Relato erótico

Algo se despertó

Charo
29 de marzo del 2019

No es la primera vez que una pareja nos cuenta que al pasar los años la pasión del principio se desvanece poco a poco. Nos cuenta que su mujer había tenido más experiencias sexuales que él y una noche, mientras le contaba una noche loca que vivió con un antiguo novio, “algo” se despertó.

Agustín – Tarragona
Hola, soy Agustín, tengo cuarenta y siete años y soy de Tarragona. Estoy casado con Silvia desde hace veintidós años. Mi experiencia con las mujeres ha sido casi nula, hasta conocer a la que hoy es mi mujer. Ella sí que ha tenido más experiencias con distintos hombres, cosa que siempre me ha cohibido un poco, por si no era capaz de ofrecerle todo lo que necesitaba en la cama. Hace poco entramos en lo que se denomina fase de recesión en nuestras relaciones sexuales. El trabajo, el estrés, fueron minando la relación, dando paso a la rutina más tediosa. Una noche cenando los dos solos, y con casi una botella de champán a cuestas, se le fue soltando la lengua, y los temas derivaron en el aspecto sexual, saliendo a relucir un antiguo amante suyo, que al parecer tenía una polla enorme. Me dio todo tipo de explicaciones, hasta me contó un encuentro amoroso que tuvieron, con pelos y señales. Contra todo lo que yo pudiera pensar, el relato me excitó sobremanera, y cuando hicimos el amor por la noche, le pedí que me contase algún relato más. Mi excitación llegó a cotas inimaginables, pero como parte de la atención iba para el relato, duramos haciendo el amor más de dos horas. Los orgasmos de los dos fueron extraordinarios, y así lo reconocimos ambos.
Pasaron los días, y a mí me fue entrando en la cabeza que mi mujer aún echaba de menos a aquel antiguo amante, y que gran parte de la culpa era mía. A partir de entonces me obsesionó el tema, y procuré que cayese en mis manos toda la información que pudiese acerca del sexo. Cuando asimilé tan desconocida información, sobre todo en lo referente al placer femenino, me las apañé para irnos a un hotel en la costa asturiana. Fue difícil convencer a mi mujer, pero mi insistencia, y la necesidad de descansar por parte de ella, hicieron que un fin de semana de Agosto pusiésemos rumbo a nuestro hotel y luego nos fuimos a cenar a un restaurante muy íntimo que había conocido por internet. Cuando llegamos, teníamos mesa reservada en un rinconcito muy acogedor.
Durante la cena me fijé en una pareja que cenaba no lejos de nosotros, y en como el hombre miraba con disimulo a mi mujer. Así se lo comenté a Silvia, pero ella me decía que eran imaginaciones mías. Seguimos cenando y el vino fresco y el champán fueron haciendo mella en mi mujer. Yo continuamente le hacía referencias sexuales, y le decía lo mucho que se estaba calentando el hombre al que antes me refería.
– ¿A sí? Pues ahora verás – exclamó.

Se levantó de la mesa y se dirigió al baño, pasando muy cerca de la pareja. El hombre no perdió de vista los pechos de mi mujer, y como su top blanco marcaban la redondez de estos, al no llevar sujetador. Meneaba también sus caderas de manera que su falda corta daba ligeros movimientos, marcando más sus andares. No me pasó desapercibido de que la mujer que estaba con este hombre, estaba al tanto de todo lo que este miraba, porque sonreía cada vez que le hacía un comentario e incluso se volvía para mirar a mi mujer.
Por mi mente pasaron calenturientos pensamientos. Cuando mi mujer regresó, se repitió el mismo ceremonial de miradas. Al sentarse Silvia, miró con ojos retadores hacia la mesa de la pareja.
– Los tienes locos a los dos – atiné a decir.
– No me interesan ellos. Pero mira lo que me he encontrado de paso a los servicios.
Estiró su brazo, y colocó algo en mi mano, cerrándomela a continuación. Cuando miré disimuladamente lo que me había entregado, comprobé que se trataba de un diminuto tanga rosa. No entendí nada, pero enseguida pasó por mi cabeza un pensamiento. Disimuladamente tiré una servilleta al suelo, y levantando un poco el mantel, me fijé en la entrepierna de mi mujer. Esta abrió las piernas, y pude comprobar que no llevaba ropa interior.
– Esto es un adelanto de lo que te espera esta noche – me dijo.
Aluciné con el hecho de que Silvia se atreviese a tanto. La cena pasó rápidamente entre los comentarios picantes de mi mujer, que me hacía todo tipo de gestos sensuales. Yo estaba a mil por hora, pero mis planes eran otros. Y a pesar de la insistencia de Silvia para que nos fuésemos al hotel para hacer el amor, nos dirigimos a una cercana discoteca, donde entre baile y baile, yo me dediqué a sobarla bien, para ponerla más caliente. Ella no se cortaba y frotaba su pubis contra mi paquete sin importarle la gente que estaba a nuestro alrededor. Cuando acabamos en la discoteca, cogimos un taxi para regresar al hotel. Silvia posaba su mano sobre mi paquete, al tiempo que disimuladamente levantaba su falda para que viese chocho peludo. No estoy muy seguro, pero creo que el taxista no perdió detalle de todos estos movimientos.

Al llegar al hotel y cuando subíamos en el ascensor, Silvia se abalanzó sobre mí, besándome apasionadamente, a la vez que intentaba sacarme la polla por la bragueta. La cosa se estaba poniendo tensa de verdad y con sumo gusto la hubiese poseído allí mismo, pero aún tenía alguna sorpresa para esa noche. A duras penas pude contenerla, y sujetarla hasta que entramos en la habitación.
– ¡Vamos, métemela de una vez, que me tienes cachonda perdida! – me suplicó.
He de reconocer que pocas veces había visto así a Silvia, en ese estado de excitación. La llevé hasta la cama, la senté en ella y le dije:
– Espera que te tengo algo preparado.
Me fui hacia el baño apagando todas las luces, pero encendiendo las de este y comencé un strip-tease hasta quedarme con un diminuto tanga blanco de esos que solo tienen una fina tira en la parte trasera. Acabé la actuación sentado sobre mi mujer dándole la espalda, mientras sujetaba sus manos haciendo que frotasen mi pecho.
– Esta sí que ha sido una sorpresa. Nunca hubiese imaginado que fueses capaz de hacerlo y tener tanta imaginación para la coreografía – me dijo.
Me agarró del tanga y me atrajo hacia ella. Después lentamente lo fue bajando y ahí estaba otra sorpresa, los testículos me los había depilado. Y en cuanto a la prenda esta, el tanga, reconozco que no me gusta mucho en los hombres, pero realmente te hace muy sexy. Y mis huevos se veían deslumbrantes con esta pelada que me había pegado. Entonces procedió a meterse mi polla morcillona en la boca. En cuanto note sus labios me llego una enorme erección. Estuvo lamiendo y mordisqueando mi polla durante un rato hasta que me dijo:
– Veo que has estado preparando este fin de semana a conciencia, pero yo no quiero quedarme atrás, así que siéntate aquí en la cama y espera.
Esperé unos minutos mientras mi mujer estaba en el baño. Supuse que quería darse una ducha antes de que hiciésemos el amor. Cuando salió, comenzó a contonearse al ritmo de la música que yo había utilizado anteriormente. Desde luego sus movimientos resultaban más sexys que los míos y mi rabo estaba a punto de explotar. Pero lo mejor estaba por llegar, ya que al quedarse desnuda, pude comprobar que se había rasurado el coño, dejando solamente un poco de pelo en la parte superior del pubis. En uno de los movimientos en que se agachó dándome la espalda, pude ver también que la parte del ano la tenía totalmente rasurada.
– Veo que te has quedado de piedra. Me lo he depilado porque sé que te gusta. Me he fijado en como miras las fotografías de las revistas…
Yo estaba embobado y no atinaba a decir palabra.

En otra ocasión, la hubiese tirado sobre la cama y le hubiese metido mi miembro en su más que probable encharcado coño, pero tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no hacerlo. Por el contrario, la tumbé boca abajo en la cama, saqué un bote de aceite que había dejado situado junto a la cama y puse un poco sobre mis manos, procediendo a darle un masaje, que primero sus protestas, seguido de desconcierto y por último satisfacción, arrancó los primeros suspiros de su garganta.
Pasaba lentamente mis manos por todo su cuerpo, y tras diez o quince minutos así, procedí a poner el pulgar de mi mano izquierda a la entrada de su coño. Mi mano derecha comenzó a realizar un masaje más fuerte, de modo que movía el cuerpo de mi mujer y hacía que el pulgar cada vez se metiese más en ella. Cuando alcancé el famoso punto G, o yo entendía que debía ser, masajeé suavemente la zona y gran cantidad de jugos comenzaron a manar del coño de mi mujer, a la vez que suspiros cada vez más rítmicos salían de su boca pero cuando quiso darse la vuelta para que la penetrase, yo se lo impedí.
– Espera y relájate, que tenemos toda la noche.
No protestó, así que supongo que era de su agrado todo lo que estaba sucediendo. Seguí masajeando el interior de su coño, mientras que la otra mano ahora separaba sus glúteos. Iba a poner en práctica otra lección aprendida y que no sabía como iba a resultar. Me incorporé un poco para sacar un preservativo de la bolsa, lo abrí y me lo puse en la lengua, para dirigirme posteriormente al ano de mi mujer. Esperé su reacción y aunque al principio parecía que le gustaba, se incorporó un poco para apartarme de sus nalgas.
– ¿No te gusta? – pregunté.
– Sí, pero no quiero que lo hagas.
– No te preocupes, me he puesto un condón, y además si te gusta no hay nada malo en que goces conmigo.
Pareció convencida, así que se dejó hacer. Seguí masajeando su coño mientras que buscaba la manera de lamer su ano sin tener problemas de respiración. Pronto Silvia colocó sus manos en sus nalgas y las abrió para facilitarme la maniobra. Parecía que había leído mis pensamientos, o quizás sabía de lo duro de la operación. No quise entrar en esos pensamientos y me empleé a fondo en arrancar verdaderos jadeos, mientras movía sus caderas cadenciosamente.
– ¡Métemela ya que me voy a correr! – exclamó de pronto.
La di la vuelta y la arrimé a la esquina de la cama mientras que me ponía de rodillas en el suelo. Abrí sus muslos y me acerqué para lamerle el coño. Es una operación que me encanta hacerle, pero que siempre había tenido el inconveniente de que le hacía cosquillas. Esta vez confiaba que la excitación que ella tenía me hiciese más fácil la maniobra. Silvia cuando notó que me acercaba a su coño, se puso un poco tensa, sin duda esperando el momento de las cosquillas. Pero esta vez fui lamiendo con más cuidado, a la vez que metía dos dedos en su encharcado coño.

– Vamos, métemela ya, que no puedo más – me decía.
Varias veces me cogió de la cabeza para que me pusiese sobre ella, pero yo me zafaba de la maniobra. Mientras seguía lamiéndola, tanteé con mi mano en busca de la bolsa que tenía en el suelo y de ella saqué un vibrador que había comprado en un sex-shop no hacía demasiados días. Lo fui metiendo en su coño suavemente, ya que aunque no era muy grande, nunca los había utilizado y no estaba muy ducho en la materia. Silvia se sorprendió cuanto notó el vibrador entrando en ella, y más cuando puse en marcha su motor. Comenzó a mover frenéticamente las caderas, mientras sus manos se aferraban a mi cabeza, atrayéndola más hacia ella.
– ¡Está muy bien, pero quiero que me des tu polla! – me dijo al rato.
No le hice caso, y seguí trabajándola con mi lengua y el vibrador. Tras unos minutos tuvo un brutal orgasmo, corriéndose por primera vez en mi boca. Dejé que recuperase la respiración, pero no dejé que se repusiese del todo, ya que me dolían los huevos del calentón que tenía. La penetré sin miramientos, y ella lo recibió con un largo suspiro.
– ¡Esto sí que está bueno! – gritó.
Según estábamos fuimos moviéndonos por la cama como dos adolescentes, buscando una mayor penetración. Los dos estábamos poseídos por la pasión, una pasión que creíamos dormida.
– La vez que me contaste el relato mientras hacíamos el amor me excité muchísimo – le dije.

– ¿Te gustó?
– Si, más de una vez me he masturbado pensando en ello. Tengo que confesarte que hay una fantasía con la que también me masturbo – confesé.
– ¿Cuál es? – preguntó.
– Que otro tío me ayude a follarte. Que te follemos los dos a la vez.
– ¿Dejarías que otro me follase? – dijo sorprendida.
– Solo es una fantasía, no sé si sería capaz de realizarla.
Seguimos haciendo el amor como locos, y cuando le dije que me iba a correr, metió un dedo en mi culo. Fue un orgasmo brutal con tan sorprendente maniobra. Salí de su chorreante coño, y ante la sorpresa de los dos, mi polla aún tenía una erección impresionante.
Saludos de los dos.

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