Relato erótico
Necesitaba sexo
Se había casado con su jefe, tenía 55 años y aunque la vida a su lado era muy cómoda económicamente, en el terreno sexual no estaba muy bien atendida. Tenía unas ganas enormes de serle infiel pero se contuvo hasta que la tentación se le presentó en su propia casa.
Rosario – Cádiz
Hola, mi nombre es Rosario, soy de Cádiz, esta historia es 100% real y me ocurrió hace dos años atrás cuando todavía estaba casada, actualmente tengo una pareja nueva y soy feliz.
Para comenzar esta historia voy a contar que soy una mujer de 33 años, pelo negro lacio, unos labios carnosos, unas tetas grandes por la operación que me hice y un culo muy hermoso. Muchos en la calle me dicen cosas, algo que me encanta.
La historia comienza cuando Gerardo me propuso matrimonio. El es un hombre mayor de unos 55 años de edad, lo conocí tomando un café en un bar del casco antiguo de la ciudad. Al principio era educada con él, y nada más, pero un día, hablando de trabajo me propuso trabajar con él, el sueldo era muy bueno y no pude negarme. Gerardo es abogado en un importante bufete. Yo notaba que le gustaba, me tiraba los tejos hasta que un día acepté ir a cenar con él. Además, como económicamente estaba bien situado, no paraba de hacerme regalos y eso me halagaba y me gustaba.
Hacía seis meses que trabajaba con él. Cuando acabamos de cenar me dijo que le gustaba mucho y que si quería casarme con él. Acepté sin pensármelo.
Cuando me casé con Gerardo parecía que todo iba a marchar bien, a decir verdad todo marchaba bien menos en lo sexual. Al casarnos no tuvimos mucho sexo, se quedaba dormido o llegaba tarde, incluso, cuando follábamos, no era nada del otro mundo. Debía ser por la edad. Se me ocurrió varias veces la idea de engañarlo, pero nunca lo hice, aunque mil oportunidades he tenido.
A veces cuando cojo el autobús y va lleno, más de uno se pega a mi culo y puedo notar como tienen la polla dura. Incluso un día, uno de estos tíos me dio su número de teléfono. Evidentemente no lo llamé, pero reconozco que esto me pone cachonda.
A decir verdad me encanta la carne joven y viril, los chicos bien musculosos, todo lo contrario a Gerardo ya que en él vi otras cualidades. Suelo ir al gimnasio unas tres veces por semana y me doy cuenta de que los tíos me miran, pero ahí queda todo.
Un día decidí actuar, ya que mi marido no lo hacía. Nos levantamos temprano para ir un centro comercial. Me puse unos pantalones vaqueros ajustados y una camiseta escotada, como ropa interior solo llevaba un tanga. Al entrar al súper vi como todos me miraban y cuando iba recorriendo las estanterías se me ocurrió agacharme para coger un aceite haciendo ver la forma de mi redondo y salido culo a aquel chico que estaba allí trabajando. Gerardo se dio cuenta, pero yo me hice la tonta. Confieso que me encantó la situación y obviamente al chico también.
Al salir del súper vi un chico muy guapo apoyado en la pared, fui directa hacia él, y como estaba fumando, le pedí un cigarrillo y luego le pedí fuego dándole las gracias con mi sonrisa. Gerardo se puso loco:
– ¿Cómo pudiste hacerme eso? – me dijo muy serio.
– ¿Hacer qué? – le contesté.
– No te hagas la tonta Rosario…
– No sé lo que dices… ¡Vamos a casa! – le dije aunque la situación me hacía tiritar de placer.
Cuando llegamos a casa me gritó y dijo que no soportara que me vistiera así y yo, haciéndome la víctima, corrí a mi habitación llorando. Al rato subió Gerardo y me pidió perdón por lo sucedido.
– Mi amor, ¿qué puedo hacer para que te sientas bien? – me dijo.
– Mmmm… no sé… – le dije – solo quiero divertirme.
– ¿En qué sentido?
– No se salir a bailar, pasarlo bien… – respondí aunque en ese momento deseaba decirle que tenía ganas de tener sexo salvaje con un macho joven.
– Bueno, si mi reina quiere baile, vamos a una discoteca…
La semana pasó y mi marido me dijo que iba a venir un jardinero para arreglar el jardín. Tenía que estar en casa para cuando él viniese. Sobre las cuatro de la tarde llamaron a la puerta, cuando la abrí me quede con la boca abierta. Era un chaval de unos 24 años, guapo, musculado y con una sonrisa picarona. Tal como me gustan a mí.
– Hola, soy Roberto, hablé con Gerardo, su padre para reparar el jardín…
– Gerardo es mi marido, no mi padre – le dije riendo – Entra y fíjate bien en lo que tienes que hacer.
Mientras Roberto trabajaba, se sacó la camisa y yo no podía creer lo bueno que estaba. En ese momento empecé a calentarme como nunca, y comencé a acariciarme el chocho, mi tanga estaba muy mojado. En ese momento llegó Gerardo:
– ¡Hola mi amor!
– Hola- le dije.
– ¿Qué pasa que estás tan sudada y agitada?
– No, nada mi amor, me he mareado un poco.
– Ah bueno… ¡Ha llegado el jardinero!
– Sí ahí está trabajando.
Todas las mañanas que venía Roberto me vestía muy provocativa: falditas cortas, pantaloncitos cortos, escotes, tacones altos etc. Cualquier clase de insinuación que pudiera despertar su excitación. Un día que estaba en el jardín podando unos árboles, le pregunte:
– ¿No quieres pasar a tomar algo en casa?
Roberto, sin pensarlo, me dijo que sí. Yo no podía resistir la calentura, llevaba puesta una mini, un tanga de hilo dental y un top atrevido. Preparé el café, pero mientras me movía por la cocina, procuré que le quedara claro que tenía un buen culo y unas tetas, grandes y duras.
Le pregunté de todo, en que trabajaba, si tenía novia, etc. y hablamos mucho, hasta el momento en que encendí un cigarrillo y disimuladamente fui arrojándole el humo en la cara. Me lo quería comer vivo, estaba sedienta de sexo. Yo creo que no me hacía falta ir a bailar para calentarme si lo que quería era sexo duro.
En ese momento Roberto se levantó y me abrazó fuertemente, besándome mientras sus manos recorrían mi cuerpo. El chocho me chorreaba. Estaba caliente como una cerda y ni tan siquiera sabía cómo tenía la polla.
De repente, y sin darme cuenta, me encontré con la falda enroscada a la cintura y sin el tanga. Roberto me metió su enorme polla en el coño haciéndome lanzar un grito muy fuerte de placer. Me la había clavado hasta el fondo. Era lo que yo necesitaba, que me follara un hombre como aquel, joven, vigoroso y con un rabo que me taladrara. Era increíble, me corrí dos veces en pocos minutos.
Después de mi segundo orgasmo, se apoyo en la mesa de la cocina y me hizo arrodillar metiéndome el pollón en la boca. Hacia tanto tiempo que no mamaba un buen cipote que casi me ahogo.
Primero me la metí entera, pero después la fui mamando despacito y chupando el capullo, lamiéndolo y recreándome en ello. Sus huevos se iban “apretando” y poco a poco empezó a follarme la boca con fuerza hasta que se corrió abundantemente en la boca. Hacía tiempo que no saboreaba tanta cantidad de leche.
Aún no me había repuesto cuando oímos el coche de mi marido. Roberto salió corriendo al jardín y yo me senté delante del ordenador. Gerardo no se dio cuenta de nada.
Como os podéis imaginar, una vez roto el hielo, follamos cada día durante los quince días que estuvo en cada trabajando, pero el último día mi marido no pilló en plena faena.
Le dije que quería comerle la polla en la caseta que había en el jardín y allí fuimos. Roberto se tumbó en un bando de madera que había y yo empecé a comerle el rabo y los huevos. Era un gustazo lamer aquella polla joven, con solo dos chupadas su capullo se hinchaba de tal forma que casi me era difícil mamarla. Cuando se la puse bien dura, le dije que me follara. Me coloqué a cuatro patas en el banco y me la metió por el chocho. Me estaba dando un gusto tremendo y me puse a gritar diciéndole:
-Así, fóllame como una perra, oh, que gusto, que gusto
No tarde en correrme y cuando me dijo que el estaba a punto, me bajé, me la puse en la boca y empecé a pajearlo hasta que se corrió en mi boca. Justo cuando acababa de soltarme la última gota me pareció ver una sombra en la puerta, era Gerardo. No sé el rato que llevaba allí, pero la cara que tenía me indicaba que estaba muy cabreado.
Se fue hacia la casa y Roberto cogió sus cosas y se marchó. No quiero aburriros con lo que hablamos, pero al cabo de tres meses, nos separamos.
Besos para todos los lectores de esta estupenda revista. Espero que mi relato os haya puesto calientes, yo me he puesto cachonda cuando la escribía.