Relato erótico

El marido, de mi amiga

Charo
6 de enero del 2020

Su amiga se casó y en el fondo tenia celos. Su marido era muy atractivo, bien situado y sabía que no eran la pareja ideal. Se conocían desde la universidad y él, siempre había sido un tío muy golfo y cachondo. En cambio, su amiga, era una chica convencional y un poco “muermo”.

Isabel – Torremolinos
Éramos amigas y cuando Macarena se casó con Enrique, a pesar de que me alegré por ella, me entraron celos. No es que yo estuviera enamorada de él, sino porque me pareció que no eran la pareja ideal.
Mi amiga siempre ha sido un poco monjita, muy formal y responsable. Él, que era el mejor deportista de la Universidad y estaba como un queso, era un juerguista de tomo y lomo, además de un partidazo, ya que era de una buena familia. Pero la vida es así y al final, todos esos cachondos que parecen comerse el mundo, terminan buscando como mujercita a la más pardilla.
Se vinieron a vivir muy cerca de mi casa. En el mismo bloque de apartamentos y nos veíamos mucho. No era raro que coincidiéramos en la piscina de la comunidad y a mí me encantaba ver la cara de vicioso que se le ponía a Enrique, cuando yo me quitaba la parte de arriba del biquini y me ponía a tomar el sol en tetas.
El muy cerdo, en más de una ocasión, se había ofrecido a ponerme crema y había aprovechado para sobarme hasta los pezones. Y con su mujer a un par de metros de distancia. Alguna vez, aprovechando las circunstancias, le comenté festiva a Enrique que se debía haber casado conmigo la y no con el “muermo” de Macarena.
Un sábado por la tarde, justo después de vernos en la piscina –donde me había enterado de que Macarena iba a salir a visitar a su madre y no volvería hasta el día siguiente-, marqué el teléfono de Enrique.
-¿Qué haces?
-Nada, estaba aquí, aburrido, viendo la tele.
Tragué saliva y por decir algo, le comenté que debía tener una pequeña avería en el baño y que necesitaba un fontanero.
-Si esperas un momento, busco en Internet un teléfono-, comentó el muy pardillo.
-No hombre, no creo que haga falta. Si tienes ahí una llave inglesa, basta. Creo que será suficiente con ajustar un par de tubos.

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No tenía avería ni nada por el estilo, pero la excusa pareció funcionar, porque Enrique se ofreció a subir a arreglarme el “problema de fontanería”.
-Pues sube cuando quieras- le dije.
-En cinco minutos.
Dejé la puerta abierta, aunque arrimada y a toda prisa preparé el escenario. Lo que yo necesitaba era un buen trabajo de fontanería, pero de esos en que te dan la leche caliente y en cañería.
A los pocos minutos, Enrique estaba delante de la puerta. Tocó el timbre y sin esperar respuesta, empujó. Entró y cerró tras de sí.
Yo no podía verlo, porque estaba en el dormitorio, pero me lo imaginé con la llave inglesa en la mano y tratando escuchar ruido de agua.
-¡Hola! ¡Hola!
Desde el cuarto, tumbada en la cama, contesté:
-Estoy en el dormitorio… acércate.
Enrique avanzó hacia el lugar de donde provenía mi voz, abrió la puerta y lo que vio lo dejó sin habla.
Yo estaba echada, metida en un albornoz porque me acaba de duchar. Desde el dintel, Enrique alucinaba. Se quedó paralizado y casi de inmediato se empalmó como un toro. El muy bobo, seguía allí, con la llave inglesa y pensé que no se iba a decidir nunca.
Enrique acércate, ya casi tengo controlado este problema de fontanería pero creo que me va a hacer falta un poco de tubo…
El muy guarro soltó la herramienta, se arrimó a la cama y tiró del albornoz. Al verme en cueros, dio un silbidito.
-Mírala que buena está y que ganitas tiene.
Se desabrochó el pantalón, se bajó los calzoncillos y exclamó:
-¡Aquí está el tubo!
Me agarró por la nuca y me puso la polla junto a la cara.
-¡Hala putilla! A mamar un ratito.
Comencé a lamerle los huevos, muy despacio y poco a poco fui subiendo por su tiesa polla, hasta llegar al capullo, que chupé en círculo.
Me la encajó en la boca, diciendo que le gustaba más tenerla dentro y me daba cachetes para que moviera la cabeza arriba y abajo como una posesa.

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Yo no quería que se me corriera en la boca y me dejara a medias, así que me lo quite de encima y le dije muy cachonda:
-De tubo andas bien servido, pero aquí has venido a repararme la fontanería, así que para que me vas a llenar la boca de leche.
Me tiré hacia atrás en la cama y me abrí completamente de piernas. Enrique se acabó de desnudar y se abalanzo sobre mi chocho y empezó a comérselo.
Era un fenómeno. Me folló con la lengua, me metió dedos en el coño, mientras me sorbía el clítoris, me trabajó el trasero y hubo momentos en que me metía un dedo en el conejo, otro en el culo y encima me retorcía un pezón.
La polla de Enrique estaba de nuevo dura como una piedra y ya tenía ganas de sentirla dentro del coño, porque vergas de ese tamaño no suelen ser corrientes.
Se lo dije, pero quería hacerme suplicar y lo consiguió. Le cogí la cabeza y tiré de ella hacia arriba, acercándomela a las tetas. Enrique lamió, me mordisqueó con fuerza los grandes pezones, me comió la boca y cuando consideró que estaba a punto, con una puntería digna de campeón de tiro de pichón, me la coló en el coñito.
Una vez situado, movió las caderas para endiñármela hasta los mismísimos huevos. Yo chillaba de placer y me aferraba a su culo, marcándole el ritmo de las embestidas, tirando hacia mí y clavándole las uñas.
Enrique estaba pletórico y bombeó hasta que me corrí como una guarra, en medio de gritos y profundos gemidos. Cuando todavía me palpitaba el chochete del orgasmo, me la sacó, me dio la vuelta, me puso a cuatro patas y me la metió de nuevo. Tenía tan encharcado el coño, que a cada embestida, hacía chop-chop.
Él, todavía no se había corrido. Se aguantaba y pronto descubrí la razón. Quería algo más duro, más guarro y que me dejase un imborrable recuerdo.
Comenzó el muy gañan diciendo que le gustaría “algo más apretado”
-¿Cómo qué?
-¡Que va a ser! ¡El culo!
Le dije que era virgen por atrás y que me iba a hacer daño, pero ni por esas. Me separó las nalgas con las manos y comenzó a lamerme el ojete, primero lentamente, luego más rápido, y yo me relajé y comencé a calentarme de verdad y dar gemiditos.
Noté que la lengua de Enrique comenzaba a superar las resistencias. Él también se dio cuenta, porque era un profesional, así que dejó la guarrería que estaba haciendo y se tumbó en la cama.
Me cogió en volandas y me hizo sentarme encima y meterme la polla en el coño. Yo estaba en cuclillas, mirando hacia sus pies e imagino que me veía todo.
Le di unas buenas bombeadas, subiendo y bajando durante un rato, pero eso no era lo que quería Enrique. El buscaba lo que buscaba. Se mojó los dedos en saliva y aprovechando que me tenía empalada, me metió uno en el culo. Al sentirlo, aceleré el ritmo de la cabalgada.

el marido e mi

Al poco rato, Enrique frenó, me levantó un poquito a pulso, extrajo su polla de mi chochito y me dijo:
-Ahora te voy a poner la punta en el culo y te la vas metiendo despacito.
Supliqué, para parecer una chica decente, pero me moría de ganas.
Mi culo estaba muy bien lubricado y el capullo de Enrique entró al momento. Solté un quejido y me quedé muy quieta. Y cuando vi que él sudaba de pura gana, empecé a menear el trasero y a meterme la polla. Sólo los cinco primeros centímetros, que metía y sacaba, muy despacito.
Mis gemiditos ya no eran de dolor. Ni siquiera de susto. Y a medida que aumentaba la velocidad, el recorrido por la polla de Enrique era cada vez más largo. El muy guarro flipaba, viendo mi apetecible culito con su apretada polla dentro y flipó más cuando me dejé caer y me la encalomé hasta la raíz.
Quedé sentada encima de Enrique, empalada por el trasero, sintiendo un gusto como para mearme y con la mano derecha empecé a frotarme el clítoris, al tiempo que cabalgaba.
Como un loca y hasta que el guarrete me mandó parar, la sacó, me puso de nuevo a cuatro patas, se colocó detrás y se me la endiño de nuevo. Sobra decir, que esta vez entró sola, y que Enrique, que estaba a punto de reventar, me follaba el culo como una máquina.
Me llenó el trasero de semen y antes de irse, se la mamé, hasta que no quedaba nada para chupar. Mi problema de fontanería era de difícil solución, por lo que el machote de Enrique volvió muchas veces a ver si lo arreglaba. Y Macarena, la pobrecita, sigue a dos velas.
Besos para todos.

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