Relato erótico

Tienes un email

Charo
19 de junio del 2020

Trabajaban en el mismo edificio y se conocían por coincidir en la cafetería cuando tomaban café. Él, procuraba ir a la misma hora y charlaban de todo, del trabajo, la familia y sobre todo tenían un gran sentido del humor. Un día intercambiaron sus direcciones de correo electrónico y empezaron a enviarse emails. Poco a poco, se dio cuenta de que no dejaba de pensar en ella.

Alfredo – Murcia
Era guapísima y lo mejor eran sus ojos, grandes y marrones, que te miraban con un algo que no sé describir y que hacía que no te pudieras despegar de su conversación. Tenía un cuerpo de escándalo, era alta y sabía vestirse bien. Su media melena castaña y su sonrisa juguetona completaban la visión de una diosa.
Lógicamente, mi relación con ella era únicamente de antiguos conocidos y amigos, hablábamos de cosas intrascendentes, de trabajo, de nuestras respectivas parejas e hijos. Era divertida y desenfadada. Yo procuraba coincidir a tomar café con ella controlando los horarios y uno de esos días intercambiamos lo emails y eso sirvió para el comienzo de una serie de envíos y reenvíos de las múltiples tontaditas graciosas que circulan por la red. Una de ellas eran unos animalitos en posturas graciosas y al enviarlo, puse una nota diciendo:
– Para que aprendas nuevas posturas.
Ella contestó que debía tener cara de panoli porque mucha gente le enviaba mensajes como esos. Yo le contesté:
– De panoli nada, estos emails te los mandamos los que queremos hacerte proposiciones deshonestas y no sabemos como empezar.
Ella me contestó con un mensaje gracioso y largo de su propia cosecha. Y yo de nuevo le contesté, aprovechando que ella me había dicho que estaba intentando dejar de fumar:
– ¿Te has fijado que no fumar estimula tu creatividad? Si lo aplicas a más cosas, los resultados pueden ser sorprendentes.
– No te cortes – me contestó – Eso lo dices porque no me conoces en otros ambientes. Esos resultados sí que serían sorprendentes.
– Yo creo que no hay nada que me guste más que sorprenderme – repliqué.
Las cosas seguían así, tontos, indirectas, pero cada día que pasaba me costaba más sacármela de la cabeza. Cuando baje a tomar un café no la vi, ni tampoco estaba fumando, como solía, hacerlo en el portal del edificio. Así que le escribí:
– Ya no fumas en la puerta… ¿has encontrado algún lugar secreto?
– Sí, ¿como lo sabes?- me contestó ella al rato.
– ¿Así que hay sitios secretos? – insistí.
– Por supuesto, todo edificio lo tiene – contestó – Lo malo es que el primer día me quedé encerrada.
– Pues me tienes que enseñar el sitio aunque exista el riesgo de quedarse encerrado, pero el caramelo lo pongo yo – dije sabiendo que los dobles sentidos empezaban a ser un poco gruesos.
– Estás jugando con fuego – dijo – ¿Y si te quemas?

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Este último mensaje lo interpreté como un rechazo. Me quedé pensativo durante unos minutos. No sabía si seguir o dar marcha atrás pero opté por contestar con otra pregunta:
– Los que fumáis ya sabéis de estos riesgos. ¿Te has quemado alguna vez antes?
– No, ¿y tú?
– Tampoco.
– ¿Estás seguro? – insistió.
– Te digo la verdad – contesté mientras mis dedos iban frenéticos sobre el teclado y los latidos del corazón también y añadí – ¿Me enseñas el sitio secreto?
– ¿Cuando? – dijo – ¿Ahora? Pero el sitio no te lo puedo enseñar porque es la escalera de incendios.
Dos minutos más tarde llamaban a la puerta de mi despacho. Hacía tiempo, mucho tiempo que no estaba tan nervioso. Me levanté y me dirigí hacia la misma, la abrí y entró ella con la mirada baja. Cerré la puerta tras ella.
– No sé que estoy haciendo aquí – dijo.
No la dejé continuar, le cogí suavemente la cara y la besé en los labios. Un primer beso corto y tierno y un segundo largo e intenso. Nos abrazamos y seguimos besándonos durante varios minutos. Nuestras lenguas jugaban entre sí y nuestros labios se apretaban con pasión. Yo le acariciaba la espalda a través de su ropa y la apretaba contra mí. Durante un largo rato estuvimos besándonos y abrazándonos como si hiciera años que no lo hacíamos pero al rato, incómodos por el lugar en el que estábamos, nos separamos quedando para el próximo día.
Durante los días siguientes tuvimos multitud de encuentros en mi despacho, pero nos daba la sensación de que no sabíamos como seguir. La oportunidad se produjo unos días más tarde.
Ella tenía que ir a una población cercana por temas de trabajo y yo podía organizar mi trabajo para coincidir con ella allí. A media mañana habríamos terminado con nuestros respectivos compromisos y podríamos buscar un hotel. Dispondríamos hasta media tarde, momento en el que deberíamos volver a nuestras respectivas casas. Dejamos nuestros sentimientos de culpabilidad atrás. A la una del mediodía nos juntamos, libres ya de toda ocupación. En el coche nos fundimos en un beso y acudimos hasta el hotel del pueblo.
La habitación estaba muy bien decorada con muebles antiguos y el ambiente era cálido en todos los sentidos pues la calefacción cumplía con su papel manteniendo la alcoba en una temperatura muy agradable. Ella dejó el bolso, yo el teléfono móvil, nos acercamos, nos abrazamos y nos besamos. Me miró a los ojos y me dijo:

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– ¿No hay demasiada luz?
Me separé de ella, encendí la luz de una lámpara alejada de la gran cama y apagué las de las mesillas. La habitación quedó en penumbra.
– Así mucho mejor, soy un poco vergonzosa – me dijo acercándose a mí y añadiendo – Deja que te quite esto.
Me quitó la corbata y la americana, continuó con la camisa y me la desabrochó entera. Me la quité y me dispuse a descubrir su cuerpo. Estaba muy nervioso, histérico, ella era preciosa y me estaba mirando con unos ojitos que, en ese momento, hubiera querido sujetar ese instante para toda la eternidad. Llevaba un vestido de una pieza y tuvo que ayudarme a quitárselo, las medias también. Solo la cubría un conjunto de tanga y sujetador de color claro que contrastaba con su bonita piel morena. Se sentó en el borde de la cama junto a mí, me desabrochó los pantalones y me los quitó.
No sé si en ese momento ella pensaba en seguir con mi ropa interior pero, creo que si lo hacía no iba a poder aguantarme así que, antes de que continuara, me recosté suavemente junto a ella y la abracé. Nos abrazamos y besamos durante algunos minutos y, jugueteando, le desabroché el sujetador. Ella me ayudó a quitárselo y quedaron al descubierto dos pechos preciosos, de tamaño medio pero duros. Los miraba a la vez que los acariciaba suavemente con la punta de las yemas de mis dedos de la mano derecha. Ella se me abrazó rápidamente.
– No me mires, me da mucha vergüenza – dijo poniendo voz de niña.
Los siguientes minutos fueron muy intensos, ella cerró los ojos y comenzó a jadear muy bajito. La abracé por detrás y la comencé a besar en el cuello muy suavemente.
Tras unos minutos de estar en esta maravillosa posición moví la pelvis y a pasear mi sexo por el suyo. Ella en ese momento metió la mano entre sus piernas, cogió mi polla y apuntó con ella hacia su interior. Yo me limité a hacer un suave movimiento y entré hasta dentro. Los dos suspiramos y comenzamos a movernos suave y rítmicamente. Mi sexo entraba y salía y un millar de sensaciones me recorrían todo el cuerpo. Poco a poco iba subiendo de intensidad y veía venir el final que se acercaba intensa e inexorablemente. Algunas contracciones, una intensa sensación de que ríos de líquidos circulaban por mi interior y me separé de ella.

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La giré mirando hacia arriba y me puse sobre ella. Quería, necesitaba verle la cara. La penetré otra vez de frente. Poco a poco, a veces hasta el fondo y otras veces solo hasta el principio de su cueva. La besaba y ella me besaba. Pronto puse sus piernas sobre mis hombros, ella cerró los ojos y sonrió. Comenzamos los dos a movernos despacito, en círculos, adentro y afuera. Ella seguía sonriendo con los ojos cerrados y empezó a jadear muy silenciosamente, cada vez con más intensidad y nuevamente explotó en un orgasmo. Nos volvimos a quedar en silencio hasta que, al rato, abrió los ojos y me dijo:
– Te llevo dos de ventaja.
– Llévame los que quieras – contesté sonriendo.
Entonces comenzó a besarme en el cuello y a lamerme los hombros y el pecho. Al final se puso entre mis piernas de rodillas y me miró sonriendo juguetonamente. Se agachó y comenzó a lamerme por entre mis piernas, mis testículos, otra vez mis piernas y luego se situó frente a mi polla y la besó. Movía la boca con una maestría indudable, sentía todo y más, sus dientes, su lengua, sus labios, su aliento cálido. Las yemas de sus dedos acariciando alrededor. Su ritmo, la visión de su cuerpo desnudo concentrado en mi sexo. Volví a sentir que algo venía, todo venía, tensé las piernas, los brazos, la espalda, cerré los ojos, tenía que avisarla.
– Me voy a correr – susurré.
Ella retiró su boca en el último momento en el que yo esparcía por alrededor todo mi semen en violentas contracciones, pero no retiraba sus manos en un ligero movimiento acompasado con mi violento orgasmo. No sé exactamente que pasó después, solo sé que volvíamos a estar abrazados tiernamente y que el tiempo parecía haberse detenido. Comencé a recorrer su cuerpo con mis dedos, sus pechos, sus brazos, su vientre y cuando me acerqué a su sexo ella se contrajo levemente y cerró los ojos. Seguí acariciándola y metí mis dedos en su sexo. Estaba completamente mojada. Se abrazó fuertemente a mí. Como pude, debido a la postura, continué acariciando su sexo con mi mano derecha. Ella se apretaba a mí con fuerza y volvía a comenzar a jadear, ahora de una forma más abierta. Se movía al mismo ritmo que yo la acariciaba y poco a poco fue subiendo de intensidad hasta que comenzó a correrse nuevamente con fuertes movimientos de pelvis y jadeos, luego me apartó la mano y se quedó relajada.

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Al tranquilizarse la besé tiernamente. Había sido uno de esos momentos que uno no podrá olvidar nunca. Al rato nos duchamos, nos vestimos y nos fuimos a nuestra ciudad y a nuestras casas. Hemos seguido teniendo encuentros pero eso son otras historias.
Besos, Charo.

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