hacía años que no se corría porque la polla de él, como luego pude ver, no le llegaba a la vagina. Ni por delante ni por detrás, “debido a las dimensiones de sus muslos y de sus nalgas”, dijo. Así que su sexo se reducía a que ella le mamara la colita mientras se tocaba el clítoris.
Después Carmen, más liberada, añadió que además existía la complicación de que él se corría en menos de un minuto en su boca y ella, por vergüenza, paraba de tocarse. Me pareció esperpéntico así que me levanté, me dirigí al perro y le quité la sábana. Había estado oyéndonos y estaba empalmado. A los dos se les iluminó la cara. Se levantaron y se acercaron al perro. Carmen siempre detrás de su marido. Pepe se lo ofreció. Carmen, tímidamente, se acercó, cogió la morcilla del perro, se rió y preguntó:
– ¿Es para mí?
– Toda tuya – contestó su marido.
Ella “se soltó la coleta”. Se giró, se puso de espaldas al perro, se inclinó y se levantó la falda por detrás.
– Pepe, ayúdame – le dijo.
Pepe lo entendió. Cogió la porra del perro y con ansia, como si fuera la suya, separó las enormes nalgas de ella y se le endiñó en el coño a la vaca como si fuera un buen mamporrero. El muy mamón sonreía. Pude ver que, al menos, llegaba a entrar la mitad. Les ofrecí vaselina pero Pepe ya sabía que ella lo tenía como un charco. Ella comenzó los vaivenes de su enorme culo contra el perro. Pepe se había puesto cachondo y se fue hacia la boca de ella. Se bajó la bragueta y sacó la colita, alborotó el cabello de ella para tapar su tamaño, se la metió en la boca y cogida por la nuca, empezó a empujarla hacia adelante y hacia atrás. Ella, aún con esa colita en la boca, empezó a gemir. Ya comenzaba a disfrutar cuando de pronto a Pepe se corrió. Ella dejó caer todo el semen de su boca en la moqueta y siguió aplastando al perro con su enorme culo contra la pared. Siguió así durante más de diez minutos mientras Pepe y yo tomábamos otra copa. Al final salió del perro y cayó de rodillas sin haberse corrido. Tenía la cara demacrada y estaba exhausta, debido al esfuerzo, al calor y a sus kilos de más.
Vino de rodillas hasta la mesa, se sentó en el sofá y, ya desvergonzada, se quitó la blusa. Sus pezones eran gigantescos y cómo puedes imaginar, sus pechos llegaban a la altura de su ombligo. A su marido se le alegró la cara por su desinhibición. Les dejé solos y me levanté para soltar al perro. Lo puse a cuatro patas, le quité la mordaza y le di la vuelta al pasamontañas de manera que su boca fuera útil para que limpiara lo que la vaca de Carmen había escupido en la moqueta. Mientras lo hacía, le esposé las manos a la espalda, de modo que su boca debía estar contra el suelo y su culo expuesto. Cuando volví a la mesa, Pepe besaba a Carmen y miraba, por la espalda de ella, el culo del perro.
– ¿Te gustaría? – le dije.
– Sí, pero… – contestó.
Lo entendí perfectamente y le ofrecía a Carmen refrescarse la patata.

Ella aceptó y la acompañé al baño. Con total desparpajo, se soltó la falda, que cayó a sus pies, y pude ver que además de no llevar tampoco bragas tenía el coño más peludo que yo nunca había visto.
Casi desde el ombligo hasta medio muslo con pelos como un dedo de largos. Se sentó en el bidet, que desapareció debajo de sus carnes y empezó a chapotearse la raja sonriéndome. Volví con Pepe y confirmé:
– ¿Quieres follarte al perro en un minuto?
– ¡Sí, sí…! – me contestó.
Cogí al perro y lo “aparqué” con el culo delante del sofá donde estaba sentado Pepe. El sacó su colita, que volvía a estar dura, se la arrimó al culo del perro y se la metió fácilmente debido a su tamaño y a la excelente educación del ano del perro. Cogió sus caderas y empezó a moverse mientras me aclaraba que él no era homosexual. Sonreí con disimulo ya que por la forma de follarlo supe que ya lo había hecho antes, pero su mujer no debía saberlo. Por eso no quería que ella viera como lo estaba haciendo. Cuando la gorda salió del baño, llegó al salón totalmente desnuda pero calzada. Él, rápidamente, sacó su colita del culo del perro y metió en su lugar una de las botellas de refresco que había en la mesa.
– Pepe, ¿te lo estabas follando? – le preguntó ella.
– No, no… – le contestó Pepe – La señora me quiere enseñar hasta qué punto se abre el ojete de este cerdo – se inventó – Mira Carmen, la boca de la botella entra fácilmente pero si vas metiendo más, se ve como se agranda el agujero.
Carmen se acercó para verlo de cerca. Debió gustarle porque metió una mano en la pelambrera de su entrepierna, como quien mete la mano en el bolsillo. Sus dedos desaparecieron de mi vista y comenzó a buscarse la pipa en ese bosque. Cuando Pepe metió más la botella en el culo del perro, éste intentó adelantar sus rodillas para aliviarse. Entonces ella, que ya había perdido todo el pudor, se sentó en la moqueta, justamente delante de la cabeza del perro, separó las piernas, las dobló y ordenó al perro a que se lo chupara. Su marido seguía jugando con el culo del perro y continuó pajeándose su diminuta colita ante la visión de su mujer postrada y espatarrada delante de la boca del perro, magreándose las tetas. Pepe volvió a correrse. Saqué la botella del culo del perro y la dejé sobre la mesa. Carmen la cogió rápidamente, apoyó un codo en el suelo, levantó la pierna contraria y, por detrás, se apuntó la boca de la botella en la abertura de la raja, la cogió por el culo y sin parar de empujar, la botella desapareció en sus entrañas.
Increíble. Volvió a su posición y siguió disfrutando de la lamida que le hacía el perro. Totalmente cachonda, empezó a gemir diciéndole a Pepe:
– ¡Pepe, cabrón, como tú no llegas tienes que traerme a disfrutar… más, más, más… chupa… mira Pepe, mira como chupa y que pollón tiene ese cerdo… chupa… aaah…!.

Por fin Carmen se corrió, pellizcándose los pezones y gritando como una cerda. Se tumbó en el suelo y pudimos ver la botella asomar entre la pelambrera. Arreé al perro hacia la cocina. Pepe ayudó a Carmen a levantarse y se fue al baño a vestirse. Me hubiera gustado ver las nalgas y los muslos de la vaca Carmen sentados sobre la cara del perro, frotándose el matojo de pelos en su boca, pero no pudo ser. Ella no sabía que su marido follaba culos masculinos pero él no debía saber qué cosas entraban en la almeja de Carmen porque evidentemente ninguna mujer puede hacer desaparecer una botella de refresco en su coño si antes no ha practicado mucho.
Pepe me agradeció la velada y haber podido saber cómo su mujer se calmaba las calenturas o por lo menos, algunas. Prometieron volver. Fue una experiencia maravillosa.
Un saludo para todos.

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