Relato erótico

A pesar de la distancia

Charo
18 de octubre del 2019

La conoció en internet. Vivian en ciudades diferentes y la distancia era un impedimento pero, Intercambiaron fotografías, hablaban y, poco a poco, incluso mantuvieron “sexo virtual”. Decidió visitarla y el encuentro fue una experiencia maravillosa que nunca olvidará.

Raúl – ZARAGOZA

Mi nombre es Raúl, tengo 28 años y vivo en Zaragoza. Soy un tío ardiente, me encanta el sexo, pero más desde que conocí a mi novia, Vanesa, que dice que soy un calenturiento y con la que aprendí a explorar y explotar el universo de las fantasías.
Esto es porque ella vive en Valencia, ya que la conocí por Internet y en la distancia hemos tenido que aprender a conocernos y satisfacernos a través de la red. Lo que voy a contar ahora sucedió cuando viajé a Valencia, hace algo más de un mes, para visitarla.
Debo decir que estoy muy enamorado de Vanesa y la considero hermosa por dentro y por fuera, pero como es lo de afuera lo que nos incumbe en este caso, diré que es una morena de 20 años, estatura medía, 1,68m más o menos, delgada, con unos preciosos ojos miel, un exquisito par de tetas de buen tamaño que me encanta manosear y besar, unas piernas bien formadas y un culito divino al tacto y a la vista. Vamos, un bombón, y lo digo por las pajas en su honor que me hice, que han sido las mejores.
Por fortuna, en el hostal donde me alojaba tenía bastante libertad para entrar y salir con quien quisiera y hemos aprovechado la habitación bastante bien. Cada día encontrábamos un momento para meternos en la habitación y deshacer la cama, ya sea de día o de noche y ahora voy a relatar una de esas ocasiones en las que estábamos en la cama besándonos.
Unos días antes habíamos hecho el amor por primera vez y ahora tenía unas ganas locas de repetir. Aquella primera vez había estado muy bien. La emotividad del momento tuvo mucho que ver, pero sobre todo no puedo olvidar lo que gocé teniéndola cabalgando sobre mi verga, viendo el bamboleo de sus hermosas tetas, que se balanceaban con cada movimiento suyo y su mirada de placer y de puro vicio poniéndome a mil. Pero era la primera vez, ella era virgen y yo venía de una abstinencia, abstinencia a medias, porque manualmente venía bien ejercitado, pero no era lo mismo, así que calculaba que la segunda iba a ser aún mejor. Y… no me equivoqué.
Todavía vestidos y mientras mi lengua y la suya se enredaban saboreándose, empecé sentir como el calor y la sangre se iban concentrando en aquella zona de mi cuerpo que todos ya sabéis.
No pude resistirme a los encantos de aquel cuerpo divino que se me ofrecía y comencé a tocarle las tetas por encima de la ropa. Noté cuánto le gustaba, pues su lengua cada vez hurgaba más profundo en mi boca y su respiración cada vez más acelerada la delataban. Entonces me afané en llenarla de caricias por todas partes, palpando, explorando recorriendo todo su cuerpo de arriba abajo. ¡Y qué cuerpo tiene!
Así llegué a sus caderas y me entretuve en su bello culito redondo, hasta que puse mi mano entre sus piernas. Me alegré al sentir cómo al notar el contacto de mi mano ahí, su reacción fuera la de separarlas un poco para dejarme hacer, lo cual me incitaba a presionar con mis dedos para masajearla más intensamente y podía sentir el calor que se desprendía de su tan ansiado coñito.

No sabéis cuánto gozo al tocarla, sintiéndome dueño de su cuerpo y haciéndola enloquecer de placer con cada caricia, que además es algo que pude comprobar que se me da bastante bien. Para entonces ya estábamos más que calientes los dos.
Mi polla, hinchada y palpitante, pugnaba por ser liberada de la presión que para entonces ejercían mis pantalones. Por otro lado podía sentir el calor que se desprendía del sexo de Vanesa e intuir la humedad que seguro iba en aumento al otro lado de la tela de su ropa. Le desabroché el pantalón y se lo quité, bajando también sus bragas. Desnudar sus largas piernas, suaves, hermosas como vi pocas en la vida, verlas aparecer mientras le bajaba los pantalones era una visión totalmente irresistible para mí, me encantaba mirarlas mientras se las acariciaba con deseo y ardor. Justo ahí, me quité la camiseta y ella hizo lo mismo.
Enseguida volví a sus piernas empezando por los muslos, besándolos, recorriéndolos con las manos, con los labios, con mi lengua, mientras me iba acomodando entre sus piernas. Ella solo me miraba, sonreía, una sonrisa dulce, pero cargada de ardiente deseo. Con su mirada me imploraba que la hiciera gozar y yo a mi chica no le puedo negar nada, mucho menos eso. Seguí avanzando hasta que mi boca quedó justo enfrente de su sexo, entonces la miré como preguntándole:
– ¿Quieres que te chupe el coño, cariño?
Enseguida encontré un “sí” en su mirada viciosa, expectante, ansiosa como nunca. Ella estaba tan o más caliente que yo, su sexo que estaba colorado, empapado en sus jugos, ardiente de deseo, me pedía a gritos que lo devorara.
A mí se me presentaba como el más rico de los manjares así que sin hacerla esperar más acerqué mi boca despacio, sintiendo primero el olor a sexo que desprendía y el roce de sus pelitos húmedos, entonces saqué mi lengua y me puse a saborearla con deseo.
Ella gemía con fuerza completamente entregada al placer que le proporcionaba mi boca y yo disfrutaba de su placer sintiendo como mi polla estaba cada vez más dura. Apoyaba intensamente mis labios sobre los de su coño y movía la lengua frenética entre sus pliegues. Ya lo había hecho antes y me había costado un poco asimilar su intenso sabor, pero ahora lo disfrutaba muchísimo y le comía el coño como un poseso.
Entonces me detuve y me fui hasta su boca para besarla, ella me agarró la polla y empezó a pajearme despacito primero, luego acelerando el movimiento de su mano. ¡Como me gustaba que hiciera eso! La práctica estaba haciendo su efecto porque cada vez me lo hacía mejor. Yo solo gozaba y amasaba sus tetas, hasta que se me pasó por la cabeza una fantasía que habíamos compartido en nuestras noches de sexo a distancia y que siempre conseguía excitarme casi hasta hacerme correr y le dije:

– Amor, quiero ponerla entre tus tetas”-
– ¡Sí, sí, sí, mi amor, quiero que me pongas la polla entre las tetas, lo deseo mucho! – me respondió.
Así que me puse a horcajadas encima de ella y le acomodé la verga entre sus pechos. De solo recordarlo me calienta tanto… que tetas que tiene, como me gustan…
Las apretaba sobre mi dura polla y yo me movía adelante y atrás, follándomela así por las tetas. Ella ponía una cara de deseo que me estaba volviendo loco mientras miraba la cabeza rojiza y brillante de mi verga aparecer de entre sus tetas hacia su cara, yendo y viniendo. De pronto levantó la cabeza estirando el cuello, abriendo la boca y sacando la lengua, buscando la cabeza de mi polla con ella. Vi lo que deseaba hacerme y me calentó tanto la idea que de pronto, con un movimiento de caderas le acerqué la polla y se la pasé por los labios, que ella abrió encantada y se la fui metiendo poco a poco. Sentía el roce de su lengua y sus manos agarrándome del culo, aferrándose a él y atrayéndome cada vez más a ella. Me iba a matar de placer.
Estuvimos así un rato. Ella me hacía una mamada increíble, cambiando el ritmo y la intensidad de la chupada a cada rato, haciéndome gozar cada vez más y más. Mientras, como pude, fui sacando un condón de su envoltorio para ponérmelo enseguida y no sabéis lo difícil que se vuelve algo tan sencillo como desenvolver un preservativo y ponérselo cuando se tiene a un bombón como Vanesa haciendo de las suyas en la entrepierna de uno. Cuando por fin lo logré, me situé encima de ella y puse mi verga en la entrada de su sexo.
Tenía unas ganas locas de follarla con furia, pero me contuve, quería hacer durar aquello al máximo para que los dos disfrutáramos plenamente. Lentamente empecé a metérsela, sentía cómo su coño mojado se iba abriendo para recibirme y ella cerraba los ojos dibujando una expresión en su rostro que era impagable. Sonreía mordiéndose el labio inferior y echaba la cabeza hacia atrás, se notaba que lo estaba disfrutando tanto o más que yo, mientras yo seguía empujando despacito. Por momentos hacía algún gesto de dolor, yo me detenía un instante para que se adaptara al grosor de mi pene que estaba muy hinchado y luego arremetía otra vez.
– ¿Te gusta, cariño? – le susurraba al oído, entre jadeos.
– ¡Mmmm… siiií… sigue mi vida, sigue, sigue, sigue… no pares que me encanta!
Empecé a moverme más y más rápido, clavándosela lo más profundamente que podía. Empapados en sudor, yo gemía de placer y ella no dejaba de jadear, era deliciosa la sensación que me provocaba ese precioso y apretado coño contra mi verga, que estaba dura como un palo y palpitante, pero sabía que no iba a aguantar mucho más y se lo dije:
– Amor… me voy a correr…
– Hazlo cuando quieras cariño, córrete -ella respondió entre gemidos.
Empecé a moverme más rápido, entrando y saliendo con fuerza, follándola con deseo.

El sudor bañaba nuestros cuerpos desnudos y caí exhausto sobre su cuerpo sintiéndome extasiado, pletórico.
Nos quedamos acostados un rato, abrazados, sintiéndonos la piel y como nuestra respiración iba volviendo al ritmo normal. Luego ella se tenía que ir así que me quedé en la cama mirándola vestirse, mientras contemplaba ese cuerpo divino que tanto me había hecho gozar. Me miró, con esa mirada llena de amor con la que sólo ella sabe mirarme, me sonrió y me sentí el hombre más afortunado.
Saludos de los dos.

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