Relato erótico

Algo cambió

Charo
12 de octubre del 2020

Está soltero, tiene un buen trabajo y se gana bien la vida. Cuando quiere estar con una mujer sabe cómo conseguirla y está satisfecho con su vida. Conoció a la mujer de su jefe y muchas cosas han cambiado.

Julián – Barcelona

Me llamo Julián, tengo 35 años, estoy soltero y trabajo como adjunto de dirección en una empresa de Barcelona. Hasta aquí es una cosa muy normal. Mi vida transcurría de casa al trabajo y viceversa. No soy un hombre dado a juergas y si alguna vez tenía necesidades sexuales me iba a un bar, ligaba a una chica fácil, ya me entiendes, gozaba, pagaba y hasta la próxima vez. Era algo triste y aburrido, pero así era mi vida. Mi jefe es un hombre de unos cincuenta años, gordo, calvo y con muy mal carácter. Él y yo nos entendemos porque le sigo la corriente y le soluciono muchos problemas, pero con el resto de la empresa todo son protestas a escondidas y recelos mal disimulados. Mi jefe está casado. No conocía a su mujer, pero sabía por referencias que era mucho más joven que él, muy atractiva y una gran señora.
La primera vez que la vi en el despacho me quedé lelo de golpe. No solo era atractiva, sino que estaba buenísima. Vestía elegantemente, como si hubiera nacido así. Su elegancia era natural, como sus gestos y su simpatía. ¡Y qué buena estaba! Sus largas piernas, enfundadas en medias de seda de color negro, eran una atracción para la mirada, así como sus muslos, que la apretada falda moldeaba perfectamente. Cuando se sacó la chaqueta, pude ver la agresiva forma de sus pechos, altos y al parecer duros. Su culo salido, también marcaba los glúteos en su falda como un apetitoso manjar que reclamaba ser lamido. Incluso diría comido.
Cuando su marido me la presentó, no me salieron todas las palabras de bienvenida que me afloraban a los labios y salidas directamente del corazón. Ella, doña Susana, tuvo que darse cuenta pues me sonrió dulcemente como perdonándome y agradeciéndome al mismo tiempo mi estúpido azoramiento. En un momento dado el marido salió del despacho y nos dejó solos. Ella estaba sentada en un sillón, con las piernas cruzadas de tal modo que la mitad de sus espléndidos muslos quedaban desnudos ante mí. Yo intentaba desviar la mirada, pero me era imposible. Ella lo notó y se bajó lo que pudo la falda, que fue muy poco, para intentar ocultarlos.
– Tutéame – me dijo de pronto – Lo de doña Susana me hace vieja, ¿no crees?
Le di las gracias y empezamos una conversación muy banal sobre mi trabajo y cosas así hasta que regresó el marido con cara de enfado.
– Nos han estropeado la comida – le dijo a su mujer – Tengo que irme a la fábrica, pues hay problemas – y mirándome añadió – ¿Le importa llevar a mi mujer a comer? Se lo agradecería muchísimo.
Tuve que decir que no me importaba en absoluto. Y era verdad naturalmente. Pero al mismo tiempo noté como mi timidez afloraba de nuevo a mi rostro, poniéndome colorado como un tonto. No entendía cómo era posible que aquella mujer, por muy cortado que fuera yo con ellas, pudiera influir tanto en mi ánimo.
A la una salimos los dos en su coche hacia el restaurante donde su marido había reservado mesa. Durante el viaje, ella me hablaba otra vez del trabajo, pero yo solo tenía ojos para el perfil de sus tetas y sobre todo para el trozo de muslos que, al conducir, iba mostrando su falda cada vez más subida. Insisto en que tenía unas piernas maravillosas, de esas que te levantan el ánimo y algo mucho más íntimo. La verdad es que yo lo tenía levantado hacía rato. Incluso me dolía. Entramos en el restaurante, nos sentamos en la mesa y pedimos la comida. A la tercera copa de vino a ella le brillaban los ojos. Su conversación se fue haciendo más y más libre, hablándome incluso de su relación con mi jefe, su marido. Supe que se llevaban casi quince años, que tenían poca relación. No dijo sexual, pero creí entender que por ahí iban los tiros.
Me dijo que se aburría muchísimo y acabó por confesarme abiertamente que le encantaba comer conmigo pues yo era simpático y alegre, nada aburrido y, cogiéndome la mano, me la apretó cariñosamente. Mi polla, ya dura como he dicho antes, reaccionó empinándose al máximo y montándose su propia tienda de campaña en mis pantalones. Por suerte estábamos sentados y no se veía. Estuvo un rato sin soltarme la mano mientras con la otra seguía empinando el codo. No estaba borracha, eso era evidente, pero sí muy alegre.

La conversación seguía en el mismo tono indicando, es decir, cada vez más intimista y ahora más sexual, llegando a decirme, aunque en voz baja, que su marido solo necesitaba hacer el amor una vez al mes como máximo.
– No se le levanta ¿sabes? – me dijo – Y eso es una tortura para mí… una mujer tan caliente.
– Nunca entenderé como un hombre que tiene la fortuna de estar casado con una mujer como tú -le dije – puede olvidarse de ella.
– Tú no me olvidarías ¿verdad? – me preguntó de pronto con el mismo tono de voz muy baja, como un susurro.
Me atraganté y como no me salían las palabras le dije que no con la cabeza. De nuevo su manita apretó la mía.
– ¡Lo necesito tanto! – exclamó.
De nuevo tosí. Tenía unas ganas enormes de complacerla, de darle este gusto que tan claramente me pedía pero varias consideraciones me frenaban. Primero porque era la mujer de mi jefe, estaba casada, era una señora… Tuve que dejar de pensar pues ella me hablaba de nuevo.
– ¿Te apetecería venir a casa a tomar la copa? ¿Fumas…? ¿Sí…? Mi marido tiene unos puros estupendos. Llama al camarero y vámonos.
Hice lo que me pedía. Ella pagó y otra vez en su coche nos dirigimos a su lujosa vivienda en la zona alta de la ciudad. El ascensor llevaba directamente al piso ricamente amueblado. Un piso de millonario en el que yo había estado solo una vez para llevar unos papeles a mi jefe para su firma. Pensé que encontraríamos al servicio pero ella, descubriendo mis pensamientos y sonriendo con malicia me dijo:
– El servicio está fuera hoy, es su día libre pero ya te serviré yo. ¿Qué te apetece… coñac… algún licor…?
Pedí coñac, me senté en el sofá que ella me indicó y la vi deambular por la sala poniendo dos copas. Ahora la podía ver entera y aquel cuerpo me excitaba aún más. Sus caricias en mi mano, sus palabras y la invitación directa a follarla. ¿O eran ilusiones mías? Luego me dio la copa y se sentó a mi lado. Esta vez no se preocupó por la falda y los muslos, aquellos muslos que no me cansaré de repetir que eran fabulosos, quedaron desnudos a escasos centímetros de mis piernas. Ella apoyó una mano sobre mi muslo, inclinó la cabeza hacia mi rostro y me susurró:
– ¿Te gusto… me encuentras atractiva?
Mi resistencia tocó a su fin. Me giré hacia ella, la abracé con toda mi fuerza y pegué mis labios a los suyos recibiendo en el acto su más hermosa respuesta. Nos estuvimos besando un buen rato, intercambiando la lengua, mientras mis manos agarraban aquellas soberbias tetas, estrujándolas, apretándolas y acariciándolas sin cesar. Ella gemía entre mis labios y se apretaba más a mí como si quisiera que mis manos arrancaran sus tetas. No lo hice sino que, abriéndole el vestido, se las saqué al exterior. Eran mayores y más hermosas de lo que yo había esperado, acerqué mi boca a sus duros, rojos y erectos pezones y empecé a chupar mientras ella me acariciaba los cabellos y murmuraba palabras que no entendí.
Acabó de desabrocharse el vestido, se puso en pie y se libró de él. ¡Que maravilla! No pude evitar abrazarme a sus muslos, besándoselos como un loco. Luego subí mis labios hasta su braga y besé el lugar donde estaba su chocho encontrándolo mojado. De un golpe le bajé las bragas hasta las rodillas admirando su coño poblado de un pelo negro y muy rizado. Y allí aunque con dificultad, llevé mi lengua.
– Deja que me siente – me dijo – Me abriré un poco más y podrás hacérmelo mejor…
Mi lengua entraba y salía de aquel coño cada vez más mojado. Me entretenía en pasársela por los labios, por el clítoris y luego se la metía en el agujero como si me la estuviera follando.

Susana suspiraba y se acariciaba con una mano los pechos y con la otra se abría los labios del coño para darme más superficie íntima a comer. Sin esperarlo, con un profundo gemido, Susana empezó a orgasmar. Parecía morirse por los saltos que daba y sus exclamaciones guturales. Se apretaba los pezones y mantenía mi cabeza aplastada contra su coño moviéndolo contra mi boca y mi nariz, llenándome la boca con sus jugos, muy abundantes, como nunca había visto.
Permaneció un rato así, apretada a mí, sin moverse. Incluso me costaba respirar pero me aguanté para darle a ella el respiro que yo no tenía. Luego me apartó e inclinándose me dio un suave beso en la boca diciéndome:
– No sabes lo que te lo agradezco, mi amor. Me has dado lo que tanto deseaba. ¡Que descanso! Pero tú no estás tranquilo, ¿verdad? Ven, desnúdate que voy a calmarte ahora a ti.
Me desnudé delante de ella hasta mostrarle la tremenda erección de mi polla.
– ¡Que gorda la tienes! ¡Si la de mi marido fuera al menos la mitad de esta…!
Sus manos me cogieron, con una la polla y con la otra los huevos, me masturbó un rato y luego se acercó el capullo hasta sus labios. Lo lamió lentamente y luego se lo tragó entero empezando una mamada que me hizo gemir de gusto. Al cabo de unos instantes mi excitación de todo el día y aquello que me estaba haciendo, me llevaron al borde del orgasmo. Le coloqué las manos sobre la cabeza e iba a decirle que parara cuando ella, sacándosela de mi boca, me miró y me dijo:
– ¿Quieres follarme verdad… quieres metérmela en el coño? No te preocupes que yo también lo estoy deseando.
Se tendió en el sofá, abrió sus muslos todo lo que pudo y separándose los labios del coño con ambas manos me dijo:
– ¡Ven, mete tu polla aquí, fóllame, hazme gritar de gusto!
Me coloqué encima, apunté mi polla en el agujero y apreté una vez. Sus jugos actuaron de perfecto lubricante y en un instante toda mi polla se deslizó hacia el interior chocando con el fondo de la vagina. La abracé, ella me cogió el culo con ambas manos y empecé a follármela, entrando y saliendo con mi polla cada vez con más furia hasta que, sin poderlo remediar, los dos empezamos a chillar y nos corrimos a la vez llenándola yo con mis jugos en una abundancia extrema. Estuvimos un rato abrazados, degustando los últimos resquicios de placer que nos rompía el cuerpo. Luego mi polla arrugada, salió por su propia voluntad de aquel ardiente coño y me levanté sentándome a su lado.
– ¿Te ha gustado? – me preguntó como temiendo que no fuera así.
– ¿Si me ha gustado, me preguntas? ¡Ha sido formidable! – le contesté abrazándola y besándola como un loco.
Luego, después de tomar la copa que ninguno de los dos había tocado aún, hablamos llegando a la conclusión de que habíamos sido hechos el uno para el otro. Sí, es una frase muy literaria pero no se me ocurre ninguna otra para definir lo que nos ocurría. De nuevo permanecimos quietos, hablando de nosotros y del placer obtenido hasta que, de pronto, le pregunté:
– ¿Te han dado alguna vez por el culo?
Me miró asombrada y con ojos de susto.
– Lo intentaron una vez, pero me dolió mucho – contestó.
– Es que -seguí diciéndole mientras le besaba un pezón – Me gustaría tanto ser el primero en algo…
– ¡Mi vida! – exclamó apretándome contra su pecho – No te preocupes. Aunque me hagas daño, mi culo será tuyo. Ven que voy a ponerte cachonda la polla para que lo intentes ahora mismo.

Inclinada sobre mí, cogió mi rabo y me hizo la mejor mamada que me han podido hacer en la vida. A pesar de haberme corrido dos veces en aquella tarde memorable, Susana consiguió ponérmela tan dura como la primera vez. Le costó, eso sí, pero lo logró. Y eso era lo importante. Entonces se colocó a cuatro patas sobre la cama. Aplastó sus tetorras contra la sábana y su cabeza contra la almohada, levantó el culo y me encontré frente a una preciosa perspectiva. Me arrodillé detrás de ella, separé sus nalgas y apunté allí mi polla y apreté una sola vez. Susana lanzó un pequeño grito, pero cuando seguí apretando procuró evitarlos mordiendo la sábana. En realidad me era difícil entrar en aquel estrecho canal y debía hacerle mucho daño. Pero yo insistía una y otra vez hasta que logré meterle más de la mitad. Pero ya no pude jugar más. La estrechez del lugar y mis ansias me habían llevado de nuevo al orgasmo y me corrí por última vez llenándole el ano de esperma.
Ahora Susana es mi amante. O yo soy el amante de Susana, no sé bien como hay que decirlo exactamente. Lo único que sé es que lo pasamos de miedo pues el marido, fiel a su forma de ser, la deja muchas horas sola y yo tengo muchas cosas que hacer para la empresa en la calle.
Un saludo para todos, ya os contaré lo que va pasando.

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