Relato erótico

Taxi al “cielo”

Charo
28 de diciembre del 2019

Hacia calor, salía cansada de trabajar y su novio la había dejado. Subió al taxi y empezó a hablar con el conductor. Una cosa llevó a la otra y al final, dos cuerpos necesitados se sexo se consolaron.

Rosa H. – MADRID
Hola, mi nombre es Rosa. Tengo 30 años y vivo en la zona norte de la ciudad de Madrid, pero trabajo en un despacho de abogados por la zona sur de la ciudad y ahora voy a contar una experiencia que me sucedió hace unos meses y que la verdad aún no me había atrevido a contar, pero una amiga me hizo comprender que sería sensacional que todos la conocieran sin conocerme a mí, y por lo tanto avergonzarme por ello.
Era el mes de mayo y es cuando aprovecho para lucir mis mejores minifaldas y mis mejores blusitas para lucir mi cuerpo. Mido 1,73, cabello negro largo rizado, ojos negros grandes, labios medianos pero muy carnosos y mis medidas son 93-64-95. Ese día me puse una minifalda roja estampada de tela delgada, hasta la mitad del muslo que va anudada a la cintura, y una blusa corta blanca pegada, escotada de los hombros y unas zapatillas altas. Salí de trabajar a eso de las 9 y media de la noche y no pasaba el autobús que me llevaba al metro más cercano, así que tomé un taxi a eso de las 10 de la noche, pues estaba muy cansada y quería llegar rápido a la casa. El conductor era un hombre de alrededor de 58 años y era todo amabilidad.
Comenzamos el trayecto y la verdad no me interesaba conversar con el conductor, pero para no parecer maleducada acepté la conversación que me hacía el señor, así que crucé la pierna y me dispuse a un largo viaje conversando de trivialidades de la vida. La conversación comenzó con el clásico dónde trabaja yo, qué hacía y cómo me llamaba. Mi conductor, según me contó, era viudo y padre de familia de 3 hijos con los que vivía solo para ellos. De vez en cuando sentía que él me miraba por el retrovisor pero no le presté atención. La verdad es que aquella minifalda siempre se me subía al sentarme y no reparé en ello.
Me dijo que su mujer murió hace tres años y desde entonces él se dedicaba en cuerpo y alma a mantener a sus hijos montado en aquel taxi. Ninguna ilusión cabía en él, mucho menos la de tener una mujer a su lado pues ni tiempo tenía.
– No se preocupe – le dije – yo tampoco tengo novio desde hace un tiempo y no me quejo.
– No es posible señorita, si usted es muy guapa.
– ¿En verdad se le parece?
– Sí, sus ojos son muy bellos.
– ¿Nada más mis ojos?
– Bueno tiene usted una figura muy atractiva.
La verdad me hizo gracia que me lo dijera, y lo analicé para poder corresponder a su amabilidad. En verdad sus brazos eran muy fuertes y sus manos grandes. Así que se lo dije, añadiendo:
– ¿Y era bonita su mujer?

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– Sí, mucho.
Me contó que su mujer había sido muy hermosa y que en su juventud había tenido las piernas muy bonitas.
– ¿Tan hermosas como las mías? – pregunté vanidosa.
– Sí, tanto como las suyas.
– ¿En verdad le parecen?
– Sí, muy hermosas y suaves.
– ¿Cómo sabe que son suaves? – me reí y le pregunté.
– Bueno lo supongo.
Entonces se mantuvo en silencio por un rato. El calor era insoportable y la frase de ser más joven me hizo pensar en que tenía tiempo de ser acariciada y que estaba desaprovechando mi juventud. La verdad es que no sé por qué me vino esta idea a la cabeza.
– De la vuelta en aquella calle y siga hasta el final.
– ¿Está segura señorita? está muy oscura y nos puede pasar algo.
– ¿Qué nos puede pasar… de qué tiene miedo?
Al llegar al final de la calle, paró el taxi y yo pasé delante, le cogí una mano y la puse en mis rodillas.
– Acarícieme las piernas, si tan hermosas le parecen.
– ¿Pero, señorita…? – exclamó – Usted tiene la edad de mi hija.
– Pues seas amable, papá – dije riendo.
Lo ceñí con mis brazos su cuello, tomé su mano y la guié a través de mi muslo derecho. El, con dulzura, sobó mi muslo y hundió sus dedos en mí. Sus manos estaban frías del nerviosismo y refrescaban mi piel. Volví a abrazarlo y ahora él hizo el trabajo. Su mano desapareció debajo de mi falda. Se excitó tanto que cerró los ojos y aproveché para lamerle los labios y meterle mi lengua en su boca. Él me besaba furtivamente y metía ahora sus dos manos debajo de mi falda, colocándolas entre mis piernas con tal maestría que comenzó a mojarme. Entonces le dije que pasáramos a la parte de atrás del vehículo y ya allí lo recosté en el asiento y me puse de rodillas frente a él. Sus manos delineaban mis torneados y duros muslos pero subió más y más y me sobó la comisura donde comienzan mis nalgas. Ya mi falda estaba arriba y su boca madura lamía mi cuello. Sus manos subieron más y ahora cogían mis nalgas. Sus manos sudorosas mojaban cada línea de la piel de mi culo. Yo disfrutaba cada caricia. Sus manos se hundían en mi piel. Mi blusa estaba mojada con mi sudor. Mis pezones se transparentaban.
– Anda, chupa mis senos.
Así lo hizo y lamió con fuerza, delineó con saliva en mi blusa cada parte de mis senos. Luego comenzó a acariciar mi espalda con dulzura, de arriba abajo, de abajo arriba. Me quitó la blusa dejando mi torso desnudo. Con sus labios besó mis pezones poniéndome a mil. Lo tomé de la cabeza, lo que le permitió bajar sus manos a mi cadera y acarició la parte externa de ellas. Sus dedos cayeron en el hueco de mis caderas subiendo de nuevo por mis nalgas, una y otra vez, mientras mis tetas se perdían dentro de su boca. Pronto se me quitó de encima y se puso de pie, se quitó la camisa dejándome ver su torso, yo le quité el pantalón y lo arrodillé frente a mí.

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Entonces empezó a sobarme de nuevos los muslos, mientras yo me inclinaba hacia él y daba a lamer mi pecho derecho. El quería comérselo pero yo me alejaba y solo le dejaba mojar mi pezón. Luego le cogí la cabeza y tracé una línea por mi abdomen hasta llegar a mis muslos, diciéndole:
– ¡Disfrútame mi macho… disfrútame!
Bajó su cabeza y comenzó a lamerme mis piernas mientras moldeaba mis senos. Yo tan solo disfrutaba y miré hacia fuera por la ventana, con la adrenalina a mil con el riesgo de ser vistos.
– Quítame la falda, mi amor – así lo hizo y solo me quedé en tanga – Debes considerarme una puta, pero no es así.
– ¡No digas eso hija!
– ¡Quiero ser tuya… esta noche soy toda tuya, así que solo déjate llevar y obedéceme! Lame mi entrepierna… sí… así… ahora sube y bebe los jugos que salen de mí coño… sí… así… oooh… mete tu lengua dentro mi raja…!
Comenzó a arremeter su lengua con fuerza dentro de mí. Era tan grande que bien podía ser su pene. Una vez que encontró mi clítoris le dije:
– ¡Ahí, sí, juega con él, pónmelo hinchado… muérdeme… oooh… que gusto tengo!
De repente él me abrazó por la espalda temblando como un niño. Sus brazos y sus manos eran frágiles. Así que giré mi cabeza, lo tomé del cuello y comencé a darle un beso francés profundo, introduciendo mi lengua hasta el fondo, devorándome la suya. Era una confusión de ideas en mi cabeza. Cuando abría mis ojos al besarlo miraba las arrugas que se reflejaban en los suyos. Fue entonces que comprendí la magnitud de lo que hacía… estaba besando a un anciano, pero era demasiado tarde, su cuerpo me daba protección y mi cuerpo ardía en deseo. Su lengua tomó el control y devoró mi boca con tan locura que mi mente liberó todo prejuicio. Estaba lista para ser poseída.
Me incorporé frente a él y no esperé un minuto más e introduje su pene dentro de mí, empezando a cabalgarlo haciendo que su polla reventara mi vagina, pues era ancho y la cubría toda. Comencé a contraer mi vientre para apretarlo y él solo atinó a cerrar sus ojos.
– Sí, sí… me rompes el coño… dime qué sientes… mírame ahora y piensa solo una cosa… tienes tu polla dentro de una mujer de 30 años que desea tu miembro, que quiere ser tuya… ¿Qué opinas?
– Que tienes un cuerpo escultural.

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– Y que es solo tuyo.
Bajó su boca hasta mis pechos queriendo alcanzarlos. Yo jugaba con él y se los alejaba, pero en aquel momento eyaculó su semen inundándome toda por dentro. El calor de su leche me hizo correr después de 10 minutos de cabalgata y de besos. Después de ello, no hubo más que decir. Nos vestimos, yo bajé del taxi y el continúo su camino…
En varias ocasiones lo he visto desde mi ventana con su coche estacionado esperándome en aquella calle. En mi mente están las imágenes de aquella noche y quiero bajar a verlo, aunque no sé si algún día volveré a aceptar que me lleve en su taxi al cielo.
Saludos.

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