Relato erótico
A la sombra de un pino
Estaba cansado de estar en la playa, de tostarse el sol y de ver tías buenas, medio desnudas paseando delante de él. Vio un bosquecillo de pinos y decidió ir a dormir un poco a la sombra. Hizo de todo menos dormir.
Manuel – Cádiz
Lo que voy a contar sucedió en una playa gaditana en el mes de Agosto a eso del comienzo de la tarde. Lo cierto es que yo ya estaba un poco harto de familia, del ardor del sol, que hacía que mi delicada piel quedara color crustáceo y de ver tanta tía en pelota enseñando chocho por todos lados y meneando las tetas a cada movimiento y como no, de chorbos en pelota.
Ante tanta exposición, opté por subirme hasta el pinar y buscarme un recóndito lugar entre unos zarzales para echar una siesta y soñar con todos aquellos cuerpos que a mis ojos no hacían sino que pedirme guerra. Recogí pues la toalla y me dirigí a un pequeño bosque de pinos y zarzales que me cubrían de miradas indiscretas, pues mi idea era echar una siestecita sin que nadie me diera la vara.
En ello estaba, soñando en ese típico duermevela en que uno coge su polla y sueña que se lleva a una de aquellas mujeres de la playa a lo largo del rompeolas donde, en un rincón a salvo de voyeurs y chismosos, le va subiendo muy despacito la falda a la vez que se la va apretando contra uno y deja deslizar su mano por aquellos pomposos glúteos, hasta encontrar la costura de la mini braga y se deja perder por aquellas humedades que piden guerra, primero un dedo, luego dos, más tarde el pezón que no sé como acaba en mi boca succionado hasta derramar unas pequeñas gotitas.
Cuando ya me disponía a sacar mi herramienta para el pertinente uso, el sonido de una meada, me sacó de mi cálido sueño encontrándome con el pollón en la mano, a punto de querer escupir su artificio. Abrí los ojos y casi frente a mí, entre los arbustos, entreví a una mujer de amplios volúmenes agachada y con una mano apartándose el traje de baño para dar rienda a su vejiga. Ella no me había visto e ignoraba que alguien la contemplaba.
La tenía contra el trasluz del horizonte, donde no solo veía sus poderosas ancas y grupa, sino unos inmensos pelos chorreantes de orín que restregaba con su otra mano para llevársela hasta su nariz donde aspiraba profundamente su propio olor. Sus labios dejaban entrever una inmensa raja de cuarentona que todo se lo come.
Allí, a salvo de imprevistas miradas, al menos eso creía ella, comenzó el auto magreo de su peludo chocho, mientras con la otra mano restregaba sus tetazas de madre entrada en años. Empezó a pasar por la inmensa raja todo lo que encontraba y siguió atenta a no sabía que pasaba más abajo, fuera de mi campo de visión. Me acerqué lentamente, despacito, sin meter ruido y cada vez veía mejor su inmenso higo rojo palpitando de placer.
Lo que ella miraba eran dos jóvenes de tostada piel retozando en un perfecto 69, chupando ambos los respectivos nabos, mientras una jovencita de respingonas tetas les chupaba alternativamente sus tiernos agujeritos. Lo cierto es que la estampa en aquella recóndita cala, era una escena de lo más excitante, de ahí que mi querida voyeur, se pusiera como se estaba poniendo, loca porque alguien se ocupara de ella.
Lo cierto es que no me gusta la violencia, pero aquella jamona allí, medio tirada en el bosquecillo y restregando aquella pepitoria, hicieron que mi príapo se pusiera de un tamaño que más bien se salía de su terso envoltorio y me pedía guerra.
Me acerqué aún más a la jamona y cuando quiso darse la vuelta yo ya estaba sobre su espalda. Busqué su enorme raja, que encontré entre las costuras del traje de baño, ya inundada de caldos.
Su sorpresa fue enorme, se retorcía, no sé si para escapar de aquella invasión o para que se la metiera ya de una vez. Todo ello me llevaba a no pensar en nada y de un pollazo, rasgando mi ya sufrida piel con las costuras del traje de baño, le ensarté mi buena herramienta. Una vez se sintió empitonada, hizo tales ejercicios y brincos, que si había algo de mi polla que había quedado fuera, con éstos malabares fui absorbido hasta las mismas pelotas.
Ella seguía retorciéndose y dándome placer a mansalva, pues sentía como mi polla era retorcida y exprimida en aquella húmeda cueva, sentía como aquellos largos pelos se entrelazaban con los míos a modo de tentáculos. Aquellas contracciones pronto dieron como fruto un buen chorro de semen y una flojedad en mi tenaza. La jamona pareció quedarse también satisfecha de aquella inundación de semen, que empezaba a aflorar en medio de un chop, chop…
Cuando me di cuenta, la jamona se había levantado de un soplo arrojándome de su lomo y poniéndose encima de mí dijo con cara de vicio:
– ¡Ahora, cabrón, me toca el turno de poner las cosas en su sitio, polvo por polvo! Te gustó endiñármela a traición… ¿eh, jodido niñato? ¡Ahora sabrás lo que es bueno… veo que no estás ya empalmado, pero eso lo arreglo yo en un instante!
Se echó sobre mi vientre, dejando caer todo su peso sobre él, me pegó las tetazas y sentí que me faltaba el aire, echó una mano atrás y retorció mis pelotas. Pronto mi polla se disparó de tal forma, que en pocos segundos alcanzó una buena dimensión. Se restregó sobre ella y dejaba salir sus gemidos de placer, levantando sus inmensas mamas para que recobrara el aire, pues notaba que empezaba a ponerme morado.
En una de esas inmersiones sentí que de nuevo cogía con una mano mi polla, se la restregaba por todo su amplio fondo y se la encalomaba, ahora en una zona más estrecha que identifiqué como su culo. Levantó sus tetazas de mi cara, me apretaba y luego se dejo caer sobre mi dolorida polla.
– ¡Ah… mira que me han dado por el culo, pero hasta ahora esto ha sido lo mejor, ha sido toda una suerte niñato que te hayas decidido a follarme, pues he encontrado la horma que necesitaba… así, mi niño, levántate un poquito y clava a tu mamaíta ese zurriagazo tuyo tan hermoso! – decía entre jadeos.
Así fue como me corrí de nuevo, viendo al revés, cabeza abajo, al trío, como uno de los muchachos se follaba a la chica de los erizados pezones y el segundo hombre le daba por el culo al primero, acompasando sus vaivenes.
Mi querida amazona me daba a chupar sus grandes pezones, echaba la mano a su entrepierna y a mi cipote y con todo aquel mejunje, me restregaba la cara y sus tetas. La placidez tras las dos corridas, me dejó medio adormilado y más cuando mi amante amazona se dedicó a limpiar mi polla con una experta lengua. En ello estaba, dejándome acunar en esa placidez y volviendo al limbo de los sueños, cuando sentí que se daba vuelta sobre mi vientre, esta vez dándome la espalda y volvía a chupar mi polla. De pronto note como algo rasgaba suavemente mi muslo. De pronto dijo:
– Ese es mi número de teléfono, si quieres ya sabes dónde encontrarme y seré tuya…y gracias por todo…
Se restregó la mano de nuevo por el chochazo, me la pasó por la cara y añadió:
– Este es mi grato recuerdo…
Recompuso su traje de baño y se fue tan campante, dejándome más chupado que la pipa de un indio.
Besos para todos.