Relato erótico

Actué como una golfa

Charo
15 de enero del 2020

Tenían por costumbre de ir a cenar al salir los jueves del trabajo. Su compañera era una chica muy divertida y algo alocada. Fueron a tomar unas copas y estaban un poco achispadas. Empezaron a hablar de sexo y

Meri – Barcelona
El que mi amiga y compañera de trabajo Sara, estaba un poco loca, no era un secreto para nadie, pero no se podía negar que era una buena chica, siempre dispuesta a hacer un favor a cualquiera que se lo pidiese. Nos habíamos conocido tres años atrás, cuando entró a trabajar en el ayuntamiento, en la sección donde yo llevaba cuatro años. Como compañeras de despacho pasábamos muchas horas juntas, y poco a poco nos fuimos haciendo amigas. Eran las ocho de la tarde del jueves, el estereotipo de que los funcionarios solo trabajan por las mañanas no se cumplía en nuestro caso, ya que de lunes a jueves nos tocaba estar en el tajo de 16 a 20 horas. Se había convertido en una especie de tradición que los jueves a esa hora nos fuésemos a tomar algo. Sara apoyó el hombro contra el marco de la puerta y con un gesto me indicó que me apresurase. Cogí la chaqueta y el bolso y me encaminé a la salida, ella me esperaba con su eterna sonrisa en los labios. Sara tenía 32 años, 3 menos que yo, y en ella destacaba su pelo negrísimo, que contrastaba con la blancura de su piel.
Su rostro era de aspecto simpático y juvenil. Coronando su cara aparecían unos ojos grandes y oscuros, muy expresivos. Tenía una nariz pequeña y una boca grande, de expresión sonriente y burlona. Su figura era normal, no muy alta, con pecho normal, un trasero no espectacular y unas piernas aceptables. Sin duda era su carácter extrovertido el que hacía que tuviera éxito con los hombres. Dentro del repertorio de hombres que pasaban por su vida había de todo, pero ella siempre acababa cansándose de ellos. Mientras bajábamos en el ascensor pensé en lo distintas que éramos. A mí los novios me habían durado mucho, seguramente demasiado. Si para ella el mes podía ser una unidad demasiado grande para medir la duración de sus relaciones, en mi caso el año era una unidad demasiado corta. Con mi última pareja había estado cinco años. Hacía ya tres meses y desde entonces, nada, ni un mal rollo de una noche. Para mis 35 años, no estaba mal, pelo castaño ondulado, rostro sin arrugas y piernas bonitas.
Al acabar el licor, empezamos a comernos aquellos simpáticos vasos. Sara, poco vergonzosa, cogió el vasito de chocolate de unos 15cm de largo y empezó a chuparlo de una forma nada discreta. Me dio un ataque de risa al verla así, deslizando los labios con gran estilo.
– ¿De qué te ríes?

– Es que parece que estés chupando una…. -acerté a decir entre risas.
– ¿Una polla? Claro. Me encanta hacerlo, ¿a ti no? -añadió ella.
– Sí, por supuesto que me gusta. Es más, al verte chupar así he pensado que es una pena que no tengamos un par de pollas a mano, jajajajajaja -dije con tono eufórico.
– Bueno, aún podemos ir a buscarlas, la noche es joven – dijo ella.
Reconozco que me había excitado algo ver como mi amiga manejaba la boca y la lengua. Aquellas habilidades bucales no podían dejar indiferente a nadie, pero no tenía ganas de oír hablar de tíos y por ello una mueca de desagrado se dibujó en mi rostro. Ella se dio cuenta al instante:
– Ok. Ya veo de hoy no te apetece chupar nada -dijo riendo.
– No, no es eso. Me encantaría llevarme una buena polla a la boca, pero lo que no me apetece nada es aguantar al dueño de la misma -corregí.
Sara me miró fijamente, abrió mucho los ojos y enarcó las cejas. Aquello no me gustó nada, estaba segura de que su retorcida cabeza había surgido alguna idea alocada. Apoyó los codos en la mesa, se acercó a mí y dijo en voz muy baja:
– Eso tiene un arreglo muy fácil. Sé cómo hacer que no tengas que aguantar a ningún pesado, pero que te puedas poner morada de chupar polla.
No tuve tiempo de objetar nada, se levantó a pagar la cena, me cogió de la mano y me sacó de allí apresuradamente. Dos calles más allá llegamos a un pub. No tenía ni idea de lo que tramaba, pero me daba igual. Aquel día estaba contenta y las cervezas que habíamos tomado con la cena me daban un puntito extra de alegría. Entramos en aquel sitio, pedí dos cubatas y nos acodamos en la barra. Había una veintena de personas, lo cual no estaba mal para un jueves a primera hora de la noche. Miré alrededor y todo lo que vi fueron hombres normales, nada del otro jueves. ” Si esta loca piensa que voy a liarme con alguno de los tíos que andan por aquí, va lista”, pensé. Ella no decía nada, solo sonreía con una expresión pícara y traviesa. Al cabo de 10 minutos vaciamos los vasos. Yo ya estaba algo más que contenta, pero la verdad es que me lo estaba pasando de maravilla, sin saber por qué. Me cogió de la mano y tiró de mí hasta una puerta que había en el extremo de la barra, entramos en un largo pasillo. Al final había otra puerta. Sara llamó con los nudillos, la puerta se abrió dando paso a un tipo alto y moreno, que exclamó:

– ¡Sara, cuánto tiempo sin verte por aquí!
– Hola Sebas -respondió ella, mientras le daba dos besos-. Te presento a mi amiga Meri -y me dio otros dos besos.
– ¿Qué te trae por aquí? -preguntó él.
– ¿Tú que crees? Es un placer saludarte, pero venía a que mi amiga probase una de las cabinas.
Respiré hondo. Así que se trataba de eso, de meterse en una cabina para ver a algún mulato desnudarse. Pues la verdad es que eso de mirar no era lo que más me gustaba, pero bueno, ya que estábamos allí…
– Queríamos uno de los probadores centrales, para las dos. Y déjanos un poco más de tiempo, anda.
A estas alturas de la película yo ya estaba perdida del todo. Enfrente se alineaban una serie de puertas, Sebas, muy caballeroso, abrió una de aquellas puertas correderas y con un gesto nos invitó a entrar, cerrando tras nosotras. La luz era muy escasa y tardé unos segundos en poder ver algo, hasta que mis ojos se acostumbraron a la penumbra. Aquel sitio se asemejaba bastante a un probador, pero más grande. El suelo estaba cubierto de una moqueta suave y en la pared del fondo había una percha colgada, una pequeña banqueta baja era todo el mobiliario que allí había. En el centro del techo una lámpara incrustada emitía una débil luz rojiza.
– Dame la chaqueta y el bolso, y descálzate, estaremos más cómodas.
Todas las paredes de aquel habitáculo eran opacas, así que no tenía claro cómo íbamos a ver a los chicos que se desnudasen bailando para nosotras. Una observación más atenta me permitió ver que había dos agujeros en el centro de las paredes laterales, a unos 90cm del suelo. Tenían forma circular, con unos 10 centímetros de diámetro y estaban recubiertos por una especie de cinta aislante.
– ¿Nunca has oído hablar de los Holes Glory?
– No, ¿qué es eso?
– Ahora mismo lo vas a ver.
De repente el corazón me dio un vuelco, de aquel agujero negro que había a la derecha surgió algo que se movía. Sara me sonrió, se puso en cuclillas frente a aquel agujero y con un gesto de la mano me indicó que me acercase. Por allí aparecieron dos dedos, el índice y el corazón. Sara, ni corta ni perezosa, acercó la lengua a ellos y los empezó a lamer despacio, al tiempo se desabrochó la blusa y acercó uno de sus pechos, cubierto por un sujetador blanco y diminuto, a aquellos dedos que asomaban desafiantes.

Ella gimió al notar el contacto sobre su pezón, mientras yo miraba con cara de atontada. Al cabo de un minuto los dedos desaparecieron, siendo sustituidos de inmediato por un grueso capullo que asomó por aquel agujero, dio paso a unos 15cm de polla, gruesa y venosa, que Sara se apresuró a empezar a lamer con cuidado. Miró para mí, me lanzó un guiño de complicidad y susurró:
– Ya sabes lo que hay que hacer ¿no? -y señaló al otro agujero.
Miré para allá y vi un dedo índice que se estiraba y encogía en un claro gesto para que me acercase. Lo hice sin pensar, imitando lo que mi amiga acababa de hacer. Pasé la lengua despacio aquel grueso dedo, notando como mis pezones despertaban, hasta endurecerse del todo. Lo metí entero en la boca, saboreándolo despacio, mientras escuchaba, detrás de mí, las feroces chupadas de mi amiga. El picorcillo que sentía en el coño me delataba. El dedo salió pronto de mi boca, me coloqué un poco más atrás, dispuesta a recibir el manjar que se me iba a ofrecer, no se demoró más que unos segundos. Por el centro de aquel agujero negro apareció un capullo redondo, carnoso, apetecible, grande como la cabeza de un champiñón, seguido de cerca por un grueso cilindro que parecía no acabar nunca. Aquel pene, debo reconocerlo, era sensacional. Lo agarré notando con excitación que casi no llegaba a abarcarlo de grueso que era. El calor de aquel pedazo de carne hizo que mis braguitas se mojasen en unos segundos.
Le di un par de furiosos meneos, haciendo que aquella estupenda polla se pusiese aún más dura. Sin dudar, empecé a metérmela en la boca, abriendo los labios al máximo. Dado el calibre de aquel miembro, me resultó difícil, pero al cabo de un rato ya notaba su roce en mi paladar. Sara me miró por el rabillo del ojo, seguramente atraída por los gemidos que se me escapaban entre tanta carne dura. No sé cómo lo hizo, pero la muy golfa ya se había quitado los pantalones. Pude observar que movía las manos a todo ritmo, una resbalando por la polla que salía del agujero y la otra por su coño, debajo de sus bragas blancas. Cuando sentí que aquella polla enorme me llegaba a la garganta, empecé a mover la cabeza adelante y atrás, metiendo y sacando. La metía a tope, pero aún me quedaba un trozo fuera de la boca. Con la mano meneaba suavemente esa parte que quedaba fuera y pensé que era una pena no poder apretarle los huevos, que me imaginaba grandes y apetitosos.
Colocada en cuclillas separé las rodillas todo lo que pude, con lo que mi falda de vuelo por la rodilla acabó en la cintura. Pude así acariciarme el coño, que estaba chorreante como pocas veces recordaba ¡y eso que ningún tío me había tocado! La idea de Sara había sido simplemente sensacional, pensé. Justo en ese momento, oí como ella gemía profundamente.

Seguí chupando, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, sintiendo como aquel miembro palpitaba dentro de mi boca, disfrutando de su roce contra el paladar y contra la cara interna de las mejillas, al tiempo que mi mano, cada vez más audaz, me estaba dando un placer delicioso. Estaba cerca del orgasmo cuando escuché un gemido ronco al otro lado de la pared, tuve el tiempo justo para sacármela de la boca, sin dejar de menearla. Pude ver como aquel capullo brillante palpitaba, un instante antes de que empezase a lanzar gruesas gotas de semen contra mi cuerpo.
El primer chorro me dio en la mejilla, el segundo en el cuello, los restantes se desparramaron por mi blusa, repartido sobre mis tetas. No me importó que se manchara, ya que estaba concentrada en sentir en mi mano los latidos de aquella polla eyaculando. Cuando acabó de expulsar fluido, fue perdiendo poco a poco dureza, hasta que desapareció, como si aquel agujero negro se la hubiese tragado. Me giré y pude ver a Sara en una pose excitante. En su agujero tampoco había ya ningún miembro masculino y ella estaba sentada, con la espalda apoyada contra la pared del fondo. Tenía los labios cubiertos de semen y sacó la lengua, que tenía color blanquecino, para lamérselos despacio, al tiempo que con dos dedos recogía otros restos que resbalaban perezosamente por su cuello, para acto seguido llevárselos a la boca.
– ¿Qué te ha parecido?
– Genial, ¿no me digas que te lo estás tragando?
– Sí, claro, siempre lo hago. Me vuelve loca el sabor del semen -respondió, volviendo a pasar la lengua por el labio inferior.
– A mí no, no me gusta nada. Lo único, que no me dio tiempo a correrme, este tío acabó muy rápido -añadí, en un intento de cambiar de tema.
– No te preocupes, que por lo que veo esto aún no ha terminado. Creo que tienes más admiradores esperándote -comentó ella, mientras señalaba con el pulgar hacia el agujero de mi lado.
En efecto, estaba apareciendo otra polla de menores dimensiones que la anterior, pero con unas proporciones perfectas. Alargué la lengua y empecé a pasarla por el tenso frenillo, para seguir haciendo círculos por todo el capullo. Comencé a deslizar una de mis manos, notando las venas hinchadas y la dureza del conjunto. En esta ocasión me coloqué de rodillas sobre aquella mullida moqueta. A medida que chupaba más profundamente iba adelantando el tronco, dejando que mi culo sobresaliese. Cuando estaba empezando a acariciarme el clítoris, noté algo que provocó que un grito ahogado saliese de mi garganta. Dos manos cálidas se posaron sobre mis nalgas, amasándolas con dulzura.

Ni siquiera hice intento de resistirme, ¿para qué? Deseaba recibir placer y Sara, tan buena amiga como siempre, estaba dispuesta a ayudarme en ese punto. Fue separando y juntando mis glúteos, provocando que la braguita se me metiera entre ellos, lo cual me hizo estremecer. Empecé a gemir, aunque la polla que tenía en la boca hacía que mis gemidos fuesen poco audibles.
Al ser más pequeña que la anterior, pude meterla entera en la boca, sin parar de lamer enloquecidamente el capullo. En ese momento mi amiga deslizó una de sus manos entre mis muslos, los cuales yo había separado un poco, a fin de facilitarle sus atrevidas maniobras. Acarició mi rajita por encima del suave encaje de las bragas, provocando que mi cuerpo volviera a agitarse. En aquel momento yo ya mamaba aquella dura polla como loca, sin dejar ni un milímetro, chupando, pajeando, lamiendo… Sara, aprovechándose de mi calentura, colocó sus manos en mis caderas, agarró mis braguitas y de un tirón me las fue quitando. Junté las piernas para facilitarle la maniobra y levanté un poco las rodillas, hasta que acabó sacándomelas por los pies. Todo esto sin dejar de trabajar sobre aquel miembro. Casi se me corta la respiración cuando noté dos dedos juguetones entrar de un golpe en mi mojada vagina, se movieron juguetones dentro de mí, haciendo círculos y separándose y juntándose en mis líquidas profundidades.
Cuando empezaron a entrar y salir de mí sexo, follándome despacio, no pude aguantar más y me corrí en un jadeante orgasmo, que hizo que soltase aún más saliva sobre la polla que estaba degustando. Es seguro que el tío que estaba al otro lado de aquella pared, escuchó mis gemidos de placer, pero ni eso ni nada me importaba. Cuando mi orgasmo empezó a cesar, Sara sacó los dedos de mi sexo. Se colocó a mi lado, para que pudiera verlos empapados y brillantes por mis abundantes flujos. Acto seguido se los metió en la boca, chupando golosamente. Estaba mirando como ella dejaba sus deditos relucientes, cuando noté que mi boca se llenaba de algo caliente y viscoso. Puede parecer sorprendente, pero en medio del placer que me había dado mi amiga, me había olvidado que tenía una polla en la boca y aquella descarga se encargó de recordármelo. Sin perder la serenidad deslicé mi cabeza hacia atrás y dejé escurrir toda aquella leche por mi barbilla. Casi no tragué nada, pero la boca me quedó pegajosa y con sabor amargo. Después me senté en el suelo, perdiendo de vista aquel cipote tan rico.
– ¿Podrás con una más, querida?
No supe a qué se refería, pero cuando giré los ojos a la izquierda vi otra polla que esperaba asomada al agujero de mi lado.
– Te la dejo a ti, yo ya he tenido suficiente -intenté excusarme.
– Nada de eso, bonita. Por tu lado apareció y es tuya.
Entre la resignación y la excitación acepté que iba a mamar la tercera verga de la noche. Me coloqué de nuevo de rodillas y empecé a trabajar, pasando la lengua por el capullo, acariciando el frenillo con un dedo, pajeando con la otra mano. Cuando empecé a bajar los labios sobre aquel duro tronco sentí un dedo juguetón que volvía a entrar en mi vagina. A esas alturas de la noche ya nada podía sorprenderme, o eso creía… Casi doy un mordisco a la polla que tenía en la boca cuando noté un dedo mojado acariciarme el ano. Me llevé un tremendo susto, en parte porque no lo esperaba, en parte porque no soy muy partidaria de esas prácticas anales. Pero estaba visto que la noche iba a ser pródiga en sorpresas, así que intenté tranquilizarme y disfrutar de todo. Con una deliciosa suavidad el dedo de Sara fue rompiendo la resistencia de mi agujerito, metiéndome el dedo entero. Lo dejó allí, bien metido, solo haciendo ligeros movimientos circulares que me pusieron como una moto. Con su mano libre repitió los movimientos circulares sobre mi hinchado clítoris, provocándome un efecto fácil de imaginar.

Yo agitaba las caderas, movía el cuello y no dejaba de pajear el caliente regalo que tenía. Pero Sara decidió darme una nueva vuelta de tuerca. Mientras que sus dedos índice y corazón masajeaban mi clítoris, el pulgar de la misma mano se introdujo sin previo aviso en mi vagina empapada, al tiempo que el dedo que estaba metido en mi culito empezó a entrar y a salir de él. El placer que aquello me dio fue enorme, tanto que sentí que las piernas me flaqueaban. Apoyé una mano en la pared, al lado del agujero de marras, mientras que con la otra seguía meneando la polla durísima que asomaba por él y con la boca chupaba furiosamente, como si me fuera la vida en ello.
– ¿A que ahora te lo vas a tragar todo? -preguntó Sara, con voz sensual.
– Síiiiiiii. No voy a dejar ni una gotaaaa -dije, sin pensar.
Siguió masturbándome con esa habilidad, que no sé si es fruto de su talento natural o de una larga práctica, hasta que sentí que me corría. El orgasmo que tuve fue como una bomba. Abrí la boca para suspirar y, casualidades de la vida, en ese mismo momento los chorros de semen empezaron a golpear contra mi paladar. Estaba tan cachonda que no vacilé ni un instante, entre las convulsiones del orgasmo empecé a tragarme aquella crema espesa, que me llenaba la boca sin remedio. Me lo tragué casi todo, dejé limpia aquella polla y me desplomé sobre la moqueta, sintiendo como los dedos de Sara salían de mi cuerpo. Tras cinco minutos de descanso, nos empezamos a vestir.
– ¿No pensarás salir de aquí con esa blusa que apesta a semen? Quítatela y métela en el bolso, ya la lavarás en casa -dijo ella, riendo.
Así lo hice. La chaqueta, con todos sus botones abrochados, me hacía lucir un sugerente escote triangular, pero ocultaba mi sujetador. Nada más salir de allí, Sara se despidió de su amigo. Atravesamos el pub en dos zancadas. La sola idea de que uno de aquellos tipos me mirase como la chupapollas que acababa de mamársela, me ponía enferma. Ya en la calle, respiré profundamente un par de veces, tranquilizándome.
– De esto ni una palabra a nadie, ¿entendido? -dije, en tono serio.
– Claro. No me creerían. La decente Meri comiendo pollas sin parar -dijo riendo,
Nos despedimos y cada una tomó el camino de su casa. Nada más cerrar la puerta fue cuando empecé a darme cuenta de todo lo que había pasado esa noche. Más valía que Sara fuese discreta al respecto. Lo cierto es que nunca me había dado motivos para desconfiar de ella, aunque conociendo lo locuela que estaba, quién sabía…
Besos y abrazos

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