Relato erótico
El tren de la pasión
Tenía que ir a Bilbao por temas profesionales y cogió un billete en uno de los que tienen cabinas para pasar la noche. Llego la hora de cenar pero el vagón restaurante estaba lleno. El encargado le dijo si quería compartir mesa con tres mujeres que estaban cenando. Aceptó.
Jordi – Barcelona
Bajé del taxi precipitadamente, con la bolsa en la mano, corría hacia el vestíbulo de la estación. El tren salía de Barcelona en cinco minutos y todavía tenía que sacar el billete. Iba enviado por la empresa y compré a toda prisa “Gran Clase” con destino a Bilbao, que es lo que equivalente a lo que antes llamaban “coche cama”: una litera, un cuarto de baño con ducha minúscula y derecho a cena y desayuno en el vagón restaurante.
El revisor me indicó mi departamento y me dijo que me tocaba primer turno de cena. Le di una propina y me dejo instalado; entonces respire, menos mal que al final salió la cosa bien pensé para mis adentros.
Eran las ocho de la noche y el tren arrancó puntual. A la media hora, me dirigí hacia el vagón restaurante.
Estaban ocupadas todas las mesas, pero el camarero me sugirió la idea de compartir una, con tres señoras muy elegantes. La alternativa era esperar como un pasmarote, así que asentí. En la mesa estaban las tres mujeres, muy animadas, charlando y pusieron hasta buena cara al verme. Dos eran cuarentonas y la otra, que parecía la más potentada, era algo mayor. Yo pedí jamón y queso, una tortilla francesa y después fruta y para beber un rioja tinto.
La señora mayor empezó a preguntarme. Le dije que iba a Bilbao por un asunto de negocios ella y me explicó que ellas iban al mismo destino. Cada una a sus cosas, pero las tres a visitar parientes, pasar unos días y distraerse.
La tercera no hablaba apenas y parecía un poco nerviosa. Era la más mona, con diferencia y cuando le pregunte, me dijo que primero se quedaría en Bilbao un solo día. Después, un primo suyo tenía que recogerla y se iba a París. Por la cara que pusieron las otras dos, lo del “primo” me sonó raro. Como a lío guarrete. Y más, cuando añadió:
-Me he divorciado hace unos días”.
Las invite a una copa, aceptaron y estuvimos charlando hasta que nos indicaron, muy cortésmente, que debían preparar las mesas para el segundo turno.
Nos dirigimos cada uno a nuestra cabina. La mayor y la otra, se quedaron en el contiguo. La buenorra divorciada tenía su litera en el mío y seguimos juntos.
Pasó delante de mí y caminaba moviendo su cuerpo al compás del vaivén del tren. Llevaba unos zapatos de tacón alto, una falda tubo y una blusa que le marcaba las tetas. Tenía un culo redondo y unas piernas largas, con unos muslos que hacía que los hombres se volvieran para mirarla. Los labios y en eso me había fijado en el restaurante, eran gordos y pintados de un color rojo, de esos que invitan al mordisco e imaginas chupando una polla, cuando te pajeas en la cama.
La verdad es que la perspectiva de pelármela, para conciliar el sueño como me ocurría en los hoteles en casi todos los viajes, no me apetecía mucho.
Al llegar a mi destino, comencé a despedirme, pero de pronto, la invite a pasar.
-Aunque hemos bebido bastante, podríamos tomar otra copa aquí. Tengo unos botellines de whisky…
Ella pareció algo sorprendida y yo me lancé. Me incliné y planté mis labios sobre los suyos. Dudó, pero no los rechazó y nuestras lenguas se juntaron. Entramos y nos sentamos encima de la cama, que el encargado dejo preparada.
Yo no podía más. Empecé a meterle mano y a besarla y ella se dejaba. Le desabotoné la blusa y aparecieron unas tetas grandes, riquísimas. Las llevaba comprimidas dentro de un sujetador, de esos que se abren por delante. Hice clic y las tetas salieron de su escondite y cayeron contra mi cara. Empecé a chuparlas y la muy guarrona no dejaba de gemir de placer. Se veía a la legua que hacía meses que no había saboreado los placeres de la carne. Yo estaba empalmado, con la polla tiesa como un garrote y ella lo notaba.
Se separó de mí, se sacó la falda y se quedó en bragas, con las tetas al aire, bamboleándose muy apetecibles.
Yo me bajé los pantalones y me quite toda la ropa, excepto los calzoncillos. Al verme de esa guisa y con un bulto tan enorme, se arrodilló y bajándome los calzoncillos saco mi polla, que estaba a punto de reventar por la excitación, y se la introdujo en su boquita de mamona.
Yo de pie, viéndola desde arriba como se introducía toda mi verga. Y ella la sacaba y la metía, chupándomela con sus labios rojos como una fresa.
Estaba muy caliente y le dije que me iba a correr. No se la sacó. Dio un gruñidito y masculló:
-Pues venga… dame lechecita…
Apretó más los labios, formando un tubo con su boca y descargué dentro todo el semen que tenía acumulado en mis huevos.
No dejo ni una gota. Se había quedado con las ganas y seguía en bragas. Empezó a tocarse el chumino, metiendo la mano por dentro, para excitarme, pero yo ya había gozado y le propuse “refrescarnos” en la minúscula ducha.
Me miró casi con pena y se metió primero. Yo intenté colarme detrás, pero fue imposible. Salió duchada y se sentó en un lado de la cama, cubierta con un albornoz propiedad de RENFE.
Entré y también me duché. Al sentir el agua caliente de la ducha y al verla a ella sentada y con las piernas cruzadas, mi polla empezó otra vez a ponerse tiesa. Salí y sin secarme la tumbe en la cama y le abrí el albornoz.
Decidí que la señora merecía un trabajo y que debía andar con muchas ganas, así que no sería complicado hacerla gozar.
Como bien había imaginado, siendo divorciada reciente, llevaba muchos años sin que le comieran el coño y por eso se quedó tan extasiada cuando comencé a darle besitos en las piernas, a tocarle el clítoris y subir mi lengua hacia su rajita. Sus “rajitas”, porque también la trabajé un poquito el trasero, para ver si era de las que se chiflan por una buena sesión de sodomía.
Empecé a besarle la planta de los pies y a pasarle la lengua dándole pequeños mordiscos. Chupándole los dedos, fui subiendo por la pierna pasándole la lengua como si fuera un caramelo ella gemía y me decía que no parase.
Llegué al conejito, bien grande y muy rico. Lo tenía húmedo y estaba delicioso. No paré hasta que llegó al orgasmo.
Mi polla estaba a punto de estallar y ella me la cogió con la mano y se la volvió a meter en la boca, chupándomela con verdadera pasión. Le dije que era muy buena mamando y comentó que su marido era lo único que le había hecho hacer en los últimos cinco años.
Le dije que entonces había que follarla por su delicioso coño y quizá por otros lados. No sé si captó esto último.
Ella, sin soltarla de la mano, me plasmó un beso en la boca y se introdujo mi verga en su chocho. Empezó a hacer unas contracciones en su coño y a gritar como si la estuvieran matando, lo que me dio un placer nunca experimentado. Nos corrimos juntos. El vaivén del tren nos adormeció y despertemos en Bilbao.
Ella comentó que tenía que salir corriendo, para que las otras no notaran que había estado haciendo “cochinaditas”, pero antes de dejarla salir hacia el restaurante, la puse a cuatro patas y la follé por el culo.
No había probado nunca eso y para que se corriera, tuve que pajearla mientras le daba pollazos, pero disfrutamos y mucho.
Fue unos de los mejores viajes en tren que he hecho.
Saludos.