Relato erótico

Algo cambio

Charo
1 de abril del 2019

Eran amigos desde la infancia y siguieron viéndose cuando tuvieron novia y cuando se casaron. Sus respectivas mujeres se llevaban muy bien salían, iban al cine, incluso cada año iban de vacaciones juntos pero aquel año, algo cambió.

Fernando – San Sebastián
Empezaré contando que las situaciones que voy a describir y los momentos que hemos vivido los protagonistas de este relato, han sido posibles gracias a la extrema confianza que nos tenemos los cuatro, mi mujer Esperanza y yo por un lado, y mi amiguete Manolo y su mujer Soledad por el otro.
Manolo y yo nos conocimos en el colegio, de pequeños y hemos hecho todas las juergas habidas y por haber que hemos podido, nuestra amistad se basó desde el primer momento en la sinceridad, nos doliese o no oírla del otro. La sinceridad que nos teníamos era tal que nos decíamos las cosas como las pensábamos, todo, absolutamente todo, nos lo decíamos a la cara y aunque algunas cosas escocían, sabíamos que nuestra amistad se basaba en eso.
Nuestras mujeres, viendo cómo nos tratábamos y sabiendo que ellas no podrían hacer nada por cambiar nuestra forma de actuar, fueron también asumiendo que deberían ser sinceras en todo. Soledad es una chica muy maja, tiene un porte poderoso, alta, delgada y rubia, enseña todo lo que tiene con escotes arriesgados que muestran un canalillo excepcional, con unos pechos bastante grandes, es muy lanzada y picaruela en todo lo que hace y siempre está de broma. Esperanza es más recatada, es pequeñita y morena, es muy guapa de cara y tiene unos pechos también grandes, pero se da vergüenza de enseñarlos yendo con sujetadores que hacen que parezca que tiene el pecho más pequeño. El culo de mi señora es para echarle de comer aparte, es grande y muy curvo y a mí me pone cardiaco. El de Soledad es normal, ni grande ni pequeño, pero rellena bien los tangas.
Ya casados, empezamos a ir con nuestras mujeres de vacaciones, que si al mar, que si a un hotel rural, en fin, como todo el mundo. En un hotel rural, donde habíamos ido a pasar una noche, estábamos haciendo tiempo para ir a cenar, ya que hacía mucho frío y no nos apetecía salir del hotel, viendo un programa de televisión, y hablábamos del intercambio de parejas, cuando Soledad dijo carcajeándose:
– Pues yo no sé si sería capaz de hacerlo, aunque el amigo Fernando tiene muchos atractivos.
– El tuyo también los tiene, picaruela – le contestó mi mujer.
– Vaya con las nenas -dijo mi amigo- nos tienen súper fichados.
– Cierto – respondí – A alguna de aquí se le va la fuerza por la boca.
– Pues yo sí me echaba un polvo a Esperanza -dijo Manolo.
– Y yo a Soledad, no te fastidia.
Entró el encargado del hotel diciendo que estaba la mesa puesta, nos fuimos a otro salón y acabamos con el tema, pero esa conversación fue algo que estuvo madurando las cabezas de los cuatro durante un tiempo y un par de meses después nos fuimos los cuatro a Canarias a pasar la Semana Santa en un chalet que tenían los padres de Esperanza.

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Hizo un tiempo extraordinario y como tenía piscina, estábamos allí encantados. La primera noche, dormimos habitación con habitación y cuando estábamos en la cama nos oíamos follar los unos a los otros. A primera hora, hubo muchas risitas entre todos nosotros cuando desayunábamos.
– Estoy muerta – dijo mi mujer.
– No me extraña, después de lo de anoche – dijo Soledad.
– Sí, no estuvo mal. Vosotros tampoco os quejareis.
– Bueno, digamos que empezaron bien las mini vacaciones, a Manolo le calentaron mucho tus gemidos.
– Me puso como un toro – respondió este.
– Pues me alegro -contestó mi mujer -También Fernando disfrutó cuando oímos a Soledad decir lo de “así, así”.
– Se me pone dura de pensarlo -dije.
– ¿Alguno se acuerda de lo que hablamos en aquel hotelito aquella vez?
-dijo Manolo.
– Yo, me acuerdo – contestó Soledad
– Y yo -salté
– Yo también -dijo mi mujer.
– ¿Y cómo lo veis? – siguió Manolo – A mí me apetecería.
– A mí me gustaría probar – dije.
– A mí también -dijo Soledad.
– Yo no lo sé, supongo que me excita el pensarlo -dijo mi mujer.
– ¿Probamos entonces? -dijo Manolo.
Todos dijimos un vale, con un movimiento de cabeza.
– Pues como yo la tengo dura, me pido empezar ya -dijo Manolo.
– Y como yo estoy mojadita, me apetece ya -dijo mi mujer- pero tiene que ser todos juntos, ok
– Soledad, te voy a comer enterita – dije yo.
Sin haber terminado el desayuno, empezó un ataque de locura de todos, aunque esta primera vez fue bastante extraña. Ellas no se llegaron a desnudar y nos pusimos a follar directamente en la propia cocina, cada pareja a un lado de la mesa, sin preparativos previos, Fernando cogió a mi mujer y la subió un poco la camiseta que llevaba, la bajó un poco la braguita, se bajó el pantalón de deporte y la empezó a zumbar a buen ritmo. Soledad me cogió a mí, imitó la posición de Esperanza, se quitó el tanga y se subió un camisón corto que llevaba. Yo vi aquello y me puse a gozar como un perro. Entre los gemidos de una, los suspiros de la otra, la cara de mi mujer gozando como una loca y que aquel coño al que estaba sacudiendo de lo lindo y que estaba húmedo y caliente a la vez, me corrí el último de los cuatro. Nada más acabar yo, nos empezamos todos a reír.

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– Pues esto ha estado muy bien, espetó Soledad.
– Sensacional -dijo Manolo.
– Yo me he puesto como una moto – dijo mi mujer.
Las chicas se fueron directas a la ducha y nosotros nos quedamos en la cocina fumando un cigarrito. Nosotros subimos a duchar y después bajamos también a la piscina.
– Chicas, ¿lo volveríais a hacer?
– ¿Durante este fin de semana dices? – preguntó mi mujer – Yo sí, ¿y tú Soledad?
– Sin ropa.
– Pues todos de acuerdo – espeté.
Y nos pusimos todos a reír. Estuvimos tomando el sol durante un buen rato, hasta que yo me quedé un poco dormido. Cuando desperté, me apetecía ver las tetas de Soledad en su esplendor y cuando vi que tanto mi mujer como Manolo estaban mirándome, me fui hasta el sitio donde estaba Soledad sentada y con mis santas narices la cogí los tirantes del bikini y los desaté, volviéndome luego a ponerme delante de ella y a mirarlos con toda tranquilidad.
Estuvimos haciendo muchas tonterías similares durante todo el santo día y a la hora de la siesta, Soledad me dijo al oído:
– ¿Te vienes a una habitación?
– Vale – le dije.
– Chicos, nos vamos a una habitación a “dormir la siesta” -dijo Soledad.
– Que durmáis bien -dijo riéndose mi mujer.
Esa tarde con Soledad fue toda una experiencia, nada más llegar nos quitamos nuestras respectivas camisetas, nos metimos en la cama y nos estuvimos besando y acariciando durante un buen rato, hasta que los besos iniciales se trocaron en besos poderosos con lengua glotona de sexo. Cuando estábamos calentitos Soledad se bajó y me hizo una mamada que todavía se me erizan los pelos de pensarlo, parecía tener una boca descomunal pues podía engullir toda mi polla y adicionalmente pasar la lengua de un sitio a otro de ella. Me comió de forma rabiosa, intentando que disfrutase al máximo y lo que más me quedó estupefacto es que se tragó todo mi semen. Fue espectacular.
Después de darle las gracias y de recuperarme un poco acariciándola, bajé hasta su tanga y procedí a deleitarla con la especialidad de la casa y la comí el coño hasta que con pequeñas palpitaciones me decían que aquello estaba a punto de acabar, y succioné todo lo que puede su clítoris entrando y saliendo de mis labios. Se corrió con un grito suave y apagado.
– Qué comida de coño más rica -me dijo cuando se recuperó un poquito.

sexo

Nos quedamos dormidos un rato y al despertar oímos ruidos en la habitación de al lado, fuimos hasta allí y el espectáculo estaba servido. A mi mujer la estaban dando por el culo de una forma salvaje. Entonces hice apoyarse a Soledad en el quicio de la puerta y yo por detrás la follé tan a gusto. Aquello era una delicia. Mi mujer se corrió, después de haber sonreído al vernos en la puerta.
Aquella noche y las siguientes estuvimos durmiendo todos los días con los cónyuges cambiados, aunque el último día decidimos hacer una pequeña fiesta en el salón en el que volvimos a follar con nuestra pareja, cosa que no hacíamos desde el primer día. Aquella fiesta fue excepcional, a mitad de un polvo cambiábamos de pareja, nos hicieron una mamada a dos bandas, en fin, todo un éxito de fiesta.
Recogimos las cosas y nos fuimos para el aeropuerto, aunque antes de salir de casa, yo decidí dar por el culo a Soledad y Fernando estuvo en la piscina con Esperanza echando el polvo del siglo, según me contó después ella.
Después de esta experiencia, nuestra amistad no se vio disminuida, al contrario, quedábamos más veces con ellos, pero nunca tuvimos nada de sexo entre los cuatro en nuestras casas. De hecho no hablábamos abiertamente del tema, mi amigo y yo sí que hablábamos cuando planeábamos las vacaciones.
En las vacaciones, por decisión nuestra, decidimos registrarnos directamente en las habitaciones del hotel con los cónyuges contrarios. Cuando la primera vez se lo dijimos a las chicas mientras entrábamos en el hotel, para que no metiesen la pata, ellas dijeron “estáis en todo”. Tiene gracia que desde que empezó esta historia, cada vez que voy de vacaciones apenas me follo a mi mujer, solo en la fiesta de inauguración.
Cuando por motivos varios, uno de los cuatro se va de la ciudad, el cónyuge liberado suele instalarse en el piso de los otros. Yo por ahora he vivido dos de esos encuentros.
Una vez se fue Soledad una semana a su pueblo porque había tenido una sobrina y se vino Manolo a nuestra casa. Fue fantástico, Esperanza siempre andaba desnuda por casa con esos melones que tiene al aire y gozamos los tres de lo lindo. Por las mañanas solía hacernos una mamada según salía de la ducha. Estuvo frenética aquellos días, regalándonos mamadas por doquier, y cuando acababa de follar con uno empezaba con otro.

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– Estoy gozando como nunca -decía.
Todos los días después del sexo, yo dormía en el sillón del salón y cuando me despertaba solían haber empezado a hacer sus cosas. Después de la ducha siempre venía la mamada, algo impresionante y yo creo que aquella vez fue la que más veces le he dado por el culo. Y es su especialidad.
Otra vez Manolo tuvo que irse quince días por trabajo y vino a casa Soledad. A mi me dolió el rabo dos semanas después de marcharse. Es que a veces lo hacían como sin querer.
Así nos lo pasamos cada vez que nos vemos y ya va para quince años de esta nuestra historia.
Saludos de los cuatro.

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