Relato erótico
A mi marido le encantó
Está casada desde hace diez años y su marido nunca ha “descubierto” que es bisexual. Fue fiel durante unos años pero echaba en falta algo. Volvió a contactar con antiguas amigas y se lio con ellas. Le sabia mal engañar a su marido y parece ser que encontró una solución.
Lorena – Barcelona
Me llamo Lorena y tengo 38 años. Estoy casada desde los 28 y soy bisexual. Mi marido se llama Adrian, tiene 40 años y hasta hace un mes, no sabía nada de la doble vida sexual que llevaba su mujer, o sea yo. Eso es lo que quiero contarte. Cuando me casé, yo ya me había acostado con cuatro hombres y cinco mujeres. Había disfrutado mucho con cada uno de ellos pero si me casé fue porque Adrian me demostró ser el mejor de todos ellos, y no sólo el mejor macho sino también el más cariñoso, el más dulce y el mejor hombre. Con él tenía todo lo que un hombre puede darle a una mujer pero lo malo era que a mí, de vez en cuando, me faltaba lo que podía darme otra mujer. Así fue como volví a frecuentar a mis amigas de soltera. La verdad es que lo tenía muy fácil. Incluso las llevaba a mi casa para follar como locas. A mi marido nunca le pasó por la cabeza que su mujer, tan ardiente en la cama con él, pudiera liarse con mujeres. Así estábamos hasta que conocí a Diana. Es una chica de 25 años, preciosa y muy ardiente. Me la presentó una amiga mía y nos caímos bien nada más vernos. Salimos dos o tres veces juntas hasta que un día me invitó a su casa “a merendar”.
Las dos ya sabíamos cuales eran nuestras tendencias sexuales pero antes de aventurarnos a gozar la una de la otra, habíamos tenido que conocernos mejor. Diana vive sola, en un piso muy coquetón. Pasamos al salón, provisto de una gran terraza con una preciosa panorámica de la ciudad Condal. Eran las cinco de la tarde y el cielo estaba libre de nubes. Salí a la terraza y al instante noté las manos de Diana en mi cintura. Me giré y nos besamos en la boca, mezclando nuestra saliva y liando nuestras lenguas. Yo soy una mujer de estatura media, al igual que Diana, pero tengo tendencia a engordar. Mi culo es gordo, como mis muslos, pero tengo unos pechos de tamaño mediano que, por no haber tenido hijos, se me aguantan muy bien, tiesos y duros. Diana es delgadita, esbelta pero, al contrario que yo, donde tiene la carne es en las tetas. Son como dos cántaros enormes. Pero a mí lo que más me excita de una mujer son precisamente las tetas y cuanto más grandes mejor. Es fácil imaginar que estuviera loca por las de Diana. Sin dejar de besarnos, fue allí donde llevé mis manos. Se las toqué, se las sobé a fondo e incluso intenté sacárselas allí mismo, en la terraza. Diana, riendo, se apartó y cogiéndome las manos, me dijo:
– Tranquila, amor, tranquila, van a ser tuyas cuanto quieras, podrás tocarlas, chuparlas, lamerlas e incluso masturbarte con el pezón pero no aquí, anda, ven, vamos a la cama.
Cogidas de la cintura entramos en el piso y nos dirigimos a su habitación. Allí volvimos a besarnos mientras nos desnudábamos mutuamente. Al poco rato podíamos contemplarnos los cuerpos al natural. Yo estaba muy excitada. Mi coño ardía y lo tenía chorreando.
Diana me hizo tumbar de espaldas sobre la cama y ella, arrodillándose a mi lado, empezó a besarme toda la cara, luego el cuello, siguió por mis pechos, mis pezones, el ombligo y así hasta llegarme al coño, que yo llevo completamente depilado ya que a mi marido le encanta que lo tenga así. Cuando Diana comenzó a pasarme la lengua por la raja, fue girando el cuerpo hasta quedar con su chocho, muy peludo, sobre mi boca, en la posición del 69. Separé los pelos con los dedos y cuando la raja quedó a la vista, llevé allí mi lengua iniciando así una combinación de placeres, gustos, gemidos y suspiros. Las dos lo hacíamos muy bien por lo que no tardamos en aumentar nuestros gemidos y corrernos la una en la boca de la otra. Mientras descansábamos y nos recuperábamos del intenso placer sufrido, nos íbamos acariciando hasta que aproveché para decirle que le comería mucho mejor el coño si no tuviera tanto pelo.
– Depílame tú – me dijo.
– Supongo que no tienes nada para hacerlo – le contesté – pero cogiéndote la palabra, mañana vendré con todo lo necesario.
A la tarde siguiente volvimos a encontrarnos en su piso. Hicimos otro magnífico 69 y al acabar, ya repuestas del intenso placer sufrido, tomándola de la mano me la llevé al baño. La hice sentar en la tapa del wáter, bien abierta de piernas. Saqué de mi bolso el jabón y la maquinilla que le había cogido a mi marido y me dispuse a quitar toda aquella pelambrera que no me dejaba admirar el bonito coño de mi amiga. Primero se lo recorté con unas tijeras, luego le llené de espuma toda la zona y al final le pasé la maquinilla. Era la primera vez que lo hacía y la verdad es que me excité muchísimo y más viendo como ella, con tanto toqueteo con mis dedos en su zona más erógena, se ponía tan cachonda como yo. Cuando la tuve depilada por completo y pude admirar sus labios exteriores, gordos y abultados, los colgantes interiores y el clítoris ya muy duro, no pude resistir la tentación de meterle mis dedos en el agujero y acercar mi boca al botón. Mientras se lo lamía y chupaba, la iba masturbando con mis dedos y así no pudo evitar correrse con grandes gemidos, lanzándome todos sus jugos en la boca y que yo tragué con sumo placer.
Desde este día nos veíamos cuatro o cinco veces a la semana. Tanto ella como yo nos habíamos, sino enamorado sí encoñado, y no podíamos pasar sin nuestras caricias y nuestros orgasmos pero en el fondo de mi corazón yo sentía remordimientos. Aunque no me acostara con un hombre, la verdad era que gozaba con otra persona que no era mi marido. Quizá no fuera propiamente ponerle cuernos pero era un engaño. Acabé por comentárselo a Diana. Acabábamos de hacer el amor y estábamos las dos descansando sobre su cama. Acariciábamos dulcemente nuestros cuerpos y de vez en cuando nos besábamos. Ella me escuchaba y al acabar yo el relato de mis dudas, me dijo:
– Esto es algo muy personal y yo no puedo aconsejarte. Tú conoces a tu marido, sabes como es y cómo puede reaccionar pero si te parece que no puede entender lo nuestro existe la solución de que le propongas hacer un trío con otra mujer… yo.
– ¿Tú con mi marido? – exclamé muy sorprendida.
– ¿Por qué no? – contestó, besándome en los labios y acariciándome el coño lentamente – No será la primera vez que me acueste con un hombre pero si así fuera, también lo haría para no perderte. Ahora sólo falta que convenzas a tu marido de que te deje tenerme como amante o en lo del trío.
Regresé a casa sin tener nada claro. Después de cenar, me puse mimosa con Adrian y acabamos los dos desnudos en el salón. Mi marido tenía la polla tiesa como un palo y dura como el hierro. Se la acaricie masturbándolo lentamente, luego me arrodillé ante él y me entretuve en lamérsela desde la raíz hasta la punta. También los cojones. Luego se la chupé un poco pero para volver a lamérsela. Quería ponerlo muy caliente.
– ¡Por favor, cariño, vamos a la cama, deja que te la meta, quiero follarte, no puedo más! – me decía.
– ¿No has pensado nunca en que mientras yo te chupo los huevos otra mujer podría estar mamándote la polla? – le dije entonces con toda la intención – ¿Cuatro manos femeninas sobándote entero, una besándote o dándote sus gordas tetas, mientras la otra te sorbía la polla hasta hacerte derramar?
– ¡Sí, lo he pensado muchas veces! – contestaba él entre gemidos – Pero sólo para calentarme, para añadir más morbo en lo que hacemos, nunca para llevarlo a la práctica… oooh… te quiero demasiado y tengo suficiente con lo que tú me das…
– ¿Y si yo te pidiera hacer un trío con otra mujer? – insistí sin dejar de lamer su capullo.
– ¡Lo que tú quieras, mi amor… lo que tú quieras pero, por favor, vamos a la cama, no puedo más…! – suplicaba.
Ya en la cama, me folló como nunca. Adrian estaba como loco. Entraba y salía de mí con violencia y me regaló dos orgasmos antes de que me llenara con la descarga de sus huevos. Cuando estuvo más relajado y mirándome a los ojos, me preguntó:
– ¿Lo has dicho de verdad lo de hacer un trío?
– Sí y no – contesté – Si tú lo quieres, yo también, pero si tú no lo deseas no hablaremos más del asunto. Ha sido una idea que he tenido y te la he dicho para que vieras que no me molestaría si quisieras probarlo.
– Hombre, dicho así y si de verdad no te molesta… – empezó a decir.
– De acuerdo, pero la chica la busco yo – le corté dándole un beso.
Me di la vuelta y a los pocos segundos simulaba dormir. No quería hablar más del asunto, le había tomado la palabra y ya tenía bastante. Lo único que me preocupaba, antes de dormirme de verdad, era si iba a tener o no celos al ver como Adrian se follaba a otra mujer por muy amante mía que fuese. Cuando a la mañana siguiente me levanté, mi marido ya se había ido al trabajo.
Llamé a Diana al suyo y le conté todo lo ocurrido. Por la tarde nos vimos en su casa y acabé de contárselo. Si yo estaba preocupada hasta cierto punto, Diana parecía encantada. Con toda la cara me preguntó cómo era mi marido, como tenía la polla y si follaba bien. Al ver mi expresión se echó a reír.
– Tranquila, cariño – me dijo – No quiero cambiarlo por ti pero, ya que me he de dejar follar por él, al menos que sepa como es.
Tenía razón. Le dije como era mi marido, no su carácter cosa que para follar no tiene mucha importancia, sino su forma física. Le describí su manera de besar, sus caricias preferidas y la forma de su polla. Pareció gustarle la descripción que yo le hacía ya que si hasta ahora sus caricias en mi cuerpo eran muy suaves, comenzó a sobarme con más intensidad. La verdad es que yo, hablando de la polla de mi marido, también me había calentado y al poco rato nos comíamos el coño mutuamente como dos locas hasta reventar de gusto.
Al regresar a casa mi marido, le dije que el próximo sábado teníamos a una amiga a comer. Él se imaginó de qué iba la cosa, ya que me miró sonriendo, aunque no dijo nada. Todo funcionaba muy bien, mejor de lo que yo hubiera esperado. Cuando Diana llegó, se la presenté a mi marido. Ellos no se conocían, se dieron un par de besos en las mejillas y pasamos al salón. Hablamos un rato, comimos y tengo que reconocer que la que rompió el hielo fue Diana ya que estuvo muy simpática e incluso lanzada, contando chistes subidos de tono que hacían reír a mi marido al mismo tiempo que parecía muy excitado. En un momento en que fui a la cocina, Adrian me siguió y me dijo que le gustaba mucho mi amiga y que había tenido muy buen gusto en elegir a nuestra primera compañera de cama. Al volver al salón, y ya dispuesta a todo, me senté al lado de Diana en el sofá y abrazándola le di un morreo sensacional ante la mirada sorprendida de mi esposo.
Ella, mientras me devolvía el beso me fue desabrochando la blusa hasta sacarme los pechos que comenzó a sobar, pellizcándome con suavidad mis ya tiesos pezones. Sin darnos cuenta nos estábamos olvidando de mi esposo. Me acordé de él cuando, sentándose a mi lado, cogió la teta que me dejaba libre Diana y me la comenzó a mamar. Entonces le saqué la polla, cogí la mano de Diana y se la hice masturbar. Ahora sí que se rompió el hielo por completo.
Me di cuenta que no sólo no sentía celos sino que ver como otra mujer se la pelaba a mi marido me calentaba. Acabamos los tres desnudos sobre nuestra cama de matrimonio. Entre las dos mamamos la verga de Adrian, yo misma se la dirigí al coño de mi amiga y les chupé el coño y los testículos mientras los dos follaban. Luego lo hizo Diana para mí.
Acabamos rendidos pero muy satisfechos y en uno momento de sinceridad, le dije la verdad a mi marido. Le conté la relación que nos unía a Diana y a mí contestándome él que, viendo como nos comportábamos, ya se lo había supuesto pero que ya no le importaba si podíamos repetir estos encuentros otras veces.
En fin que ahora somos como un matrimonio a tres. Mi marido sabe y acepta mi relación con Diana pues él también se la tira cuando le viene en gana incluso sin estar yo delante, como hacemos muchas veces Diana y yo son estar él presente.
Un beso para todos.