Relato erótico
“Accesorios” de calidad
Habían comprado una casa, era más grande que la que tenían y necesitaba algunos muebles. Les hablaron de una tienda en la que podrían encontrar lo que necesitaban, a buen precio y de calidad.
Teresa – Burgos
Amiga Charo, hacía unas semanas que, mi esposo y yo, habíamos acabado las reformas en la nueva casa y aunque habíamos aprovechado la mayoría de los muebles, al tratarse de una casa grande hacía falta más mobiliario. Me habían hablado de una tienda de muebles en la que podría encontrar todo tipo de mobiliario de gran calidad, incluso muebles de diseño, a precios increíbles. Lo malo es que no tenía abierto al público, como las demás tiendas, si no que tendría que llamar para solicitar una visita. Finalmente me animé y llamé, me atendió un hombre que decía llamarse Alex, y concertamos la fecha de visita.
El día previsto me personé en la dirección indicada, se trataba de una casa, planta baja, que habían adecuado para la exposición de los muebles. Llamé a la puerta y me abrió un hombre de unos 30 años, muy amable y que por la voz reconocí como el tal Alex con quien hablé por teléfono pero, para mi sorpresa, me dijo que no podría atenderme, que le había surgido un imprevisto y debía irse, pero que no me preocupara puesto que sería su socio quien lo hiciera. Mientras esperábamos me mostró una pequeña parte de la exposición.
Solo habían pasado unos minutos cuando llegó el socio, un hombre de unos 35 años, alto, con gafas y con unos ojos claros que llamaban la atención. Alex, nos presentó:
– Este es mi socio, Luis, él se encargará de mostrarle tanto la exposición como los catálogos, por si desea algo que no esté por aquí. No se preocupe que le dejo en buenas manos – y diciendo esto, se marchó.
– Hasta la vista, Alex – me despedí – Encantada Luis – dije, notando una mirada muy especial en él.
Un escalofrío de placer me inundó al notar cómo me miraba, parecía que me estuviera haciendo una radiografía. No sé muy bien porque yo llamaba su atención, a menos que fuera por lo liviana de la ropa que llevaba. Era verano y hacía calor. Llevaba una falda cortita azul oscura, a tablillas, y un top blanco hasta la cintura, de tirantes con un generoso escote, pero bueno, en mi caso cualquier escote siempre parece más generoso de lo debido por culpa, o gracias a mis grandes mamas, y sandalias blancas con tacón intermedio. Desde luego me sorprendió su atención sobre mí, ya que en el otro no había notado nada fuera de lo simplemente profesional.
– Antes de ver la exposición vayamos al despacho y me dice más o menos lo que le interesa, para hacerme una idea – me dijo, mientras me miraba de arriba a bajo.
Desde luego se trataba de un hombre atractivo, con gafas, pelo rubio oscuro, alto y comenzamos a charlar sobre el tipo de mobiliario.
– Bien, creo que ya tengo una idea de lo que quiere. Es posible que algunas cosas no las tengamos aquí, pero las podemos ver en catalogo. Veamos primero lo que tengo de lo dicho en la exposición y ya me dirá.
– De acuerdo – dije.
Se levantó de la silla y apartó la mía para que me levantara. Lo notaba muy cerca de mí, demasiado cerca. Estaba empezando a excitarme el juego que había comenzado. Y aunque algo sorprendida de mi misma, me estaba gustando. Nos dirigíamos al despacho cuando sonó el teléfono.
– Disculpe voy a atender la llamada, vaya al final de el pasillo y vea lo que hay. En un momento estoy con usted – dijo.
Haciéndole caso y no queriendo parecer que me olvidaba del tema que me había llevado allí, me dirigí donde él decía y cuando llegué a la sala me paré a mirar los muebles. Eran una preciosidad y desde luego de buena calidad. Estaba bastante ensimismada mirando uno de los muebles, cuando noté su presencia detrás de mí, muy, muy cerca de mí. No le había oído llegar. Para mi sorpresa, se acercó más y sin darme tiempo a volverme, me rodeó con sus brazos, dándome un beso en la nuca. ¡Qué insolente y qué fresco!, pensé, pero el juego me gustaba, vaya si me gustaba, así que decidí no mostrarme enfadada.
– ¿Qué pasa? ¿Tratas así a todas tus clientas? – le dije comenzando a reírme, más de nervios y de excitación que de otra cosa.
– No, desde luego que no, pero no sé, me gustas y creo que te gusta todo esto, ¿no? – dijo con una sonrisa que desarmaba.
– Sí, me encanta – contesté.
Me di la vuelta y comenzamos a besarnos. Notaba como temblaban mis piernas con cada caricia y cómo iba creciendo su paquete. ¡Estupendo!.
– Volvamos al despacho – me sugirió
Venía detrás de mí y notaba cómo me seccionaba con su mirada. En ese momento llamaron al timbre e indicándome que esperara en el despacho, fue a ver quién era. Por la conversación que oía desde la puerta supuse que tardaría unos cuantos minutos en deshacerse de la imprevista visita, así que comencé a curiosear la sala donde me encontraba. A pesar de ser simplemente un despacho, parecía una sala muy agradable, en un rincón había un sofá, un tanto modernista, me senté y comprobé que realmente era muy cómodo, a pesar de que a primera vista no lo parecía tanto. Supongo que por eso me había indicado de volver allí, me imaginaba haciendo manitas y algo más, en ese sofá.
– Voy a darle un poco más de morbo – pensé y dicho y hecho, me quité el tanga que llevaba y lo guardé en el bolso.
Volví hacia la mesa del despacho y me quedé de pie temblando como un flan, mirando unos catálogos que estaban sobre ella.
Entró en el despacho y se acercó de nuevo a mí, por detrás, apretándose contra mis caderas y sujetando mis pechos con sus manos. Yo estaba excitadísima, casi chorreando. Comenzó a tocarme los glúteos a través de la falda, fue levantándola poco a poco mientras me acariciaba.
– ¡Vaya… no llevas nada debajo… me gusta! – exclamó.
Apoyada en su torso, tocaba mis pechos con su mano izquierda mientras la derecha curioseaba entre mis piernas y tocaba mi sexo, suave, muy suavemente, extendiendo mis flujos que comenzaban a salir. Realmente estaba excitada, salvajemente excitada.
Levantándome la falda completamente hizo que me apoyara sobre la mesa, de espaldas a él y, colocándose en cuclillas, comenzó a lamer mi sexo con su lengua.
– ¡Sí, haz lo que gustes! – le dije totalmente perdida de deseo.
Estaba como en una nube, en el séptimo cielo. Dulcemente fue recorriendo mis pechos con su lengua, luego apartó la falda con cuidado, alzándola del todo y llegó nuevamente a mi pubis y de ahí a mi sexo. Lamía mis labios verticales con una delicadeza extrema, tanto que enervaba mis sentidos. Sus manos recorrían mis muslos y los iban apartando cada vez más, dejándome totalmente abierta, expuesta a sus manos y a su mirada. Me abrió suavemente e introdujo uno de sus dedos en mi interior y comenzó a batirlo con una cadencia que me hacía enloquecer mientras lamía mi clítoris con su lengua.
– ¡Sigue, no pares, no pares… oooh…! – casi le suplicaba mientras me llegaba un segundo y riquísimo orgasmo – ¡Me apetece que entres en mí, que me folles!
Estaba deseando más, necesitaba algo más que sus manos y su lengua. Entonces se puso en pie, me abrazó e hizo que me deslizara por su cuerpo mientras me dejaba caer de pie en el suelo. Así de pie, comencé a desabrochar su camisa, mientras besaba la piel que iba dejando al descubierto. Pellizcaba suavemente sus pezones, mientras bajaba hasta su cintura. Desabroché su pantalón, dejando que deslizara por sus piernas. El calzoncillo presionaba su paquete. Se lo bajé y liberando su polla, tiesa y fabulosa, la tomé en mis manos comenzando a chuparla mientras la acariciaba con las manos e iba poco a poco introduciéndola más en mi boca, hasta mi garganta y de ahí subía rápidamente hasta el glande, que rodeaba con mi lengua mientras mis manos hacían un masaje hacia abajo abarcando también sus testículos. Notaba como gemía, como palpitaba bajo mis manos y mi lengua.
– ¡Para, para un poco, sino explotaré demasiado pronto! Vamos al sofá, quiero tenerte – me dijo.
Se sentó en el sofá y me situé entre sus piernas. Delicadamente coloqué un preservativo aprovechando un último masaje y me situé a horcajadas encima de él. Seguimos besándonos, pasando de suaves besos casi imperceptibles a una pasión incontrolable.
Notaba mi sabor en su boca, lo que aumentaba mi excitación. El acariciaba mis pechos, los amasaba sin dureza pero vehementemente, haciéndome sentir un placer que me recorría de arriba abajo y entonces me alcé en cuclillas e introduje en mí coño su polla. Una sensación de infinito placer me inundó al sentir su pene en mi interior y comencé a moverme, cabalgando y cabalgando con un frenesí que iba cada vez en aumento.
– ¡Sí, sí, más fuerte, más… aaah…! – comencé a gritar y un nuevo placer más intenso llegó.
Me tumbó entonces en el sofá, boca arriba y alzándome las piernas volvió a chuparme de nuevo, pasando su lengua por mi sexo, mientras sujetaba mis piernas que mantenía juntas, introduciendo su lengua en mi interior. Pero de pronto se alzó y sin previo aviso me penetró y comenzó a empujar, rítmicamente, con una fuerza que iba en aumento. En esa posición giró mis piernas de lado, siempre juntas, y siguió con su frenético metisaca que me volvía loca, loca y me hacía desear más, más, más…
– ¿Te gusta a cuatro patas? – me preguntó.
– ¡Siiií… me encanta! – contesté.
Apartándose de mí, me colocó de espaldas a él, a cuatro patas. Durante unos segundos noté cómo se quedaba extasiado mirándome, mirando mis piernas, mi sexo expuesto en esta posición para introducirse en mi culo poco a poco por detrás, suavemente. De nuevo una excitación comenzó a cubrirme. Estaba loca de placer, notaba mi palpitación y la suya en mi ano y como nuevamente iba a correrme.
– ¡Sí, sí… sigue…! – gritaba mientras iba a ser un orgasmo duradero infinito.
Notaba cómo su excitación iba creciendo hasta notar como salía su flema e inundaba mi interior. Por un momento todo paró, no existía nada. Solo mi palpitar, su fuerte respiración y el placer que me embargaba. Caí de bruces, encima del sofá, y él encima de mí. Todo era silencio. Me faltaba la respiración y le pedí que se levantara, se alzó y sentándose a mi lado me acarició dulcemente la espalda.
– ¡Que gozada! – dijo – Espero repetirlo alguna vez más.
– Claro, me encantaría – confesé.
Nos lavamos discretamente en el aseo y nos vestimos. Yo tenía una sonrisa en la cara como hacía tiempo que no había tenido y desde luego esperaba que no se me borrara.
– Bueno, he de ver los muebles realmente, sino no podré justificar el haber venido aquí. Además, he de volver para que me des el presupuesto, ¿verdad?- dije, guiñando un ojo pícaramente.
– Por supuesto – comentó riéndose.
Si algo más ocurre, ya os lo contaré.
Besos.