Relato erótico
Alteró mi vida
Al contrario que otras mujeres, está satisfecha sexualmente con su marido pero la estancia en su casa de un amigo de su sobrino alteró su vida por unos días.
Eugenia – Málaga
Lo que voy a contaros ocurrió durante el verano del año pasado. Pero primero me presentaré. Soy una mujer casada y tengo 45 años. Mi historia no es de insatisfacción, como suelen serlo las que te mandan las mujeres de mi edad. Es una historia de vicio. Mi marido, a sus 48 años tiene la misma potencia sexual que cuando tenía 25, le causo la misma excitación que la primera vez que me folló a mis 19 y me folla sin problemas siempre que yo se lo pido, que suele ser dos o tres veces por semana, pero también, en justa correspondencia, cuando a él le apetece. Con eso quiero decir que voy muy bien servida y no tengo necesidad de buscar fuera lo que ya tengo, y con creces, en mi casa.
Físicamente me conservo bastante bien. De cara soy atractiva, morena de pelo, ojos negros de mirada profunda, y labios gruesos. Soy de estatura media, pechos enormes, demasiado, algo caídos, pezones largos, un poco de barriga, culo gordo, muslos gruesos y coño grande y profundo, de labios muy abultados y muy peludo.
El verano solemos pasarlo, mi marido y yo, en un apartamento que tenemos en una bonita población de la costa malagueña. El año pasado, antes de irnos al apartamento, la hermana de mi marido nos llamó preguntándonos si podíamos tener a un amigo de su hijo con nosotros, el mes de vacaciones. Le había invitado su hijo pero, por motivos familiares, ellos tenían que irse fuera y les sabía mal tener que dejarlo solo en casa. Mi marido y yo lo comentamos que teníamos lugar de sobras, le dijimos que encantados de recibirlo.
Le dimos nuestra dirección y un día después de encontrarnos allí, por la mañana llamaron a la puerta. Era el amigo de 22 años de mi sobrino y que llamaba Rubén. Era alto, delgado y muy atractivo. Nos saludamos, dándonos dos besos, le enseñé su habitación y también el baño, por si quería refrescarse después del viaje.
Mientras mi marido bajaba a la calle para buscar el periódico y una revista para mí, el chico se metió en su habitación. Fui al tendedero a buscarle una toalla limpia y luego entré en el baño llevándome la gran sorpresa de ver allí a Rubén, completamente desnudo, de pie en la bañera. A pesar de lo rápido que fue corriendo la cortina pude ver la hermosura de polla que lucía el chaval. Una polla que, arrugada, mediría el doble de la de mi marido, tiesa.
-Perdona – le dije – No me he acordado de advertirte de que la cerradura no funciona. Te dejo la toalla sobre la banqueta.
Salí del baño sin poderme sacar de la cabeza aquella larga y gorda verga. Cuando apareció recién duchado, con su camiseta sin mangas y el pantalón corto, daba la sensación de no atreverse a mirarme a la cara. Yo le hablé de mil cosas para darle confianza y también convencerle de que no había visto nada. Entonces llegó mi marido y nos fuimos los tres a la playa. Yo, porque mi marido lo quiere así, siempre he llevado bikini a pesar del tamaño de mis pechos. Estando en la playa, tenía que hacer esfuerzos para no mirar la entrepierna de Rubén, donde aparecía un bulto de campeonato. Incluso mi marido, un momento en que el chico estaba en el agua, me preguntó:
-¿Te has dado cuenta del paquete que tiene el chaval? ¡Vaya aparato debe guardar!
-¡No seas guarro! – le dije, disimulando mi excitación – ¡Vaya cosas en que te fijas!
Cuando el chico salió del agua y vino hacia nosotros, el bañador, húmedo, se pegaba a todas las formas de su sexo. Quise, pero no pude, apartar mis ojos de aquella maravilla y entonces me di cuenta de que él me miraba y no sólo las tetas, cosa a la que yo estaba acostumbrada, sino también la entrepierna. Bajé la mirada. Al estar yo sentada y con las piernas abiertas, los pelos de mi coño sobresalían por los lados de la braga del bikini.
Ahora fui yo la que, avergonzada, cerré los muslos. En el acto pensé que tenía que afeitarme aquella pelambrera. Al menos recortarme los que salían fuera de la tela. De vuelta al apartamento y durante todo el día, noté la mirada de Rubén sobre mí. Cuando yo me sentaba intentaba ver algo de mis muslos o por el escote de mi vestido algo de mis tetas. A mi me sorprendía ya que si me había visto en bikini, ¿por qué no esperaba a la mañana siguiente y me podría ver de nuevo con aquel dos piezas? Debía ser cosa del morbo, pensé. Pero lo malo es que a mi también me producía mucho morbo todo eso. Sus miradas y el recuerdo de su polla me mantenían excitada a pesar del esfuerzo que yo hacía para olvidarme de todo eso. Aquella noche me hice follar por mi marido. Quería correrme varias veces, quedar destrozada y olvidarme del miembro largo y gordo de aquel chico. Mi marido se portó como siempre, de maravilla.
Quien no se portó bien fui yo ya que no podía sacarme de la cabeza que la polla que tanto gusto me daba era la de Rubén.
A la mañana siguiente, me metí en el lavabo, me desnudé y me depilé todo el coño. Esta simple operación y ver por primera vez la forma de mis labios vaginales, me puso tan cachonda que acabé masturbándome como una loca, mordiéndome la lengua para que Rubén no oyera mis gritos. Que los oyera mi marido era igual, ya que me había masturbado muchas veces delante de él. Como él delante de mi.
Aún me temblaban las piernas cuando llamaron a la puerta del baño. Mi marido ya había arreglado la cerradura y precisamente era él. Le enseñé la nueva imagen de mi coño y le gustó. Me lo demostró de la mejor manera. Se bajó los pantalones del pijama y me mostró su polla totalmente endurecida. Me hizo apoyar las manos en el borde de la bañera y me la clavó en el chocho por detrás, echándome uno de aquellos polvos sensacionales. Cuando me vino el orgasmo no pude callar y supongo que no sólo me oyó Rubén sino también la mitad del vecindario.
Cuando salí del baño estaba medio mareada del intenso placer que había sentido. Mientras mi marido se duchaba, me fui a mi habitación, me puse el bikini y con la camiseta larga que llevo cuando bajamos a la playa, me dirigí a la cocina para preparar el desayuno. Allí estaba Rubén. Nos dimos los buenos días, desayunamos cuando vino mi marido y luego nos fuimos a la playa.
Allí nos encontramos con dos matrimonios amigos. Les presentamos a Rubén, estuvimos hablando y bañándonos hasta la hora de comer y al despedirnos uno de los hombres propuso a los demás jugar, después del almuerzo, una partida de cartas en su casa. A mi no me apetecía, así que me quedé en el apartamento haciendo la siesta e igual hizo Rubén.
Me tumbé en la cama completamente desnuda e intenté dormir, pero no pude. La idea de que me encontraba sola en el piso con Rubén me excitaba. Estaba segura de que él no intentaría nada pero no podía esperar más.
Tenía que follármelo. Me levanté, me puse la bata y me fui a su habitación. Todo mi cuerpo ardía, pero mi coño era un chapoteo continuo. Entré en su cuarto. Rubén estaba también completamente desnudo sobre la cama. Me miró pero no hizo nada para cubrirse.
Me despojé de la bata y completamente desnuda, como estaba él, me acerqué a la cama. Mis globos desnudos le produjeron una erección instantánea.
Su colosal pollón era igual de impresionante que mis tetazas, aunque mucho más duro. Me arrodillé en la cama, le cogí aquella enorme tranca y me la tragué, lamiendo y chupando hasta que ya no pudo levantarse más y entonces le animé para que me la metiera. Quería sentir dentro esa cosa tremenda. Tendida en la cama me abrí de piernas todo lo que pude. Rubén se agarró con una mano aquella larga y gruesa tranca y acercó el capullo a mi raja, recién afeitada. Yo la miraba con cierto temor. Apretó y el glande penetró mi coño por entero. Lancé un gemido. Rubén paró, como temiendo haberme hecho daño, pero yo le animé:
– ¡No pares sigue, aprieta, métemela entera, sigue, sigue…!.
Mis pechos bailaban de derecha a izquierda a cada follada que me pegaba. Me sentía llena pero quería más y a petición mía cambiamos de postura. Le hice tumbar de espaldas y subiéndome encima de él, me empalé en aquel potente órgano y cabalgué en un frenesí demencial, jadeando, gimiendo e implorándole que me barrenara fuerte. Ahora mis pechos bailaban arriba y abajo moviéndose al vaivén como unos péndulos carnosos hasta que, de repente, lancé un prolongado rugido, chillando:
– ¡Oooh… me voy a correr… sí, sí, sí… me corro…!.
La corrida me dejó muerta y caí derrumbada a su lado, sintiendo sus caricias en mis pechos y en mi sensibilizado coño hasta que tuve fuerzas para incorporarme. Se lo cogí con las dos manos y me metí el descomunal pollón de Rubén en la boca, comiéndome el caldo salado de mi propio flujo.
– ¡Sí, ordéñame! – exclamaba él – ¡Sácame toda la leche!
Ahora que ya me había corrido por primera vez con aquella preciosidad, quería disfrutar de ella con calma. La acaricié con las manos de arriba a abajo, gozando con la finura de su piel, el calor que desprendía y el temblor que la estremecía de vez en cuando. Me faltaban manos para asirla toda. Con la lengua le daba pequeños golpes en la boquita del capullo y él no paraba de gemir y de decirme:
-¡No sigas así, por favor, chúpamela, me voy a correr… chúpala y déjame correr en tus tetas!
Me tragué el capullo y volví a chupar mientras deslizaba la mano por la tranca y así estuve hasta que Rubén empezó a gemir más fuerte. Noté la descarga subir por la larga vara, con rapidez me la saqué de la boca y apunté el capullo a mis pechos. La leche saltó como un torrente y mis mamas quedaron bañadas de ella.
-Te deseaba desde que te conocí – me dijo ya más tranquilo y mientras nos besábamos en la boca añadió -Desde que me viste desnudo en el baño no sabes las pajas que me he hecho a tu salud.
Me gustó esta sinceridad. Me gustó y me excitó de nuevo. Volví a coger su polla, ahora morcillona. Empecé a lamérsela de abajo a arriba, mientras con una mano se la acariciaba y con la otra le sopesaba los gordos huevos. No tardó nada en endurecerse de nuevo. La visión y el contacto con aquello tan enorme me puso el coño a cien. Sin decirle nada, me tumbé en la cama, me abrí de piernas y separándome los labios del coño, se lo ofrecí para que lo penetrara. Se colocó entre mis muslos, se agarró la tremenda lanza y apuntando el glande en mi raja me penetró hasta que me sentí llena a tope. Era tan larga que los cojones no me llegaban a tocar el culo. En el momento en que empezó a moverse, yo ya comencé a gemir. El placer era intenso y me corrí casi en el acto. A mi segundo orgasmo Rubén derramó el suyo. Nunca en mi vida había entrado tal catarata de leche en mis entrañas. Fue una experiencia que, como es natural, repetimos otras veces durante su estancia en nuestro apartamento de la costa.
Un saludo de una casada infiel.