Relato erótico
Al ataque
Está separada, es atractiva y suele gustar a los hombres, pero como dice estar escarmentada con los hombres, suele ser muy precavida hasta que conoció a aquel hombre en el bar. Era atractivo y muy simpático, a ella le gustaba pero él, la trataba como una amiga.
Elena – Alicante
Me llamo Elena y tengo 34 años, estoy separada y trabajo en el departamento comercial de una empresa de seguros. Físicamente soy una mujer delgada, con buenos pechos y piernas, rubia y atractiva pero lo que me ha hecho ganar muchos amigos es mi simpatía y naturalidad. Con estas condiciones es normal que no me falten hombres que me rondan, aunque yo, por estar escarmentada, procure ser amable y nada más. Pero entonces apareció en mi vida Ángel.
Era un hombre de unos cuarenta años, poco más o menos, alto y elegante, de aspecto fuerte y muy alegre. Lo conocí en el bar donde iba a descansar, ante un buen vaso de vino blanco, tras realizar las primeras visitas de la mañana.
Ángel era también cliente asiduo del local, era amigo de todo el mundo y se metía con todos, causando su risa. De esta forma pude comprobar que era un hombre apreciado por los clientes y los dueños.
Como es natural, también se metió conmigo, eso sí sin pasarse ni un pelo y así acabamos siendo amigos. Lo único que me dejaba un poco perpleja era que me trataba como a los demás, como si no le importara mi atractivo. Y eso en una mujer duele un poco. Fueron pasando los días y acabé deseando terminar mis visitas para llegar a tiempo al bar y poder encontrarme con él. Cada vez me gustaba más ese hombre y me molestaba más su falta de interés por mí, como mujer.
Acabé por preguntarle al dueño del local por la vida de Ángel y así supe que también estaba separado y que no se le conocía acompañante femenino fijo pero sí bastantes ligues. Y lo comprendí, pues los hombres como él son muy buscados por las mujeres.
Desde aquel mismo día decidí mostrarme más interesada con él, más dulce, más femenina, con la clara intención de que se destapara y me propusiera algo. Pero mi esfuerzo no dio resultado y acabé invitándole yo a cenar. Me miró sonriente y aceptó quedando para el día siguiente en el bar a las ocho de la tarde. Acudí a la cita vestida lo mejor posible y perfumada con mi fragancia más embriagadora para que la caza fuera fructífera. Me gustó la cara de Ángel al verme y también la de envidia de los otros clientes.
Cogidos del brazo salimos a la calle, entramos en su coche y le indiqué la dirección de un restaurante al que suelo acudir cuando estoy sola. Es un lugar tranquilo, con poca gente y luz muy tenue.
Además la cocina es muy buena y yo sé que a un hombre por donde primero se le caza es por el estómago. No en vano he estado casada.
La cena fue divertidísima, supe claramente que me había enamorado de Ángel y que haría todo lo que él me pidiera, no poniendo ningún reparo si me proponía ir con él a su casa aquella misma noche. Pero no me lo pidió, así que le propuse acompañarme a la mía para tomar la penúltima copa de la noche. Nada más entrar al salón, me dispuse a prepararle el whisky pero Ángel me cogió de un brazo, me dio la vuelta y acercándome a él apoyó sus labios sobre los míos. Me pegué como una lapa a su boca y a su cuerpo, dejándole sentir la excitación increíble que me roía las entrañas. No le pregunté que deseaba de mi y el porque me había hecho sufrir tanto tiempo.
Ya no me importaba, pues ahora estaba entre sus brazos con sus manos paseándose por mi cuerpo. Notaba la dulce caricia de sus dedos sobre mis pechos y aunque aun estaba vestida, con los lentos pellizcos que proporcionaba a mis pezones, estaban erectos al máximo. Cuando levantó mi falda hasta la cintura entreabrí mis piernas y quise decirle que nos fuéramos a la cama pero él, siempre en silencio, se arrodilló ante mí, cogió con ambas manos mi pequeña braga y la hizo descender por mis muslos desnudando mi coño, de escasa pelambrera pero de raja muy abultada. No supe lo que iba a hacer hasta que noté la punta de su lengua justo encima de mi clítoris. Lancé un gemido y me encogí toda. Luego, al notar como iniciaba la lamida, apoyé un pie sobre el brazo de un sillón y le ofrecí mi coño abierto por completo. Me corrí así, de pie como una tonta, apoyada con ambas manos en su cabeza y moviendo mis caderas para notar aun más aquella caricia tan intima, tan dulce y brutal a la vez. Ángel siguió lamiendo, tragando mis jugos hasta dejarme limpia de nuevo. Entonces, levantándose, unió su boca a la mía y por primera vez supe el sabor que tenían los jugos de mi coño.
Antes de reponerme, caí a sus pies, le desabroché los pantalones y se los bajé, así como el slip, dejando al aire una hermosa polla, nervuda, endurecida y con un capullo sonrosado que era un primor. Lo agarré por los cojones y me dediqué a pasear mi lengua por su verga. De vez en cuando levantaba la cabeza para ver la cara de satisfacción que ponía Ángel y la sonrisa que curvaba sus labios. Mientras se la estaba lamiendo, él me había abierto la blusa deslizándomela hombros abajo. Yo sin soltarle la polla, ahora dentro de mi boca, le ayudé y me quedé totalmente desnuda a sus pies, salvo las medias y los ligueros blancos. Seguí la mamada hasta notar que aquello iba a descargar muy pronto. La saqué de mi boca y me puse de nuevo en pie, abrazándome a Ángel que iba desnudándose mientras tanto. Y así en pelotas los dos, me lo llevé a mi habitación.
Nada más entrar, me tendió en la cama y volvió a pasear su sabía lengua por toda mi piel desnuda. Era increíble el placer que me proporcionaba lamiéndome los pechos, rodeándolos en toda su curvatura, luego lamiendo y chupando los pezones, bajando por mi estómago, jugando con mí ombligo.
Cuando llegó a mi coño este estaba mojado como un lago. Y de nuevo me corrí, retorciéndome como una gata, después de entretenerse con mi ardiente chocho. Pero antes de descargar del todo, antes de que la explosión me volviera loca, algo muy gordo entró de golpe en mis entrañas. Mi última corrida fue cuando noté la fuerte salida de su esperma que me llenó el coño e incluso empezó a resbalar por mis muslos y la raja del culo.
Casi no me enteré de como Ángel se lavaba, se vestía y se marchaba después de darme un beso. Lo único que siento es que él sigue tratándome como a una amiga y parece no acordarse de aquel encuentro que tuvimos y que tanto placer nos dio. Yo le quiero más que nunca pero no me atrevo a invitarle de nuevo por miedo a que me considere una viciosa o algo peor. No sé qué hacer, estoy hecha un mar de dudas. Pienso que Ángel para mí ha sido una amistad peligrosa.
Besos para todos.