Relato erótico
A mi, también me pasó
Es un asiduo lector de Clima e incluso dice que alguna vez ha utilizado los contactos. Ha querido contarnos una situación que vivió y que cuando lo leía en algún relato, pensaba que no podía ser cierto.
Juan Carlos – Huesca
Queridos amigos de Clima, confieso que desde hace muchos años son un adicto. Si un adicto a vuestra revista. He contactado en alguna ocasión y me encantan los Relatos.
Cuando leía las historias que os envían la gente, alguna vez he pensado que todo era demasiado fácil, e incluso dudaba de su veracidad, hasta que me pasó a mí. Pues sí, fue una historia guarra, rápida, cargada de morbo y cada vez que cierro los ojos y pienso en ello, se me levanta la polla. Esto ocurrió hace unos cuatro años.
Tengo 42 años, 1,80cm, cuerpo cuidado con muchas sesiones de gimnasia y porque, gracias a mi madre, que era una obsesa de la comida sana, estoy en forma. Me divorcié hará unos seis años, o sea que soy libre como el viento.
En aquella época y gracias a mi facilidad con los idiomas trabajaba de Relaciones Públicas de un gran complejo hotelero de la Costa Brava. Me encantaba mi trabajo y sobre todo porque en mi tiempo libre me permitía ligar como un loco con las turistas que había por allí. Nunca con huéspedes del hotel en el que trabajaba eso, era una norma.
Cuando salía por la noche nunca me quedaba en el pueblo donde estaba mi hotel. Me iba por los alrededores y si conocéis la Costa Brava sabréis que no hay que desplazarse mucho para encontrar núcleos de ocio y perdición.
Había ido a cenar con unos amigos y después nos fuimos a la zona prive de una conocida discoteca. Aquello era un hervidero de tías buenas y de todas las edades. Me acompañaba Alain, un amigo francés que estaba pasando unas semanas en mi hotel. Alain era un tío guapo, con pinta angelical, más alto que yo, buen cuerpo, pelo rubio y ojos azules. Yo no entiendo de tíos, pero todas mis amigas estaban loquitas por él. Tenía mi edad, o sea 38 años y estaba soltero.
Nada más entrar vimos a nuestras “presas”. Eran dos bomboncitos. Rubias, ojos azules y unos cuerpos para babear. Parecían cortadas por el mismo patrón, grandes tetas, largas piernas, culitos respingones, altas, más o menos 1,70 y eran alemanas. Debían tener unos 20 añitos. Nos acercamos a ellas, las invitamos a tomar unas copas y aceptaron rápidamente. Hablamos un buen rato, bailamos y nos dimos algún que otro morreo. La que estaba conmigo dijo que estaba un poco mareada y sin que me diera tiempo a nada, dijo que se quería ir al hotel y me preguntó si quería acompañarla. Por supuesto, aunque me jodió quedarme sin plan le dije que sí. Mi amigo y la otra chica se fueron me imagino que a follar.
Llegamos a su hotel que estaba relativamente cerca, la acompañé hasta la puerta de su habitación y me despedí como un caballero. Estaba caliente como un mandril, pero me aguanté. Cogí el ascensor y cuando se abrió la puerta vi que estaba ocupado por una de las limpiadoras de habitaciones y con el carrito de los productos. La saludé sin mirarla y apreté el botón de bajada. A los pocos segundos, el ascensor se paró entre dos plantas. Parecía un apagón, se encendieron las luces de emergencia y entonces la mujer que iba conmigo dijo:
-Lo que faltaba, con el terror que le tengo a los ascensores. Menos mal que ha subido Ud. si no, me da un ataque de nervios.
La miré y le dije que se tranquilizara, que no pasaba nada. Entonces me fije en ella. Era una mujer de unos 50 años, jamona, y guapa. Enormes tetas, unas caderas muy anchas, un culo grande y con buenas nalgas. Estaba muy nerviosa. De pronto el ascensor pegó una sacudida. Parecía que iba a arrancar, pero se paró otra vez.
Gloria, que así se llamaba se acercó a mí y se abrazó aterrorizada. Me quedé paralizado y la acuné entre mis brazos. El rocé de sus tetas que se movían a causa de su agitada respiración me puso cachondo. Pase mis manos por su espalda y no pude evitar acariciarle el culo. ¡Joder con la señora! Tenía unas nalgas duras como piedras. En cuanto notó mis manos en su culo se acercó a mí. Notó que tenía la polla completamente dura y tiesa. Lejos de apartarse dijo:
-Hacía tiempo que no sabía lo que era sentir una polla tan cerca y tan dura pegadita a mis carnes.
La atraje hacia mí con fuerza empecé a sobarla por todas partes. Empecé a morrearla con pasión. Era una mujer que tenía claro lo que quería y correspondió a mi beso. Mis manos iban de sus tetas a su culo y de pronto noté que me metía mano en la polla. Bajó la cremallera, se arrodilló y empezó a mamármela.
Me quedé sin palabras. Tengo que aclarar que últimamente me gustan las mujeres más jóvenes que yo y delgadas, pero aquella mujer me había hecho perder los papeles. La chupaba con tal maestría que no era comparable a ninguno de los yogurines que me follaba en los últimos tiempos. Se la metía hasta el fondo de la garganta, la sacaba despacito y la chupaba como si fuera un chupete.
Ni me di cuenta de que me había bajado los pantalones y los bóxers, hasta que note que se metía mis huevos en la boca. ¡Nunca me los habían comido de esa forma! Mi polla empezó a babear en abundancia, pero ella no permitía que cayera ni una sola gota.
Me constaba contenerme, tenía unas ganas de correrme tremendas y no la avisé. Le agarré la cabeza, le follé la boca a toda velocidad y me corrí abundantemente. Mientras me corría me había cogido los cojones de tal manera que duplico mi placer. No se la sacó de la boca hasta que estuvo segura de que ya había terminado. La ayudé a levantarse, se plantó delante de mí y me hizo mirar cómo se tragaba toda mi leche.
Me arreglé la ropa y justo cuando acababa de abrocharme los pantalones, el ascensor volvió a funcionar. Llegamos a la planta baja y nos despedimos. Antes de irme me acerqué y disimuladamente le dije:
-Es la situación más guarra y morbosa que me ha pasado en la vida, lástima que no se pueda repetir.
Con una media sonrisa me contestó:
-Nunca se sabe, a veces la vida da sorpresas como estas y a lo mejor no es tan difícil que pueda volver a ocurrir.
Me marché directamente al apartamento que tenía cerca del hotel en el que trabajaba y me dormí como un niño.
Al día siguiente, vi como mi amigo despedía a la chica de la discoteca. Me preguntó que había pasado y le dije que nada. Simplemente la había acompañado al hotel y punto.
Por fin he podido contar una experiencia como las que a veces leía en vuestra revista y que me eran difíciles de creer. Ahora ya sé que todo puede pasar. De hecho, nos volvimos a encontrar, pero ya os lo contaré en otra ocasión.
Un saludo para todos los lectores.