Relato erótico
Negro y con un pollón que…
Reconoce que se ha follado a muchos hombres y que ha conocido pollas de todos los tamaños pero, el pollón, del negro que le hacia la reforma de su casa fue como una alucinación.
Regina – Almería
Soy Regina y en la actualidad tengo 31 años. Siempre fui muy rebelde e independiente, por lo que con veintipocos años ya estaba fuera de casa viviendo sola e independiente. Como podréis comprender, a esas edades y liberada del yugo paterno, me harte de follar cuanto y con quien se me antojo. Es decir, que a mis treinta y pocos he tenido tantas o más experiencias que mujeres mucho más mayores que yo.
Físicamente, no soy ninguna maravilla. Mido unos 1.55 y peso unos 65 kg., sobrepeso que se me acumula en las tetas (uso una 95) y en mi poderoso trasero. Como veis no soy ninguna top modelo, aunque el éxito que siempre he provocado en los hombres me induce a pensar que los gustos de estos a la hora de ligar son bastantes diferentes a los establecidos en las revistas de moda. También ayudan mi melena pelirroja y mi pecosa carita, rematada en una boquita fina y aniñada.
Hace unos años saque una oposición en Correos y, con la tranquilidad que da un sueldo fijo, me compre un pisito pequeño en el barrio de San Blas. Me salió barato, aunque me tocaba hacer varias reformas importantes, así que contrate a una cuadrilla de obreros extranjeros que solían ir bastante por el barrio. Tras unos meses, el piso ya estaba habitable así que decidí volver a mi vida diaria allí a pesar de que quedaban todavía algunos pequeños toques por hacer.
Un día, al volver de un día de curro particularmente fatigoso, me encontré allí al jefe de la cuadrilla, José (se hacía llamar así porque decía que su nombra era muy complicado) un negrazo de unos 40 años, fornido y de espaldas anchas, que estaba rematando la silicona de las ventanas. Habíamos hablado un poco antes, y aunque no era lo que podemos llamar atractivo, si era en cambio muy meloso en el trato. Una de esas personas con la que te enfadas y al final tienes que pedirle perdón. Nos saludamos y tras intercambiar algunas palabras sobre nuestros trabajos y un cigarrillo, me dijo que siguiera con lo mío, como si él no estuviese. Yo estaba rendida, y solo me apetecía ducharme y echarme la siesta.
Cuando ya llevaba unos minutos en la ducha y mis músculos se habían relajado con el agua caliente me di cuenta que la puerta del baño estaba entreabierta. No logre saber nunca si José la abrió desde fuera o bien yo, fortuitamente, la había dejado así, pero lo cierto es que tras unos instantes de corte, el hecho de sentirme observada por un desconocido me puso muy cachonda, así que decidí seguir con el posible juego. Empecé a enjabonar mis tetas y a darme masajes circulares por todo su contorno, haciéndolas oscilar de una lado para otro hasta que mis pequeños pezones se pusieron duros, a pasarme la mano lentamente por entre los cachetes de mi culo dando la espalda a esa puerta donde era posible que él me observara. Tras un rato con este tratamiento, y más caliente que un horno encendido, me enrolle con una toalla y salí al salón donde José seguía con su labor. Fue una pequeña decepción, y lo cierto es que me sentí hasta un poco avergonzada por mi actitud, así que sin decirle nada me fui hacia mi habitación en silencio.
Tengo el sueño pesado y cuando me hecho la siesta soy como un lirón, así que me desperté unas dos horas después con los sonidos de la calle que entraban por la ventana medio cerrada por la persiana. Mi cuerpo desnudo estaba bañado en sudor por el calor del verano, pero lo que verdaderamente tenia caliente era el coño. El jueguecito de antes me había enardecido de tal manera que aun tenía ganas. Sin pensarlo, y todavía somnolienta, doble mis piernas y hundí mis dedos en la humedad, cerrando los ojos y pensando en lo que podía haber sido mientras acariciaba mi clítoris circularmente.
Habían transcurrido un par de minutos, cuando entre mis gemidos note otro, apenas audible y más grave. Abrí los ojos y mire hacia la esquina del cuarto que permanecía en penumbra. Entonces le vi sentado en ángulo más oscuro de la habitación, totalmente desnudo y pajeándose lentamente mientras me miraba.
Fueron unos segundos de un silencio tenso, que él rompió:
-“Bueno, por fin. Pensé que no ibas a despertar nunca. Me parece que estas buscando una buena ración de polla. Créeme si te digo que hacía años que no encontraba una mujer tan caliente como tú”
Se levanto y se acercó hacia la cama. Entonces pude verle en la penumbra. No era ni mucho menos un Adonis: ya he dicho que su complexión era fuerte, pero además gastaba barriguita y tenia vello prácticamente en todo su cuerpo, pero lo que más me asombro fue la herramienta que se gastaba. Entre una espesa mata de pelo negro y rizado se erguía un pollón que fácilmente pasaría de los veinte centímetros y parecía ser ancha como mi antebrazo, gorda y recta como una morcilla, además, al tenerla circuncidada remataba en un capullón de color morado.
Yo, sin dejar de masturbarme y mirándole, me incorpore de rodillas, apoyándome en mis talones.
-“Vamos, tócala. Hace un rato parecías una perra en celo sobándote en la ducha. Seguro que una golfa como tú las habrá probado de todos los colores. Pero créeme, vas a disfrutar como nunca”.
Retire mis manos de mi entrepierna y empecé a abarcarla. Mi mano apenas conseguía cerrarse sobre el ella, escupí en la palma y empecé a masajearla de arriba a abajo. La piel de su tronco estaba tensa por la excitación, su tacto era terso y las ganas de engullirla iban poco a poco apoderándose de mí. Su mano también buscó en mis intimidades, reanudando el trabajo que yo había interrumpido. Seguimos en aquella tarea, hasta que, cuando su dedo corazón entraba y salía de mi vagina, me corrí aferrada a su estomago entre gemidos. Él, en cambio, aun no lo había hecho, y, a su tamaño, parecía añadir también la cualidad de la resistencia. Aquello no paraba de hincharse y de rezumar baba en que se deslizaba por el canto de mi mano.
Cuando recupere mi conciencia tras el orgasmo me empujó sobre la cama, y me preguntó, mientras seguía acariciándosela, si tomaba algo. Le dije que no se preocupara, que tomaba pastillas. Se arrodilló entre mis piernas cogiéndomelas en sus brazos y se dispuso a penetrarme. Me incorpore sobre los codos para ver ese momento, pues es algo que me pone particularmente excitada. Cuando note la punta de su glande en mis labios vaginales, le advertí.
-“Ten cuidado, nunca me han metido una tan grande”.
Él, por toda respuesta, dio un empellón de caderas que hizo que me tragara todo su capullo. Dí un chillido agudo por el dolor, y él paró momentáneamente para que distendiera lo suficiente. Cerrando los ojos me tumbe, disfrutando de aquella sensación de plenitud. Comenzó entonces a moverse. Tras cuatro o cinco acometidas alojo todo su tronco en mi interior, notando yo, no solo la máxima distensión de mi coño, sino también sus golpes en los límites de mi coño.
Gruñía y gemía mientras su culo bombeaba entre mis piernas. Hubo un momento en que mis piernas, insensibilizadas e inertes como las de una marioneta, se agitaban desmadejadas. En un momento dado, y parando un segundo, se las subió a sus hombros y se inclino aun más sobre mí, haciendo más profunda si cabe su penetración. Acelero su ritmo, mientras mis gemidos iban in crescendo y mis manos se aferraban a las sabanas buscando asidero, mis tetas botaban sin control y yo boqueaba con el aliento perdido.
Orgasmé de nuevo, mientras él seguía con su ritmo incansable y regular. En aquel momento, sin avisar, salió de mi interior. Mis piernas completamente entumecidas cayeron a plomo sobre la cama, y se sentó a horcajadas sobre mi estomago.
-“Vamos acábala tú. Ya tendremos tiempo de correrme en tu coño”.
Situó su polla entre mis tetas y comenzó a amasarlas, masturbándose con ellas mientras yo sentía el roce de su vello sobre mi cuerpo. Cuando los últimos latidos de mi orgasmo cesaron seguí con la maniobra. Me pareció notar su polla aun más grande que antes, asombrándome de cómo había logrado meterla en mi coño. Estaba empapada: el sudor, su flujo y el mío, habían convertido mis tetas en un conducto engrasado por donde su pollón se movía sin descanso.
Él entonces comenzó a gemir como un animal, me desmonto y me cogió de la melena, haciéndome tumbar de lado. Enseguida, y sin pensárselo dos veces me metió toda su polla en la boca. Yo no la contenía, y parecía que me iba a desencajar la mandíbula, ya que cada vez me arremetía con más fuerza y hacia más adentro. Intente abrir la boca cuanto pude, ya que presentía que estaba a punto de correrse, pero era demasiada carne y no podía respirar.
-“Ahora. Vamos, trágatelo”
Con todo su rabo dentro de mi garganta empezó a correrse. Estuvo como treinta segundos soltando leche como si se meara. Al final, estaba toda roja del sofoco ya que no podía ni tragarla. Forcejee para que me soltara, y cuando al final accedió, me puse a vomitar semen en la cama, tosiendo y escupiendo los grumos que se quedaban en mis dientes.
Fue sin duda la experiencia más al límite que he tenido. Al día siguiente no pude ni ir a currar porque aun me dolía el coño y no podía ni levantarme. Desde aquel día me he convertido no solo en la putita de José, sino en la de toda su cuadrilla, lo que me ha proporcionado muchísimas días de placer como este.
Un beso a todos.